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Irán sasánida

Desarrollo


La Antigüedad nos ha legado una buena cantidad de obras del arte suntuario e industrial sasánida. Su riqueza y esplendor hacen que, por lo común, las supongamos vinculadas al servicio real. Y ello no debió ser así, naturalmente, sin perjuicio de que en muchos casos lo fuera. Lo que sucede es que como dice R. Ghirshman, en la rica y brillante sociedad irania de entonces el tono y el gusto venían marcados por la corte, a la que se imitaba y se pretendía seguir. Al menos entre la alta nobleza. Y ésta era tan numerosa, tan acaudalada y tan pretenciosa que el lujo se convirtió en un rasgo común de la gran sociedad sasánida. Miles de artesanos hubieron de surtir con productos distintos y cada vez más bellos las necesidades de un mundo fastuoso.El estuco se anuncia como lo más distintivo del arte sasánida. Era el primer detalle del buen gusto decorativo, que venía exigido además por los materiales usados en la construcción de paramentos. Como es sabido, el estuco consiste en una pasta de cal, arena lavada, polvo de mármol y caseína mezcladas en proporciones variables. Una vez obtenida se aplicaba directamente sobre una superficie lisa o se moldeaba con espátulas, varillas, las manos, moldes o se esculpía. Los muros de los palacios sasánidas, tanto de los reyes como de la nobleza y muchas casas particulares se adornaron con estucos, pintados a veces. En Firúzábád se usaron con cierto comedimiento, pese a que los artesanos arsácidas ya lo habían empleado masivamente en el remoto palacio de Kúh-i Khwáya.

Pero desde el reinado de Sápúr I y sus múltiples proyectos constructivos, los maestros estucadores encontraron vía libre a su arte y a su fantasía. Jens Kröger, en su estudio sobre la decoración sasánida de estucos, ha dado un repaso global a todo lo conocido, desde los que decoraban el palacio real de Ctesifonte, hasta los que ornaban las casas de la misma ciudad o de otros lugares. Las grecas, hojas de acanto y follajes de Bisápúr dejaron pronto paso al clásico estuco sasánida, que aplicado en muros, frisos y arquivoltas incorporaba corazones, filas de perlas, palmetas, granadas, flores, pámpanos, círculos, aves y otros animales, retratos y escenas de caza. Las fuentes árabes y occidentales alaban los ambientes conseguidos y, según los restos llegados hasta hoy, los resultados debieron ser excelentes.En orfebrería, los maestros de la época consiguieron trabajos aún más espléndidos. Dice E. Porada que la riqueza de los utensilios de la corte sasánida era proverbial. Los museos guardan una riquísima colección de platos, jarras, copas, garrafitas, rytha y otros recipientes en metales preciosos, llenos de elementos ornamentales adosados o directamente cincelados o repujados sobre la misma lámina. El procedimiento más antiguo, en el que el artista trabajaba por separado las figuras decorativas para luego incrustarlas en la lámina del recipiente ocultando las junturas con dorados, era una técnica típicamente irania que, como recuerda R.

Ghirshman, se remonta al menos hasta el célebre plato de Ziwíye. El principal tema decorativo es la imagen del rey, bien sea entronizado o cazando, asunto éste preferido entre todos. Derribando la pieza a pie o disparando su arco a caballo, las figuras suelen poseer más agilidad que en los relieves, pero los detalles de vestuario y el galope de las monturas son los mismos. Las escenas religiosas son raras. No obstante son bien conocidos los temas icónicos de trasfondo zoroástrico, como el jabalí, el águila, el caballo y el pájaro Sinmurg, o las figuraciones simbólicas de la diosa Anahita y su mundo.Al ámbito de los orfebres deberían adscribirse las acuñaciones monetarias. La moneda sasánida solía ser de calidad, con una gráfila nítida, un canto moderado y unos tipos centrados -retratos reales en el anverso, altares del fuego por ejemplo, en el reverso- rodeados por una clara inscripción en pahlevi sasánida. Los retratos de los reyes eran por lo común bastante aceptables, al menos los de las emisiones primeras de Ardasir I, Sápúr I, Hurmazd I, Bahrám y casi todos los príncipes del siglo III. Luego, la calidad del trabajo empezó a decaer y el retrato se hizo aproximativo, perdiéndose muchos detalles. De todos modos, la identificación de las distintas coronas llevadas por los monarcas serviría aún, siglos después, en los trabajos de datación.El último florecimiento de la glíptica en Oriente se debería también a los artesanos sasánidas. El sello tipo era de estampilla, de forma ovalada, con una superficie plana en la que se tallaba el tema y otra, más destacada, que se perforaba para colocarle un aro que facilitara la suspensión.

Como los aqueménidas, los sasánidas estimaban mucho la belleza de las piedras, y utilizaban con gusto cornalinas, calcedonias y ágatas. Las técnicas de entalle mediante punzones, buriles y taladros eran las ya milenarias en Oriente. A los mismos talleres habría que adscribir el camafeo de Sápúr I, que aprovecha sabiamente las capas de la piedra en una obra excepcional.Por último, merece también ser recordaba la obra de tejedores y ceramistas. Los tapices -como el célebre de la Primavera de Khusrau-, las sedas y las lanas bordadas alcanzaron una gran difusión. En la Antigüedad eran estimados entre los productos más valiosos del Irán, y de ese modo llegaron a las cortes e iglesias extranjeras. Un tema típico zoroástrico, el pájaro Sinmurg, aparece en muchos fragmentos de sedas conservados hoy en los museos. Los ceramistas en fin, crearon un típico vidriado que los especialistas conocen como el azul sasánida, técnica que influyó decisivamente en las primeras cerámicas islámicas

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