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Irán sasánida

Desarrollo


Aquella mañana de abril del año 1010, cuando las golondrinas trazaban sus vuelos entre los alminares de Gazni, Firdúsí caminaba feliz hacia el palacio del sultán Mahmud, cabeza de un imperio que cubría el Irán, Afganistán y parte de la India. La vida bullía en las calles. Las caravanas de Samarcanda, Herat y Lahore no cesaban de llegar, cargadas con todas las esencias, perfumes y especias del Oriente. Y en la corte, una nube de poetas, miniaturistas y músicos celebraban aquella Persia renaciente.El poeta se sentía embargado por una gran placidez. Después de treinta y cinco años de trabajo, su épico "Sahnáma" iba a verse hoy, por fin, generosamente recompensado. Por consejo de Ahmad, ministro del sultán, los 60.000 versos de aquel poema sin par le habían sido ofrecidos al príncipe, mecenas de las artes y esperanza del Irán. Pero cuando llegó al palacio, nadie le esperaba. Un oficial de la guardia llamó a un paje. El muchacho, tras oír el nombre de 'Abu al-Qásim, le llevó a uno de los muchos secretarios secundarios del monarca que, sin ningún formulismo y tras entregarle el ejemplar de su poema y una bolsa de cuero con 20.000 dirhams, le despidió.Firdúsi sintió como una bofetada en la cara y un repentino vacío en la boca del estómago. Su magnífico poema y los treinta y cinco años a él dedicados sólo valían 20.000 dirhams. Sin saber lo que hacía, se vio de nuevo fuera del palacio.Ante él, Gazni seguía viva. Y las golondrinas continuaban sus rápidos vuelos.

El poeta miró el cielo azul de Afganistán. Los alminares se recortaban limpios y lejanos. Al fondo, las montañas aparecían aún cubiertas de nieve. Y su corazón volvió a llenarse de paz. En los baños que solía frecuentar regaló al muchacho que le ayudaba la mitad de la bolsa. Después, en otro lugar y a la sombra de unos árboles, el resto al posadero que le sirvió una cerveza. Y mientras saboreaba la bebida, volvió a ojear su poema: "Escucha ahora la aventura de la hija de Mihrek con el valiente Sapur, el que golpeaba con la espada. Cuando pasó un poco de tiempo..." Y más adelante, al narrar la guerra del antiguo monarca iranio contra los rumi, "un ejército avanzó oscureciendo el sol con el polvo que levantaba..".Sí, era un bello poema. Pero más que eso. Era la evocación del antiguo Irán y de los monarcas sasánidas, los más poderosos, los más admirados de la historia de Persia.Firdúsi abandonó Gazni. Años después, Mahmud quiso reparar el error y le envió como regalo una caravana cargada de índigo por valor de 60.000 dinares, con la orden de que los camelleros reales llevaran al poeta a su palacio. Pero mientras la caravana del sultán entraba en la ciudad por una puerta, por la otra salía el cortejo fúnebre de Firdúsí que acababa de morir.Su poema seguiría vivo, sin embargo, para toda la humanidad. Y con él, las glorias y las hazañas del último gran imperio de la antigüedad irania, el de los sasánidas.En la antigua Parsua, los recuerdos del pasado aqueménida estaban más vivos que en parte alguna del Irán.

No sólo las ruinas, sino también las tradiciones locales guardaban memoria de los nombre mágicos de Ciro y Darío. Y la nobleza de aquellas tierras, heredera de los fieles de Persépolis, soportaba mal su sometimiento al Gran Rey de los partos.Según cuenta al-Tabari, un sacerdote de Anahita llamado Sasan fundó una dinastía local que, como tantas otras del imperio arsácida, pronto chocaría contra su señor. Pero bastó que llegara al poder un príncipe más osado que los otros para que los sueños fueran realidad. En el 216 d. C., Ardasir se coronaba rey y, en breve, se hizo dueño de la Elymaida. Esto era más de lo que Artabano podía permitir. Y una guerra que en principio parecía asemejarse a una más de las muchas habidas entre el monarca parto y sus vasallos, se convirtió en el comienzo de una era. Porque en el año 224, en la batalla de Hormizdagan, Artabano moría y su ejército se desintegraba. Ardasir entró en Ctesifonte para asumir el poder sobre el Irán. Y en honor del nuevo Rey de Reyes y como era costumbre, un fuego puro se encendió en un templo lejano.El primer sasánida (224-240) comenzó a organizar un imperio distinto, centralista, que se decía el verdadero continuador de los aqueménidas. Las grandes familias partas -salvo algunos miembros de la famosa de Karen-, le reconocieron. Y él se impuso con las armas a sus enemigos: el rey arsácida de Armenia, los romanos y los kushanos. Y Ardasir se pudo decir rey desde el Éufrates al Sistán y el Asia Central.

No obstante, la total seguridad estaba lejos aún. Sería la obra de su sucesor.Sápúr I (240-270) hijo de Ardasir, con el ejército estable organizado por su padre y con una administración distinta se dejó llevar por sus deseos de gloria. Y la ganó. Primero en el este remoto, donde derrotó al imperio de los kushanos, llevando a sus tropas hasta Samarcanda, Taschkent y el valle del Indo cuyos territorios quedarían en su mayor parte bajo su mano. En el oeste la fama le seguiría aún más. Tras algunos reveses, Filipo el Arabe se vio cercado y obligado a capitular el año 244 d. C., teniendo que comprar a peso de oro su libertad y la de su ejército. Luego, quince años después, tras avanzar por toda Siria victorioso derrotó en Edesa al emperador Valeriano; y sus legiones marcharon al cautiverio. A la vuelta de nuevas campañas el príncipe de Palmyra le derrotó. Pero fue un episodio sin verdadera trascendencia.Su fama quedó intachable porque, además de valeroso guerrero y buen estratega, Sápúr I protegió las artes y la literatura. Y a su sombra también se acogería el célebre Mani, con su planeada religión universal.A la muerte de Sapur, sus sucesores se vieron presionados por un doble frente: la revitalización del Imperio Kushano y la organización militar romana en Oriente que, con el apoyo de Armenia, se volvía de nuevo amenazante. Ctesifonte cayó el 283 en manos de Caro, cuya muerte repentina vendría a ayudar a los persas. No obstante, el Imperio Sasánida no saldría de su crisis hasta la llegada al poder de un nuevo héroe, Sápúr II.

El largo reinado de este rey (309-379) llevaría al Irán sasánida al cenit de su grandeza. Sus ejércitos entraron en Arabia, aunque ignoramos hasta donde llegaron. Por el este derrotaron a la invasión huna. En el oeste y contra Roma, avanzaron con mayor esfuerzo en una guerra que magistralmente nos recuerda Amiano Marcelino. Tras largo asedio, la conquista de Amida estaba lejos de satisfacer sus pretensiones, pero era una victoria indudable. Por eso, en el 363, Juliano quiso tomarse la revancha y alcanzó Ctesifonte. Mas su muerte sorpresiva hundiría la moral de la fuerza romana que evacuó el país.En el interior, Sápúr fue un monarca devoto del zoroastrismo, que se convirtió en religión del Estado. Por ello acaso persiguió a cristianos, judíos y maniqueos, como destaca R. N. Frye. Sometió a profundas reformas a todo el país y, a la vista del buen funcionamiento que contra él mismo había demostrado el limes romano de Siria, construyó él otro contra los árabes. No es extraño que su recuerdo quedara siempre presente entre las gentes de su pueblo.Cuando Sápúr murió, la casa de Sasán empezó a sufrir el acoso combinado de una nobleza ascendente y un clero zoroástrico de preocupantes intenciones. Y los monarcas no supieron estar a la altura de las circunstancias. En el este, los hunos heftalitas que habían sido capaces de formar un reino sobre territorios antaño kushanos, amenazaban las tierras iranias. Pero en vez de un luchador vendría un hombre alegre, Bahrám V (420-438).

Como dice R. Ghirshman, ningún rey sasánida gozó jamás de una popularidad semejante. Recuerda R. N. Frye que las fuentes árabes le dieron el sobrenombre de Gór, esto es, el asno salvaje, debido a su habilidad en la caza de onagros. Si Sápúr fue personaje de leyendas heroicas, Bahrám lo sería de cuentos maravillosos y de historias que exaltan la bebida, la caza y las mujeres. Amaba el polo, la música y el buen vivir. Y fue amigo de delegar asuntos en manos de la nobleza. Pero hijo de guerreros al fin, no dejó de combatir contra Teodosio II en el oeste y sobre todo contra sus enemigos del este iranio y del Asia Central. En el Cáucaso, por el que tiempo atrás romanos y sasánidas habían disputado, consiguió un acuerdo para defender conjuntamente los pasos contra las invasiones de la estepa.A la alegría de su reino continuó la tristeza de un largo período de enfrentamientos religiosos, agravados por la presión de los heftalitas y otros pueblos. Y entonces, durante el reinado de Kavád I (488-496 / 498-531), al que la nobleza aisló, tendría lugar el fenómeno del mazdequismo, una verdadera revolución social y religiosa a un tiempo que contó en principio con el apoyo real. Porque el Irán sasánida sufría una fuerte crisis estructural. Había que hacer algo. Y se hizo.La bandera de la reforma la levantó Khusrau I (531-579), a quien también le tocó dirigir la época de maduración cultural de su pueblo, cuando todas las artes alcanzaron la perfección.

Como Irán precisaba la paz, el Rey de Reyes la firmó con Bizancio y se entregó a restañar las heridas de un largo y oscuro periodo. Reorganizó la tierra, su distribución, su trabajo y el sistema impositivo que se haría más justo y que, como escribe R. N. Frye, serviría de modelo luego al califato. Reformó al ejército y su división, el sistema de reclutamiento y la defensa de fronteras, construyendo grandes complejos como, tal vez, el muro de Gurgan. Y sólo cuando se sintió fuerte, el país de nuevo rico y los campos trabajados, atacó los territorios bizantinos victoriosamente. El mismo resultado consiguió contra los hunos heftalitas, a los que terminaría aplastando. Y sus fronteras volvieron a extenderse hasta el Indo. Cierto que el imperio estaba en su gloria, pero mostraba ya en opinión de R. N. Frye, un espíritu de pesimismo y decadencia que prevalecía entre muchos de sus ciudadanos.Khusrau fue tolerante, a diferencia de Justiniano. No pocos de los filósofos activos de la Academia de Atenas, clausurada por el emperador bizantino, serían acogidos por el Rey de Reyes. Incluso abrió una primitiva universidad en Gundesápúr. Los persas le llamaron el justo, y su figura pasaría también a las leyendas del pueblo.Luchas intestinas que pusieron en peligro el trono sasánida consumirían los últimos años del imperio. Khusrau II, en su segundo reinado (591-628), atacó al imperio bizantino como un huracán. Sus éxitos iniciales parecían de leyenda, pues al tiempo que alcanzaba los muros de Constantinopla los hunos heftalitas volvían a ser derrotados. Sin embargo, la inesperada reacción de Heraclio hundió todas sus victorias. Enfermo, rodeado de rebeldes y cubierto de derrotas, moriría asesinado por uno de sus hijos.Los últimos reyes apenas si merecen nombrarse. El postrero, Yazdgird III (632-651) jamás pudo pensar que al enviar a su hombre de confianza y jefe del principal ejército, Rustam, a combatir ciertas bandas de árabes en los alrededores de Hira, estaba poniendo fin a la historia y a la cultura del Irán sasánida.

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