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El programa de la "contención" de la amenaza comunista tenía que tener muy en cuenta la realidad de que en todo el mundo y, en especial, en Europa occidental, un factor decisivo de la evolución histórica era la crisis económica. Por más que la agitación comunista -incluso en el caso de que este partido estuviera en el Gobierno- jugara un papel importante, nada puede entenderse sin tener en cuenta esta realidad. En marzo de 1945, el primer ministro británico estuvo en el continente y pudo comprobar la situación "indeciblemente grave" en que se encontraba. Luego, el invierno 1946-47 fue desastroso desde todos los puntos de vista. A la crisis económica había que sumar la sensación de crisis espiritual: como escribió De Gaulle en sus memorias, 1940 había sido la prueba del fracaso de la clase dirigente. Sólo los Estados Unidos habían salido indemnes de la guerra desde el punto de vista material, mientras que los países europeos occidentales estaban necesitados de alimentación y de ayuda para recomponer su capacidad industrial, en un momento en que carecían por completo de capacidad para adquirir los dólares que les resultaban imprescindibles para ambos propósitos. La suspensión de los acuerdos de "préstamo y arriendo", aprobados tan sólo para el período bélico, exigía utilizar otro procedimiento para que los Estados Unidos pudiera jugar un papel en la reconstrucción de la economía y la estabilidad europeas.

El sistema monetario internacional que se puso en marcha al final de la guerra se basó en los acuerdos de la conferencia reunida en Bretton Woods -julio de 1944- que otorgaron al dólar un papel decisivo en el sistema monetario internacional. Los Estados Unidos, poseedores del 80% de las reservas mundiales de oro, eran los únicos capaces de convertir su moneda de tal manera que el dólar se convirtió en el pivote del sistema monetario y comercial internacional. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD) completaban el panorama. Financiado por sus miembros en proporción a su capacidad económica, el FMI concedió préstamos reembolsables a los países que sufrían un déficit en su balanza de pagos mientras que el BIRD debía financiar las inversiones a medio y largo plazo. Pero, por más que todos estos acuerdos sirvieran para hacer nacer un nuevo orden monetario internacional, lo cierto era que no podían resolver por sí mismos los problemas económicos de Europa. De ahí el llamado Plan Marshall. En junio de 1947, el nuevo secretario de Estado norteamericano propuso a los europeos, en un discurso en Harvard, una ayuda colectiva durante cuatro años que ellos mismos habrían de repartirse. Por este procedimiento, que se extendía originariamente a todos los países, incluidos los del Este, se pensaba que resultaría posible por un lado la superación por parte de Europa de una situación económica lamentable y, por otro, la perduración de la positiva situación económica norteamericana.

De ahí derivaría también una recuperación espiritual. La negativa de las democracias populares, inducida desde Moscú, a aceptar la propuesta hizo que en julio de 1947 sólo dieciséis países europeos se sumaran a ella. Dada la situación crítica desde el punto de vista económico de algunos de ellos -aquéllos los que el comunismo suponía un problema más grave e inmediato- hubo que recurrir a una ayuda temporal. Finalmente, en abril de 1948 el Congreso de los Estados Unidos votó el European Recovery Program (ERP) que permitía la ayuda, en un 10% a través de préstamos y el 90% restantes mediante donaciones. Éstas eran entregadas a los Gobiernos, que obtenían un "contravalor" en divisa propia destinado a ofrecer préstamos a la agricultura y a la industria nacionales. Una buena parte de las razones por las que se aceptó la concesión de estos créditos derivó de la unánimemente respetada personalidad de Marshall, calificado por Churchill de "el organizador de la victoria". Para no todos fue, sin embargo, tan claro que los Estados Unidos no podía ofrecer otra cosa que anticomunismo. En total, desde 1948 hasta 1952, Europa obtuvo 13.000 millones de dólares de los Estados Unidos, repartidos de una forma muy desigual: Gran Bretaña obtuvo el 24%; Francia, el 20; Italia, el 11; Alemania occidental, el 10 y los Países Bajos, el 8. Las proporciones cambian un poco si se tienen en cuenta tan sólo las donaciones, de forma que en ellas los países que se consideraban amenazados por el comunismo y que vivían una situación más crítica -Francia e Italia- recibieron una proporción ligeramente superior.

Al mismo tiempo, estos países, superando una visión en exceso depresiva, contribuyeron de una forma importante a la superación de su propia situación económica a través de la constitución, en abril de 1948, de la OECE (Organización Europea de Cooperación Económica), destinada originariamente al reparto de la ayuda económica norteamericana. Pero la nueva organización no limitó su papel a este terreno, sino que de forma inmediata -a partir de 1950- lo extendió a la liberalización comercial, de tal manera que sentó las bases para todo un conjunto de iniciativas posteriores. De todos modos, ha de tenerse en cuenta que la tendencia a la liberalización de los intercambios fue un fenómeno general y muy característico de la etapa de posguerra. En enero de 1948, se había suscrito entre unos ochenta países, que sumaban las cuatro quintas partes del comercio mundial, el GATT (General Agreements on Tariffs and Trade), destinado a conseguir la desaparición de todo tipo de barreras comerciales. La división de Europa en dos mitades, en especial a partir del momento de la toma del poder por los comunistas en Praga, tuvo un papel de una extremada importancia en la toma de conciencia por parte de los países europeooccidentales de su situación de indefensión. Hasta aquel momento, el único pacto suscrito entre los aliados democráticos europeos fue el Tratado de Dunkerque, firmado por Francia y Gran Bretaña en marzo de 1947, cuyo contenido parecía mucho más destinado al pasado que al futuro, en cuanto que daba la sensación de estar principalmente dirigido contra una eventual reaparición del peligro alemán.

Muy pronto, sin embargo, se percibió la necesidad de ampliar el número de signatarios del acuerdo, ligado al nombre de la ciudad, protagonista de la Segunda Guerra Mundial. Los países del Benelux quisieron muy pronto sumarse a él y el Tratado de Bruselas, que fue firmado en la fecha clave de marzo de 1948 y creó la Unión Occidental, fue el primero en el que los signatarios se comprometían a repeler cualquier agresión, viniera de donde viniera. Además, gracias a él quedó establecida una red de contactos permanentes incluyendo los de carácter militar. Se debe tener en cuenta que la sensación de peligro y los terribles efectos que en el pasado había tenido el nacionalismo exasperado habían dado como resultado la aparición de un espíritu tendente al federalismo, del que la primera expresión, ya en 1944, fue el Benelux. En la conciencia de los gobernantes europeos del momento, la experiencia pasada era lo bastante grave y el peligro presente lo suficientemente amenazador como para que fuera necesario mucho más. Ya en enero de 1948, el secretario del Foreign Office británico, Ernest Bevin, había propuesto la posibilidad de dar a luz un sistema democrático occidental que sumara a los países europeos dotados de estas instituciones los situados más allá de los mares que las tuviera semejantes. La respuesta de Marshall fue positiva, siempre que desaparecieran las alianzas bilaterales y la iniciativa fuera europea. Truman, ante el Congreso de su país, siempre amenazado por tentaciones aislacionistas, declaró que la determinación de las naciones libres por defenderse debía ser respondida por un paralelo deseo de los Estados Unidos en el sentido de ayudarles a hacerlo.

Pero la resistencia a romper con esta tradición de la política exterior norteamericana se mantuvo. Sólo la mención a la ONU y la insistencia de Francia en que era necesaria la colaboración norteamericana en la seguridad europea, para que se admitiera la reconstrucción alemana, hizo posible la aprobación de una resolución -a la que dio su nombre el senador Vandenberg- en la que se permitía, rompiendo con el pasado, que Estados Unidos se ligara por tratados permanentes destinados a promover la seguridad de las potencias democráticas. El resultado final de esta nueva actitud fue la creación en abril de 1949 de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, suscrito por los cinco países del Tratado de Bruselas a los que se sumaron Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Islandia, Italia, Noruega y Portugal. Este organismo defensivo tuvo, no obstante, la oposición de quien había sido el gran defensor de la tesis de la "contención", George Kennan. Según él, hubiera sido mucho mejor que los Estados Unidos se limitaran a garantizar la intangibilidad de Europa, de manera que quedara abierta la posibilidad de una reunificación de Alemania. De cualquier modo, el tratado creó una alianza muy flexible, que estipulaba que un ataque en contra de uno de los signatarios provocaría la asistencia de todos, pero solamente existía como organismo unitario un Consejo Atlántico, sin que cada uno de los países perdiera su Ejército propio ni se produjera inicialmente una integración militar, que tan sólo se convirtió en una realidad a partir de la Guerra de Corea.

Alianza defensiva, la OTAN fue considerada como ofensiva por la URSS y los comunistas, en el interior de cada uno de los países occidentales. De ahí que una y otros propiciaran una utilización del pacifismo como arma en contra de los países democráticos. De ahí el llamamiento lanzado desde Estocolmo en marzo de 1950 y la organización de toda una serie de actividades de propaganda, en especial en los medios intelectuales, de las que fue expresión, por ejemplo, la famosa Paloma de Picasso dedicada a la paz. Con todo, ya en 1949 había empezado a percibirse el cambio en la situación crítica en Europa. En 1953 -año de la muerte de Stalin, el armisticio en Corea y la primera sublevación popular en un país comunista- Europa se había salvado y la situación económica mejoraba a ojos vista. El clima de guerra fría, una vez establecido, perduró durante la primera mitad de la década de los cincuenta e impulsó inmediatamente a continuación la multiplicación de alianzas defensivas en el borde fronterizo del Imperio soviético, que éste interpretó de forma inmediata como un conjunto de bases destinadas a poner en peligro su integridad mediante posibles ataques. Aunque los Estados Unidos permanecieran vinculados mediante tratados bilaterales a muchos países, estas alianzas contribuyeron a solidificar el mecanismo defensivo con el precio de integrar en ellas, a diferencia de lo sucedido con la OTAN, a muchos Estados cuyas características políticas no eran precisamente democráticas.

En septiembre de 1954, se firmó, por ejemplo, el Pacto de Manila, que creó la organización del Tratado del Sudeste asiático -SEATO en sus siglas en inglés-, por el que las potencias democráticas occidentales sumadas a los países de tradición británica se unían a Tailandia, Filipinas y Pakistán, comprometiéndose a responder a cualquier agresión de forma colectiva. Taiwan, vinculado directamente con los Estados Unidos, no aparecía en esta alianza. El Pacto de Bagdad, suscrito en febrero de 1955 con la participación de Turquía, Iraq, Pakistán e Irán creó un cordón protector en las fronteras meridionales de la URSS y de cara a la región clave del Medio Oriente.

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