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La evolución del siglo XIX, con ciertos vaivenes, había ido acercando a la mayoría de los países independientes europeos hacia un Estado de derecho más o menos perfecto. Un Estado, por una parte, en el que las decisiones del gobierno y la burocracia tendían a estar sujetas al derecho objetivo y, por tanto, aseguraban la legalidad de las medidas de la autoridad y, por otra, en el que las libertades previamente fijadas dejaban claro cual era el ámbito donde cada individuo podía actuar según su decisión. Lo que caracteriza el régimen ruso, también en esta etapa finisecular, es el deseo de mantener a todo trance el dominio personal y arbitrario del zar sobre todo el Imperio. De este dominio, y en la medida en que el zar lo autorizaba, emanaba la autoridad que recaía sobre los rusos, como sociedad e individualmente. La arbitrariedad del zar se comunicaba a los grados inferiores de la jerarquía burocrática hasta llegar al último. A pesar de la etapa de reformas, que se van a dar en algunos años, lo que predomina sigue siendo esta idea y eso explica los retrocesos del sistema político que sufre Rusia en los años finales del siglo XIX y principios del XX. En las decisiones ilegales de un monarca o un funcionario, un europeo de la época lo que veía era una arbitrariedad. En Rusia, la ley. La arbitrariedad del zar, o de quien él permitía, era la única ley. El barón Nolde lo expresó así: "En realidad, no es la ley la que reina sobre el país, sino el zar sobre la ley".

Rusia pudo utilizar del occidente europeo la técnica, el sistema económico, los avances administrativos o hasta las reformas sociales, pero la concepción del derecho y de la ley siguió siendo en Rusia fundamentalmente distinta. Un observador extranjero, el marqués de Custine, lo señalaba en sus escritos sobre la Rusia de la segunda mitad del siglo XIX refiriéndose a lo que habían intentado los zares desde Pedro I: "gobernar ... según principios orientales y con todos los adelantos de la técnica administrativa europea". Ese Estado se podía mantener, entre otras cosas, por una administración y una policía extensas, numerosas y eficaces. Pese a todos sus errores la burocracia del Estado ruso realizó un trabajo ingente que consiguió abarcar económica y administrativamente la sexta parte de la Tierra, creó orden e introdujo durante el siglo XIX los avances del mundo occidental adaptándolos a Rusia. Un enorme Imperio que se extendía sobre más de 22.000.000 de km2, con una pequeña densidad de población que encuadraba pueblos diversos, los cuales esencialmente se dividían en eslavos (raza predominante que agrupaba a los grandes rusos, ucranianos, bielorrusos y polacos) y la raza amarilla situada en las estepas. Sin tener en cuenta el papel que ejerció la administración rusa, modernizada relativamente en el siglo XIX, no sería fácil comprender el imperio. La Tercera Sección, como era llamada la policía, se integró durante el reinado de Alejandro II en el Ministerio del Interior sin perder sus privilegios.

Mantuvo su independencia frente a la justicia y siguió sin tener que dar cuenta de sus actos a nadie. La policía zarista detenía, desterraba y hacía desaparecer a las personas sin dejar huella. Podía condenar a la cárcel durante tres meses sin proceso regular, podía cerrar escuelas, periódicos. Podía, en definitiva, actuar sin ley ni derecho, con impunidad. La policía aterrorizaba a la población pero también era signo evidente del terror personal en que vivieron los zares de finales del siglo XIX. La revolución estaba en todas partes. Alejandro II vivió muchos años en constante temor por su vida y en el miedo a la revolución que veía en los que otros Estados vecinos estaban estableciendo sistemas de gobierno. En 1866, le preocupaba que Bismarck introdujera en Alemania un parlamento que adjetivó de revolucionario. El zar vivía en un mundo espiritual legitimista y absolutista. Sin embargo, no deben subestimarse sus decisivas reformas que, de hecho, cambiaron las condiciones de Rusia. Tras la derrota rusa en la guerra de Crimea (1853-1856), la petición de renovación se convierte en una necesidad. Alejandro II (1855-1881) va a iniciar una política de reformas. En 1858 va a emancipar a los siervos de la Corona (hasta entonces había servidumbre de la gleba) y en 1861 todos los rusos serán legalmente libres. Ésta fue, sin lugar a dudas, la principal y trascendental reforma que le valió el título de Zar libertador, pero no la única.

Alejandro II interpretó el poder absoluto con una mayor condescendencia para las libertades fácticas de sus súbditos. Se impulsó la enseñanza y se concedieron derechos de administración autónoma a la Universidad. Se redujo la censura de prensa (1863), aunque ésta siguió sin ser libre. Sólo los periódicos de Moscú y San Petersburgo pudieron cambiar la censura previa por el riesgo al cierre indefinido en caso de violación de las instrucciones. Era una copia del sistema francés de la época. Por otra parte, los periódicos de provincias continuaban sometidos a la censura. El procedimiento judicial se modificó en 1862. El juicio secreto y sólo escrito, se sustituyó por el oral y público, se instituyó el jurado para los casos criminales y se introdujo la posibilidad del recurso. En las zonas rurales, nuevos juzgados sustituyeron a la justicia nobiliaria. De hecho, la justicia obtuvo un prestigio en Rusia inimaginable unos años antes. Sólo el poder del Estado se inmiscuía fundamentalmente en lo que rozaba con la política, hasta que en 1880 para estos casos se volvió a introducir el procedimiento secreto y administrativo. Con la creación del "Semstvo", organismo municipal que sustituyó al poder nobiliario, el zar dio un paso cargado de consecuencias. Tanto en las ciudades como en los pueblos el sistema fue electivo pero la representación de las clases bajas fue mucho menor que la de las clases medias y la nobleza. Su importancia fue decisiva al crear una escuela de políticos y al conceder cierta autonomía en asuntos como obras públicas, enseñanza, sanidad, policía local y otros asuntos propios de los municipios.

Desde 1864 a los años anteriores a la Gran Guerra, se crearon por los "Semstvos" unas 50.000 escuelas con 80.000 maestros y 3.000.000 de alumnos. Pronto el poder de los municipios fue limitado. Los gobernadores podían considerar una ley contraria al Estado y suspender su aplicación. Igualmente el mando de la policía local quedó, de hecho, en sus manos. A pesar de estas importantes modificaciones, o quizás porque se hicieron estas reformas, la oposición no dejó de crecer en Rusia. Había un malestar en la nueva burguesía (especialmente la dedicada a actividades comerciales), que veía la imposibilidad de una vía occidental al liberalismo. La represión zarista a estos grupos hizo que muchos de ellos se integrasen en organizaciones en contra del sistema y otros adoptasen actitudes más radicales. Muchos campesinos se sentían insatisfechos, tanto por la insuficiencia de tierra, como por el pago de los plazos. El descontento tenía además de otros motivos como el aumento de impuestos, el reclutamiento de hombres para la guerra y el mal funcionamiento del "mir". Durante las décadas de 1860 a 1900 estuvo en vanguardia del movimiento revolucionario el grupo de los "populistas" o "narodniki". Con el lema "Tierra y Libertad" querían llevar la reforma agraria al mundo campesino y a todos la democracia del sufragio universal, una Constitución que respetase las libertades y un Parlamento. Muchos de los intelectuales y los profesionales liberales simpatizaron con los populistas o con otros grupos de oposición al zarismo y, en buena parte, actuaron a través de las posibilidades que ofrecían los nuevos poderes municipales.

Los "narodniki" se dividieron en su Congreso de Voronech de 1879, entre quienes creían que la evolución del sistema era posible por métodos pacíficos y políticos y quienes creían que la violencia y el terrorismo serían el arma que cambiaría el zarismo. El último grupo, el activista con el nombre "Voluntad del Pueblo", fue el que condenó a muerte al zar Alejandro II. La acción terrorista impresionó al mundo. Fue asesinado en 1881 con una gran explosión de dinamita a su paso. Este acto cerró el paso a la vía evolucionista. La reacción del zarismo fue terrible, cayó como una losa sobre el país. Los revolucionarios, que llevaron una vida de catacumba, en muchos casos fueron deportados a Siberia o huyeron al extranjero. Alejandro III (1881-1894) se encerró en el castillo de Gachina, guardado militarmente día y noche. Aunque murió de muerte natural, vivió preso de pánico durante años y la involución política -pues otras reformas eran ya difíciles de modificar- en gran parte estuvo motivada por el temor al terrorismo. Según sus propias palabras, "tomo el cetro como un autócrata que obedece un mandato divino". El nuevo hombre fuerte del gobierno será el profesor Pebendonosezv, su antiguo tutor. La policía aumentó aún más su capacidad represiva a través de la "Ochrana". Después del asesinato de Alejandro II, la policía alcanzó su máximo. Durante los años ochenta y noventa se formó una densa red de vigilantes e informadores que dominaban la vida pública y privada.

En cada casa había un responsable que debía informar a la policía de la vida de cada vecino. Ni una carta, ni una conversación eran ámbito privado. Allí podía llegar, y llegaba, la policía. Rusia se convirtió en un permanente estado de excepción. Se produjo la depuración de las bibliotecas públicas, se volvió a controlar férreamente la prensa y la enseñanza. Las universidades perdieron su autonomía. Una censura especial revisaba toda publicación que entraba por las fronteras. Se limitó el poder municipal: un funcionario de la administración central del Estado, nombrado para vigilar los organismos locales, quedó facultado desde 1889 para nombrar y deponer a los alcaldes de las aldeas. Los "Semstvos" perdieron el derecho a nombrar jueces locales. Este camino fue seguido por el sucesor Nicolás II (1894-1917), con el agravante de intentar una rusificación de los grupos nacionales, lo que provocó revueltas en Finlandia, Polonia, Ucrania y Países Bálticos (1896). El nacionalismo en el Imperio zarista había tenido especial virulencia hasta los años sesenta del siglo XIX y volverá a tenerla durante las primeras décadas del XX. Durante el período 1870-1900, estuvo soterrado y reprimido aunque, de formas diversas, se manifestó especialmente en algunas zonas del Imperio: Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Finlandia, Caucasia, Armenia, Tartaria y Georgia. Nos vamos a detener especialmente en dos de ellas, cuya importancia es mayor en el último tercio del siglo pasado: Polonia y Armenia.

Ambos nacionalismos tienen en común que, además de afectar a Rusia, por tratarse de etnias dispersas entre varios Estados, implicarán a Prusia y Austria-Hungría en el caso de Polonia y a Turquía y Persia en el de los armenios. Así como, en expresión de Langer, el reparto de Polonia "ató durante cien años a los tres culpables de aquel crimen", los levantamientos armenios convirtieron en amigos a los enemigos: Turquía y Rusia. En 1870 aún humeaban los rescoldos de la sublevación polaca de 1863. La represión había afectado a todos los sectores de la sociedad, si bien algunos, como el clero, habían sufrido especialmente. Los obispos fueron encarcelados o enviados a Siberia. En 1870 todas las diócesis seguían vacantes y los monasterios clausurados. La rusificación tenía su reflejo más notorio en la prohibición de la lengua polaca en medios oficiales, que incluía la Universidad de Varsovia, y en el intento de imponer el ruso como idioma, como ocurrió en Lituania, Estonia, Letonia y Finlandia. A pesar de las prohibiciones, el idioma nacional -conservado y enseñado en el calor de los hogares- permaneció vivo, convertido no sólo en medio de comunicación, sino en arma política que había que salvaguardar. A principios de los años ochenta, la generación revolucionaria romántica había sido sustituida por una nueva de opositores vinculados a las nuevas clases surgidas de la industrialización. Sus reivindicaciones no eran sólo nacionalistas, sino sociales.

El Partido Socialdemócrata de Polonia y Lituania, la Liga General de Trabajadores y el Partido Socialista Polaco fueron las tres organizaciones que, especialmente en la década de los noventa, consiguieron más adhesiones. En el último de ellos, el más importante, militaba José Pilsudski que vinculaba nacionalismo y reforma social y que llevó a cabo su lucha con el apoyo de los polacos de Galitzia. Las clases medias nacionalistas se organizaron políticamente en el Partido Nacional Demócrata, fundado en 1897, liderado por Juan Poplawski y Román Dmowski. Ambos, huyendo de la represión, hubieron de refugiarse en la Galitzia austríaca. Los armenios eran cristianos orientales con un patriarca propio, el gregoriano, que administraba muchos aspectos de la vida de la comunidad: matrimonio, familia, enseñanza, beneficencia y todo aquello relacionado con la cultura nacional. Su situación era muy parecida a los pueblos cristianos griegos de los Balcanes. Después del Congreso de Berlín de 1878, los territorios de Kars y Ardahan, habitados por armenios, habían sido anexionados a Rusia. Mientras vivió Alejandro II, los armenios disfrutaron de una libertad cultural y religiosa que no se modificó hasta 1883, bajo el gobierno de Pobedonoszev, en el reinado del zar Alejandro III. Otros armenios habitaban en Persia y en Turquía. Estos últimos, en número aproximado de 1.500.000 vivían mezclados con los kurdos o en ciudades. Como en el caso de Polonia, el nacionalismo adquirió una nueva cara cuando, en los años noventa, los estudiantes armenios, bajo la influencia de los círculos rusos, empezaron a fundir el ideal nacional con las ideas socialistas y revolucionarias.

En 1890 se fundó la Federación Revolucionaria Armenia, cuyo programa hablaba de "independencia política y económica". El levantamiento de 1894 en la región de Sassun fue ahogado con sangre. Miles de armenios murieron asesinados. Las potencias occidentales quisieron conseguir la sumisión de los turcos para resolver el problema armenio, a lo que los rusos se opusieron por las implicaciones que tendría para su propia zona armenia. De esa manera, se dio la paradoja de que Rusia acudió en ayuda de Turquía para defenderlos de sus enemigos internos que le amenazaban igualmente a ella. Al tiempo, hay desórdenes en las zonas rurales y en las ciudades en las que ha ido creciendo la industria. La industrialización creó una clase obrera, no muy numerosa aún, que se encontraba concentrada en algunos puntos (San Petersburgo, Bakú y Moscú) e insatisfecha por la explotación de que era objeto, como consecuencia del interés del capital extranjero de obtener rápidos beneficios. Las huelgas de la década de los noventa tuvieron un carácter más profesional que político. La imagen del proletariado como portador de la ideología revolucionaria tal como la alimentaban los teóricos marxistas tardó en llegar. Esta imagen no encajaba con la decoración de las paredes de las viviendas obreras, llenas de iconos y retratos del zar. El primer congreso clandestino de los socialdemócratas tuvo lugar en Minsk, ya al filo del siglo XX, en 1898. La represión, de momento, era más eficaz que la organización obrera y la dirección de los socialdemócratas estaba en la cárcel o en el exilio.

La movilización proletaria y política, dirigida por los diversos sectores socialdemócratas, es un fenómeno en Rusia más propio del siglo XX que del siglo XIX. Hasta que estalló la guerra contra Japón no había ocurrido nada en Rusia -nada grave, se entiende-: el descontento de los campesinos, la oposición de los nacionalistas, la irritación de los intelectuales y de los liberales eran endémicas. Pero la fuerza de la costumbre y la inercia política dominaban la vida de la sociedad. Las frecuentes agitaciones campesinas mostraban una tendencia decreciente: en 1902 hubo 340 conflictos con los campesinos, 141 en 1903 y sólo 91 en 1904. Viva y perceptible era sólo la agitación política en las universidades, donde el ejército tuvo que intervenir varias veces. Los grupos políticos de oposición al zarismo seguían actuando en la clandestinidad y la represión policial, dirigida entonces por el ministro del Interior Plehve, que el 28 de julio de 1904 sufrió un atentado de muerte, seguía funcionando también con eficacia. El nuevo ministro (príncipe Sviatopolk-Mirski) puso fin a la política de pura represión y no ocultó al zar que el perseverar en los métodos absolutistas llevaba implícito un peligro de revolución. La guerra ruso japonesa (1904-1905) con la derrota rusa, la menor posibilidad de represión en el interior, las circunstancias coyunturales (que sé suman al malestar general) como malas cosechas, la actuación de los grupos revolucionarios en las masas.

.. Todo ello provoca la revolución de 1905. Las explicaciones económicas y sociales han puesto de relieve algunos de los factores originales de la historia de la Rusia zarista de la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX. Pero éstas no arrumbaban las interpretaciones políticas y de los cambios o permanencias de las mentalidades. Seton-Watson habla de una modernización parcial de Rusia: existen unos cambios económicos, que se pueden denominar de desarrollo, considerados los índices de producción globalmente. Asimismo, hay una transformación evidente de ciertos elementos clave de la sociedad, como es la emancipación de los siervos y la pérdida de parte del poder de la nobleza. Se produce un cambio en la estructura del ejército en comparación de aquel que fue derrotado en la guerra de Crimea. Aumenta el nivel de instrucción de muchos rusos a través, fundamentalmente, de las escuelas parroquiales, se constata a partir de la revolución de 1905 una tímida reforma política a través de la Duma especialmente, sin que satisfaga a casi nadie. En resumen, se puede observar un proceso original de cambio, real en algunos aspectos y casi inexistente en otros, lo cual produce un desajuste notorio. Como señala Trotski, al responder al sociólogo historiador Pokrovski, la debilidad de la burguesía (que las transformaciones que hemos analizado apenas fomentó) fue lo que convirtió a Rusia en negocio para los capitales extranjeros y obligó al Estado a convertirse en superempresario. Por otra parte, como dice Seton-Watson, al tiempo de las transformaciones no se acomete una modernización global del Estado, entre otras cosas el paso de una autocracia a una democracia constitucional auténtica. La clave de las revoluciones del siglo XX debe buscarse en la paradoja de un país, como Rusia, que sólo cambia en algunos aspectos. La revolución que terminó con el zarismo para establecer una nueva autocracia, demostró que la modernización no podía acometerse sólo en ciertos campos.

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