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Desarrollo


Entre 1870 y 1914 cabe distinguir cuatro ritmos en este proceso de urbanización. En Asia y África (con excepción de Japón y algunos centros coloniales), la población de las ciudades permanece estacionaria o aumenta débilmente. En los países europeos de industrialización moderada o tardía, las ciudades crecen a un ritmo limitado. Inglaterra y Alemania, al amparo del desarrollo industrial, cuentan con numerosas ciudades, rápida y poderosamente desarrolladas. En los países de fuerte inmigración se produce una urbanización extremadamente rápida y brusca. Este desarrollo urbano se debe a tres causas, a veces simultáneas. En primer lugar, la emigración del campo a la ciudad, dentro de los respectivos países, como efecto de la revolución industrial, iniciado en el siglo XVIII, y la transformación de las estructuras agrarias, acentuada a partir de las crisis de los setenta (baja de precios agrícolas). En segundo lugar, este aporte se debe a inmigrantes extranjeros, sobre todo en los países "nuevos". Por último, el propio crecimiento natural. Claro está que en el interior de las poblaciones existe una diferencia (lo mismo que entre países de bajo y alto nivel de vida) entre los barrios pobres con una natalidad fuerte, frente a los barrios de gente más acomodada. Las causas citadas permiten que continúe el ritmo de crecimiento urbano. En 1913, Europa dispone de 180 poblaciones superiores a los 100.

000 habitantes (en todo el mundo, en torno a 1850, sólo 40 alcanzaban ese número de habitantes). Diez sobrepasan 1.000.000 y algunas, como Londres, Moscú, París, Berlín, eran gigantescas. En los países nuevos, gracias a la agricultura mecanizada, el fenómeno es similar a Europa, dando lugar a ciudades "hongo" como Chicago, que pasa de 30.000 habitantes en 1850 a 2.250.000 en 1914, y Filadelfia cuya población pasa de 121.000 habitantes en 1850 a 1.600.000 en 1914. Paralelamente, la población urbana aumentaba. En Estados Unidos, pasó de 35,1 por 100 en 1890 a 51,2 por 100 en 1920. En estrecha relación con la urbanización y la emigración está el cambio de proporción de los distintos sectores de producción. A mediados del siglo XIX el sector primario (agricultura y pesca) engloba dos tercios de la población mundial. Esta estructura va a ir cambiando, en beneficio del sector secundario y terciario, en consonancia con el despegue de la industrialización, comercialización y urbanización. Inglaterra marcha a la cabeza de esta transformación, mientras que en los demás países industrializados este cambio es posterior. Así, en Estados Unidos la población activa se transformó profundamente. Una tercera característica es la ocupación de la mano de obra femenina en los sectores secundario y terciario. El caso más peculiar es el Japón, con un predominio de mujeres en la industria (en 1914 el 60 por 100); le siguen Suecia y Dinamarca (38 por 100), Francia (36 por 100) y Suiza (34 por 100). En este aspecto, y durante esos años, incide muy especialmente la movilización masculina y la suplencia de la mano de obra masculina movilizada durante la Primera Guerra Mundial.

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