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Dos focos mundiales de fuerte densidad, Europa y parte de Asia, enviaron sus emigrantes hacia cinco zonas fundamentales: América, Asia central y Siberia, África y Australia. En el caso de Europa, sus habitantes (entre 1800 y 1930) emigran en número aproximado a los 50.000.000 (según Carr Saunders en torno al 40 por 100 del crecimiento anual de la población europea), dando origen a lo que Reinhard ha denominado "Nuevas Europas". Del Reino Unido salen nada menos que 17.000.000, 10 de Alemania, 9,5 de Italia, 4,5 de Europa balcánica y danubiana, 4,4 de España, 2 de los países escandinavos, 1,6 de Portugal y 0,5 de Bélgica y Holanda. Asia, por su parte, alimenta la corriente migratoria con cerca de 10.000.000 de personas procedentes, sobre todo, de China y la India. Referencia especial merecen los 10.000.000, aproximadamente, de rusos europeos que se desplazan hacia Siberia entre 1850 y 1914. Se distinguen dos períodos de emigración en consonancia con la respectiva evolución de los países: hasta 1880 emigran especialmente británicos (suponen el 80 por 100 del total en 1850), y otros países anglosajones; desde 1880, las 4/5 partes de los emigrantes son latinos y eslavos. Como causas de esta emigración, pueden mencionarse la correlación entre presión demográfica y emigración y ciertos acontecimientos de los países receptores. Como ha demostrado Jérôme, el descubrimiento de oro en California, a partir de 1848, atrae muchos emigrantes.

Por otra parte, las dificultades de este país en ciertos momentos (la Guerra de Secesión, por ejemplo), frenan la corriente migratoria. Así pues, hay que contar, positiva o negativamente, con las situaciones concretas económicas, legales y políticas de las zonas que reciben a los emigrantes. También hay que considerar la situación geográfica, tanto del país de origen como del país receptor: zonas marítimas, distancias, comunicaciones, sin olvidar la existencia de colonias pobladas anteriormente por compatriotas que actúan de reclamo para los nuevos pobladores. La llegada de emigrantes a los países receptores contribuyó al desarrollo de su economía y palió en cierto modo los efectos del desempleo en determinados países de Europa. La incidencia del fenómeno migratorio, no será, sin embargo, idéntica en cada una de las metas de esta avalancha. Los Estados Unidos de Norteamérica son un claro ejemplo de las alteraciones producidas por el movimiento migratorio. Entre 1790 y 1950, Estados Unidos recibe cerca de 40.000.000 de extranjeros. Asimismo, el ritmo de crecimiento natural de la nación es notablemente elevado, si bien el índice de natalidad no dejó de disminuir: 50 por 1.000 en 1800, 35 por 1.000 en 1880 y 26 por 1.000 en 1920. Estos cambios se debían al aumento de las ciudades, en las que la fecundidad era inferior a la del campo. Como contrapeso, la duración de la vida media aumentaba. En todo caso, los índices de crecimiento natural y, por supuesto, de inmigración eran superiores a los europeos.

Ambos factores hicieron surgir una nueva potencia demográfica (4.000.000 de habitantes en 1790, más de 50 en 1880 y 100 en 1918). A pesar de este importante aumento, la densidad de población permaneció relativamente baja debido a la amplitud de territorios constantemente en progreso con la incorporación de nuevas tierras hacia el Oeste. Las migraciones interiores hacia el Oeste se vieron favorecidas por el establecimiento de los ferrocarriles transcontinentales y por la ley que regulaba la concesión de tierras. Paralelamente al ferrocarril, los colonos se establecieron a lo largo de los itinerarios creando Estados nuevos: Nevada, Montana, Arizona, Kansas, Wyoming, Nebraska, etc. También se colonizaron Texas y California. De este modo, se construían y se diferenciaban grupos humanos cuyas características subsisten todavía, pero cuyo origen y relaciones, favorecidos por las nuevas comunicaciones, permitían a la Federación mantener su unidad a pesar del espacio y de la inmigración. La inmigración se produce de manera especial entre 1860 y 1913 (más de 26.000.000 de inmigrantes). Durante este periodo, se asiste a cambios significativos en cuanto a la procedencia. Así, hasta 1880, los europeos que se asientan en Estados Unidos son en su mayoría son originarios de los países del Noroeste de Europa. A partir de esta fecha, aumenta la incorporación de eslavos y latinos, sin olvidar el ritmo creciente de los pueblos asiáticos. Esta nueva procedencia plantea problemas de adaptación, lo que provoca, desde la Primera Guerra Mundial, que se limite el contingente eslavo-latino en beneficio de los nórdicos.

Estas circunstancias y las peculiaridades de Estados Unidos, hacen que afloren problemas con relación a los respectivos núcleos de población. El problema principal, más grave y de mayor entidad hasta la actualidad, es, especialmente en el área sur, el creado por la población de color (el 92,1 por 100 de los negros del país, en 1850, habita en esos Estados; en 1900 era todavía el 89,7 por 100). En la primera mitad del siglo XIX, la mayoría eran esclavos; después de la abolición, su condición social no mejoró mucho. Los negros tomaron conciencia de pertenecer a América, pero no por ello pasaron a ser verdaderos ciudadanos. El desprecio anglosajón se manifestó desde la segregación (escuelas, transportes, viviendas, etc.) hasta el linchamiento. A pesar de contar con una mayor tasa de natalidad, decrece la proporción de negros en relación al total de la población: 15,7 por 100 (3,6 millones) en 1850, 11,6 por 100 (8,7 millones) en 1900. Esta aparente contradicción se debió a que apenas si hubo emigrantes de raza negra y un índice de mortalidad mayor: en 1900, un 17,6 por 1.000 para los blancos y un 27,8 por 1.000 para los negros. La segunda raza con dificultades es la amarilla. En 1892 se había prohibido la emigración de chinos. El progreso del "problema amarillo", especialmente notorio en la zona costera estadounidense del Pacífico, entre 1871 y 1878, fue demasiado rápido y provocó la caída de salarios, al conformarse con sueldos bajos.

Pese a las trabas, los japoneses siguen emigrando a EE.UU. hasta 1907, año en que se frena la emigración. Además de las motivaciones económicas y laborales, existe un motivo racial en el rechazo de la población amarilla por parte de los blancos, solucionado de momento con las cuotas establecidas por el gobierno y el nacimiento de barrios separados. Por último, por lo que respecta a la población autóctona, en 1890 había aproximadamente 240.000 indios, es decir, menos de la mitad que los que había a la llegada de los blancos. Este retroceso se explica por una eliminación sistemática, aunque muy variada en cuanto a los medios utilizados. Un proverbio indio compendia las causas de este proceso de destrucción: "El hombre blanco, el whisky, la viruela, la pólvora y las balas, la exterminación". La realidad es que para evitar que ocuparan demasiado espacio se les molestó, se les redujo a la esclavitud y se les expulsó. Los cheroquis, por ejemplo, fueron obligados a un éxodo de más de 1.000 kilómetros que fueron jalonando de cadáveres. Quedaron algunas reservas, pero fueron cada vez más escasas y reducidas. La evolución estadística de los respectivos países de América Latina no es fácil de reconstruir. Las series son incompletas, la población indígena no fue exterminada y su evaluación es sumamente difícil, al igual que los habitantes de otras zonas insertos en Latinoamérica. Esta variada población, lejos de segregarse racialmente, ha dado lugar a un innumerable conjunto de razas, grupos, categorías, etc.

, que llega hasta el momento presente. La inmigración es también importante, aunque menor que en EE.UU. Se estima en torno a 12.000.000 entre 1810 y 1950. Aunque, étnicamente, los pobladores de tan diverso origen no son solamente ibéricos, la civilización dominante (lengua, literatura, religión, costumbres) tiene un fondo hispano-portugués. De entre todos los países de América Latina dos son los más favorecidos por la emigración europea: Brasil (como Estados Unidos) combina una fuerte emigración con un elevado crecimiento natural, lo que le permite pasar de 3.000.000 a principios del siglo XIX a 27,3 millones en 1920. La República Argentina experimenta un movimiento parecido, pasa de 1.000.000 en 1850 a 7,5 en 1914. La inmigración procede de Italia (la mitad aproximadamente) y España (un tercio). En buena parte se instalan en las ciudades: en 1914, el 75 por 100 de los habitantes de Buenos Aires está inscrito en las estadísticas bajo la rúbrica "nacidos en el extranjero". La política populacionista en los gobiernos de ambos países contribuyó a la expansión económica y social de los mismos. Regiones del continente australiano, casi vacías aún a mediados del siglo XIX (en 1850 en torno a 400.000 habitantes), son pobladas por británicos hasta 1914. El asentamiento inglés en Australia, iniciado por Coock en 1770, progresa en la centuria siguiente y se consuma en 1870, después de fundar nuevas colonias británicas.

La primera colonización se hizo con "forzados" en régimen penitenciario; a partir de 1830, Gran Bretaña cambia de política intentando atraer a los emigrantes, a los que les paga el viaje, ayudando a los colonos a establecerse en la tierra. El descubrimiento de oro (1851) en Nueva Gales del Sur y Victoria es decisivo en este sentido. Al cabo de siete años (1858), se había doblado la población: 1.000.000, que se convierte en casi cuatro en 1900. Los colonos ingleses en Nueva Zelanda disfrutan de la riqueza ganadera y minera del territorio. Las estimaciones referentes a la mayor parte de África no tienen interés para el siglo XIX, debido a la escasez de datos fiables, especialmente para el África negra. Sólo se pueden dar algunas cifras aproximadas para Sudáfrica (foco de emigración de ingleses y holandeses) que pasa de 70.000 habitantes (1850) a 6.000.000 en 1914. Otro foco de emigración es el Norte de África (Argelia y Túnez), zona de atracción de los franceses, españoles e italianos, a lo largo del siglo XIX y principios del XX, aunque para los españoles fue durante largo tiempo un territorio caracterizado por la emigración temporal o "golondrina". Respecto al continente asiático, conviene llamar la atención sobre el rápido crecimiento del Japón, lo que unido a sus reducidas dimensiones insulares, contribuye a alentar un sentimiento imperialista al compás de la revolución Meiji. Japón pasa de 26 a 52.000.000 entre 1868 y 1913, de forma totalmente opuesta a Europa, pues se da una gran industrialización al tiempo que se propugna el populacionismo (su índice de crecimiento es de 6,6 por 100 en 1880 y de 13 por 100 en 1912). De las grandes masas humanas (India y China) tenemos datos muy vagos. Por lo que sabemos, experimentan un crecimiento natural debido a la diferencia entre una elevada mortalidad y una fuerte natalidad, pero esta diferencia se refiere a tales masas humanas que el aumento es impresionante. Estos países aportan contingentes notables a la emigración: chinos hacia el Pacífico e indios hacia Sudáfrica y Madagascar. Por último, Siberia se poblará entre los últimos años del siglo XIX y el siglo XX por los rusos, empeñados en una política colonizadora.

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