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Imperios y unificaci

Desarrollo


La década de los cincuenta, casi completa, es un periodo de bonanza para el nuevo Imperio, que se beneficia de una oposición debilitada por la represión, pero también de una indudable capacidad de generar adhesiones por parte del nuevo régimen, que iba desde antiguos legitimistas hasta ciertos políticos republicanos. Entre los apoyos del régimen imperial estaba, sin duda, una burguesía que se declaraba satisfecha con la paz social que prometía el régimen y que se beneficiaba de la política económica liberal de aquellos años. Por otra parte, en el desarrollo material de aquellos años correspondía un importante papel a los grandes empresarios de inspiración sansimoniana (Michel Chevalier, hermanos Isaac y Emile Pereire) que encontraban la oportunidad de poner en práctica sus ideas con regulaciones librecambistas de la vida económica y con la acometida de grandes empresas públicas, tanto en Francia como en el exterior.También fue un capítulo importante, en el fortalecimiento del nuevo régimen, el apoyo del sector eclesiástico. Como su tío, también Napoleón III estaba convencido de la importancia de la Iglesia como garantía del orden y la moral social aunque, como señalara La Gorce, el nuevo emperador tuviera "bastantes lagunas en el campo de la moral privada" y nunca abdicara de los sentimientos anticlericales que le habían llevado a luchar contra el Papado, en compañía de los revolucionarios italianos. Napoleón III aumentó constantemente las consignaciones presupuestarias de la Iglesia y dio grandes facilidades para el desarrollo de las congregaciones.

Por otra parte, el desarrollo de la ley Falloux, y la acción del ministro Fortoul permitieron un considerable aumento de la influencia de la Iglesia en todos los niveles de la enseñanza.Frente a estos apoyos, la principal oposición vino del sector republicano, que tuvo que refugiarse en la clandestinidad. Sus principales dirigentes (Ledru-Rollin) estaban en el exilio de Inglaterra o Suiza. Aunque algunos de sus órganos de prensa eran tolerados, apenas tenían ocasión de manifestarse, salvo por la difusión de una literatura fuertemente crítica en la que destacó la personalidad de Victor Hugo (Les chatiments, 1853), que también había tenido que recurrir al exilio en las islas del canal de la Mancha. La propaganda republicana, por lo demás, no alcanzaba a las clases trabajadoras, tanto rurales como urbanas, que manifestaron una cierta simpatía hacia el régimen imperial. Tampoco fue efectiva la oposición de los sectores monárquicos, que se mantuvieron al margen de la nueva situación. El conde de Chambord, pretendiente legitimista, ordenó el boicot a sus seguidores, mientras que las viejas figuras del orleanismo, que no podían depositar sus esperanzas en la oposición del Cuerpo legislativo, se retiraron a una especie de exilio interior en los ámbitos de la vida académica (Académie) o en la prensa (Revue de Deux Mondes). Muchos de ellos se pusieron a escribir libros de historia (Guizot, Tocqueville, Thiers, Montalembert) en los que la evolución política de Inglaterra era objeto preferente de sus atenciones.

Napoleón pudo dedicar entonces energías y tiempo a fortalecer el papel de Francia en el concierto internacional, con el fin de revisar los acuerdos del Congreso de Viena, que parecían humillantes a la memoria napoleónica. Las apetencias rusas sobre el Imperio Otomano y los Santos Lugares permitieron que Francia y el Reino Unido, a las que se unirían Austria y Piamonte, decidieran intervenir contra Rusia (marzo de 1854). A pesar de contar con un Ejército mediocre, y no muy bien organizado, Francia pudo beneficiarse de la guerra de Crimea para obtener la revisión de los acuerdos de 1815 en Viena. Ese fue el sentido del Congreso de París, finalizado en marzo de 1856, que proporcionó un notable prestigio al emperador. Por otra parte, Francia desarrollaba por aquellos años una activa proyección colonial que le había permitido el control del Senegal y el comienzo de su presencia en el reino de Siam. Las elecciones de 21 de junio de 1857, adelantadas para aprovechar la euforia de la guerra de Crimea, no alteran nada el carácter del Cuerpo legislativo. La oposición republicana obtiene 665.000 votos, lo que supone un 11 por 100 de los emitidos, aunque sólo le sirve para obtener cinco de los 267 escaños en disputa. El resto pertenece a la mayoría gubernamental. Sin embargo, el régimen tampoco tiene excesivos motivos para la satisfacción: más del 35 por 100 de los casi 9.500.000 electores inscritos ha preferido refugiarse en la abstención.

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