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El resultado de estos avances fue el crecimiento del comercio mundial, que incrementó su volumen en un 260 por 100 entre los años 1850 y 1870. También es ésta una época de triunfo de las teorías librecambistas, que parecen aceptarse con una fe casi religiosa, gracias al prestigio de los economistas británicos de la Escuela de Manchester (Richard Cobden, John Bright). La abolición, en 1846, de las leyes que impedían la importación de cereal al Reino Unido suponen el primer gran paso hacia la implantación del librecambismo, pero aún pasaron bastantes años hasta que sus principios fueran aceptados por otros países europeos.El tratado franco-británico de libre comercio de 1860, preparado por R. Cobden y el sansimoniano M. Chevalier, es buena muestra de estas actitudes y un modelo que siguen muchos otros Estados. Napoleón III lo había aceptado por su interés en dinamizar la economía francesa, por medio de la competencia de los productos ingleses, pero también por motivos estrictamente diplomáticos, en un momento en el que necesitaba contar con el beneplácito británico para desplegar su política italiana.La cláusula de "nación más favorecida", que se otorgaron mutuamente los signatarios franco-británicos, volvió a ser aplicada en los tratados librecambistas que Francia firmó con casi todos los países europeos durante los años siguientes, y se pensaba que podía favorecer la formación de un mercado unificado, sin barreras arancelarias.

La batalla por el librecambismo, sin embargo, fue muy dura dentro de los diversos países y el triunfo de los librecambistas resultaría, a la postre, efímero. A favor del librecambismo estuvieron las compañías ferroviarias, los banqueros que las financiaban y los exportadores de productos, ya fueran agrícolas o industriales, mientras que los partidarios del proteccionismo se contaban entre los industriales que temían la competencia inglesa (especialmente en productos textiles y en la industria metalúrgica).En cualquier caso, el triunfo de las doctrinas librecambistas se tradujo en un fuerte incremento de las actividades comerciales, que alcanzaron su punto culminante en la década de los sesenta. El papel hegemónico continuó siendo desempeñado por el Reino Unido, aunque su participación porcentual en el comercio mundial sufrió un lógico retroceso. Alemania, por el contrario, se afirmó durante los años de mediados de siglo como Una gran potencia económica y comercial.

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