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El rey Carlos VI, segundo hijo del emperador Leopoldo, nació en 1685 y su largo reinado vendría marcado por dos guerras dinásticas. Con él se extinguió la línea masculina de la familia, y de su matrimonio con la alemana Isabel Brunswick tendría a la futura emperatriz, María Teresa. El príncipe Eugenio de Saboya, que tuvo un preponderante papel en las paces de Utrecht y Rasttadt, fue nombrado presidente del Consejo de Guerra, cargo desde el que dirigió toda la acción exterior. Para defender el dilatado, y ahora disperso territorio y mantener el prestigio que correspondía a una primera potencia, Carlos VI le confió la tarea de modernizar el Ejército y construir una infraestructura defensiva adecuada. Eugenio crea una Escuela de Ingenieros Militares, aumenta los efectivos humanos (que en la Guerra de Sucesión española no llegaban a los 130.000 hombres) pero no pudo superar determinados defectos en los servicios de abastecimiento y reclutamiento, en parte por falta de recursos, de manera que su obra no fue muy brillante en este campo. Como encargado de la diplomacia realizó una acción exterior orientada a hacer prevalecer el poderío de Austria, lo que le hizo enfrentarse a España en 1717-1719, participar en la Guerra de Sucesión polaca (1733-1738) y provocar dos guerras contra los turcos. Carlos VI, volcado en sus tareas de gobierno, se dedicó principalmente al desarrollo económico del país y a lograr una participación en el comercio extraeuropeo, así como a legitimar la descendencia de su hija.

La Pragmática Sanción, dictada en abril de 1713, proclama la indivisibilidad de los territorios de la Monarquía, y el principio de primogenitura, primero por vía masculina y, en su ausencia, por vía femenina, lo que suponía sancionar la asimilación de la Corona de Bohemia y de Hungría, y la desheredación de sus sobrinas. La política económica desplegada estuvo siempre dirigida a conseguir un desarrollo de las fuerzas productivas. En este sentido se intentó estimular la agricultura, para lo cual se introducen nuevos cultivos como la patata, maíz y trébol, junto al uso constante de fertilizantes; y la industria, limitándose la capacidad de control de los gremios sobre la manufactura, estimulando las iniciativas privadas y proporcionando ayudas a la exportación de productos como porcelanas, cristal y textiles (paños, tafetán, brocados y sedas). Pero donde se hace más hincapié es en el comercio; ya en 1719 se crea en Viena la Compañía de Oriente, que instala su sede en Trieste y desde el Adriático comercia con España, Portugal y el Magreb, y hacia el Este con Turquía y otros puntos neurálgicos del comercio mediterráneo, intentó crear sus propias manufacturas pero poco después quebró. Un año más tarde se fundaría la Compañía de Ostende, con capital procedente de nobles austriacos, que gozaba de una especial protección de la Corona (el emperador recibía el 6 por 100 de los beneficios) pero que se ganó la hostilidad de las potencias marítimas ante el nacimiento de un nuevo competidor; su principal objetivo era el comercio con China y para ello instaló varios almacenes en India y Cantón.

En 1729 se crea la Compañía Comercial del Levante que desarrolla su tráfico con Salónica y Constantinopla, hasta que sufrió un duro golpe por la guerra turca de 1736-1739. Por último, habría que citar los intentos de reforma financiera con una redistribución de los impuestos indirectos, una aligeración de las cargas fiscales a Hungría y Transilvania y una cierta aportación de los territorios europeos; sin embargo, la deuda pública fue elevándose (52 millones de florines en 1714, 70 millones en 1718 y 99 millones en 1740) y esto obstaculizaría en gran medida las reformas. Con Hungría siempre se mantuvo cordial. Estando todavía en España, envió cartas de respeto al país y ya en 1713 convocó a la Dieta húngara comprometiéndose ante sus delegados a gobernar según las leyes del reino, a respetar los derechos de la nobleza y a velar por la integridad territorial; a cambio obtuvo de ellos respaldo para introducir la Pragmática Sanción, convirtiéndose en su legítimo soberano, regularizando de forma definitiva la línea sucesoria en la familia Habsburgo. Una década más tarde, la Dieta se avino a reconocer la sucesión también por vía femenina y la integración de territorios austriacos y húngaros. Quedan entonces los países húngaros asimilados al engranaje del Imperio aunque conservando su independencia constitucional; las cuestiones militares, por el contrario, serán asumidas por Viena. Respecto a los Países Bajos, Carlos pretendió gobernarlos desde Viena, mediante el Consejo Supremo de los Países Bajos, integrado por flamencos y españoles, pero esto no fue aceptado, y en 1725 volvió a la vieja organización tripartita: Consejo de Estado, Consejo privado y Consejo de Finanzas.

A su lado, los gobernadores generales y los ministros plenipotenciarios se encargaban de la ejecución de las órdenes emanadas de Viena; no obstante, el emperador no abandonó sus intentos centralizadores y practicó una creciente intervención real. Su muerte, acaecida en 1740, desencadenó otra guerra dinástica en la que participó media Europa a pesar de que la Pragmática Sanción había sido reconocida por la diplomacia internacional. A la insatisfacción de Carlos Alberto de Baviera (aspirante al trono por su matrimonio) se sumó la política expansionista prusiana, que vio llegar el momento de aumentar su territorio con la rica Silesia. La guerra inicialmente se desarrolló en los países hereditarios, después multiplicó sus escenarios, originando una densa diplomacia y la intervención de muchos países (Francia, Gran Bretaña, España). Finalmente, la Paz de Aquisgrán (1748) sancionó la pérdida de Silesia y de los ducados italianos de Parma, Piacenza y Guastalla.

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