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Federico I (1720-1751) se convierte en rey de Suecia tras la abdicación de su esposa, inaugurando un sistema de constitucionalismo democrático que acabó con la autocracia de la Monarquía. La Dieta, principal órgano político del Estado, constaba de cuatro brazos correspondientes a los estamentos sociales -nobles, clérigos, burgueses y campesinos que deliberaban y votaban por separado; la animadversión existente entre los grupos y sus irreconciliables posturas frente a determinados temas convertía frecuentemente a la Dieta en un organismo inoperante. Los nobles eran demasiado prepotentes, excesivamente celosos de su dominio exclusivo sobre los altos cargos; los miembros del clero querían también desempeñar puestos importantes y criticaban esa exclusividad, por eso se aliaban con frecuencia a los burgueses o campesinos frente a ellos; los burgueses perseguían sus propios intereses y sólo se aliaban a los otros grupos cuando salían beneficiados; por último, los campesinos odiaban a los estamentos superiores y simpatizaban con un rey que en la práctica tampoco tenía mucho poder. La Dieta debía reunirse cada tres años, y mientras era el Senado (Räd) quien se convertía en el máximo organismo del Estado, compuesto de 25 miembros elegidos por el rey de entre las ternas que le presentaban los órganos superiores. El rey fue perdiendo sus prerrogativas progresivamente, su actuación era fiscalizada por el Parlamento y sólo tenia poder para nombrar a los oficiales del reino, conceder títulos nobiliarios y dirigir el Ejército; las decisiones gubernativas eran adoptadas conjuntamente con un Gobierno compuesto de 16 personas, procedentes del Parlamento, aunque reservándose un voto de calidad.

Existían diversas facciones políticas, como el filo-ruso partido de Holstein, que tuvo gran fuerza entre 1723-1727 y apoyaba a Carlos Federico; hacia 1720 apareció un grupo de nobles hostiles a Rusia y favorables a Francia que se oponían rotundamente a la política del canciller Horn; eran nacionalistas y belicistas, pretendiendo la recuperación de las provincias bálticas a cualquier precio, serán llamados sombreros y en 1738 lograron imponerse en el Gobierno. A finales de esa década aparecen los llamados gorros, que no eran tan belicosos y propugnaban la libertad económica y una cierta flexibilización de las relaciones sociales. En este período hubo una relativa prosperidad económica dada la enorme preocupación en este campo desarrollada por el Gobierno; se mantienen los postulados mercantilistas, favoreciéndose sobre todo el comercio exterior, muy activo en el Mediterráneo, y creándose la Compañía de las Indias Orientales, y la manufactura, reforzándose el sistema gremial y estimulándose la producción nacional. Junto a ello continuó el proteccionismo aduanero, evitándose las excesivas exportaciones y adoptándose una especie de acta de navegación, en 1724, frente a la competencia de ingleses y holandeses. El sistema impositivo fue reorganizado, y junto a una fiscalidad creciente, la venta de tierras de la Corona permitió el saneamiento de la hacienda y la reducción del déficit. En los años treinta se intentó una compilación legislativa promulgándose un código donde la ley del Talión seguía teniendo plena vigencia; también se acometió la reforma de la enseñanza superior otorgándose autonomía a la Universidad de Upsala, que acabó especializándose en los estudios jurídicos para prestar formación a los futuros funcionarios, e introduciendo nuevas disciplinas como economía política, historia natural y mecánica.

La presidencia de la Cancillería, estuvo ocupada por A. Horn desde 1720, quien creía firmemente en la paz y en la ausencia de compromisos con el extranjero; su ideal era conseguir un equilibrio frente a los antagonismos existentes, Prusia-Inglaterra y Austria-Francia, y un acercamiento a los ingleses. De hecho, esto hace que en 1727 se acuerde una alianza con Hannover donde las potencias marítimas garantizaban las posesiones suecas en territorio alemán. A pesar de las propuestas francesas, Suecia rehusó participar en la Guerra de Sucesión de Polonia y sólo llega a un tratado con Francia en 1738 al término de la contienda. Esto produce la caída del canciller, sucediéndole Gyllemborg, identificado con los gorros, quien se suma al conflicto por la sucesión austriaca; por influencia francesa y con la alianza de Turquía declara una guerra a Rusia que resultaría desastrosa: la Paz de Abö (1743) supone la pérdida definitiva de Finlandia y la intromisión rusa en los asuntos internos suecos. La muerte de la reina Ulrica, en 1741, sin descendencia, plantea la lucha por la sucesión, latente desde hacía varios años; existían varios candidatos: Carlos Pedro Ulrico, sobrino de Carlos XII y Ulrica; Adolfo Federico de Holstein, apoyado por los gorros y por la zarina Isabel, y Federico de Copenhague, príncipe heredero de Dinamarca, partidario de la unión escandinava, pero que no había despertado grandes simpatías entre los suecos.

La Dieta elegiría a Adolfo Federico como heredero del reino, concertando su matrimonio con Luisa Ulrica, hermana de Federico II de Prusia. Tal y como preveía el mecanismo sucesorio, a la muerte del anterior monarca recibe la corona Adolfo Federico (1751-1771), apoyándose desde el principio en el grupo de los sombreros, que habían respaldado su candidatura, para defenderse de una Dieta que nunca le había querido y que muchas veces le haría una guerra nunca declarada. Tanto el rey como la reina se vieron forzados a aceptar una Monarquía tutelada por el Parlamento, aunque ideológicamente eran partidarios del absolutismo, y poco a poco fueron creando a su alrededor un grupo de simpatizantes que en 1756 maquina una conspiración para restablecer las prerrogativas regias. Pero el golpe, que contó con el liderazgo de significativos políticos, como Brahe, fue descubierto a tiempo, y el rey, alarmado, temiendo represalias de la Dieta, se apresuró a refrendar la Constitución libertaria de 1720, asistiendo, impotente, a la ejecución de los golpistas. De nuevo la Dieta impone su dominación con redoblada fuerza; coarta cada vez más la libertad de acción del monarca y permite únicamente unos gobiernos donde se alternan los dos partidos mayoritarios, sombreros y gorros, con exacta puntualidad; por aquellos años destacan sus líderes, el conde A. Fersen, del primer grupo, y el barón C. Pechlin, del segundo. Tras la conjura fallida, los sombreros se instalaron en el Gobierno; desde ahí se aplicaron al fomento de la producción nacional, dedicando especial interés a la agricultura, gracias a la difusión de las ideas fisiocráticas, y a las actividades mineras; hay que destacar la labor desempeñada en este sentido por una institución oficial, el Teatrum oeconomico-mechanicum, creado en 1754.

En esa misma época se adoptó el calendario gregoriano y fue ganando creciente fama la Universidad de Upsala, a donde vienen a estudiar o ejercer la docencia numerosos extranjeros. La intervención en la Guerra de los Siete Años perseguía la recuperación de Pomerania, pero los sucesivos reveses suecos lo hicieron imposible; la paz, sellada en 1762, confirmará el statu quo anterior provocando la caída de los sombreros tres años más tarde. Los gorros tomaron el relevo pero por poco tiempo (1765-1769), al asumir una política que acabó resultando impopular; se negaron a que los plebeyos ocuparan cargos públicos, aumentaron las cargas fiscales para reducir el déficit, decretaron la libertad de imprenta aboliendo cualquier tipo de censura, y en el exterior desplegaron una diplomacia defensiva frente a Dinamarca, Prusia, Polonia e Inglaterra, sobre la base del acercamiento a Rusia y el abandono de la alianza francesa. De nuevo la política exterior condiciona los asuntos internos, produciendo la caída de los gorros, y la instalación de los sombreros en el poder durante largos años (1769-1777). En este contexto, en febrero de 1771 muere el rey, legando la Corona a su hijo Gustavo, que a la sazón se encontraba en Francia, embarcado en un periplo europeo, tan del gusto de la época.

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