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¿De qué naturaleza son las diferencias que reflejan la jerarquización de asentamiento, unido a las diferencias apreciables en el ritual funerario? Conviene señalar que las variedades de sistemas de enterramiento observable en las necrópolis: ritual, tipo de tumbas, niveles de riqueza y presencia de símbolos de estatus o rango, no tienen una misma lectura, de forma que se discute si en la muerte se mantienen los mismos niveles de diferenciación social que en la vida y cómo se expresan éstos en el registro funerario. La inversión del trabajo en la construcción de grandes monumentos funerarios, los ritos complejos y la introducción de objetos como ajuares que requieren una elaboración compleja o impliquen el uso de materias primas exóticas o de difícil consecución, son considerados como indicadores de estatus diferenciados, sobre todo desde una perspectiva interna de las propias necrópolis o de las áreas locales. El aspecto territorial de las necrópolis, su ubicación en relación con los asentamientos o la distribución interna de las propias tumbas son también indicadores interesantes desde el punto de vista de las implicaciones de la organización social. En el centro de Europa encontramos situaciones mixtas, donde en una misma necrópolis o en una misma área se encuentran tumbas individuales junto a otras colectivas o la práctica de la inhumación al lado de la cremación parcial o total, en las que también pueden observarse diferencias en los ajuares aunque sin alcanzar los niveles constatados en la zona oriental, donde la presencia de útiles de cobre y las conocidas como hachas de combate en piedras duras marcan ciertas diferencias, valoradas de distinta forma según las posturas de los investigadores.

El fenómeno de la coexistencia aparece en necrópolis de Bohemia, Polonia, Moravia (por ejemplo, en Budakalász), Alemania (Rossen o Baalberge), Suiza y Francia oriental, con ejemplo en Lenzburg. En la fachada atlántica europea, en la Península Ibérica, islas Británicas, área nórdica e islas mediterráneas occidentales, las tumbas colectivas en forma de cuevas naturales o artificiales, conjuntos megalíticos bajo grandes túmulos o tumbas de falsa cúpula continúan durante el tercer milenio la tradición comenzada, en muchas de estas zonas, en épocas muy anteriores, como los casos de la Bretaña francesa, la fachada atlántica portuguesa, Dinamarca o el sur de las islas Británicas. La característica fundamental, para lo que aquí nos interesa, es el carácter colectivo de estas tumbas, lo que no quiere decir que sean igualitarias. Existen diferencias que se expresan entre las sepulturas, manifestada en la monumentalidad de su construcción, su ubicación dentro de las necrópolis, con respecto a los asentamientos o a los recursos básicos de las poblaciones que las construyeron. A su vez, el contenido de las sepulturas en forma de ajuar de las inhumaciones realizadas también puede diferenciar unas sepulturas de otras. En otro sentido, aunque suele ser muy difícil establecer una correspondencia entre cada inhumación y el ajuar que se le asocia, puede suponerse que no todos los individuos han aportado un mismo ajuar, hecho documentado en algunas ocasiones.

Estudios realizados por Rentaren para las tumbas megalíticas de la isla de Arran al oeste de Escocia o la isla de Rousay en las Orcadas, demuestran que la mano de obra movilizada para la construcción de los diferentes monumentos era perfectamente asumible por las comunidades campesinas que las utilizaron, no requiriendo de una gran organización extracomunitaria para su edificación, aunque existan diferencias entre unos monumentos y otros, ni una dirección especial y jerárquica que movilizase ese trabajo comunitario. Sin embargo, se considera que en otros casos, como los monumentos de distinto tipo -los grandes templos de la isla de Malta, Gigantija, isla de Gozo, Mnajdra, Tarxien o Hagar Quim, o los monumentos tipo henge del sur de Inglaterra del tercer milenio, con sus grandes manifestaciones en Stonehenge o Mount Pleasant- no pudieron ser realizados por pequeñas comunidades campesinas, sino que se requirió una organización que fuera capaz de movilizar un elevado número de recursos humanos y centralizar y coordinar el trabajo a realizar. En el extremo sureste de la Península ibérica, en la necrópolis colectiva de Los Millares (Almería), hay un cementerio de la segunda mitad del tercer milenio, perteneciente a un gran poblado amurallado de unas cinco hectáreas de extensión y con cerca de un centenar de tumbas colectivas de tipo tholos, con cámara cubierta por falsa bóveda, bajo túmulo y un número de inhumaciones que oscila entre más de 100 y una media de 20 individuos por tumba.

Entre ellas se han podido establecer diferencias notables, desde la energía necesaria para la construcción de cada sepultura hasta la presencia de objetos de prestigio en sus ajuares: objetos de cobre, marfil, cáscara de huevo de avestruz, ámbar, cerámicas con decoración simbólica, pintadas o campaniformes, que han llevado a plantear a Chapman que estamos ante tumbas colectivas que reflejan la existencia de grupos corporativos, que se diferencian unos de otros dentro de una escala jerárquica, pero siempre dentro de unas relaciones de parentesco, que indican una adscripción a diferentes estatus de los inhumados, aunque con un carácter colectivo, no individual. Esta situación de diferencia entre tumbas colectivas puede extenderse a otras necrópolis del sureste, Almizaraque o Barranquete en Almería, aunque menos evidente que en Los Millares, e incluso a Portugal, aunque aquí el registro es menos claro para las necrópolis y más claro para los poblados. Todo lo expuesto permite realizar una lectura donde se puede resaltar que en Europa central y suroriental, a lo largo del tercer milenio, un proceso de jerarquización social aparecería definido por un patrón de asentamiento que evidencia esa jerarquización, reforzada por la existencia de notables diferencias entre algunas sepulturas de sus necrópolis. Esa diversidad de rango viene expresada por las diferencias en los ajuares y, en algunos casos, por las estructuras de las tumbas; son siempre de carácter individual, por lo que se han utilizado términos como tumbas principescas o reales.

Ello unido a que, aunque nunca existió una tradición de tumbas colectivas en estas zonas de Europa, los tipos constructivos de las sepulturas son diferentes: estructuras de madera bajo túmulos, con empleo de ocre para recubrir los cadáveres, cámaras en pozos tras un estrecho corredor, llamadas de catacumba, todo lo que ha llevado a una serie de consideraciones, dentro de unos esquemas difusionistas, que consideran estas sepulturas como indicadores de la existencia de élites militares extranjeras que, por su mayor tecnología, controlan una población más numerosa, idea difundida por Gimbutas para explicar la expansión de los grupos Kurganes del Este. En la actualidad, dentro de un esquema neoevolucionista antropológico propuesto por Service y Fried, se han considerado estas evidencias como propias de jefaturas, en las que se conservan los vínculos de parentesco pero separados en rangos, con los individuos del segmento más próximo al jefe como elite. Renfrew propuso una distinción añadida a la caracterización de jefatura para este tipo de organización social, como vimos, considerándola "individualizing chiefdom" o jefatura individualizadora, propia del segundo milenio, pero que ya aparecería en algunos casos en el tercero, en tumbas donde los objetos funerarios de lujo acompañan a individuos privilegiados. El contraste más interesante con Europa occidental es que las tumbas colectivas, aún con sus diferencias, indican un marcado carácter comunal, subrayado por la existencia de templos o santuarios donde se refuerzan los lazos comunales por la reproducción social de unas alianzas entre asentamientos o comunidades, puesto que estos templos, henges, túmulos circulares u ovales, tipo Carnac en Morbihan (Francia) requieren colaboraciones que sobrepasan las comunidades de los pequeños poblados campesinos que construyen sus tumbas colectivas y se asocian para construir centros ceremoniales, que representan organizaciones tipo clanes que se han ido segmentando en un proceso de segregación.

Como hemos recalcado, el proceso de diferenciación social de los grupos de filiación parental de las necrópolis megalíticas se hace en el seno de la comunidad, por diferenciación entre los linajes o segmentos, sin que lleguen a romperse los nexos que los unen. La existencia, en algunas áreas, de un patrón de asentamiento jerarquizado sugiere que hay una diferenciación regional, con la existencia de algunos centros que canalizan la mayor parte de materias primas consideradas como exóticas o conseguidas a larga distancia, como el sílex. Ello nos permite considerar otros factores que se relacionan con la complejidad social. Se ha considerado que la existencia de una especialización artesanal es un claro indicio de una jerarquización que permite el control de un cierto nivel de excedente o sobreproducción que, en manos de una élite, libera a tiempo completo o parcial a algunos artesanos de las labores de producción subsistencial, agricultura o ganadería. Esa especialización se centra en la producción artesanal menos utilitaria y relacionada con la existencia de bienes considerados como de prestigio o de exhibición de rango. La metalurgia es una de las actividades consideradas indicadoras de la existencia de especialistas, pero hoy día son muchos los investigadores que piensan que los primeros estadios del desarrollo de esta tecnología no implican una especialización a tiempo completo, ni por la complejidad técnica ni por el nivel de uso del metal reflejado por las primeras sociedades metalúrgicas.

El significado de la especialización artesanal va unido al control de las redes de intercambio regional y suprarregional, puesto que las materias primas intercambiadas y que han quedado en el registro arqueológico son aquellas que se relacionan de una forma más directa con esta producción especializada. La presencia de objetos fabricados en materias primas lejanas, cuando llegan elaborados, pueden indicar la existencia de talleres regionales que ponen en circulación estos productos; por tanto, sí se podría, en estos casos, hablar con mayor base en favor de la existencia de artesanos especializados a tiempo total, liberados de las tareas de producción. En otro sentido, la circulación de materias primas poco elaboradas o en bruto iría más en relación con la existencia de artesanos o producciones que sólo implican una especialización a tiempo parcial dentro de las comunidades locales. El registro disponible indicaría que aunque existen redes de intercambio a largas distancias, que ponen en circulación sílex, metales, piedras duras y otras materias primas, la existencia de artesanos a tiempo completo no existió en todas las comunidades y quizás sean los grupos más cercanos a las fuentes de suministro de esas materias primas las que pudieron especializarse en parte en la elaboración de objetos como hachas de combate, puñales y largas hojas de sílex, ciertas formas cerámicas o determinados objetos elaborados en cobre, plata u oro.

Ello no implicaría que en las distintas comunidades no existieran especialistas que, sin estar liberados de otros trabajos, pudieran producir, por tener una mayor habilidad técnica, ciertos útiles u objetos a partir de materias primas locales o aportadas por las redes de intercambio existentes. En este sentido, Europa oriental muestra una amplia distribución de objetos en cobre, oro, concha, obsidiana, etc., para los que se han señalado puntos de origen determinados, siendo mucho menos evidente la existencia de auténticos talleres de producción especializada, aunque se han señalado para joyas como las de la necrópolis de Varna, o útiles como los cetros de oro, también de Varna, o las hacha de combate de cobre o piedras duras. Basándose en el ritual de enterramiento individual, con indicios de herencia de rango expresado en desniveles claros en la posesión de objetos de prestigio, la existencia de una especialización artesanal, centros regionales con concentración poblacional, especialización residencial, palacios y tumbas más destacadas, además del control de amplias redes de intercambio, se puede considerar que en ciertas zonas estamos ante sociedades que han sobrepasado niveles de jerarquización para alcanzar la estratificación social, que continuará acentuándose en el segundo milenio. Esta estratificación podría entenderse que se alcanza con la ruptura de las relaciones de parentesco, sustituidas por relaciones de clase, dando lugar a lo que en términos de la tipología neoevolucionista se califica de jefatura compleja, aplicada sobre todo a sociedades del Egeo, Cícladas, Creta y Anatolia, con una redistribución asimétrica que indicaría una evidencia de explotación y, por tanto, la existencia de sociedades estatales, en términos materialistas.

Mientras en Europa central y occidental la variedad de situaciones es grande, sobre todo debido a una muy desigual documentación disponible, sólo en algunas zonas el nivel de conocimientos permite hablar de una jerarquización social que no llega a romper los lazos de parentesco, pero que, basada en la existencia de centros amurallados, pueden constituir núcleos de mayor nivel de población, con una especialización artesanal que no parece llegar a alcanzar niveles de dedicación a tiempo completo y redes de distribución bien establecidas, todo lo que produce un desigual acceso a materias primas y productos concentrados en segmentos de las comunidades más complejas, sin que el nivel sobrepase la jerarquización hacia la estratificación, creando situaciones que pueden calificarse de jefaturas simples, con signos de economías de redistribución y con niveles de integración comunal basados en construcciones monumentales, templos y grandes tumbas que no nos permiten hablar aún de la existencia de clases sociales, ni de la institucionalización de productores y no productores, en organizaciones sociales aún preestatales. En los últimos siglos del tercer milenio, amplias zonas de Europa central y occidental asisten a la aparición generalizada de las tumbas individuales a base de inhumaciones en fosas, con un ajuar muy normalizado constituido por vasijas cerámicas decoradas con impresiones de cuerdas, a las que acompañan alfileres de hueso o cobre y hachas de perforación central de piedra, siempre ligadas a las tumbas masculinas.

Estas tumbas se encuentran desde el Bajo Rin a Dinamarca y Suecia. A ellas siguen el mismo sistema de enterramientos individuales con el ajuar de tipo campaniforme, que ya vimos, y que viene a alcanzar zonas más amplias que las tumbas individuales de cerámicas de cuerdas, llegando a Irlanda, Inglaterra, toda la Península Ibérica, norte de Africa, el Mediterráneo occidental, sur de Francia, norte de Italia y las islas de Cerdeña y Sicilia. El sentido de su significación para la investigación ha cambiado mucho, pues de la idea de una primera unificación de buena parte de Europa como consecuencia de una invasión desde las estepas orientales, se ha pasado a un fenómeno de muy diferente significación, que se superpone a situaciones sociales también diferentes, y, por tanto, con consecuencias diversas. Interesa resaltar que en zonas como las islas Británicas, Países Bajos, Bretaña, etc., preceden al desarrollo de las grandes tumbas individuales con un notable nivel de riqueza, del segundo milenio, que han sido consideradas propias de élites guerreras que se imponen a las poblaciones indígenas, pero que hoy se consideran fruto de la evolución social en el que las elites locales, que veíamos tenían aun una base comunal, han pasado a un carácter más individual, en el que la exhibición de su rango o estatus se simboliza por la imitación de lideres vecinos a través de la adopción de unos mismos rituales funerarios, unas modas de los bienes de prestigio y una misma ideología, definida por Shennan como interacción política entre iguales, que tiende a exhibir la desigualdad social pero, a la vez, lanzar un mensaje de integración cultural.

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