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Al igual que en política, el mundo cultural de los emperadores de la casa de Sajonia reproduce a pequeña escala el de los más importantes gobernantes carolingios. Otón I, por ejemplo, no era más cultivado que Carlomagno pero, al igual que él, supo atraer a su lado a gentes de prestigio contrastado: Raterio de Lieja, Gunzo de Novara, Liutprando de Cremona... El hermano del emperador alemán, Bruno, elevado a obispo de Colonia, fue hombre instruido y dio a la corte sajona unos ciertos tintes intelectuales. Los sucesores de Otón I tuvieron un mayor nivel cultural. Otón II, por su matrimonio con la princesa bizantina Teófano, facilitó la entrada en la corte alemana de algunos personajes forjados en la cultura griega como el calabrés Juan Filagatos. Otón III tuvo incluso una educación que podría calificarse de refinada alcanzando buenos conocimientos no sólo de su lengua materna sino también del latín y el griego. La propia dignificación que pretendió dar a la estructura del Imperio fue resultado de ese mayor nivel intelectual en relación con sus predecesores. Siguiendo con los paralelismos: el Imperio otónida al igual que el carolingio, promovió su renacimiento mediante la convergencia de gentes de variado origen: teutones, italianos, francos del Occidente, lotaringios, etc., algunos de los cuales -caso de Gerberto de Aurillac- trataron de beber en las más alejadas fuentes.

Hablar de resultados similares para renacimiento carolingio y renacimiento otoniano sería, sin embargo, llevar los paralelismos demasiado lejos. Tres aportaciones fundamentales encontramos en el Renacimiento otoniano: elementos italianos, germánicos y la figura de Gerberto de Aurillac. a) Los elementos italianos del renacimiento: ni en los peores momentos Italia padeció una absoluta sequía cultural. Nunca faltaron los retóricos o gramáticos que comentaran los textos de la Antigüedad clásica. Coincidiendo con los últimas figuras del Renacimiento carolingio en el Norte de Europa, vivió en Italia Anastasio el Bibliotecario (muerto en el 879) que gozó de un enorme crédito intelectual. Traductor de textos griegos, secretario de Nicolás I y agente de la diplomacia pontificia, compuso una "Chronographia tripartita", fundamento para la elaboración de una gran historia eclesiástica. Coincidiendo con la restauración imperial otoniana dos autores itálicos destacan de forma especial. Uno es el diácono Gunzo de Novara, buen conocedor de los clásicos. El otro -figura mucho más conocida- es Liutprando de Cremona. Natural de Pavía, en donde había recibido una notable formación en cultura profana, entró al servicio de Berenguer de Ivrea, en nombre del cual hizo un primer viaje a Constantinopla. No muy dotado de escrúpulos, Liutprando pasó luego al servicio de Otón I para quien redactó el texto de destronamiento del papa Juan XII.

Sus conocimientos del griego le valieron ser nombrado por el emperador alemán para dirigir una nueva embajada a Constantinopla en donde fue tratado con cierto desprecio por el basileus Nicéforo Focas. Sus viajes y sus buenas relaciones, le permitieron a Liutprando redactar una historia de los reyes y emperadores de su época, que tituló "Antapódosis". Se trata de un texto escrito desde la mezquindad y que destila veneno contra todos aquellos personajes (Berenguer, el emperador de Oriente, algunos papas...) contra los que su autor había mantenido diferencias. b) Los aportes germánicos: la Alemania posterior al Tratado de Verdún disponía de una buena red monástica que sufrió daños pero no de la entidad, por ejemplo, de la anglosajona. De los monasterios germanos surgen, en efecto, algunas de las grandes figuras del renacimiento otoniano. Serán, siguiendo un orden cronológico, la monja Rosvita del monasterio de Gandersheim en Hannover regido en su tiempo por la abadesa Gerberga, sobrina de Otón I. Formada en los moldes de la cultura clásica adquirida en los fondos bibliográficos de su monasterio, Rosvita se convirtió en la primera poetisa alemana. Entre sus obras se encuentran algunos poemas históricos; poemas sagrados como los que tienen por protagonistas al monje Teófilo que vendió su alma al diablo o el niño mártir mozárabe Pelayo; y algunos dramas en prosa con los que trató de contrarrestar el éxito que las comedias de Terencio estaban teniendo en aquellos años.

El monje de Corvey Widukindo (muerto en el 1004) fue miembro de una familia westfaliana que se decía descendiente del caudillo de la resistencia sajona contra Carlomagno. Su obra principal es el "Rerum gestarum Saxonicorum libri III", a mayor gloria de la dinastía otónida. Su principal tesis habría de tener un enorme predicamento: los sajones están en disposición de asumir las responsabilidades políticas que en otro tiempo tuvieron los francos, incluida la titularidad imperial. El Imperio, así, se había trasladado de los romanos a los francos y de éstos a los teutones. Widukindo narró las glorias del pueblo sajón en latín. Otros autores alemanes -bajo las mismas pautas que algunos ingleses- emprendieron una fértil labor de traducción. Fue el caso del monje Notker (950-1022) traductor del libro de los salmos, de los comentarios de Gregorio Magno al "Libro de Job" y de algunas obras de Boecio, Aristóteles, Virgilio y Terencio. c) Gerberto de Aucillac: el currículum de este personaje, la más grande figura intelectual del siglo X, es realmente impresionante. Su trayectoria puede ser reconstruida a través de su nutrida correspondencia y de las referencias recogidas por su discípulo Richer en la "Historia de Francia". Los primeros años de su educación se cubren en su Aurillac natal y en el monasterio de san Gerardo. Buena parte de su juventud y madurez los pasó recorriendo Europa. En la Cataluña condal tomó contacto con la ciencia árabe aunque no parece que viajase a Córdoba.

En el 972 ejerció la enseñanza en la escuela de Reims. En el 982 es abad de Bobbio. En el 992 asciende a arzobispo de Reims. En el 998 lo era en Ravena, desde donde saltó al pontificado con el nombre de Silvestre II. Como Papa sabemos de su amistad con Otón III. Como intelectual su fama había de nutrir un mito que desborda ampliamente la realidad al presentarle con unos tintes cercanos a la magia y la hechicería. Ello no fue sino el resultado de la curiosidad de Gerberto por un conjunto de variadas disciplinas hacia las que sus contemporáneos sintieron escasa inclinación. Si su interés por las matemáticas parece indiscutible resulta más problemática la atribución de algunas obras como la "Geometría" o el "Liber de astrolabio" que revelan una fuerte influencia de la ciencia árabe. Como filósofo, Gerberto se nutrió tanto de fuentes paganas como de las Escrituras. El concepto de Dios que sus cartas revelan, ha indicado P. Riché, está muy cercano al de Boecio. Su moral se inspira en un estoicismo pasado por el tamiz cristiano. Como educador, Gerberto debió el éxito entre sus discípulos no sólo a su amplia formación sino también al uso de un estilo elegante y sobrio muy poco común en la época. Científico, humanista, pedagogo, incansable bibliófilo, Gerberto fue también un hombre de acción que tuvo gran interés en aplicar los principios intelectuales en los que se había formado a la gestión política. Distanciándose notablemente de las ínfulas teocráticas de un Nicolás I, Gerberto/Silvestre II consideró, como Cicerón, que política y moral formaban una unidad y que el bien público estaba por encima del de las personas particulares. La crisis política que sacudió al Imperio a su muerte y a la de su discípulo Otón III, es tanto la crisis de una difícil hegemonía de la casa de Sajonia como la crisis del pensamiento político de un papa -como ha sugerido Chelini- demasiado sabio para su época.

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