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Westfalia no resolvió tampoco el contencioso abierto en el mundo báltico, que hubo de dirimirse en la llamada guerra del Norte. Carlos X Gustavo de Suecia decidió la invasión de Polonia-Lituania, debilitada por los conflictos religiosos, por la diversidad de los pueblos dentro de sus fronteras, por una Dieta inoperante debido al "liberum veto" y por la Monarquía electiva. En 1655 tomó Varsovia y Cracovia y sus fáciles éxitos en los siguientes años provocaron la constitución de un frente antisueco formado por Polonia, Dinamarca, las Provincias Unidas, Brandeburzo, Austria y Rusia. Por la paz de Roskilde (1658) Dinamarca tuvo que entregar a Suecia el extremo meridional de la península escandinava (Escania, Halland y Blekinga), más la isla noruega de Bornholm y la región noruega de Trondheim, con lo que se le arrebataba el control sobre los estrechos del Sund. La nueva situación decidió a Holanda y a Viena a intervenir en serio, y sólo la muerte de Cromwell impidió que lo hiciese Inglaterra. La guerra, ya europea, terminó en 1660 con una doble paz. Por un lado, en Oliwa se unieron representantes suecos, polacos y brandeburgueses, con Francia de mediadora, los cuales imponen a Polonia la cesión a Suecia de la Livonia interior hasta el Dvina y la rescisión del reconocimiento de vasallaje que le debía el ducado de Prusia. Por otro, en Copenhague se firma la paz entre Dinamarca y Suecia, que confirmaba el dominio sueco sobre la Escania, Halland y Blekinga, aunque había de devolver los restantes territorios conquistados a Dinamarca. Así, Suecia dio un paso más en su dominio del Báltico, donde ya no existía ninguna otra potencia capaz de hacerle sombra, aunque no podía controlar el acceso al Báltico, por lo que la libertad de paso por el Sund quedó asegurada, con gran contento de los holandeses. Finalmente, por la paz de Kardis (1661), Rusia abandonó sus pretensiones sobre Ingria, Carelia y Estonia.

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