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Los primeros síntomas de la crisis, detectados en las últimas décadas del siglo XIII, van de la mano de una serie de revueltas populares que se produjeron en diversas regiones de Europa, tanto de Italia, como de Francia, Flandes, el valle del Rin o Cataluña. Fijémonos en una de ellas, la que estalló en Barcelona en el año 1285, a cuyo frente se encontraba un tal Berenguer Oller. Del suceso tenemos las noticias que el cronista catalán Bertrán Desclot nos ha transmitido. Oigámosle: "En aquel tiempo había en la ciudad de Barcelona un hombre llamado Berenguer Oller. Era de condición vil, pero se había ganado a muchos de sus pares en esta ciudad; de grado o por fuerza había hecho jurar a casi todo el pueblo bajo de Barcelona seguir su voluntad. So pretexto del bien, hizo mucho mal en ese lugar, en perjuicio de sire rey y de los hombres probos de la ciudad. Así había juzgado y despojado a la Iglesia, al obispo y a gran número de burgueses de Barcelona de sus rentas y de sus censos, por su sola autoridad". El texto, como se ve, es rotundamente hostil a Oller, al que presenta como un hábil embaucador, que ocasionó graves daños a los grupos sociales dominantes, tanto laicos como eclesiásticos, y que había atraído a su causa, no siempre de buenas maneras, a los sectores populares. A lo sumo admite Desclot, en otro pasaje, que Oller era "muy buen hablador". Sus objetivos, dice más adelante el cronista, no eran otros sino atacar, el día de Pascua del mencionado año 1285, "a los clérigos, los judíos y todos los ricos de la ciudad que no quisieran reconocerlo", procediendo posteriormente a la eliminación de todos ellos y a la confiscación de sus bienes.

Lo cierto es que, más allá de la clara hostilidad que rezuma Desclot, se percibe un conflicto social de hondas raíces. El grupo que siguió a Oller estaba integrado por modestos artesanos y mercaderes, los cuales se sentían explotados por los poderosos, la Iglesia y el patriciado barcelonés. Pero la revuelta, como era previsible, fue sofocada, gracias a la enérgica actuación del monarca Pedro III. El orden quedó restablecido pero Berenguer Oller y otros siete compañeros suyos pagaron con su vida, pereciendo en la horca. En el inicio de la decimocuarta centuria, año 1300, se detecta una revuelta popular en la ciudad flamenca de Brujas. Dirigida por el tejedor Pierre de Coninc, al que sus partidarios denominaban Pierre Le Roy, la revuelta estaba integrada por gentes de los oficios (tejedores, bataneros, tundidores de paños, tintoreros, etc.). Coninc poseía, al parecer, indudables condiciones para ejercer el liderazgo, particularmente en el terreno de la oratoria, a juzgar por lo que señalan las crónicas de la época: "Tenía él tantas palabras y sabía hablar tan bien que era una maravilla. Y por esto los tejedores, los bataneros, los tundidores le creyeron y amaron tanto que nada había que dijera o mandara que ellos no hiciesen". No obstante el principal mérito de Coninc fue poner en conexión su movimiento con la causa que defendía por las mismas fechas el conde de Flandes. Así se entiende que mientras las gentes de los oficios, lanzadas a la revuelta, se dedicaron al pillaje contra los patricios de Brujas, los artesanos en rebeldía lucharon junto al conde de Flandes en la memorable victoria de Courtrai (1302), en donde fue derrotada nada menos que la brillante caballería francesa.

De todos modos las conquistas de los revoltosos no prosperaron. Ciertamente la revuelta se propagó a otras ciudades vecinas, como Ypres o Lieja. Pero a la larga el patriciado supo reaccionar. Por lo demás, las gentes de los oficios se escindieron en dos grupos, uno más conservador y otro más avanzado, lo que propició su derrota final. Flandes volvió a ser, unos años más tarde, escenario de la conflictividad social. Nos referimos a los sucesos de 1323, que afectaron a la región de Flandes marítimo y que tuvieron como protagonistas a los campesinos, por más que su eco llegara a algunas ciudades, como Brujas e Ypres. Se ha intentado conectar esta revuelta con las crisis de los años 1314-1317. De todos modos estaban más recientes los malos años de 1321 y 1322, en los cuales, a consecuencia de condiciones climatológicas adversas, prácticamente se perdieron las cosechas. Pero el motivo inmediato de la revuelta fue una protesta antifiscal: el rechazo de los labriegos a pagar tanto los impuestos debidos al conde de Flandes como el diezmo a la Iglesia. La revuelta se difundió con enorme rapidez. "Fue un tumulto tan grande y tan peligroso como desde hacía siglos no se veía", dice un cronista coetáneo. Ahora bien, nos equivocaríamos si consideráramos este movimiento como una simple explosión anárquica, causada por la miseria. Sin duda se sumaron a la revuelta muchos campesinos de condición modesta, pero todo parece indicar que el grupo más compacto de los sublevados procedía del campesinado de tipo medio.

Por lo demás, al frente del movimiento figuraban gentes notables, como el señor de Sijsele, el burgomaestre de Brujas Guillaume de Deken o los campesinos acomodados Nicolas Zannekin y Jacques Peyte. La revuelta se prolongó durante casi cinco años, ocasionando, según las noticias que poseemos, un mínimo de 3.000 víctimas. Pero a la postre fue sofocada, dando lugar a una represión durísima. Merece la pena señalar, finalmente, hasta qué punto esta revuelta dejó su huella en Flandes. El folklore recogió la imagen de los rústicos en rebeldía, a los que se denominaba "karls". Escuchemos lo que decía una canción coetánea a propósito de estos "karls": "Son de un carácter mordaz y quieren someter a los caballeros. Todos tienen una larga barba; llevan vestidos raídos; sus capuchones están colocados completamente a través de sus cabezas y su calzado hecho jirones... Se colman de vino y embriagándose en seguida, suenan que el Universo entero, ciudades, burgos y dominios, les pertenecen... ¡Ah!, ¡quiera el Cielo maldecirlos para siempre!" La canción, a la vista está, expresa un absoluto desprecio hacia los rústicos, pero al mismo tiempo pone de manifiesto la aguda contradicción social que había en Flandes en aquella época entre los campesinos, por una parte, y los nobles y patricios de las ciudades, por otra. Si seguimos un orden estrictamente cronológico, el siguiente movimiento popular de cierto significado con que nos encontramos se sitúa en el año 1326.

Se trata del movimiento campesino de los Armleder, desarrollado en tierras alemanas. Consta que los Armleder fueron violentamente antijudíos. No obstante, su revuelta, aunque en creciente debilitación, perduró hasta el año 1339. Flandes volvió a ser teatro de luchas sociales unos años más tarde. En 1338 estalló en Gante una insurrección popular, de la que formaban parte básicamente tejedores y bataneros. Al frente de dicha insurrección se hallaba un gran mercader, Jacobo van Artevelde, miembro de una de las más encumbradas familias patricias de la región. La revuelta, al parecer, tenía conexión con la prohibición de exportar lanas inglesas a Flandes, medida decretada en 1338. De todas formas, los amotinados se dividieron, lo que propició que la victoria sonriera finalmente a los tejedores. En el contexto de la revuelta se produjo, en 1345, el asesinato de Jacobo van Artevelde. El cronista francés J. Froissart recoge puntualmente dicho suceso: "Thomas Denis, decano de los tejedores, le asesto el primer golpe de hacha en la cabeza, y lo abatió". Es posible que Artevelde, que al fin y al cabo era un rico burgués, pretendiera gobernar de forma personal, lo que motivó las iras de los tejedores. Mas la consecuencia de aquellos sucesos fue el establecimiento en Gante, al menos hasta 1349, de la hegemonía indiscutible de los tejedores. Sin embargo, en 1349 los bataneros se tomaron la revancha, aunque un año más tarde, en un nuevo giro de la rueda de la fortuna, los tejedores volvieran a dominar la situación.

Algunos historiadores han hablado, a propósito de estos sucesos, de "la revolución de los oficios". Mas en verdad la revolución citada sólo condujo a acentuar las luchas fratricidas entre los propios miembros de los oficios, lo que sin duda llenaba de satisfacción a los patricios, teóricamente los enemigos de los artesanos. Poco antes de que mediara el siglo tuvo lugar en Roma una aventura sorprendente. Nos referimos a los sucesos del año 1347, protagonizados por Cola di Rienzo, un singular personaje, nacido en 1313 en el seno de una humilde familia. Por lo que sabemos de su vida, Rienzo alcanzó el notariado, tuvo amistad con Petrarca y adquirió un gran conocimiento de la historia antigua de Roma. Su vida pública se inició en 1343, año en el que le vemos como delegado del "popolo" de Roma en una embajada a la Corte pontificia de Avignon. Los estudiosos del personaje han puesto de manifiesto su excepcional elocuencia y su encanto personal. Partidario del igualitarismo mesiánico de Joachim de Fiore, parece que Rienzo odiaba profundamente a la alta nobleza. No obstante es posible ver en Cola di Rienzo, como han puesto de manifiesto M. Mollat y Ph. Wolff, "una mezcla de sinceridad e intriga, de violencia y seducción, de idealismo y pragmatismo, de rusticidad y cultura". Apoyado en el "popolo" y en la "gentilezza" (grupo integrado por la pequeña aristocracia y los comerciantes), Rienzo recibió el poder de la ciudad de Roma en 1347.

Así se expresa, a propósito de estos acontecimientos, el cronista G. Villani: "Por aclamación fue elegido tribuno del pueblo e investido de la señoría en el Campidoglio". El 20 de junio del citado año Cola di Rienzo subió al Capitolio, recibiendo cuatro días después el título de tribuno, que le fue renovado unos meses más tarde con carácter vitalicio. Pero más allá de los solemnes fastos, celebrados al modo de la antigua historia de Roma, la principal obsesión de Cola di Rienzo era acabar con la alta nobleza, lo que explica la afirmación de Villani: "Algunos de los Orsini y los Colonna, así como otros de Roma, huyeron fuera de la ciudad a sus tierras y a sus castillos para escapar al furor del tribuno y del pueblo". Pero el tribuno estaba asimismo muy interesado en perseguir viejos males que estaban anidados en la sociedad romana, como el vicio y la corrupción. Claro que al mismo tiempo decidió organizar espectáculos aparatosísimos, como el que tuvo lugar el día 15 de agosto en la iglesia de Santa Maria la Mayor de Roma, acto en el que Rienzo fue coronado. El historiador Dupré-Theseider calificó al citado acto de "caricatura fantástica de la coronación imperial". Es posible, no obstante, que desde aquel momento comenzara el declive del tribuno. Excomulgado por el Papa, que le acusó de usurpación, Cola di Rienzo perdió el poder en diciembre de 1347. Su regreso, siete años después, fue un mero apéndice. Las aventuras de Cola di Rienzo concluyeron en el otoño de 1354 con su asesinato y el restablecimiento pleno de la administración pontificia en Roma. De todas formas, la odisea de Cola di Rienzo, en la que había simultáneamente tanto aspectos políticos como sociales, y en la que el elemento personal desempeñó un papel decisivo, fue de una originalidad indiscutible.

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