Compartir


Datos principales


Rango

CrisisBajaEdadMedia

Desarrollo


Al tiempo que las potencias mercantiles tradicionales tropezaban con dificultades, cuando no iniciaban un inequívoco declive, otras irrumpían con fuerza notable en el escenario del comercio internacional. En su mayor parte se trataba de potencies que poseían fachadas costeras en el Atlántico, convertido desde finales del Medievo en el gran protagonista tanto de la actividad naval europea en general como del comercio marítimo en particular. Una de esas nuevas potencias fue Inglaterra. Sus puntos de partida eran inmejorables, pues poseía en abundancia lana y carbón, pero también unos puertos magníficos, de los que sobresalían Londres y Bristol, y, desde comienzos del siglo XIV, una industria pañera en creciente expansión. En un determinado momento del siglo XIV los ingleses decidieron establecer una "staple" en el Continente, en la zona del mar del Norte. Se trataba de un punto de venta obligatorio de sus lanas. Ese punto fue, habitualmente, el puerto de Calais. Asimismo, los mercaderes constituyeron asociaciones, de las cuales la más importante fue la de los "Merchant Venturers". Por si fuera poco un decreto del año 1381 reservaba para los comerciantes nacionales la utilización de barcos para los productos que se exportaban desde Inglaterra, lo que, en el fondo, venia a ser un "acta de navegación". El comercio exterior inglés tenía sus pilares en la exportación de minerales -hulla, plomo, estaño-, cueros, sebo y, fundamentalmente, paños.

Este último capítulo conoció un auténtico salto adelante en el siglo XV. Si en el año 1400 salieron de Inglaterra unas 38.000 piezas, al mediar el siglo XV esa cifra se elevaba a casi 60.000, aún cuando el crecimiento no fue lineal. Las cuentas de las aduanas de los años 1446-1448 revelan que en ese periodo Inglaterra exportó paños y lana por valor de 172.000 libras, en tanto que los restantes productos sólo alcanzaron las 11.000 libras. Los paños se embarcaban en Londres, Bristol, Southampton, Boston, Hull e Upswich, dirigiéndose a toda Europa, desde Lisboa, al Sur, hasta Bergen, al Norte, pasando por la zona de la desembocadura del Rin. Más modesta fue la presencia de Holanda, que dio en los siglos XIV y XV sus primeros pasos como potencia económica. Sin duda se benefició Holanda del auge de la pañería, proceso en buena medida paralelo al retroceso de la producción textil flamenca. Simultáneamente adquirían una dimensión internacional las ferias de Bergen-op-Zoom y la banca florecía en núcleos como Leyde, Delft, Dordrecht o Maastricht. Pero quizá lo más espectacular fue el progreso experimentado por los puertos de Amsterdam, inicialmente una simple aldea de pescadores de arenques, y de Rotterdam. Así las cosas, se explica que en la decimoquinta centuria los mercaderes holandeses se sintieran con suficiente fuerza pare competir en el ámbito báltico con los comerciantes de la Hansa. Los últimos protagonistas que debemos presentar son los reinos hispánicos, tanto la Corona de Aragón como la de Castilla o el Reino de Portugal, en donde el puerto de Lisboa tenía una importancia creciente.

La Corona de Aragón experimentó una formidable expansión, tanto militar como económica, por el Mediterráneo. Ahora bien, el comercio desarrollado en el Mare Nostrum fue ante todo una actividad propia de Cataluña. El Principado tenía excelentes puertos (sobre todo el de Barcelona), una burguesía emprendedora, una producción pañera en ascenso e instituciones adecuadas para la protección de los mercaderes (como el Consulado del Mar). El comercio catalán de fines de la Edad Media se articuló en torno a tres grandes rutas: el Mediterráneo oriental, en donde interesaban las especias; el sur de Francia, Cerdeña y Sicilia, regiones que proporcionaban cereales y, a cambio, compraban tejidos; Berbería, en donde se obtenían pieles, cuero y cera. El comercio catalán alcanzó su mayor prosperidad en la segunda mitad del siglo XIV. Pero en el siglo XV entró en franco declive, debido tanto a la presencia turca en el Mediterráneo oriental como a las propias dificultades por las que atravesó el Principado. La Corona de Castilla conoció a fines del Medievo, particularmente en el siglo XV, una gran expansión del comercio a larga distancia. El foco principal de esa actividad era el que formaban la ciudad de Burgos, por una parte, y la costa oriental del Cantábrico, con Bilbao como puerto esencial, por otra. Burgos, en donde se creó en 1443 una universidad de mercaderes, era el gran centro recolector de lanas. Los vizcaínos, por su parte, desempeñaban el papel de transportistas.

El comercio de exportación castellano se basaba en primer lugar en la lana, pero también en el hierro vizcaíno, el aceite y el vino y, desde el siglo XV, en el azúcar procedente de las islas Canarias. En contrapartida Castilla importaba manufacturas, algunos alimentos y, en menor medida, tapices y retablos. El comercio castellano se dirigía básicamente hacia Flandes, la costa atlántica de Francia y el sur de Inglaterra. En ese contexto surgieron colonias de mercaderes de Castilla en ciudades como Brujas, Rouen o Nantes. Pero también se formó un importante foco de actividad comercial en el suroreste de Andalucía. Sus grandes animadores fueron los hombres de negocios genoveses establecidos en aquella zona, los cuales, aparte del interés que mostraron por los productos de la tierra andaluza, proyectaron su actuación sobre el norte de África.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados