De la Guerra de los Seis Días a la del Kippur

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La Guerra de Suez tuvo como consecuencia el establecimiento de los "cascos azules" enviados por la ONU no sólo a lo largo de la frontera egipcio-israelí en el Sinaí sino también en el estrecho de Tirán para garantizar la navegación de Israel desde su único puerto del Mar Rojo, en Eilat. Pero esta situación de ninguna manera pudo considerarse, ni siquiera de forma remota, como una paz. Fue, en realidad, una pausa temporal en una guerra cuyos principales contendientes mantenían unas posiciones todavía más encastilladas como consecuencia de la adquisición de aliados firmes y capaces de proporcionarles armas; se produjo, pues, una "rutinización del conflicto". Cuando, en la primavera de 1965, el presidente de Túnez, Burguiba, hizo un viaje por Medio Oriente proponiendo, por un puro ejercicio de realismo, que los países árabes reconocieran a Israel a cambio de volver a las fronteras de 1948, se encontró con la indignada respuesta de Nasser quien le calificó de "derrotista" pero también con una actitud muy negativa por parte del Gobierno israelí que reivindicó "negociaciones directas" y tan sólo "ajustes territoriales menores" al "statu quo". A mediados de los sesenta los israelíes habían iniciado sus grandes proyectos de irrigación con agua traída del Mar de Galilea, lo que indicaba su voluntad de permanencia y multiplicó, así, los conflictos con los árabes. Desde finales de 1966 el camino hacia una tercera guerra entre árabes e israelíes pareció ya imparable, favorecida ésta por la llegada al poder en Siria de los sectores más radicales del partido Baas.

Fue, en efecto, Siria el principal promotor de la beligerancia. A mediados de mayo de 1967 el Gobierno de El Cairo pidió a la ONU la retirada de sus fuerzas de interposición y, días después, firmó un acuerdo con Jordania al mismo tiempo que impedía el paso del tráfico marítimo israelí por el estrecho de Tirán. Las incendiarias declaraciones de Nasser favorecieron la impresión de inminencia de un ataque propio, al mismo tiempo que la retirada precipitada de las fuerzas de la ONU, por la muy equivocada decisión de U Thant, facilitó que los israelíes pudieran llevarlo a cabo. El 5 de junio se produjo la ofensiva israelí que, pese a las circunstancias, sorprendió por completo a los egipcios. Éstos esperaban que el primer ataque adversario se dirigiera en contra de Siria, pues en esta frontera los incidentes habían sido más frecuentes hasta el momento; además, la aviación israelí procedió del mar haciendo pensar a sus enemigos, por un momento, que se reproducía la Guerra de Suez en 1956. Después de reducir a la nada a la aviación egipcia -unos 450 aparatos- los israelíes en tan sólo tres días se habían instalado a las orillas del canal de Suez haciendo posible la circulación marítima propia por el golfo de Akaba y habían logrado que Egipto aceptara el cese del combate ordenado por la ONU. Mientras tanto, la ofensiva israelí en contra de Jordania acabó con la ocupación de la totalidad de Jerusalén y Cisjordania; el rey Hussein aceptó la derrota incluso antes que los egipcios.

En cambio, la frontera siria permaneció prácticamente en calma hasta el 9 de junio en que los israelíes iniciaron la ofensiva sobre las alturas del Golán que dominan Galilea. Los combates no cesaron hasta el día 10. En el momento en que concluyeron, el Estado de Israel controlaba casi cinco veces más territorio que el que había conseguido tras la primera guerra y siete veces más del que le correspondió en el reparto propiciado por la ONU. Con algo menos de 800 muertos había destruido el 70% del equipo pesado adversario y ocupado 70. 000 kilómetros cuadrados incluyendo dentro de sus fronteras un millón de árabes. El resultado fue tan humillante para los árabes -Jordania había perdido su provincia más rica- que incitaba a buscar la revancha. En cuanto a Israel, si de forma inmediata se anexionó Jerusalén, muy pronto se encontró con la complicación complementaria de tener que administrar a tanta población árabe y de no tener una política clara para esos territorios ocupados. En cuanto a la ONU consiguió en noviembre de 1967 aprobar unánimemente una resolución -la 242- pero a partir de un contenido muy impreciso: no se sabía si Israel debía retirarse de todos los territorios ocupados o no, aunque se propiciaba la existencia de unas fronteras seguras y aceptables para todas las partes. De cualquier forma, los países árabes e Israel no llegaron a nada parecido a un acuerdo. Mientras que los árabes exigieron la retirada previa de las tropas israelíes, éstos respondieron negándose y queriendo establecer una negociación directa con el propósito de evitar cualquier tipo de acuerdo entre las superpotencias que les pudiera, a continuación, ser impuesto a ellos mismos.

Abundaron, sin embargo, las iniciativas aunque ninguna de ellas tuvo la menor posibilidad de prosperar. La ONU envió a un mediador, el diplomático sueco Gunnar Jarring cuya misión no acabó de declararse fracasada hasta 1971. El rey Hussein mantuvo contactos indirectos con Israel y se declaró dispuesto a segregar de Jordania la zona ocupada por los israelíes si esto contribuía a una solución. De Gaulle, después de intentar una concertación entre las grandes potencias que le otorgaría un papel de importancia a él mismo, se dijo partidario de un embargo de armas pero acabó vendiéndoselas a los libios, lo que Israel consideró como un acto poco amistoso. Los norteamericanos hicieron todo lo posible para tratar de lograr un cese del fuego efectivo pues, en realidad, los combates habían sido permanentes a lo largo de la línea de separación de los contendientes una vez concluidas las operaciones militares. Lo peor de la situación posterior a la Guerra de los Seis Días fue que desestabilizó todavía más la situación existente en Medio Oriente difundiendo la violencia entre quienes militaban en un mismo bando. Egipto fue pronto superado por Siria en su beligerancia anti-israelí aunque hasta la muerte de Nasser en 1970 hubo pocas posibilidades de que se pudiera llegar a la paz; sin embargo, en sus últimos años dio una mayor sensación de flexibilidad que le hizo aceptar la posibilidad de conversaciones sin la retirada israelí.

Pero la pésima novedad esencial fue el cambio producido en los países árabes del entorno. En 1964 había sido creada la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) cuyo líder indisputado fue Yaser Arafat, un pariente del Gran Mufti de Jerusalén que había sido el primer líder contrario a la llegada de los israelíes; la nueva organización de ninguna manera aceptó la posibilidad de existencia del Estado de Israel. La toma de conciencia del nacionalismo palestino muy pronto se vio acompañada por la adopción de una estrategia guerrillera a partir de bases en territorios árabes, en especial desde Jordania. Amman, aseguró Arafat en los años de la Guerra de Vietnam, vendría a ser una especie de Hanoi árabe. Ese país, como era previsible, se vio sometido a las represalias israelíes mientras que la OLP se convertía en una especie de Estado dentro del Estado. En septiembre de 1970 Hussein utilizó el Ejército jordano para restablecer el orden en los campos de refugiados en la llamada operación "Septiembre negro" que luego daría nombre a una organización palestina dedicada a la acción terrorista. Como resultado, hubo numerosas muertes y por un momento existió la posibilidad de una intervención siria a favor de los palestinos. La represión contra la OLP tuvo como consecuencia la estabilización de Jordania, pero demonizó la figura del monarca a los ojos de los árabes más radicales. Los palestinos, refugiados ahora en el Líbano, tenderían a convertirse de nuevo en un Estado dentro del Estado en este país hasta entonces estable.

Desde allí la OLP lanzó numerosas operaciones terroristas. Un comando palestino atacó al equipo olímpico israelí en Munich, en septiembre de 1972, produciendo numerosos muertos. Mientras tanto, también en el resto de Medio Oriente se producían cambios cuyo resultado más frecuente fue la aparición de regímenes árabes más radicales. En Irak un golpe de Estado en 1968 supuso la victoria del sector más radical del Baas que tuvo como dirigente principal a Sadam Hussein. Fue él quien firmó un Tratado con la URSS y nacionalizó los recursos petrolíferos en 1972. En Siria, por su parte, un golpe de Estado llevó al poder a Hafez el-Assad que, aunque se libró de los dirigentes más declaradamente prosoviéticos, al mismo tiempo mantuvo unas relaciones estrechas con la URSS, consiguiendo de ella un amplio aprovisionamiento militar que convirtió a Siria en una potencia militar de primer orden. Mientras tanto, en el Golfo Pérsico Kuwait logró la independencia en 1961 y elaboró al año siguiente una Constitución relativamente liberal en comparación con las instituciones mayoritarias en la zona. A partir de 1968 el resto los emiratos árabes del golfo, hasta el momento bajo dominación británica, se independizaron y, tras varias vicisitudes, formaron tres unidades políticas, Bahrein, Qatar y los Emiratos Árabes Reunidos, a los que hubo que sumar Omán que nunca fue colonizado y en 1971 ingresó en la ONU. Todas estas nuevas entidades políticas, pequeñas desde el punto de vista territorial y demográfico, tuvieron siempre una importancia estratégica muy considerable para Occidente, dados sus importantes recursos petrolíferos que, por otra parte, no les proporcionaban unas fronteras estables ni evitaban la codicia de otras potencias cercanas.

Para acabar de complicar la cuestión, dos sublevaciones regionales en Medio Oriente complicaron aún más la situación. Los kurdos, al Norte de Irak, aparecieron alternativamente como uno de los componentes principales de este país o como una minoría oprimida mientras la provincia de Dhofar en Omán presenció una sublevación radical. Un último factor para explicar la complicada situación estratégica de la zona fue la definitiva retirada de Gran Bretaña, la última potencia occidental presente, de ella. Fueron las dificultades económicas las que obligaron a Wilson que, en la oposición -1964- había afirmado que tenía más sentido tener mil soldados allí que en Alemania, a renunciar a esta presencia tan sólo cuatro años después. Irán sustituyó en parte a los británicos pero en un permanente conflicto con Irak con quien sólo llegó a un acuerdo, que resultaría tan sólo temporal, en 1975. Mientras tanto, se estaban produciendo cambios importantes en el Oeste de esta región del globo. En principio, la política del sucesor de Nasser, Anuar el Sadat, no sólo no supuso ningún cambio respecto a su antecesor en lo que respecta a las relaciones con la URSS sino que la ratificó y amplió. El número de consejeros soviéticos alcanzó la cifra de 20.000, dotados de misiles antiaéreos y otros materiales bélicos muy sofisticados. En 1971 el presidente soviético estuvo en la inauguración de la presa de Asuán y se firmó un nuevo Tratado entre Egipto y la URSS que permitía que los barcos soviéticos recalaran en puertos egipcios.

Pero este idilio no iba a durar mucho y en esta ocasión, como en otras a comienzos de la década de los ochenta, los soviéticos tuvieron la ocasión de comprobar la volatilidad de las alianzas que tenían en Oriente Medio. En julio de 1972 Sadat ordenó que los muy impopulares consejeros soviéticos abandonaran Egipto, a lo que se procedió de forma inmediata. No tardaría en descubrirse que lo había hecho para impedir cualquier tipo de veto sobre una acción ofensiva. Los tiempos, por otro lado, parecían propicios a la vertebración de una alternativa árabe al margen de la dependencia soviética. Sadat anunció la unión con Siria y Libia. Ésta había presenciado una revolución nacionalista que tuvo como líder a Gadaffi, muy poco propicio a la colaboración con los países comunistas pero también muy inclinado a mantener una actitud de radicalismo anti-israelí. A la altura de 1973 la unidad política mencionada se había demostrado ya imposible, de forma semejante a como sucedió con la RAU. En este año se fueron manifestando las posibilidades de un nuevo estallido bélico en Medio Oriente. La URSS, a pesar de sus dificultades con Egipto, le seguía proporcionando armas, como también a Siria. Israel, con frecuencia involucrado en operaciones de castigo contra los palestinos en Líbano, seguía estando muy aislado en el panorama internacional; además, sus nuevas fronteras eran mucho más porosas a la penetración adversaria. Mientras tanto, los países árabes iban recuperando su unidad pero este hecho no pareció constituir una suficiente advertencia para sus adversarios.

De cualquier modo, su propósito no parece haber sido lanzar a sus enemigos al mar sino tan sólo recuperar los territorios perdidos. El ataque de sirios y egipcios el 5 de octubre de 1973, un día que era, a la vez fiesta religiosa de árabes e israelíes, constituyó una sorpresa total para éstos. Los egipcios consiguieron ocupar el lado Este del canal de Suez protegidos por sus baterías de misiles soviéticos mientras que los sirios penetraban en el Golán. Sin embargo, a partir del día 12 los israelíes pasaron a la ofensiva. El 19 estaban ya a 30 kilómetros de Damasco, mientras que habían conseguido incluso una fuerte penetración al Oeste del canal de Suez, a unos 70 kilómetros de El Cairo. El fuerte apoyo norteamericano en material, conseguido a través de una espectacular operación de transporte aéreo norteamericano, había tenido este resultado. Fueron los Estados Unidos pero también la URSS quienes más contribuyeron a evitar una derrota de los árabes en un momento en que parecía inevitable: los primeros pusieron en alerta sus fuerzas nucleares mientras que los segundos amenazaron directamente a Israel. El 22 de octubre el Consejo de Seguridad de la ONU decretó un cese de las operaciones que, sin embargo, duraron hasta el 23 cuando ya todo un ejército egipcio estaba rodeado junto al canal de Suez. Israel había vencido de nuevo y ocupaba unos 1.600 kilómetros cuadrados más en Egipto y otros 600 en Siria. En esta ocasión, sin embargo, había rondado la catástrofe: en el Golán sus unidades habían tenido que intervenir sin estar por completo encuadradas.

Además, había perdido 2. 500 soldados, equivalentes a un 1% de su población. La Guerra del Kippur -el nombre de la fiesta judía ya citada- tuvo consecuencias importantes desde varios puntos de vista. Aunque en la fase final los vencedores fueran los israelíes, en realidad se había demostrado su vulnerabilidad así como la incapacidad para solucionar definitivamente mediante las armas este conflicto. Por su parte, los árabes, en especial los egipcios, habían perdido ya el complejo de inferioridad que les habían proporcionado sus derrotas hasta este momento; eso mismo facilitaba que pudieran encauzarse por el camino de la negociación. Fue, a partir de este momento, la distensión permitió, gracias al acuerdo de las superpotencias y no a las decisiones de la ONU, evitar la confrontación que había tenido lugar en este marco regional. Les correspondió a los Estados Unidos, concretamente al secretario de Estado norteamericano Kissinger, conseguir acuerdos iniciales de separación de los contendientes y sentar las bases para un posterior acuerdo de paz entre Egipto e Israel; en cambio, el papel de los soviéticos fue mucho menor. No obstante, la negociación tardaría en llegar. De momento, el resultado más inmediato de la guerra fue que los países del Golfo Pérsico utilizaron como medio de presión la elevación de los precios del crudo petrolífero y con ello desencadenaron una crisis económica de importancia trascendental y abrieron paso a un período de turbulencias multiplicado por el hecho de que la distensión acabó concluyendo a mediados de los setenta.

Pero lo que había sucedido durante todos estos años había sido muy importante. La política de apertura hacia el Este testimonió realismo y lo mismo cabe decir de la entrada de China en el concierto de las naciones. La distensión había logrado la Conferencia de Helsinki y concluir una Guerra árabe-israelí y siempre mantuvo la Guerra de Vietnam como un conflicto controlado que no podía provocar el estallido de una guerra mundial. Sin embargo, los años que vinieron supusieron la reanudación de la conflictividad porque los soviéticos tuvieron la sensación de que la distensión podía ser un camino hacia la hegemonía y porque los norteamericanos percibieron en aquélla estos mismos resultados.

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