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Tras largos decenios de lucha, en el último tercio del siglo se llegó a una estabilización duradera de las fronteras entre musulmanes y cristianos, tanto en la Europa danubiana como en el Mediterráneo. Los problemas de la seguridad de territorios y navíos derivados de la presencia, e incluso hegemonía, de los musulmanes en el Mediterráneo, seguirán siendo una de las principales preocupaciones de la política exterior de Felipe II. Los abordajes de barcos, saqueo de costas y capturas de cautivos eran constantes por parte de los berberiscos. A comienzos de su reinado, la paz de Cateau-Cambrésis (1559) puso fin a las hostilidades franco-españolas por una década, y Felipe, que aún conservaba buenas relaciones con Inglaterra, tuvo las manos libres para enfrentarse a los turcos. En 1560 volvió a respirarse el clima de cruzada en la expedición conjunta de España, el Papa, Venecia, Génova, Toscana y Malta sobre Trípoli, que rechazó el ataque, tras el cual la flota cristiana, después de haber tomado Djerba, fue destrozada por la musulmana en uno de los mayores desastres cristianos de la centuria. Desde entonces, el monarca español se dedicó a la fortificación de sus plazas africanas y a la construcción de barcos, y con esta nueva fuerza tomó de nuevo el Peñón de Vélez de la Gomera (1564) y rechazó un ataque a Malta (1565), aunque no pudo impedir que Solimán se apoderase de las últimas islas egeas poseídas por venecianos y genoveses.

En estos momentos, en 1568, sucede la sublevación de los moriscos de Granada, que habían solicitado ayuda en el norte de África y Constantinopla, provocando la mayor crisis del reinado. Esta debilidad fue aprovechada por Selim II para atacar, en 1570, Chipre, rica posesión veneciana. El resultado fue la constitución al año siguiente de una Santa Liga contra el turco, que sólo llevarán a la acción españoles, venecianos y pontificios, cuya armada conjunta capitaneará don Juan de Austria, que conseguirá una gran victoria en Lepanto (1571), en la entrada del golfo de Corinto. Venecia se resignó a reconocer la pérdida de Chipre en 1573, y la conquista en esa misma fecha de Túnez por don Juan de Austria apenas duró un año. Desde entonces, ambos contendientes, agotados y con graves problemas en otros puntos de sus respectivos Imperios, buscaron la paz, difícil por la casi imposibilidad de contactos directos entre moros y cristianos, aunque la utilización de mediadores facilitó las treguas. De hecho, desde 1574 apenas hubo ya enfrentamientos de envergadura entre unos y otros. El problema turco dejará de ser objetivo primordial para España, que tendrá otros motivos de preocupación. Por otra parte, la pacificación del Mediterráneo permitirá los avances comerciales de ingleses y holandeses, que iniciaron un contacto directo con los otomanos, siendo de nuevo posible acceder a las mercancías orientales por las rutas tradicionales.

La unión de Portugal y España, sin embargo, empujará a esta última a obstaculizar el paso por el estrecho de Gibraltar de la Compañía de Levante inglesa, que perjudicaba los intereses portugueses: un motivo más de conflicto que añadir a los ya existentes entre España e Inglaterra. En el otro frente, en Hungría, el emperador Maximiliano II será capaz de someter a Juan Segismundo, que por la tregua de Szatmar (1565) aceptará no gobernar más que en Transilvania, sobre la que reconocerá la soberanía del emperador. La amenaza turca se alejó de este frente con la muerte de Solimán en 1566, mientras intentaba restaurar la situación anterior. Desde entonces, los Habsburgo serán reyes de Hungría. Una serie de treguas sucesivas mantendrán la paz entre los dos Imperios y sus límites permanecerán estables durante siglos. La decadencia del imperio otomano hará imposible cualquier avance ulterior.

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