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Diversos hechos mermaron la integridad territorial del Imperio a lo largo de los siglos XIV y XV. En primer lugar cabe citar la independencia definitiva de los cantones suizos. Ya en el siglo XIII grandes áreas rurales del país se gobernaban de forma autónoma, a través de la configuración de alianzas permanentes entre cantones como la Liga Perpetua de Uri, Schwytz y Unterwalden. Pero hasta el siglo XIV no se incorporaron a la lucha por la independencia ciudades como Lucerna y Zurich. A finales del siglo XV los Habsburgo, duques de Austria, reconocieron la autonomía de los cantones helvéticos, reconocimiento que contribuyó a aislar Alemania de Italia y a abandonar para siempre la ya de por sí depauperada perspectiva italiana del Imperio. Por todo ello, los Habsburgo, monopolizadores de la dignidad imperial, dieron un giro a su política, centrando sus miras expansionistas en el este europeo. En segundo término cabe señalar el avance francés y borgoñón sobre las fronteras occidentales de Alemania. Francia consiguió controlar Provenza y el Delfinado. También el duque de Borgoña Carlos el Temerario llegó a dominar numerosos territorios tradicionalmente adscritos al Imperio como el Franco-Condado, los ducados imperiales de Brabante y Luxemburgo, los condados de Zelanda, Holanda y Hainault y los obispados imperiales de Lieja, Cambrai y Utrecht. Además consiguió el ducado de Güeldres, el patronazgo del arzobispado de Colonia y los derechos sucesorios de Alsacia y Lorena.

Sin embargo, gran parte de los mencionados territorios revertirán nuevamente al Imperio con el matrimonio de Maximiliano I y Maria de Borgoña en 1477. En el este de Europa las posesiones alemanas también disminuyeron, aunque la influencia de los colonos y comerciantes de origen germano siguió siendo muy importante, sobre todo en el ámbito urbano. A mediados del siglo XIV la Orden Teutónica aún controlaba todas las regiones bálticas, desde Danzig al Golfo de Finlandia. Incluso en 1346 consiguió fortalecer sus posiciones al recibir Estonia del rey de Dinamarca. Desde su cuartel general de Marienburg, fundado en 1309, los grandes maestres gobernaban sus territorios al margen de la autoridad imperial y pontificia, a la que debían obediencia nominal. Los dominios de la orden se encontraban divididos en veinte comandancias, al frente de un Komtur, y englobaban una población campesina muy heterogénea, constituida por siervos nativos y por alemanes libres. Las ciudades, de fundación germana en su totalidad, pertenecían a la Liga Hanseática y vivían un tanto al margen de la autoridad del gran maestre. Pero la aparentemente sólida estructura del estado cruzado, que había alcanzado su máximo apogeo con el maestre Winrich de Kniprode, se vino abajo con la unión de Polonia y Lituania en 1383. La derrota de Tanenberg (1410) y la segunda paz de Torun (1466) pusieron fin a la hegemonía de la Orden en los países bálticos. La Hansa también terminó por perder su influencia en el este y en el norte de Europa. Parte de su retroceso se debió a la falta de apoyo de las órdenes militares, que se encontraban en franca retirada, pero sobre todo a la entrada en escena de otras potencias mercantiles como Inglaterra u Holanda. Poco a poco su centro neurálgico, Lübeck, terminó por perder el control sobre el comercio del Mar del Norte, del Báltico y de los estrechos daneses.

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