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Resulta sumamente difícil hablar de Alemania como una entidad única para los siglos bajomedievales, ya que la nota dominante de su historia en este momento es la dispersión y disgregación del poder político. Sólo a finales del XV surgirá en la literatura y en las expresiones artísticas cierta conciencia nacional unitaria, como reacción frente a la preponderancia de los modelos italianos en el mundo de la cultura. La historiografía, enfocada mayoritariamente hacia la institución imperial, ha tratado el periodo como una etapa de crisis y decadencia, opuesta a la capitalizada por figuras como Federico Barbarroja o Federico II. El emperador alemán pierde poco a poco sus parcelas de poder en beneficio de los pequeños y grandes estados autónomos que surgen en el país. Curiosamente, este fenómeno se produce en un momento en el que Inglaterra, Francia, Portugal, Aragón o Castilla asientan sus bases como monarquías centralizadas. En Alemania son los príncipes autónomos como el margrave de Brandeburgo o el conde de Württemberg los que llevan a cabo la centralización política en el seno de sus dominios. La corona imperial no llegó nunca a transmitirse por vía hereditaria, aunque a lo largo de los siglos bajomedievales fue monopolizada por los Luxemburgo y los Habsburgo, como resultado de las llamadas "elecciones a saltos" (Springwahlen). El reino de Alemania formaba parte de los territorios del Sacro Romano Imperio.

La península italiana, integrada teóricamente en los dominios del Reich, vivía al margen de la autoridad imperial, a pesar de los intentos de revitalización de la misma por parte de algunos emperadores como Enrique VII (1308-1313). El Imperio encontraba dificultades en sus fronteras occidentales, en donde la presión de los reyes franceses provocó la pérdida de algunos territorios de tradición imperial. Así, en 1312 Felipe IV consiguió controlar Lyon y su comarca, territorios que se sumaron a la región de Verdun, posesión francesa desde la celebración de la entrevista de Quatrevaux (1299). Algunos años mas tarde, Felipe VI adquirió para su hijo el Delfinado (1349), tras un periodo de largas negociaciones iniciado en 1342. Este, en teoría, continuó ligado al Imperio al ser gobernado por el delfín -heredero de la corona francesa- en calidad de vicario imperial. Por el contrario, sus fronteras orientales, pese a contar con dos estados no pertenecientes a la órbita imperial como Hungría y Polonia, crecieron gracias a la acción de las Ordenes Militares, promotoras de la colonización germana de los territorios situados al Norte de Polonia y continuadoras de la expansión alemana sobre la Europa Oriental (Drang nach Osten). La Orden Teutónica se apodero desde 1228 de los territorios bálticos situados en torno a las desembocaduras de los ríos Oder, Vístula y Memel. Por su parte, los Caballeros Portaespadas se adentraron hasta el golfo de Finlandia, en donde, al noreste del Memel, fundaron algunas ciudades como Riga o Reval.

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