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El pastel es una de las técnicas pictóricas favoritas de los impresionistas, especialmente para Degas. Consiste en un color en polvo seco, mezclado con la suficiente cantidad de goma -generalmente arábiga- para que éste aglutine. La mezcla se deja reposar en moldes para formar frágiles lápices de un dedo aproximadamente. Al frotar con los lápices, el pigmento se adhiere al papel. Monet realizó algunas obras con esta técnica ya que le permitía trabajar con rapidez y, por lo tanto, podía captar la luz de cada momento con mayor facilidad. La puesta del sol en el mar que contemplamos es un ejercicio casi cercano a la abstracción, donde las formas casi desaparecen para interesarse por el color y la luz, elementos definitivos para el Impresionismo. Las tonalidades doradas del cielo tienen su reflejo en el agua, creando un efecto de gran intensidad y espectacularidad que también buscaban los realistas liderados por Courbet al representar la naturaleza tal como era, alejándose de embellecimientos superfluos. El resultado es una obra de gran espectacularidad en la que el maestro anticipa trabajos maduros como los Nenúfares de Giverny.
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Para olvidar la muerte de Camille, su esposa, y superar de alguna manera la delicada situación económica por la que atravesaba, Monet se dedicó a pintar de manera frenética. El deshielo del Sena -se llegaron a alcanzar temperaturas de 25 grados bajo cero en Vétheuil- aportará un atractivo pictórico al artista, surgiendo una interesante serie en la que busca captar las diferentes tonalidades que producen los efectos lumínicos y atmosféricos. En esta ocasión nos presenta una puesta de sol que enrojece el río y el cielo, creando tonalidades apagadas en la ribera y la población del fondo que se identifican con la estación invernal. Las pinceladas son atrevidas, descomponiendo las formas y los volúmenes para acercarse a la abstracción, centrando el maestro toda su atención en la luz y el color. El abocetamiento de la escena y la sensación atmosférica creada recuerdan a las acuarelas de Turner, un pintor admirado por Monet cuyas obras pudo contemplar durante su estancia en Londres.
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La inundación de la casa de Poissy y el malestar que sentía Monet en este lugar llevó al pintor a trasladarse en enero de 1883 a Etrerat, localidad famosa por sus impactantes acantilados que limitaban las bellas playas. Allí ya habían trabajado Courbet, Corot y Boudin, cuyos obras Monet conocía. Una vez más el pintor se interesa por efectos de luz y de atmósfera, en esta ocasión una puesta de sol. Los acantilados quedan al fondo, en una zona de intensa penumbra, mientras que los últimos brillos del sol se reflejan en las serenas aguas, al igual que el movimiento de las plateadas nubes. La pincelada es rápida, aplicando el color a base de toques cortos que configuran la composición como si de un puzzle se tratara. En estos trabajos se aprecia una tendencia a la síntesis, prescindiendo de la impresión del conjunto, recordando a los grabados japoneses de Hokusai.