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Aunque Nicolas Poussin es considerado un paradigma del paisajismo francés del Barroco, la encarnación verdadera de este género es Claudio de Lorena. Lejos del realismo holandés, Lorena re-crea sus paisajes a partir del natural introduciendo un fondo de lirismo, de melancolía, que no aparece en la pintura del norte de Europa. Su luminosidad abrió nuevas puertas al género, y fue la referencia posterior de paisajistas como el británico Turner. La gran preocupación del Barroco era, en efecto, la luz. Frente al poderoso contraste de luz y oscuridad de Caravaggio, se alza la visión directa de la luz solar, en diferentes momentos, en especial el amanecer y el atardecer, momentos en que los colores se perciben con una mayor riqueza de matices. Este estilo se asentaría en especial a partir de 1640. La gradación cromática, "atmosférica", reemplaza la perspectiva lineal; la arquitectura, aunque clásica en algunos casos, se halla sometida al paso del tiempo, en ocasiones ruinosa y romántica, a diferencia de Poussin, para quien la arquitectura romana es un valor imperecedero. Lorena realizaba numerosos apuntes, recogidos en sus giras por los alrededores de Roma y los puertos de Nápoles y Génova. Por ello, a pesar de situarse en la Antigüedad, la pintura tiene el valor de lo cotidiano. No es una reconstrucción arqueológica del pasado, sino el pasado evocado desde el presente. En su última etapa, a la que pertenece esta obra, su escenario se amplía hasta la totalidad; la asimetría compositiva es característica.
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Se conserva fechada en el fardo portado por el hombre en el centro de la escena, lo que nos permite situarla en 1643. Las escenas de puerto son muy frecuentes en la obra de Claudio de Lorena, quien se interesaba por los efectos de la luz a diferentes horas del día, en especial el amanecer y el atardecer sobre el agua y sobre los monumentos clásicos, poblados por todo tipo de personajes, tanto mitológicos como tomados de la realidad. En este caso, vemos a una serie de operarios y marineros cargando y descargando un barco, a la izquierda, empleando un bote, durmiendo o paseando entre los pórticos. Aunque la mayoría de los monumentos que plasmaba Claudio de Lorena no son identificables, la costumbre de tomar notas de paisajes y edificios en sus frecuentes paseos por los alrededores de Roma, a veces acompañado por Nicolas Poussin, deja su huellas en algunas ruinas identificables. Este es el caso de la puerta monumental de la derecha, junto a la torre, que está inspirada en el romano Arco de los Plateros, en San Giorgio in Velabro. La obra presenta todas las características propias de la madurez del pintor, con una mayor destreza en el dibujo de las figuras, una paleta más cálida y un tono intenso, profundo, en el mar. Esta obra, aunque presenta variaciones en cuanto a la composición, está autentificada por un dibujo del propio Claudio de Lorena en su Liber Veritatis, un catálogo de su obra que el pintor realizó para evitar falsificaciones y usurpaciones de autoría, dibujo que hoy se conserva en el Museo Británico.
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Con trazo rápido, Durero apuntó en la parte superior de este dibujo el año en el que lo realizó, 1520, y el lugar donde lo hizo, Anvers. El pintor estaba de viaje por los Países Bajos, en busca del nuevo emperador, Carlos V. Deseaba pedirle la renovación de la pensión que le había adjudicado el anterior emperador, Maximiliano I. Durante el camino, Durero siguió con su costumbre de dibujar todo lo que veía y realizó impresionantes dibujos de animales curiosos, como morsas, leones, un rinoceronte... y de los paisajes que atravesó, como este espacioso puerto, en el que la luz y el espacio lo llenan todo.
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Tras la rendición de París como colofón de la Guerra Franco-prusiana, Manet se reúne con su familia en Oloron-Sainte-Marie desde donde se trasladan a Burdeos para estar allí una semana. Después continuarán camino hacia Arcanchon. Durante esa estancia en Burdeos, el maestro realizará uno de sus paisajes marinos más ambiciosos, tomando la vista del puerto desde las ventanas de un café en el "quai des Chartrons". Manet enlaza con los jóvenes impresionistas posiblemente por primera vez, al mostrar una imagen tomada directamente del natural en donde las luces tienen un papel destacado. La silueta de la catedral que apreciamos al fondo toma un color malva, siguiendo los trabajos de Monet o Renoir. El ajetreo del puerto se muestra de manera soberbia tanto por la actividad de las figuras del primer plano como por la cantidad de mástiles que aparecen a la izquierda, ejecutados con rápidas líneas oscuras. La pincelada es bastante suelta, acusándose un pronunciado abocetamiento. Otro de los logros es el ambiente atmosférico del invierno, predominando las tonalidades grisáceas sobre los verdes o los amarillos. Con este trabajo, Manet demuestra que asimila el nuevo estilo aunque siempre mantendrá su independencia, alejándose paulatinamente de las obras oscuras que marcan su primera etapa como el Bebedor de absenta o el Torero muerto.