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El detonante fue la invasión prusiana de Silesia. Federico II, ante las indecisiones francesas y sin declaración previa, entró en el territorio en diciembre de 1740 con los pretextos de ciertos derechos sobre cuatro ducados silesios y librar a la población de la conquista sajona. Confiado y con la esperanza de evitar una costosa contienda hizo varias propuestas a María Teresa para la cesión: el voto a Francisco de Lorena, su esposo, para el trono imperial, el pago de una indemnización, la confirmación del resto de los dominios austriacos y, por último, la aceptación de parte de Silesia como garantía de los anteriores compromisos. Buen estratega, el elector conocía bien el juego de poderes del momento y, por tanto, la difícil posición austriaca. Las propuestas de Federico II fueron desestimadas con la excusa de que el traspaso de Silesia iba en contra de la Pragmática Sanción, aunque únicamente contase con el hipotético compromiso de británicos, hannoverianos, holandeses, sajones y rusos. Tras la decisión tomada por Fleury con respecto a Baviera, envió al conde de Belle-Isle de embajador a Alemania para que preparase una coalición contra María Teresa. En marzo de 1741 se firmaba, en apoyo al candidato Carlos Alberto, el Tratado de Nymphenburg por Francia, España, las Dos Sicilias, el Palatinado y Colonia, al que se unió Federico II, por el Tratado de Breslau, de junio de 1741, con las garantías de una parte de Silesia y el respaldo francés. Sin previa declaración de guerra, un ejército franco-bávaro ocupó Bohemia y entró en Praga en noviembre de 1741. Mientras, Federico II se aprovechaba de dos situaciones: la apertura de varios frentes le permitía maniobrar con seguridad por la dispersión de fuerzas austríacas y las disputas en el gabinete británico entre Newcastle y Walpole, especialmente preocupados por los conflictos ultramarinos. Tales circunstancias condujeron al entendimiento entre Gran Bretaña y Prusia para la entrega de la Baja Silesia, al tiempo que se firmaba el armisticio de Kelin-Schellendorf, en 1741, entre Berlín y Viena. Las conversaciones iniciadas para un acercamiento a Francia no tuvieron los resultados previstos y Federico II firmó el segundo Tratado de Breslau, en julio dé 1742, donde Viena reconocía la cesión de toda Silesia a Prusia, no sin antes sufrir las presiones económicas de los diplomáticos británicos. Austria se sintió defraudada, pero era el único modo de frenar la ofensiva prusiana, y, además, necesitaba la paz porque Londres buscaba el respaldo holandés en la invasión de Francia. Desunidos sus enemigos, María Teresa reaccionó y recuperó Bohemia y entró en Baviera, gracias al respaldo militar de la nobleza húngara a la que hizo algunas concesiones relativas a sus libertades. Carteret denunció la Convención de Hannover de Jorge II y elaboró un plan de ataque dirigido contra Francia. Gracias a la política británica, María Teresa contaba ahora con su apoyo sin trabas, cuyo objetivo consistía en la creación de graves problemas a Francia. La red política londinense surtió pronto los efectos deseados. Augusto III pasó al bando austriaco cuando la archiduquesa accedió a varias de las cláusulas, que antes se había negado a ratificar, del tratado de abril de 1741, sobre subsidios, compensaciones territoriales en Sajonia y compromisos de conversión del Electorado en reino, a cambio de su voto a Francisco de Lorena y ayuda militar en la guerra. También aquí María Teresa cedía por la presión diplomática y, por tanto, consideraba provisionales los acuerdos. Vista la situación, la mayoría de los príncipes alemanes se acercaron a Austria, sobre todo tras la firma del Tratado de Westminster, en noviembre de 1742, entre Londres y Berlín. Los acontecimientos militares se sucedieron en contra de Francia y Jorge II, con un ejército de británicos, hannoverianos y austriacos, los derrotó en Dettingen, en junio de 1743. Luis XV era vencido en todos los frentes europeos y el fracaso definitivo parecía que sólo era cuestión de tiempo, pero un cambio de planes británico, ante la actitud antibelicista de los regentes holandeses, salvó la situación. Otro escenario fueron las ambicionadas posesiones italianas de los Habsburgo. Uno de los principales personajes era Carlos Manuel de Cerdeña, que buscaba el equilibrio entre Borbones y Habsburgos en su propio provecho, ya que París le ofrecía territorios y Viena el apoyo a sus pretensiones, previo reconocimiento de la Pragmática Sanción. Las reclamaciones de Felipe V e Isabel de Farnesio hicieron que, finalmente, se acercara al bando austriaco, ya que sólo la presencia de la marina británica, añadida a presiones militares terrestres, impidieron que se lograsen los deseos de los Borbones en Italia. Después de Dettingen, los políticos londinenses posibilitaron la firma del Tratado de Worms, en septiembre de 1743, por Austria, Cerdeña y Gran Bretaña, donde Carlos Manuel conseguía la ayuda económica británica y la cesión por la archiduquesa de parte del Milanesado, Piacenza y ciertos derechos sobre Finale. Las ventajas se debían al miedo de Londres a la amistad de Cerdeña con Francia y España. Ningún estadista había sido capaz de preveer las consecuencias de un tratado que, en principio, carecía de importancia con respecto a los anteriores. Sin embargo, la coyuntura internacional lo convirtió en una pieza clave en la Guerra de Sucesión austríaca. Génova denunció el punto relativo a Finale y Carlos Manuel rechazó la conquista y reparto de Nápoles y Sicilia por Austria porque alteraría el equilibrio peninsular en favor de los Habsburgo, lo que disgustó a María Teresa. La difusa diplomacia de París en Italia, tras la muerte de Fleury, se oponía tanto al acercamiento de Felipe V a Viena o Londres, como a una alianza familiar. No obstante, poco después, el enojo de ambos Estados por la firma del Tratado de Worms se plasmó en el segundo Pacto de Familia, en octubre de 1743, por el que Francia apoyaba la reconquista de Gibraltar y Menorca y aseguraba a don Felipe Parma, Piacenza y Lombardía. Además, Federico II participó en la contienda porque en Worms se confirmaba la Pragmática Sanción, inclusive en Silesia, lo que permitiría a María Teresa la ocupación de Baviera y las intrigas internas en el Imperio en favor de una reunificación bajo los Habsburgo. Carteret, respaldado por los éxitos militares, propició la más ambiciosa empresa diplomática del momento: la reunión de Carlos VII y María Teresa, con el fin de formar la antigua alianza antifrancesa de 1701. Los delegados británicos y bávaros llegaron a un consenso en julio de 1743 por el Tratado de Hanau: Carlos se pasaba al bando antifrancés, renunciaba a los derechos sobre los territorios de la archiduquesa, se le restituían sus dominios hereditarios y parte del Palatinado, recibía importantes cantidades de dinero y se le prometía la conversión en reino de su Electorado. Pero estos compromisos quedaron invalidados por la reanudación de la guerra y el rechazo del Parlamento británico a votar otros subsidios. A partir de 1744, la política londinense estuvo caracterizada por la ausencia de una dirección conveniente, la inestabilidad y la falta de coordinación entre el rey y los ministros. Europa septentrional también se vio mezclada en el conflicto por la instigación francesa a los suecos en contra de Rusia. Estocolmo, con la excusa de la Guerra de Sucesión austríaca, quiso recuperar las provincias bálticas en manos zaristas, de ahí que se aceptaran los encuentros secretos con la hija de Pedro I, Isabel, para la sustitución de Iván IV. A cambio de apoyo militar sueco, se procedería a la devolución de las pérdidas de Nystadt, pero la traición de la emperatriz y la existencia de problemas dinásticos concretos hicieron imposible cualquier reclamación. El asunto quedó zanjado con el Tratado de Abö, agosto de 1743, donde Suecia aceptaba la tutela rusa, rechazaba la francesa y perdía parte de Finlandia. La zarina tomó una actitud favorable a Austria y Gran Bretaña para garantizar las ganancias obtenidas y evitar el intervencionismo francés, siempre proclive a las pretensiones antirrusas.
Personaje Político
Cuando la XXVI Dinastía accede la poder de Egipto los asirios controlaban desde el Delta hasta Tebas. Esta conquista se había producido durante los reinados de Taharqa y Tanutamón, estando ampliamente documentada. Sin embargo, no existe, hasta ahora, ningún documento egipcio que haga referencia a la expulsión de los asirios. El historiador griego Herodoto nos cuenta que Egipto se dividió en doce partes encomendadas a doce jefes, existiendo una ley interna para "no destruirse entre sí, no intentar tener uno más que otro y mantener estrecha amistad". Pero parece que Psamético, el príncipe de Sais, con la ayuda del rey Giges de Lidia y de un poderoso contingente de mercenarios griegos, se erigirá como líder, expulsando a los asirios y proclamándose rey del Alto y Bajo Egipto. Posiblemente llegó a perseguir a los asirios hasta Palestina, tomando la ciudad de Ashod. Para ejercer el control sobre Tebas, capital del Alto Egipto, hizo adoptar a su hija Nitocris por la divina esposa de Amón, Shapenupet II, hija de Piânki. La ciudad mantuvo ciertos privilegios pero Psamético se aseguraba la fidelidad del todopoderoso clero de Amón. Las siguientes medidas estarían encaminadas a disminuir el poder del gobernador de Tebas y del clero de Amón, colocando a un funcionario de su confianza llamado Nesnauiau. Con el fin de controlar a los señores feudales del norte del país se creó una curiosa fórmula: la limitación de las fortunas personales. Cuando un señor sobrepasaba la fortuna considerada por el rey, debía donar el sobrante a los templos. De esta manera se vigilaba a los nobles pero se incrementaba el poder de los templos, llegando un momento en el que los templos serán más ricos que el propio Estado. No todos acogieron con el mismo entusiasmo al nuevo rey. Los mercenarios libios se convertirán en sus principales adversarios al temer perder sus privilegios. Para evitar revueltas Psamético colocó una serie de guarniciones en Elefantina, Tell Dafennah y Márea. Estas decisiones, junto al empleo de soldados griegos para las tropas de élite, motivaron cierto descontento en el ejército, desarrollándose un caldo de cultivo contrario al rey que estallará en los reinados de Apries y Amasis. La recuperada autoridad traería consigo el fortalecimiento de la economía y el comercio, entrando en una época de prosperidad que enriqueció a la mayoría de sus habitantes. Una buena parte de los comerciantes eran de origen griego, instalando colonias en el Delta y en el Alto Egipto. La circulación comercial entre Grecia y Egipto será intensa y fluida. El rápido enriquecimiento de estos griegos provocaría cierto descontento por parte de los egipcios, produciéndose algunos episodios de xenofobia.
Personaje Político
La situación en Asia estaba tremendamente complicada en las décadas centrales del siglo VI a. C. En el 555 a. C. Ciro se convierte en rey único de persas y medos. Tras asegurar su frontera oriental, se decidió por la intervención en Babilonia, convirtiéndose en el dueño y señor de todo el Próximo Oriente Asiático. Su hijo Cambises hereda las ansias expansionistas de su padre y conquistará Egipto. Amasis había dejado a su hijo Psamético II en una situación complicada, con los persas en las fronteras. Al año de subir al trono, en la primavera de 525 a. C., Cambises penetra en Egipto por la vieja ruta utilizada por los egipcios para invadir Asia. El enfrentamiento tendrá lugar en Pelusio y los derrotados egipcios se refugiaron en Menfis. Cambises sitió la ciudad que se rindió. Psamético III intentó sublevar a sus súbditos contra los persas pero Cambises reaccionó conquistando el Alto Egipto y enviando tropas al sur. Psamético III murió víctima de esa sublevación.
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acepcion
Corona doble, formada por la corona blanca y la roja. Simbolizaba el poder en el Alto y el Bajo Egipto
acepcion
Templo en cuyas fachadas laterales aparecen columnas empotradas en el muro.
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acepcion
Representación gráfica del peso de las almas por seres no naturales. El tema tiene su origen en el Egipto faraónico, popularizándose en la Edad Media .