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En efecto, Alejandro como eje de los cambios se convierte en mito, lo que no quiere decir que su figura se halle exenta de crítica. Antes bien, por eso mismo, los juicios se colocan en posiciones opuestas, siempre resaltando el carácter excepcional de su personalidad. En este plano, la versión mítica más definida es la que ha llegado a través de Diodoro de Sicilia, que le dedica prácticamente todo el libro XVII. Al parecer, esta versión, mayoritariamente recibida de Clitarco, historiador vinculado a la corte de los Lágidas en Alejandría, a donde Ptolomeo trasladó el cadáver del Rey macedónico, se encuentra en la tendencia que procuraba hacer notar que la realeza benefactora tenía carácter divino, al estilo de los dioses propios de la visión evemerista, que los consideraba grandes benefactores de la humanidad transformados en dioses. Lo mismo podría aplicarse a Alejandro e incluso a Ptolomeo Lago. Sin embargo, para Goukowsky, la teoría tenía su fundamento en la personalidad misma de Alejandro, cuya biografía, insertada en el mundo de la conquista asiática había producido unas importantes mutaciones desde la realeza macedónica hasta el despotismo orientalizante, cuyo carácter carismático necesitaba el apoyo de la identificación con la divinidad. Los síntomas se habían manifestado precisamente en Egipto, en el santuario de Zeus Amón. En ese proceso, la victoria se convierte en elemento clave para consolidarse en el poder al que se atribuye un carácter sobrehumano que heredarán los reyes helenísticos. Paralelamente, de modo en muchas ocasiones inseparable, Alejandro es objeto de críticas basadas en su actuación violenta y en sus excesos de todo tipo. Si en algunas ocasiones se trata de descalificar un modelo negativo de Rey, en otras representa más bien un ornamento para destacar los aspectos excepcionales de una personalidad colocada en los limites de lo humano y lo divino. Sólo él es capaz de conjugar los aspectos extremos que caracterizan al héroe. Pero, curiosamente, el retrato de la imagen de Alejandro sólo se completa si se tiene en cuenta que de la misma corte de Ptolomeo surge la versión que transmiten las fuentes de Arriano para proporcionar una imagen de Alejandro como Rey sereno y reflexivo, contrapunto del tirano, modelo de otra imagen igualmente mítica del Rey macedónico. Desde el principio, Alejandro se presta a que se configuren imágenes polisémicas de su personalidad y del sentido de la misma en la realidad histórica del momento.
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El último cuarto del siglo XIX fue un período de franca recuperación de la influencia social de la Iglesia en España. Es cierto que fracasó el intento de crear una organización que centralizara y dirigiera todas las iniciativas católicas existentes: el movimiento católico impulsado por los Congresos Católicos, que comenzaron a celebrarse en Madrid en 1889. Pero el hecho fue que a través de esas múltiples iniciativas, dispersas y variadas, los católicos estuvieron presentes e influyeron poderosamente en la sociedad. Los campos más importantes donde se manifestó esta actividad fueron la enseñanza, las publicaciones y la asistencia social. Con relación a la enseñanza, el fenómeno más importante fue el enorme desarrollo de los centros religiosos, favorecido por una ley del ministro conservador Alejandro Pidal, en 1885, que creó los colegios asimilados, con plena capacidad para examinar y conceder títulos. Las órdenes y congregaciones religiosas que, por aquellos mismos años, vieron engrosados considerablemente sus efectivos con miembros desplazados de Francia por la política anticlerical de los republicanos, aprovecharon la ocasión y se extendieron por todas las ciudades del país, en cuyos ensanches ocuparon magníficos emplazamientos. A las completas redes de centros de escolapios y jesuitas, se sumaron las de los agustinos y las de otras congregaciones -salesianos, maristas, marianistas, ursulinas, principalmente- procedentes de Francia. Su dedicación preferente fue la enseñanza secundaria de las clases acomodadas, aunque en locales anexos -perfectamente separados- también pusieron en práctica iniciativas dirigidas a las clases trabajadoras, como clases nocturnas o para sirvientas. Una iniciativa surgida espontáneamente, fueron las Escuelas del Ave María, fundadas en Granada, en 1888, por el sacerdote Andrés Manjón, con el propósito de educar a niños y niñas pobres. La letra impresa fue otro de los medios más importantes de irradiación católica en la sociedad. Feliciano Montero ofrece una cumplida relación de los diferentes tipos de publicaciones: populares y universales, como Almanaques-Calendarios, literatura recreativa pero edificante, como la Biblioteca escogida de la juventud, publicaciones destinadas a adultos como la Velada de la familia cristiana o el Manual de las madres católicas, 38 diarios, como el integrista El Siglo Futuro, La Fe o El Correo Español, 64 semanarios, o 60 boletines eclesiásticos. Por otra parte, impulsaron la creación de editoriales -el Mensajero del Corazón de Jesús, el Apostolado de la Prensa, entre otras- y dispusieron de librerías perfectamente situadas en las principales ciudades, desde las que potenciar la difusión de sus publicaciones o silenciar las de sus enemigos, como el impío Baroja, o Pérez Galdós. La beneficencia continuó siendo -de acuerdo con una tradición secular- una de las principales actividades sociales de la Iglesia; según José Andrés Gallego, de los 606 establecimientos asistenciales públicos que había en España, en 1909, 422 eran atendidos por religiosos, mujeres en su mayoría; sólo en Barcelona, en 1900, eran más de 30.000 las personas que recibían algún tipo de atención médica o alimenticia en centros eclesiásticos. A partir de la publicación de la encíclica Rerum Novarum, en 1891, se pondrán en marcha diversas iniciativas sociales, como los Círculos Católicos de Obreros -uno de cuyos principales promotores fue el padre Vicent-, las asociaciones profesionales de carácter mixto, obrero y patronal, y la promoción de las cajas de ahorro rurales.
fuente
Munición de los carros de combate Cruiser A-9 británicos, era utilizado en las prácticas de carga.
obra
En el mismo año de esta obra salía al público la primera recopilación de sus memorias, "The Secret Life of Salvador Dalí". En uno de los pasajes de ese libro, el protagonista se declaraba: "la encarnación más representativa de la Europa de postguerra, tras haber vivido todas sus aventuras, experiencias y dramas... Mi espíritu está deseoso de ser el primero de todos aunque, para sus extraordinarios descubrimientos, debe pagar el precio de mi sudor más intenso y mi pasión más exaltada". Estados Unidos era el país perfecto para que Salvador Dalí siguiera con su provocativa carrera. Allí tuvo ocasión de ganar mucha fama y no menos dinero. Estaba encantado de participar en los actos públicos más diversos si eso le daba publicidad. Precisamente fue en 1941 cuando el escritor y poeta francés André Breton, que seguía siendo el líder histórico del grupo surrealista, definió a Dalí como "Avida Dollars", después de alterar hábilmente la posición de las letras que formaban su nombre y apellido. Dalí sabía moverse en el espíritu norteamericano. Tenía esa capacidad de asombro y una imaginación sin límites. En su arte todo podía suceder en cualquier momento. A esa decidida voluntad de causar asombro responde el cuadro que contemplamos, así como otro del mismo año y de tema similar, Los corderos (después de la transformación). En la composición cabría distinguir dos recursos: la alucinante combinación de elementos rurales -las ovejas, la gallina, la paja o el enorme huevo que actúa como pie de lámpara- con otros domésticos o urbanos. En segundo lugar, la recuperación de un acto típicamente surrealista, que había sido practicado sobre todo por los escultores del movimiento: la metamorfosis de unos objetos en otros. El cordero que se convierte en mesilla donde se apoya un teléfono, a su vez éste forrado con la misma lana del cordero. La escena se completa con el rostro estereotipado de una adolescente norteamericana, de amplia sonrisa y estilo de vida Hollywood.