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Manet tenía pensado realizar una obra con la temática de Moisés salvado de las aguas, trabajando en algunos dibujos preparatorios, pero la obra definitiva no se concluyó para dejar paso a la Ninfa sorprendida. En este trabajo se puede apreciar la elevada calidad como dibujante del joven artista, que se mantendrá en mayor o menor medida a lo largo de toda su carrera. Recurre a las cuadrículas para organizar su composición, posando para la figura de la hija del faraón su futura esposa, Suzanne Leenhoff. El expresivo rostro de la joven es el elemento de mayor atractivo del conjunto. El paisaje estaría inspirado en los alrededores de la propiedad de la familia Manet en Gennevilliers, al norte de París.
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El paisaje es la parte principal de las escenas del genial pintor barroco francés Claude Gellée, conocido en España como Claudio de Lorena por su lugar de procedencia. A pesar de emplear una temática sagrada, como Moisés salvado de las aguas o el Embarco en Ostia de Santa Paula, sus figuras son meras comparsas del paisaje. Los efectos de luz interesan sobremanera al maestro. Es una luz de los momentos preferidos por Lorena, el amanecer o el atardecer, que otorga a las escenas un maravilloso aspecto romántico, influyendo en el Romanticismo inglés. Los tonos cálidos empleados crean una sensación atmosférica que hace recordar a la Escuela veneciana. La historia de la vida de Moisés era muy demandada por la Iglesia católica, al considerarse al Patriarca como una prefiguración de Jesús. Preferentemente, se elegía la salvación de las aguas por la hija del faraón, que anticipaba la resurrección de Cristo. Debido al éxito que obtuvieron las estampas de Lorena, decidió grabar un buen número de ellas y formar el Liber Veritatis, para evitar falsificaciones y tener un catálogo lo más amplio posible de su obra. Esta escena fue pintada para Felipe IV, estando destinada - como su compañera el Entierro de Santa Serapia - a la Galería de Paisajes del Palacio del Buen Retiro en Madrid.
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El carácter ocasional del naturalismo de Orazio Gentileschi se evidencia al final de su carrera, al abandonar progresivamente su caravaggismo (según aumentan los encargos de prestigio), recuperando sus modos analíticos, su fineza diseñadora y su preciosismo cromático, filtrando los colores, las texturas, los detalles de los objetos, las luces, y añadiendo una vena de vaga sensualidad, como en su Moisés salvado de las aguas del Nilo (1633), que terminará constituyéndose en un componente del lenguaje figurativo áulico muy del gusto del absolutismo europeo. Han sido subrayados contactos con las obras de Van Dyck, al que conoce en su etapa genovesa y más tarde en la corte inglesa, y también la sugestión ejercida, aunque difícil de aclarar, sobre la formación del gran artista holandés Vermeer de Delft.
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Una de las escenas más interesantes de las realizadas por Tintoretto para el techo de una cámara nupcial veneciana es el Moisés salvado de las aguas, por la facilidad con que ha sabido resolver la perspectiva. El espectador observa la escena desde abajo, dando la impresión de estar en el agua del Nilo; incluso los árboles del fondo están captados en perspectiva. Las figuras se vuelcan hacia nosotros como si fuésemos el bebé rescatado de las aguas del río por la hija del faraón y sus dos damas, caracterizadas como ricas mujeres de la Venecia del Renacimiento, con llamativos vestidos perfectamente detallados a pesar de la pincelada suelta empleada por el maestro. Cuando fue Velázquez a Italia por segunda vez -entre 1648 y 1651- adquirió en Venecia los lienzos que formaban este delicioso conjunto, impresionado por la libertad creativa de Tintoretto. Una vez en España se instalaron en una pieza del Alcázar de Madrid. Después aparecen inventariados en el Palacio de La Granja, formando parte de la colección de Doña Isabel de Farnesio, para posteriormente integrar los fondos del Museo del Prado.
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Los diferentes episodios de la vida de Moisés eran muy demandados por la Iglesia Católica al considerar al Patriarca como una prefiguración de Cristo. Uno de los más demandados era la salvación de las aguas, al considerarse comparable con la Resurrección del Mesías. En el lienzo del Museo del Prado, Veronés muestra de manera bellísima este episodio: una hija del faraón, acompañada de su pequeña Corte, encuentra un niño pequeño en el Nilo; una de las cortesanas muestra al bebé en un marcado escorzo, mientras la más anciana abre un paño con el que cubrirlo. Todos los personajes visten a la moda veneciana del Renacimiento, con ricos ropajes muy del gusto del maestro, quien incluye siempre en sus obras algún elemento curioso como el enano o el hombre de color de primer plano. La escena se desarrolla al atardecer y esa luz ha sido la empleada por Veronés, creando un efecto atmosférico que diluye los contornos y, a medida que se profundiza, distorsiona más las figuras -como la muchacha que vemos tras las hijas del faraón o las jóvenes que se bañan en el río-. El fondo de árboles y del puente con la ciudad sitúan perfectamente las figuras en el espacio, por supuesto no en Egipto sino en Venecia. La pincelada utilizada es rápida, sin centrarse en detalles, muy similar a la de Tintoretto o Tiziano.
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Poussin efectúa una composición rigurosamente clásica para narrarnos el episodio en el que Moisés se enfrenta al faraón egipcio. El cetro del rey y el bastón del profeta se han convertido en serpientes y luchan entre sí, ante la atenta mirada de la corte egipcia con sus magos, y la presencia de Aarón. La disposición de los personajes es perfectamente horizontal, sin que unos se tapen a los otros, todos a la misma altura... es la llamada composición en friso que Poussin toma de las esculturas y relieves romanos de altares y sepulcros.