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No son muchos los manuscritos andalusíes conservados lo que hace de esta obra una de las piezas más importantes de su época. El manuscrito contaba originalmente con numerosas ilustraciones, de las que se conservan 14 miniaturas. El manuscrito narra la historia de un joven mercader de nombre Bayad, enamorado de una criada del poderosa chambelán al-Hayib llamada Riyad. Por desgracia para los amantes, el chambelán también se interesó por Riyad. Bayad busca la ayuda de una anciana que se convierte en su "celestina", consiguiendo un encuentro entre los amantes. La promotora del encuentro será la propia hija del chambelán, quien arrepentida de su acción, hace que la criada sea encerrada. El encierro de su amada provocará la locura de Bayad que empezará a vagabundear, hablar solo y desfallecer (escena que ilustra este folio 19r). La anciana consigue reconciliar a Riyad y la hija del chambelán, permitiendo ésta la unión de los amantes, escena que se representa en el folio 26v. Las ilustraciones presentan elegantes formas, refinados detalles, graciosas líneas y estudiadas composiciones. El estilo de las miniaturas presenta influencias de manuscritos sirios y mesopotámicos.
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Si en el Folio 19r del Manuscrito se aprecia al joven Bayad vagabundeando, hablando sólo y desfalleciendo ante el encierro de su amada Riyad, en el 26v se nos muestra la reconciliación entre la Señora del Palacio -la hija del chambelán que se opone a la relación de los enamorados- y Riyad. La Señora permitirá la unión de los amantes al enviar a la casa de la anciana que sirve de celestina a diez de sus sirvientas con los rostros velados. La anciana disfraza a Bayad de mujer y le envía al palacio donde se produce el deseado encuentro.
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MANUSCRITOS Y EDICIONES Sobre la expedición de Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana El texto que relata el primer viaje de navegación por el Amazonas, dirigido por el capitán Francisco de Orellana y relatado por el dominico Fray Gaspar de Carvajal, que formaba parte de la expedición, nos ha llegado a través de dos copias de diferente época. Tradicionalmente se conocía una, conservada en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, que forma parte del fondo de la Colección Juan Bautista Muñoz. La copia está escrita sobre folios de papel gvarro, que van numerados del 68 al 113. Al pie del folio 68 hay una anotación del propio Muñoz, que afirma: Aquí se interrumpe bruscamente la relación, sin duda, porque faltan los cuatro pliegos interiores del primer cuaderno de esta copia. En el folio 83 vuelto se interrumpe de nuevo el texto en la línea 15 y hay un espacio en blanco de unos 5 centímetros. La otra copia, escrita en caracteres del siglo XVI, perteneció al Duque de T'Serclaes de Tilly y se conserva actualmente en la Biblioteca Nacional de Madrid (Res. 257), por donación, en 1961, del actual Duque de T'Serclaes, José Pérez de Guzmán y Escrivá de Romaní. La relación de Carvajal fue conocida por Gonzalo Fernández de Oviedo, quien la incluyó en su Historia General de las Indias, donde ocupa las páginas 541 574 del tomo IV de la edición de Madrid (1851). Este mismo autor escribió una carta, con fecha 22 de enero de 1543, al cardenal Bembo, dándole la noticia de la expedición de Orellana7. Por su parte, el príncipe de los cronistas de Indias, Pedro Cieza de León, también relató la hazaña de Orellana en La Guerra de Chupas, libro segundo de la cuarta parte de su monumental Crónica del Perú. Toribio de Ortiguera, cronista de la expedición de Ursúa y Aguirre, incluyó las noticias de la primera navegación por el Amazonas en su Jornada del Río Marañón, escrita entre 1581 y 1586, y publicada en 1909 por Manuel Serrano Sanz en la Nueva Biblioteca de Autores Españoles (tomo II, pp. 305 422). Una nueva edición de esta crónica, con estudio preliminar de Mario Hernández Sánchez Barba, ha visto la luz en la Biblioteca de Autores Españoles, continuación de la colección Rivadeneira, tomo CCXVI, Madrid, 1968. Asimismo, se refieren al viaje de Pizarro y Orellana la Historia General de las Indias, de Francisco López de Gómara (1932); Agustín de Zárate, en su Historia del Descubrimiento y Conquista del Perú (1944); Garcilaso de la Vega, en sus Comentarios Reales (1918 19), y Antonio de Herrera en la Década VII de su Historia General de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano (1934). En lo que respecta a las ediciones de la Relación de Carvajal, la primera y una de las de mayor interés de las realizadas hasta la fecha, es la que se debe a la pluma del historiador chileno José Toribio Medina, que publicó el manuscrito perteneciente al Duque de T'Serclaes, con una introducción histórica, y arropado por importantes documentos, entre los que se encuentran la carta de Gonzalo Pizarro al Rey, fechada el 3 de septiembre de 1542, en Tomebamba; los documentos presentados por Orellana al Consejo de Indias; las cartas de Fr. Pablo de Torres y Francisco de Orellana al Emperador y las capitulaciones de Orellana para su viaje de regreso. De esta edición, realizada en Madrid en 1894, existe una traducción al inglés, realizada por Bertram T. Lee para la American Geographical Society, publicada en Nueva York por H. C. Heaton (1934). En 1941 apareció una versión portuguesa a cargo del brasileño C. de Melo Leitão, que incluía además la relación de Alonso de Rojas sobre el viaje de Pedro Texeira y la de Cristóbal de Acuña sobre su propia navegación. Junto a un breve prefacio aparecen abundantes notas explicativas y aclaratorias del texto que, sin embargo, contiene algunas inexactitudes debidas a la pretensión de actualizar las expresiones. Raúl Reyes Reyes realizó una edición en Quito (1942), que incluía también la versión de Fernández de Oviedo. Del mismo año es la obra de Tomás de Vega y Toral: El Descubrimiento y primer viaje por el río de las Amazonas, publicada en la ciudad de Cuenca (Ecuador). Con prólogo de Antonio Ballesteros y Beretta, el Consejo de la Hispanidad realizó una edición de la Relación que escribió Fr. Gaspar de Carvajal, fraile de la Orden de Sto. Domingo de Guzmán del Nuevo descubrimiento del famoso río Grande que descubrió por muy gran ventura el capitán Francisco de Orellana desde su nacimiento hasta salir a la mar, con cincuenta y siete hombres que trajo consigo y se echó a su ventura por el dicho río, y por el nombre del capitán que le descubrió se llamó el Río de Orellana. En esta obra se reproducía la edición de Medina, con notas del capitán de navío y académico de la Real de la Historia, Julio Guillén Tato, relativas a los términos marineros de la Relación. La edición, publicada en Madrid en 1944, incluía además algunos facsímiles y documentos seleccionados en el Archivo de Indias por Manuel Ballesteros Gaibrois, así como la relación de los compañeros de Orellana. Una nueva edición del relato de Carvajal se publicó en Cáceres por el Departamento Provincial de Seminarios de FET y de las JONS, con proemio de Domingo Sánchez Loro, en 1952. A Jorge Hernández Millares se debe una edición mexicana, con introducción y notas de intención divulgadora, de la Relación del nuevo descubrimiento del famoso río Grande de las Amazonas, que reproduce el texto de la copia de Muñoz completado con las aportaciones de Medina en su edición de la copia del Duque de T'Serclaes; la obra apareció en 1955, publicada por el Fondo de Cultura Económica. En 1958, el paleógrafo ecuatoriano Jorge A. Garcés reprodujo la edición realizada por el Consejo de la Hispanidad en Madrid (1944), y transcribió los documentos recopilados por Manuel Ballesteros Gaibrois. Esta nueva edición, con prólogo de Roberto Páez, vio la luz en Quito en la fecha mencionada, y su versión del texto de Carvajal es la que se emplea, con algunas correcciones, en la presente edición.
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Manuscritos y ediciones Hemos citado varias veces el manuscrito de la Biblioteca (deberíamos llamarla Biblioteca Real, pues fue iniciada por Felipe II y muchos de sus volúmenes procedían de entregas hechas por los monarcas españoles) del Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Ya vimos que Harrosse la cita y seguramente es esta pista la que puso en movimiento a los primeros editores, de que hablamos más adelante. Antes de llegar a ellos veamos título de la obra. Este título estaba ya previsto por Cieza, que en el proemio a la Primera Parte prometía que la segunda trataría: Del señorío de los yngas yupanques, reyes antigüos que fueron del Perú, y de sus grandes hechos y gobernación, qué números dellos hubo y los nombres que tuvieron; los templos tan soberbios y suntuosos que edificaron, caminos de extraña grandeza que hicieron, y otras cosas grandes que en este reino se hallan. Este título tan largo no fue el que luego le dio a su obra. El manuscrito de El Escorial, que es copia hecha como hemos visto para el Presidente del Consejo de Indias, Juan de Sarmiento, lleva el título siguiente: Relación de la sucesión y gobierno de los / yngas señores naturales que fueron / de las provincias del Perú y otras / cosas tocantes a aquel reyno. A este título más conciso, se añadía para / el Ilmo señor don Juan Sarmiento / Presidente del Consejo Real de Yndias;19. Jiménez de la Espada utiliza para su edición este texto de la biblioteca escurialense, a la que diputa como malísima --detestable por todo extremo20-- pero que corrigiendo su mala transcripción, es el que ha quedado como definitivo, hasta el punto de que todas las ediciones posteriores no hacen otra cosa que reproducirlo, con ligerísimas variantes, como veremos. El propio erudito español hace referencia a otra copia seguramente la de El Escorial, en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia21, y otra en poder de D. José Sancho Rayón más correcta que la del Escorial, según sus palabras-- que tiene la ventaja de ofrecer un texto más amplio del primer capítulo conocido, que es el 3? de la obra. Pasemos a las ediciones. Parece obligado reconocer, pese a las dificultades que la rodearon, que la primera edición de esta Segunda Parte o Señorío de los Incas22 fue la intentada por el sabio presbítero Señor la Rosa según lo llama Jiménez de la Espada23. Se trata en realidad de una edición non-nata. La inició González de la Rosa en Edimburgo en la imprenta de Ballantayne, Hanson and Company, en relación con el librero Trübner, pero agotados sus fondos, no pudo llevarla a cabo y quedó en lo que en términos de imprenta se llaman capillas, pliegos sin encuadernar, hoy rarísimos. Gayangos, que hizo el catálogo de manuscritos hispanos de la Biblioteca del Museo Británico. Debió hacerse con un ejemplar, que Portas asegura se halla en la colección de este erudito en la Biblioteca Nacional de Madrid, y Horkheimer24 afirma existía otro en la Biblioteca de Berlín. González de la Rosa, cuando aparece la edición de Jiménez de la Espada, queriendo reivindicar su primacía en la identificación del autor del anónimo escrito de la Biblioteca de El Escorial, acusa al sabio español de haber copiado su texto, dando lugar a una bizantina polémica, en la que Jiménez de la Espada explica que nada tuvo que ver en ello. Aranibar25 pormenoriza esta quisquillosa discusión, llegando a concluir que los dos editores (el frustrado González de la Rosa y Jiménez de la Espada) obraron paralelamente. Así pues, la primera edición completa de esta obra es la que hizo en 1880 Jiménez de la Espada, y muy justamente Aranibar26 dice de ella que la lección del manuscrito, de Jiménez es limpia y confiable, como todas las suyas, y versión standard27 del Señorío. El texto fue ilustrado con numerosas notas, cuya finalidad sustantiva era purgar al manuscrito de los infinitos errores introducidos en su texto por un bárbaro copiante... Curiosamente, esta obra, cuyo valor analizamos más adelante, ha tenido pocas ediciones posteriores. Hay una de 1883 del peruanista británico Sir Clemens R. Markham, que no es otra cosa que la traducción del texto editado de Jiménez de la Espada, cuyas notas reproduce, con alguna aclaración suya sobre términos en quéchua. Hasta sesenta años después no aparece una nueva edición, esta vez a cargo del competente autor argentino Alberto Mario Salas28, que también sigue el standard de Jiménez de la Espada y sus notas, pero con importante aportación suya y un sustancioso prólogo. Sólo hay una nueva traducción al inglés, hecha por Harriet de Onís (esposa del filólogo español Federico de Onís) y preparada por el prolífico von Hagen, que hace un pastiche de la Primera y Segunda partes de la obra de Cieza. Y hasta ahora sólo hay otra más, a la que nos hemos referido frecuentemente en esta introducción, que es la de Carlos Aranibar29, probablemente la más completa y con mayor erudición, aparte de sano e inteligente juicio sobre Cieza de León y su obra. Salvo algún pequeño y disculpable error (que hemos corregido cuando aparece), es un modelo de información. Sigue --como él mismo anuncia-- el texto restituido por Jiménez de la Espada, incluso las notas. Al llegar al capítulo LIV, en el que ya notó el sabio español que había frases confusas o quizá un vacío en la copia (que nos hemos permitido aclarar en esta edición), Aranibar introduce un capítulo LV, que varía, naturalmente, la numeración de los siguientes. En esta edición se ha conservado la misma establecida por Jiménez de la Espada y las otras ediciones citadas, salvo la de González de la Rosa. Aranibar introduce en su edición --y en ello le hemos seguido en la nuestra-- el comienzo del cap. III, que fue citado por Jiménez de la Espada en un pequeño opúsculo en que se defiende de las acusaciones del presbítero suramericano30, y que parece que estaba en la copia del señor Sancho Rayón, de que hemos hablado. Como ya Jiménez de la Espada había editado (en 1880, recuérdese) su cuidadosa presentación del Señorío, se contentó con mencionar este nuevo trozo de la obra de Cieza. Se recordó que Cieza en su Primera Parte hace frecuente mención a la Segunda, indicando a veces el número del capítulo. En una de estas ocasiones dice que tratará del diluvio en el tercer capítulo de la segunda parte, y como el fragmento hallado posteriormente a la edición de 1880 trata precisamente de este tema, Aranibar con buen juicio lo ha antepuesto, y en esta edición se hace lo mismo.
lugar
Manzanares el Real se asienta en un entorno natural privilegiado, al norte de la Comunidad de Madrid. El lugar fue poblado desde antiguo, como se demuestra por la existencia en la zona de algunas pinturas fechadas en el Bronce Final (1400-1200 a.C.), halladas en la zona de La Pedriza. Igualmente han sido encontrados restos cerámicos, fechados en el Neolítico. La tradición dice que, hacia el año 1000 a.C., los pobladores del lugar realizaban ciertos ritos que se relacionan con las creencias druídicas, para los que utilizaban la llamada Peña de los Sacrificios. Mucho después fueron los romanos quienes fundaron aquí un asentamiento y construyeron una calzada. Con los visigodos, en el lugar conocido como Cancho del Confesionario se originó un nuevo asentamiento, de los siglos VI y VII. Tras el paso de los musulmanes, que no deja mayores vestigios, se puede decir que Manzanares comienza a surgir de manera definitiva a finales del siglo XII. La comarca de Manzanares es repoblada con gentes procedentes tanto del sur como del norte peninsular, y tanto sus tierras como todo lo que en ellas se asienta pertenecen, por disposición de Alfonso VII (1152), al concejo de Madrid. En 1248 nuevamente Manzanares es repoblado, esta vez con ganaderos procedentes de la cercana Segovia. Los nuevos vecinos son una fuente de conflicto, pues Madrid y Segovia se disputan la posesión de Manzanares. Como solución, Alfonso X decide incorporar a la Corona tanto la comarca de Manzanares como todos los municipios que ésta comprende. A partir de este momento, la localidad pasa a denominarse El Real de Manzanares. La villa y sus tierras permanecieron en poder la Corona hasta finales del siglo XIV. El monarca Juan I las cedió a su mayordomo, D. Pedro González de Mendoza, en cuya familia permanecerá -con un breve paréntesis- durante las dos centurias siguientes. Con los Mendoza, Manzanares vivirá su etapa de mayor esplendor, siendo esta familia la responsable de la construcción de su monumento más significativo: el castillo. Finalmente, para acabar este pequeño esbozo histórico es preciso citar el papel que jugó Manzanares en la reciente creación de la Comunidad Autónoma de Madrid, pues se eligió su castillo para celebrar, en 1982, el acto de constitución de la Asamblea madrileña de Parlamentarios.
obra
A lo largo de toda su carrera utilizará Cézanne las naturalezas muertas como vehículo para conseguir avanzar en su particular búsqueda. Se alejará del sentido descriptivo o naturalista que hasta ahora había identificado esta temática para convertirse en ejemplo de maestros contemporáneos como Braque, Gris, Picasso o Matisse. En esta ocasión nos encontramos ante un conjunto de manzanas de diversos colores, distribuidas ante un estante cuya sujeción en la pared podemos contemplar. Un plato de bizcochos completa la escena, plato que se aprecia cortado en sintonía con la fotografía, tan del gusto de Degas y algunos impresionistas. El estante se encuentra levantado para que el espectador pueda apreciar mejor los objetos que sujeta, utilizando así dos perspectivas ya que la pared se observa desde el frente. Por cierto, en la pared apreciamos dos tonalidades, malva y amarillo, cubierta de papel pintado con diferentes motivos florales. Las pinceladas se aplican de manera facetada, utilizando cortos toques con lo que, a modo de mosaico, se organiza la composición. Para evitar que esta manera de aplicar el óleo le conduzca hacia la pérdida del volumen, no duda en resaltar las siluetas de los diferentes objetos con una línea oscura, tal y como también hará Gauguin. Así, formas y volúmenes se obtiene gracias a la color, rompiendo con la tendencia a la pérdida de forma que se aprecia en las obras de Monet.