<p>1.Viena: orígenes y época medieval. </p><p>2.La Viena renacentista y barroca. </p><p>3.La Viena de María Teresa. </p><p>4.La Viena Fin de Siècle. </p><p>La Secession de Viena. </p><p>La arquitectura de la Secession. </p><p>5.La Viena contemporánea.</p>
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La proclamación de la Pragmática Sanción por Carlos VI en 1713 favorecerá la sucesión a través de la rama femenina. Este cambio en el ordenamiento jurídico permitirá a María Teresa hacerse con la corona imperial en 1740. Su largo reinado vendrá caracterizado por la tranquilidad, la prosperidad económica y la excelente administración, pese a las continuas guerras en las que el Imperio se enzarzará. Viena aumentó su tamaño y su principal palacio, el Schönbrum, fue remodelado. El primer censo efectuado en la ciudad arrojó una población de 175.000 habitantes. La cultura será directamente favorecida por la Corona, haciendo de Viena la capital de la música, encabezada por dos grandes genios: Mozart y Beethoven. Las ideas de la Ilustración calaron hondo en el nuevo monarca, José II. Se puso en marcha un amplio programa de reformas, entre las que destacan la promulgación del Edicto de Tolerancia Religiosa, diversas medidas sanitarias y de carácter populista como la apertura al público del Prater, reserva imperial de caza, o el Augarten. Este emperador también ordenó construir el Josephinum y el Narrenturn. La población de Viena ve aumentar su población hasta los 232.000 habitantes en 1800. La victoria de Napoleón en Austerlitz supondrá la finalización del Sacro Imperio Romano Germánico, por lo que Francisco II pasa a denominarse Francisco I de Austria-Hungría. El emperador francés no dudó en ocupar Viena e instalarse en el Palacio Schönbrunn, contrayendo matrimonio con María Luisa, hija de Francisco I. La definitiva derrota de Napoleón en Waterloo supondrá la restauración del Antiguo Régimen, eligiéndose Viena como lugar de reunión de los máximos representantes de las naciones vencedoras. En el Congreso de Viena se puso de manifiesto la capacidad política del príncipe de Metternich, verdadero artífice de la política austriaca hasta 1848. Al ser excluidas las clases medias de la vida política buscaron refugio en la vida doméstica y en las artes, inaugurando la llamada Época Bidermeier. Los valses de Johann Strauss se hicieron especialmente famosos y Franz Schubert compuso más de 600 canciones, que eran interpretadas en las veladas musicales llamadas Schubertiaden. En 1830 Viena alcanza la cifra de 318.000 habitantes, cifra que se verá mermada considerablemente dos años después tras sufrir una epidemia de cólera. Este momento histórico finaliza con la Revolución de 1848, momento en que los trabajadores y las clases medias se unieron contra la política de Metternich. El emperador Fernando I abdica en Francisco José. Austria y Viena inician una nueva era.
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Serán el emperador Francisco José y su popular esposa Sissi quienes restablezcan la grandeza de Viena, a pesar de que el poder de los Habsburgo se deterioraba por momentos. A partir de 1857 se empieza la demolición de las viejas fortificaciones y edificios adyacentes, dando paso a la Ringstrasse, un amplio bulevar que separa los distritos de Stephansdom y Hofburg del resto del entramado urbano. En la Ringstrasse se construyeron los edificios más importantes de la ciudad, como la Votivkirche, el Parlamento, el Kunsthistorisches Museum, el Museo de Artes Aplicadas o el Teatro de la Ópera, siendo recorrida esta verdadera arteria urbana por tranvías de caballos. Viena se convertirá en un foco cultural de primer orden al que acudirán intelectuales y artistas desde todos los rincones del Imperio como los compositores Johannes Brahms y Anton Bruckner. La intensa actividad comercial de la ciudad atraerá también a un amplio número de comerciantes procedentes de Oriente. Los numerosos cafés acogerán las tertulias políticas y culturales que a diario se celebraban, siendo frecuentadas cada vez por un mayor números de personas. Sin embargo, la superpoblación y las tensiones sociales serán los principales problemas con los que se encontrarán las autoridades urbanas, sin olvidar los frecuentes desbordamientos del río Danubio. Esta será la causa de la regulación de su curso a lo largo de la década de 1890, sistematizándose el caudal gracias a un sistema de canales y esclusas. El momento culminante del reinado de Francisco José será el famoso desfile que en 1879 se celebrará en la Ringstrasse para conmemorar las bodas de plata del monarca. En los últimos años del siglo XIX se desarrolla en Viena una importante actividad intelectual. Es la época de Freud y de los movimientos artísticos Jugendstil y la Secession, con artistas como Gustav Klimt, Egon Schiele, Otto Wagner, Josef Maria Olbrich y Adolf Loos. Los arquitectos de la Secession salpican con sus obras todos los rincones de la ciudad: los pabellones de la Karlsplatz, la Caja Postal de Ahorros, la Kirche am Steinhof, los Apartamentos Wagner, la Loos Haus o el propio edificio de la Secession. En este contexto, Josef Hoffmann funda el Wiener Werkstätte, un taller artesanal en el que prima el diseño. Es lógico pensar que este aire revolucionario que envuelve el arte y la cultura vienesa afecte a la situación política, provocando una intensa reacción ante el decadente Imperio de los Habsburgo. El asesinato del archiduque Fernando en Sarajevo provocará el estallido de la Primera Guerra Mundial. Austria se alía con Alemania y en 1916 fallece Francisco José. El final del conflicto supondrá la abdicación de Carlos I y la proclamación de la República. El Imperio desaparece y Austria se convierte en un Estado de más de 6 millones de habitantes.
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La ocupación de Viena por parte del rey húngaro Matías Corvino en 1485 será respondida con energía por el emperador Maximiliano I. Sin embargo, los enfrentamientos se prolongaron durante casi ocho años, hasta que los húngaros son expulsados en 1493. Con Maximiliano I la ciudad se transforma en un verdadero emporio artístico, como se puede apreciar en el Schweizertor del Hofburg, el Stallburg o el pórtico de la Salvatorkapelle. En esta época el peligro húngaro es sustituido por la presión de los turcos que llegan hasta las puertas de Viena. En 1529 Graf Niklas Salm derrota al ejército que asediaba la ciudad. Un nuevo enemigo será más difícil de vencer: la peste asolará en varias ocasiones la ciudad, causando significativas pérdidas en la población urbana. Otro conflicto que desestabilizará la ciudad serán las continuas disputas entre protestantes y católicos, alcanzando el momento culminante con la concesión de la libertad religiosa dada por Maximiliano II en 1571. Esta medida será rápidamente revocada por Rodolfo II al prohibir en 1577 el culto protestante, prohibición que se mantuvo hasta 1618. La victoria de Fernando II ante la aristocracia bohemia protestante motivará la extensión de la Contrarreforma a los dominios imperiales de los Habsburgo. En el contexto de la Guerra de los Treinta Años los judíos son expulsados del centro de la ciudad en 1621. Ocho años más tarde será de nuevo la peste quien asole Viena, provocando 30.000 muertos. En 1643 serán las tropas suecas las responsables de un nuevo asedio, asedios que continuarán por parte de los turcos hasta que esta amenaza cesó en 1683. Será en este año cuando las tropas de Kara Mustafá fueron rechazadas, tras haber cercado Viena con un ejército de 200.000 soldados entre el 14 de julio y el 12 de septiembre. El príncipe Eugenio de Saboya será el artífice de esta gran victoria y de la construcción del palacio de Invierno, obra de Von Erlach y Von Hildebrandt. La gloria austriaca se restablece y la ciudad vuelve a recuperar su intensa actividad, a pesar de que una nueva epidemia de peste provocó más de 30.000 víctimas. La ciudad se amplía durante el reinado de Carlos VI, el famoso archiduque Carlos que optaba a la Corona española en la Guerra de Sucesión. Se inician los trabajos en la Karlskirche y los palacios del Belvedere, al tiempo que los nobles proyectan la construcción de ostentosas mansiones en los alrededores del Hofburg. Los primeros cafés se empiezan a abrir, para convertirse en una institución identificativa de la vida vienesa. La Pruksaal o la Leopoldinischer son otros excelentes ejemplos de la arquitectura barroca en Viena, presente en la mayoría de los edificios de su casco antiguo. El esplendor de la capital del Imperio sólo se verá eclipsado por una última epidemia de peste entre 1713-14.
obra
Mary Laurent, la modelo del Otoño, presentó a Manet a una joven austríaca llamada Irma Bruner, muy popular en la noche parisina donde se la conocía por el sobrenombre de la Vienesa. La bella joven posó para dos pasteles que realizó el maestro en 1882, apareciendo en ambos de perfil para que destacara su busto. Esta versión es más suave pos las tonalidades empleadas, especialmente el azul del fondo. La modelo porta un sombrero a la moda con un velo transparente. La maestría de Manet a la hora de realizar estos retratos femeninos queda claramente puesta de manifiesto.
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El modelo más avanzado de palacio proyectado en el siglo XV fue el trazado por Giuliano da Sangallo en Nápoles para Fernando de Aragón el año 1488. Su patio con pórticos, su gran salón y la simetría de la planta influirán en la posterior concepción del palacio. Fue el mismo arquitecto el que dio la traza para la villa de Lorenzo de Médici en Poggio a Caiano hacia 1480. También esta villa se convertirá en precedente de otras construidas en el XVI. Se trata de un edificio construido sobre un basamento porticado que recuerda modelos antiguos. El pórtico de la fachada se concibe cómo la fachada de un templo y el salón con bóveda que se ubica en paralelo a la fachada se ha relacionado con las termas romanas. Además de estas referencias a la Antigüedad, supone la consolidación del tipo de villa abierta que acaba con las fortalezas anteriores. Un ejemplo de transición entre uno y otro tipo de villa es la Villa Carregi, también en Florencia, que Michelozzo había transformado en 1459 para los Médicis. La descripción de Plinio el Joven de las villas antiguas sirvió en ciertos aspectos de ejemplo a estas villas quattrocentistas. Desde la villa se debería ver un paisaje que fuera "un enorme anfiteatro como sólo la Naturaleza podría construirlo... Creerías estar contemplando no un paisaje real, sino que te parecería estar contemplando un lienzo..".. La ubicación en laderas, la presencia de loggias desde las que disfrutar de la Naturaleza, así como los jardines, son características de estas villas. La vida en el campo como alternativa a la actividad desarrollada en las ciudades, cantada ya por Bocaccio y muchos siglos antes por Virgilio, encontró su escenario en las villas. Incluso los jardines, a veces asociados por los contemporáneos a la imagen del paraíso, se funden con la imagen literaria del locus amoenus tomada de la Antigüedad. Con las flores, las fuentes, los sonidos de los pájaros, los olores... se convertirá casi en lugar común el decir que, en las villas, el arte superaba a la Naturaleza. Fue un ejemplo notable de villa la villa del Belvedere, construida para Inocencio VIII en Roma, en una colina sobre el Vaticano. Su traza se ha atribuido a Pollaiuolo y a Giacomo de Pietrasanta, pero no se sabe con seguridad quién diseñó este modelo de villa que también tuvo grandes repercusiones. Desde la galería, situada entre dos torres que avanzaban, se disfrutaba de la Naturaleza. El refinamiento inherente a la misma idea de villa se aprecia también en el que, por ejemplo, en ésta se coleccionaron también antigüedades y se celebraron fiestas. Otro tipo de villa fue la que hizo en Nápoles Giuliano da Maiano para Alfonso de Aragón hacia 1490. Aunque ha desaparecido, un grabado del tratado de arquitectura de Serlio la difundió por toda Europa, donde se encuentran en el XVI modelos de villas y de palacios que en su origen parecen remitir a esta villa de Poggio Reale en Nápoles. Fue un edificio abierto a la Naturaleza, con pórticos y galerías exteriores, de planta cuadrada y con torres en los ángulos. Las grandes fiestas que se celebraron en ella en 1495, durante la ocupación francesa, cierran el siglo y también una época.
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Entre los años 118 y 134, según indican los sellos latericios, Adriano construyó su villa de Tibur (Tívoli) como la más personal e íntima de sus obras arquitectónicas. En ella reunió, según la Historia Augusta, los recuerdos de ciudades y paisajes que le habían impresionado vivamente en sus viajes por el mundo, la Stoa poikile de Atenas, el Valle del Tempe, en Tesalia, por ejemplo. El único de éstos que hoy se puede identificar con absoluta certeza es el Cánopo, un lugar residencial próximo a Alejandría y unido a ella por un canal, o euripo, de 22 kilómetros de largo, orlado de suntuosas mansiones. Más que un palacio como el de Versalles, con el que se la ha querido comparar, Villa Adriana es un conjunto de edificios independientes y de ejes divergentes, situados en una pendiente llana, con un desnivel de algo más de 50 metros de uno a otro extremo. Entre ellos se intercalan pórticos, palestras, palacetes, teatros, bibliotecas, piscinas, jardines y demás ingredientes de las villas señoriales. Dada la circunstancia -escribe Aurigemma- de que Adriano fue un arquitecto de altos vuelos, y así lo consideran algunos como verdadero creador de una escuela, la villa fue para él, con suma probabilidad, el lugar en que dio rienda suelta a su estro arquitectónico. Su fecundidad y su audacia se manifiestan sobre todo en la multiplicidad de plantas, alzados y, sobre todo, bóvedas (de cañón, de arista, de lunetos, cúpulas, etc.) que se encuentran en la villa. El hecho de que en Borromini, el arquitecto más valiente del barroco romano, se aprecie clara la huella de la villa de Tívoli revela desde cuándo y hasta dónde se ha hecho sentir su influencia. En ella encontró la Italia de la era moderna una fuente de sugerencias y una cantera de materiales arqueológicos (entre ellos unas 1.500 estatuas). El emperador hizo entrar en juego todas las posibilidades de la arquitectura de su tiempo, todo lo que se había hecho no sólo en palacios y villas, sino muy especialmente en termas, donde las bóvedas tenían su gran terreno de aplicación. El puro afán de construir debió de ser para Adriano una verdadera obsesión. La bóveda de lunetos rampantes del llamado Serapeum -en realidad un inmenso triclinio en gruta, animado por fantásticos juegos de agua- parece el sueño de un demente. Pero donde estaba la mayor originalidad de esta residencia era en las plantas de algunos edificios, movidas, llenas de entrantes y salientes, de cuerpos radiales, de exedras, de nichos, que a la hora de cubrirlos imponían soluciones difíciles y sorprendentes. El llamado Teatro Marítimo en el extremo nordeste, un palacio en miniatura con todos sus elementos, para uso personalísimo del dueño de la casa; la Piazza d'Oro, así llamada porque los hallazgos realizados en ella hicieron creer a Pirro Ligorio y demás buscadores renacentistas que se encontraban en una mina; la llamada por Kähler coenatio, un comedor que parece inspirado en la coenatio lovis de la Domus Flavia, exagerando la nota. En todos estos edificios predominan las plantas centradas que habrán de alcanzar tanto desarrollo en la arquitectura del siglo IV. El nombre propio Euripos designaba al estrecho que separa la isla de Eubea de la Grecia continental, pero con el tiempo se aplicó a todos los estrechos y canales; también, desde el Renacimiento, al largo estanque situado delante del llamado Serapeo de Villa Adriana. En los años 1950-55 se practicaron en él unas excavaciones que si no reconstruirlo (cuatro siglos de excavaciones de saqueo lo impedían), han permitido recuperar algunos elementos arquitectónicos de su encuadre de columnas, arquitrabes y arcos y, sobre todo, escultóricos. Gracias a éstos sabemos hoy algo más del uso que los romanos hacían de las copias y variaciones de estatuas griegas y de cómo las instalaban según su criterio -no el de los griegos- en relación estrecha con el paisaje. Por lo pronto parece que era de rigor tratar los temas por pares y buscando la simetría bilateral: cuatro copias de dos Cariátides de las seis del pórtico sur del Erechtheion, y precisamente dos de la que estaba a la izquierda en la pareja central (hoy en el Museo Británico), y otras dos de la que está a la derecha. Obsérvese esto: todas las demás copias que hoy conocemos de las Cariátides repiten también estos mismos modelos, señal de que los copistas disponían únicamente de los vaciados de las dos centrales. Las cuatro Cariátides, con sus pedestales y capiteles, sostenían, con dos silenos canéforos, parte de la columnata del euripo en el lado oeste del mismo, pero no cumplían la función de guardianes de la tumba de Cecrops como en Atenas, sino otra desconocida para nosotros. Las copias son muy exactas; el escultor se esmeró en copiar, por el procedimiento del sacado de puntos, los rasgos y los pliegues uno a uno; pero hizo una reproducción mecánica, sin un soplo siquiera de la vida que tienen el cuerpo y el vestido de los originales, toda una lección de lo infieles que pueden ser las copias aun sin tomarse libertades como las de Aristeas y Papías. En la curva del extremo norte del euripo, dos variantes de un atleta desnudo de mediados del siglo V, convertida una de ellas en un Mercurio, como indica la parte superior de un caduceo adherida al brazo derecho, y la otra en un Marte muy apuesto, de casco corintio, con pintoresco penacho romano, y en su mano izquierda el borde de un escudo redondo muy del gusto de la época. La segunda pareja la forman dos de las cuatro Amazonas del famoso concurso de Efeso, una copia acéfala, pero de excelente calidad, de la Amazona de Fidias, y otra de la de Crésilas. Aquí el copista procedió con mayor libertad, pues por acortar la diferencia con la anterior suprimió el pilarcillo en que Crésilas había apoyado el brazo izquierdo de su Amazona. El tercer pendant lo forman las estatuas acostadas del Nilo (apoyado en la esfinge) y del Tíber (acodado sobre la loba y los gemelos), versiones muy libres del mismo original que el coloso del Nilo y sus afluentes, del Vaticano. Se ha podido comprobar que estas estatuas se encontraban, como hoy sus vaciados en cemento, en los intercolumnios de la columnata puramente decorativa que rodea este extremo curvo del euripo, en cuyo entablamento alternaban los tramos curvos horizontales con los arqueados. Los plintos son iguales y las basas molduradas tienen los perfiles típicos de la época de Adriano y de los Antoninos. Detrás de la decoración había, pues, un programa, en el que a las estatuas les correspondía despertar ciertas asociaciones de ideas. La de los dos ríos parece clara: el Nilo, Egipto; su amistad con Italia; la comunidad del culto de Isis, tan arraigado en Roma. Los pedestales de las Amazonas sobresalen del borde como suspendidas sobre el agua. La evocación deseada aquí sería la de la belleza del arte clásico a través de estas dos celebérrimas obras maestras. La del Mercurio y el Marte, dependientes de un mismo prototipo, habría que buscarla en un contexto mitológico. Pero había y hay más: de la superficie del agua sobresalían pedestales de estatuas: una de ellas, la de Escila, apareció hace tiempo; la otra, un cocodrilo, copiado rigurosamente del natural, mirando de cerca, como lo haría en un islote del Nilo, a quien recorría en barca las aguas del embalse; mientras, Escila le hacía sentir al viajero el escalofrío que la visión del monstruo provocó en el ocurrente Ulises. Tras un minucioso estudio de lo aquí expuesto, llega Zanker a esta conclusión: la peculiaridad del gusto, acreditada desde el siglo I a.C., de incrementar el disfrute de la naturaleza mediante obras de arte, y de las obras de arte mediante la percepción de la naturaleza, está llevada aquí al límite de la agudeza. Ante tamaña exageración uno se siente tentado a hablar de la desertización tópica del mundo figurativo de los clásicos.