Busqueda de contenidos

contexto
Desde el punto de vista demográfico, según vimos en el apartado correspondiente, los especialistas parecen aceptar la coexistencia, en la Europa del siglo XVIII, de tres tipos de familia -nuclear, troncal, comunitaria-, diferenciados entre sí por el número de sus componentes, estructura interna, ámbitos geográficos ocupados, etc. Sin embargo, más allá de tales diferencias, todas cumplen, sociológicamente hablando, una misma misión: ser la célula base de las sociedades en que se insertan y, como afirma Leites, "el lugar natural y apropiado en el que se prepara a los niños para tomar parte en una realidad social más amplia". De ahí que, en el fondo, vida familiar y social sean dos versiones del mismo juego con reglas de comportamiento coincidentes. Teniendo en cuenta lo anterior y la sociedad de órdenes característica de la centuria, es lógico que la familia europea del período se nos presente claramente jerarquizada en torno a la figura del padre, depositario del poder, quien, a semejanza del monarca, ejerce su patronazgo y autoridad sobre el resto de los miembros. A él le corresponde cuidar de su supervivencia material y guiarlos; ellos, a cambio, le deben respeto y obediencia absoluta. De este modo, los hijos se acostumbran desde la infancia al modelo de relaciones que encontrarán a lo largo de su vida. Ahora bien, de igual modo que el mundo social del Antiguo Régimen entra durante el Setecientos en fase de disolución, este rígido modelo familiar empieza también a conmoverse y a experimentar cambios. De su círculo se excluye definitivamente a los sirvientes, clientes y amigos; la relación distante de los cónyuges se hace más cercana y el marido empieza a llamar a la esposa del mismo modo que lo hacen los hijos; éstos reciben apelativos familiares, mientras su salud y educación se convierten en centro de atención para los padres, en tema de sus conversaciones y correspondencia, donde también comienzan a aparecer cuantos asuntos atañen al grupo. En suma, va emergiendo, de momento en círculos sociales restringidos, el sentimiento de familia característico del mundo contemporáneo. Eje y centro de esa familia lo constituye la pareja unida en matrimonio, punto esencial en la vida de todo individuo, objetivo vital único para la población femenina y elemento clave de estrategias familiares para consolidar o mejorar situaciones sociales.
contexto
La II Guerra Mundial implicó a buena parte de la población total del planeta. Además, su propio carácter universal propició que se emplearan en el conflicto una cantidad de recursos hasta entonces inusitada, promoviendo un incremento de la producción y un esfuerzo económico gigantesco. Tanto como los ejércitos, las retaguardias desempeñaron un papel de primer orden en el conflicto, como demostrará, significativamente, el caso inglés. Igualmente, los movimientos de resisitencia al invasor nazi, aunque desiguales y en algunos casos sobrevalorados, tendrán una importancia capital, extendiendo su influencia incluso más allá de la finalización de la Guerra, como en el caso yugoslavo. Otro aspecto significativo de la II Guerra Mundial es el Holocausto, en el que por primera vez en la Historia se lleva a cabo una sistemática eliminación étnica con los medios más modernos hasta entonces conocidos. El papel de los intelectuales durante el conflicto no puede definirse como homogéneo, pues el influjo del fascismo y el estalinismo alcanzó a todas las esferas de las sociedades, incluido el ámbito cultural. Así, destacados intelectuales se posicionaron, a veces con ardor, en alguno de los bandos.
video
Buena parte de la vida económica, social y cultural de las gentes medievales se articulaba en torno al Monasterio. Desde finales del siglo IV, el ideal de vida ascético promovió la multiplicación de fundaciones, con el objetivo de difundir la vida espiritual entre las poblaciones rurales. El edificio principal del monasterio era la iglesia, más o menos grandes dependiendo de las posibilidades de la comunidad. El claustro, con jardín y fuente, es el centro de la vida monástica. Aquí los monjes meditan y encuentran algo de esparcimiento. En los scriptoria, los monjes amanuenses se dedican a copiar textos. Los libros se conservan en la biblioteca. Cocina, dormitorios, refectorios y sala capitular, completan las dependencias del monasterio. Autosuficientes, los monasterios disponían de huertos y granjas. Para trabajar en ellos, contaban con el servicio de campesinos dependientes, pues los monasterios actuaban como grandes propietarios o señores. Simultáneamente, los monjes actuaban en oficios varios, como sastres, zapateros, tejedores, carpinteros o albañiles. Ora et labora, el oficio manual se consideraba tan importante como el ejercicio del espíritu.
video
Buena parte de la vida económica, social y cultural de las gentes medievales se articulaba en torno al Monasterio. Desde finales del siglo IV, el ideal de vida ascético promovió la multiplicación de fundaciones, con el objetivo de difundir la vida espiritual entre las poblaciones rurales. El edificio principal del monasterio era la iglesia, más o menos grandes dependiendo de las posibilidades de la comunidad. El claustro, con jardín y fuente, es el centro de la vida monástica. Aquí los monjes meditan y encuentran algo de esparcimiento. En los scriptoria, los monjes amanuenses se dedican a copiar textos. Los libros se conservan en la biblioteca. Cocina, dormitorios, refectorios y sala capitular, completan las dependencias del monasterio. Autosuficientes, los monasterios disponían de huertos y granjas. Para trabajar en ellos, contaban con el servicio de campesinos dependientes, pues los monasterios actuaban como grandes propietarios o señores. Simultáneamente, los monjes actuaban en oficios varios, como sastres, zapateros, tejedores, carpinteros o albañiles. Ora et labora, el oficio manual se consideraba tan importante como el ejercicio del espíritu.
obra
En sintonía con el caballero que protagoniza el Friso Beethoven -concretamente con la figura que aparece en el panel titulado Anhelo de felicidad- Klimt realizó esta figura ecuestre, única en su catálogo. Fue exhibida en la exposición de la Secession de 1903 y comprado por los Wittgenstein -quienes encargaron al poco tiempo el excelente retrato de su hija Margaret-. Inicialmente el lienzo se denominaba "La vida, una batalla" pero se renombró para titularse El caballero de la armadura dorada o El caballero dorado.La obra forma parte de la etapa dorada del pintor, apreciándose ecos del decorativismo que caracterizan algunos de sus cuadros posteriores -La novia, Muerte y Vida- al distribuir florecillas por el prado que pisa el caballo o elementos circulares por el fondo. El caballero y su montura recuerdan a algunos de los "condottieros" pintados durante el Quattrocento, eliminando Klimt la perspectiva de las obras de Ucello o Donatello. Esta relación con la pintura del Renacimiento vendría a través de los pre-rafaelitas, artistas que el maestro vienés admiró. De este grupo también adquirió su afición al simbolismo y los asuntos literarios.
contexto
El tipo de estructura social que caracterizaba a la comunidad judía durante la Edad Media se fue desintegrando a partir de los siglos XVII y XVIII, cuando los mercaderes y banqueros acaudalados se abrieron al resto de la sociedad y adaptaron su estilo de vida a la de sus relaciones no judías. La etapa Ilustrada trajo consigo un cambio en las relaciones entre Estado e Iglesia que llevó finalmente a la emancipación política de los judíos, lo que trajo consigo una evolución de las costumbres y una mayor integración social. Sin embargo, durante la mayor parte del siglo XIX la población judía tendió a concentrarse en aquellos países y ciudades (principalmente de Oriente) donde el cambio se daba de forma menos radical, ralentizando las transformaciones. Por ello, cuando se dio una fuerte migración judía desde Rusia hacia 1880 en dirección a Occidente, éstos quedaron escandalizados ante sus "hermanos" occidentales, que no presentaban casi diferencias respecto a los nobles del momento en sus vestimentas, lengua, hábitos sociales y culturales, etc. y que se movían con aparente libertad entre los no judíos. Lo mismo sucedía con aquellos que habían decidido emigrar a los Estados Unidos, quienes habían abandonado o suavizado observancias tales como el descanso sabático, las restricciones dietéticas, las plegarias diarias y los baños rituales. En los países orientales, por el contrario, las costumbres adoptadas desde etapa medieval se habían mantenido casi imperturbables e, incluso, el hasidismo, que había nacido con un entusiasmo reformador, se había acomodado ya a los modelos de la religión tradicional. La fuerte inmigración desde el este de Europa cambió el panorama para aquellos occidentales; muchas de las viejas costumbres fueron restauradas y, a su debido tiempo, el proceso de aculturación se repitió, con el agregado de una mayor variedad de compromisos y reacciones. Las sucesivas olas migratorias, sobre todo desde la Europa central durante la etapa nazi y desde los países árabes a partir de 1948, hicieron más complejo el panorama. Con la desaparición de restricciones de residencia en muchos países, los judíos tendieron a conformarse con el modelo tradicional de asentamiento, es decir, el de barrios no oficiales en los que se concentran, abriendo sus propios negocios y centros religiosos. En general, suelen estar asentados en una o dos ciudades, quedando pequeñas comunidades dispersas por el resto del país. El caso de Israel, sin embargo, es especial ya que tras la emigración de 1948 se han ido asentando por todo el país en pueblos y ciudades, la mayoría de ellos exclusivamente judíos. También desde el punto de vista económico se ha producido una evolución, si bien en algunos lugares todavía se dedican específicamente a la banca o el comercio. Actualmente, los judíos abarcan toda clase de profesiones, de forma que encuestas realizadas en Estados Unidos y Gran Bretaña han puesto de manifiesto una movilidad económica ascendente, desde labores manuales hasta trabajos burocráticos o agrícolas, principalmente en la Unión Soviética del siglo XIX, Sudamérica, Palestina e Israel, donde una gran parte de la población se establece en cooperativas o comunidades tradicionales. También tienen acceso al ejército -tras la abolición de la ley que prohibía llevar armas- y a la política, aunque fuera de Israel hayan tenido de momento poca representación. De todas formas, todas estas observaciones se refieren a países donde la comunidad judía ha conseguido ya una buena integración; no es el caso, por ejemplo, de los países árabes, donde sus oportunidades son muy limitadas e, incluso, inexistentes. El proceso integracionista repercutió de forma especialmente fuerte en la cultura, pese a los intentos aislados de mantener viva la lengua y la literatura yiddish. En la mayoría de los países no existe una diferencia entre la cultura judía y la no judía, principalmente en lugares donde asisten a las mismas escuelas. Han hecho su contribución al mundo del arte y la cultura sin poner especial énfasis en lo judío. Es en el ámbito religioso donde la aculturación ha tomado diversas formas, haciendo difícil generalizar entre unos países y otros, ya que cada uno presenta una serie de rasgos diferentes. En Estados Unidos una gran proporción de judíos pertenece a alguna sinagoga, pero pocos acuden a los servicios con frecuencia. La pertenencia a una sinagoga no se debe entender como un rasgo religioso en sí mismo; es más bien la respuesta a una necesidad social. En el otro extremo, encontramos el caso de Israel, donde la sinagoga es un lugar única y exclusivamente religioso, pese a que muchos no pertenecen a ninguna. Por tanto, la asistencia y el papel de las sinagogas varía dependiendo del país. Las ceremonias más populares son la circuncisión (bar mitzvah) y la comida de Pascua (seder) y los únicos días en que la sinagoga está repleta son los días santísimos, Año Nuevo y Día del Perdón. Este panorama sólo se puede entender como la adaptación de los judíos a los lugares en los que viven, dando como resultado este tipo de comportamiento. La fuerza tradicional de la familia ha ido evolucionando con el paso de los siglos, principalmente, al entrar en contacto ésta con las familias no judías. Las nuevas generaciones se han ido abriendo al exterior, a pesar de encontrarse con la oposición familiar, que exigía a éstos matrimonios concertados sólo con gente de su misma religión. Los matrimonios entre judíos y no judíos se han ido extendiendo en aquellos países donde la integración es más fuerte. En la mayoría el Estado se ha hecho cargo del sector educativo y de asistencia, funciones que antes realizaba la familia y la comunidad. Por tanto, la mayor independencia de los jóvenes y el debilitamiento de la estructura familiar no han encontrado una respuesta adecuada de las instituciones de la sinagoga. Sí han aparecido, sin embargo, movimientos juveniles sionistas e, incluso, sinagogas gay que indican hasta qué punto algunos judíos homosexuales se sienten excluidos de la tradicional congregación. En el movimiento reformista se admite la igualdad de sexos y también en las sinagogas ortodoxas se van eliminando las desigualdades. De todos modos queda mucho camino por recorrer en este sentido, ya que en países como Estados Unidos los grupos no ortodoxos son muy pequeños y hay pocas mujeres actuando como rabinos u ocupando cargos dentro de la comunidad. En definitiva, la aculturación y la integración social van siendo cada vez más fuertes, aunque cada país presente sus propias características evolutivas. En países donde la religión sufre un declive general, la religión judía no tiene muchas probabilidades de sobrevivir intacta. Pero la judería norteamericana puede ejercer una importante influencia sobre el resto gracias a su gran tamaño y vitalidad, y por el papel político de los Estados Unidos en el mundo.
contexto
Las familias aristocráticas vivían holgadamente, mostrando un gusto muy pronunciado por el lujo y los gastos superfluos. Su vocación consistía en combatir el mal con las armas por lo que la casa noble tenía que ver con la fortaleza y el palacio. En esa mansión debía habitar una pareja conyugal para engendrar una descendencia legítima. Los hijos que se casaban abandonaban el hogar al igual que viejos y viudas, animados éstos a realizar peregrinaciones o retirarse a un monasterio o convento. La mayoría de estas casas nobiliarias tenían su torre "a fin de justificar la explotación del pueblo campesino" en palabras de G. Duby y acentuar el carácter defensivo de estas mansiones que manifiestan las características de un castillo con su montículo, foso y única puerta. En la segunda planta solía estar la zona noble donde encontramos habitualmente una gran sala con chimenea donde el señor celebraba sus festines. Las paredes estaban decoradas con tapices, colgaduras, pieles o espejos, mostrando la familia todo su esplendor con motivo de las celebraciones. Todos estos objetos eran guardados en la cámara señorial cuando no existía ningún festejo. En la sala de festejos encontramos las mesas a cuyo alrededor se celebraban los banquetes ya que comer era un acto solemne y público. No estaba bien visto comer deprisa ni en cuclillas. A continuación se encontraba la habitación matrimonial, separada con un tabique de esta sala de banquetes o incluso con un tapiz. En esta habitación encontramos el lecho conyugal, donde vienen al mundo los herederos. Al mismo nivel que estas dos salas principales estaban la cocina, las habitaciones de los hijos e hijas y la capilla. En la torre los arqueólogos no encuentran restos de vivienda lo que hace suponer que no estaría habitada, siendo sólo un símbolo de poder. La planta baja era para las bodegas y los graneros, cofres, toneles y cubas. El señor de la casa se veía ayudado en su gestión por una serie de auxiliares domésticos. El primero era la propia esposa quien dirigía todo aquello que era femenino en la casa y controlaba las reservas y lo que entraba en el hogar. Los menesteres de la casa serían depositados en personas de confianza del señor, estableciendo continuidad en los cargos a través de la herencia. Estos hombres de confianza se situaban por encima de los demás miembros del servicio y tenían el privilegio de comer en la mesa con el señor, recibir un caballo y vestidos dignos de su oficio. A su cargo estaban los cocineros, compradores, despenseros, porteros y criados, estableciendo una compleja estructura en la que todas las piezas debían estar en funcionamiento, especialmente con motivo del lucimiento de la familia.
contexto
La sucesión entre el pontificado de Gregorio XVI (1831-1846) y el de Pío IX (1846-1878) defraudó las esperanzas de los liberales ya que la Iglesia Católica intensificó aún más sus planteamientos doctrinales de carácter conservador. El desarrollo de los acontecimientos revolucionarios de 1848 sirvió para comprobar rápidamente que el Papa no estaba dispuesto a ponerse al frente del nacionalismo italiano, enfrentándose a una potencia católica como era el Imperio austriaco. En todo caso, y al margen del enfrentamiento con los círculos liberales, la Iglesia Católica experimentó una fuerte reactivación de la práctica religiosa, tal vez como respuesta a las dificultades experimentadas durante los ciclos revolucionarios.El papel del Papado se vio fortalecido por concordatos, como el firmado con España en 1851, o con Austria en 1855, a la vez que el establecimiento de nuevas congregaciones y la preocupación misionera desarrollada por Gregorio XVI daban testimonio de un aumento de la religiosidad. La difusión de la práctica religiosa facilitó la aceptación de acontecimientos extraordinarios como apariciones (La Salette, 1846; Lourdes, 1858) que tuvieron un enorme impacto en la religiosidad popular. A ese clima de religiosidad parece responder también la proclamación, en 1854, del dogma de la Inmaculada Concepción. Por otra parte, junto con el fomento de la religiosidad popular, la reorganización de los estudios teológicos en Alemania (Döllinger), Lovaina y París parecía responder al interés de algunos eclesiásticos para que la Iglesia pudiera participar en los debates que estaba planteando la ciencia moderna.A una idea análoga habían respondido los intentos de conciliar la Iglesia con el liberalismo, desarrollados por Lamennais desde el periódico L´Avenir, que se publicó entre 1829 y 1831 (con el lema de Dios y la, libertad), y en el que colaboraron el dominico H. de Lacordaire y el conde de Montalembert. El movimiento fue seguido en Italia por Rosmini (Las cinco plagas de la Iglesia) y el Papa terminaría por condenar las proposiciones del catolicismo liberal (encíclica Mirari Vos, 1832). La condena pontificia obtuvo el sometimiento de Lacordaire y Montalembert (aunque en el congreso de Malinas, de 1863, aún abogase por la fórmula Iglesia libre en un Estado libre), pero no el de Lamennais, que derivó hacia un deísmo social y revolucionario. El Papado, por otra parte, también condenaría el racionalismo (en relación con el libro de Frohschammer, De libertate Scientiae), por medio de la Bula Gravissimas, de 1862.La ruptura definitiva con el mundo de la ciencia positivista, sin embargo, se produjo en 1864, a través del Syllabus que, en sus ochenta artículos, hacía una sistematización de proposiciones condenables, a la vez que la encíclica Quanta Cura hacía una condena global de los fundamentos filosóficos del liberalismo. Napoleón III prohibió la publicación del Syllabus y las reacciones anticlericales se generalizaron en diversos países europeos. En ese contexto, las derrotas de Austria en 1866, y de Francia en 1870, se vivieron como otras tantas derrotas de la influencia de la Iglesia Católica.Pero esos contratiempos no impidieron que, algunos años después, y en circunstancias todavía difíciles, provocadas por la presión del nuevo Reino de Italia sobre los Estados Pontificios, se produjese la convocatoria del Concilio Vaticano I que, en julio de 1870, aprobó el dogma de la infalibilidad pontificia. La fuerte resistencia de quienes juzgaban inoportuna la declaración hizo que algunos destacados católicos, como el teólogo muniqués I. Döllinger, llegaran hasta el cisma. Meses más tarde, el Papa sería desposeído de su poder temporal, después que las tropas francesas se vieran obligadas a abandonar Roma, que fue ocupada por las tropas del nuevo Reino de Italia.El protestantismo experimenta una situación similar, pero las tensiones contra el racionalismo generan menos tensiones con las autoridades eclesiásticas, que tenían mucha menos capacidad de decisión que las de la iglesia Católica.
video
Durante los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX, la burguesía, el grupo social más pujante, aumentó su poder económico e influencia, gracias a la propiedad de la tierra y de las grandes empresas industriales, financieras y comerciales. En este grupo también podemos incluir a las capas más altas de la Administración y de las profesiones liberales. Los burgueses, a imitación de la aristocracia, gustaban de celebrar fiestas y reuniones en sus amplios salones. El hecho de que cada vez fueran más las personas que gozaban de una cierta prosperidad material y dispusieran de tiempo libre, hizo que las diversiones perdieran el carácter elitista que habían tenido hasta entonces. Con la industrialización y el desarrollo tecnológico, las ciudades se hicieron más habitables. La iluminación eléctrica hizo las calles y plazas más seguras. También permitió a las clases medias y populares urbanas prolongar su tiempo de ocio, realizando fiestas o, simplemente, gozando de amplios y modernos paseos. Las llamadas "sufridas clases medias" -pequeños comerciantes, abogados, médicos, enseñantes, etc-, gustaban de dejarse ver en los cafés de la época. En ellos, literatos y aprendices comentan la última novela aparecida. También se organizan tertulias, se charla de política o, simplemente, se toma café. Eran muy frecuentes las reuniones literarias, políticas o musicales. La música ofreció amplias posibilidades en ese sentido, por lo que se propagó tanto su práctica, principalmente del piano, como la asistencia a conciertos. La ópera, en este periodo, se convirtió en el principal escenario de la burguesía, en el que tan importante era ver como ser visto. En general, la sociedad urbana albergaba el sentimiento de estar participando de una era de progreso y expansión. Frecuentemente se celebraban grandes exposiciones, en las que se mostraban los últimos adelantos en las materias más diversas. Y también era habitual la creación de museos, con los que se trataba de instruir al público en los más variados saberes.