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Carta del tirano "Muy magnífico y muy reverendo señor: más quisiéramos hacer a vuestra paternidad el recibimiento con ramos y flores que no con arcabuces y tiros de artillería, por habernos dicho aquí muchas personas ser más que generoso en todo; y cierto, por las obras hemos visto hoy en este día ser más de lo que nos decían, por ser tan amigo de las armas y ejercicio militar, como lo es vuestra paternidad, y así, vemos que la cumbre de la virtud y nobleza alcanzaron nuestros mayores con la espada en la mano. Yo no niego, ni todos estos señores que aquí están, que no salimos del Pirú para el río del Marañón a descubrir y poblar, dellos cojos, y dellos sanos, y por los muchos trabajos que hemos pasado en Pirú, cierto, a hallar tierra, por miserable que fuera, paráramos, por dar descanso a estos tristes cuerpos que están con más costuras que ropas de romeros: mas la falta de lo que digo, y muchos trabajos que habemos pasado, hacemos cuenta que vivimos de gracia, según el río y la mar y hambre nos han amenazado con la muerte; y así, los que vinieren contra nosotros, hagan cuenta que vienen a pelear con los espíritus de los hombres muertos; y los soldados de vuestra paternidad nos llaman traidores, débelos de castigar, que no digan tal cosa, porque acometer a D. Felipe, rey de Castilla, no es sino de generosos y de grande ánimo; porque si nosotros tuviéramos algunos oficios ruines, diéramos orden a la vida; mas por nuestros hados, no sabemos sino hacer pelotas y amolar lanzas, que es la moneda que por acá corre. Si hay por allá todavía nescesidad deste menudo, proveeremos. Y hacer entender a vuestra paternidad lo mucho que el Pirú nos debe, y la mucha razón que tenemos de hacer lo que hacemos, creo será imposible. A este efecto, no diré nada aquí dello. Mañana, placiendo a Dios enviaré a vuestra paternidad todos los traslados de los actos que entre nosotros se han hecho, estando cada uno en libertad, como estaban; y esto dígolo en pensar qué descargo piensan dar esos señores que ahí están, que juraron a D. Fernando de Guzmán por su Rey, y se desnaturaron de los reinos de España, y se amotinaron y alzaron con un pueblo y usurparon la justicia, y los desarmaron a ellos y a otros muchos particulares, y les robaron las haciendas; y ende más Alonso Arias, sargento de D. Fernando, y Rodrigo Gutiérrez, su gentil-hombre. Desos otros señores, para qué hacer cuenta no hay, porque es chafalonia; aunque de Alonso Arias tampoco la hiciera, si no fuese por ser extremado oficial de hacer jarcia. Rodrigo Gutiérrez, cierto, hombre de bien es, si siempre no mirase al suelo, que es insignia de gran traidor. Pues si acaso ahí ha aportado un Gonzalo de Zúñiga, padre de Sevilla, cejijunto, téngalo vuestra paternidad por un gran chocarrero, y sus mañas son éstas: él se halló con Álvaro de Hoyón en Popayán en la rebelión y el alzamiento contra Su Majestad, y al tiempo que iban a pelear, dejó a su Capitán y se huyó. Ya que se escapó desto, se halló en el Pirú en la ciudad de Sant Miguel de Piura, con Fulano de Silva, en un motín, y robó la caja del Rey, y mataron la Justicia, y asimismo se le huyó. Hombre es que, mientras hay que comer, está diligente, y al tiempo de la pelea, siempre huye, aunque sus firmas no pueden huir. De un hombre sólo me pesa que no está aquí, y es Salguero, que teníamos gran necesidad dél, que nos guardara este ganado, que lo entiende muy bien. Mi buen amigo Mimbreño y Antón Pérez y Andrés Díaz, les beso las manos; y a Monguía y Arteaga, Dios los perdone, porque si estuviesen vivos, tengo por imposible negarme. Cuya muerte o vida suplico a vuestra paternidad me haga saber: aunque también querríamos que todos fuésemos juntos, siendo vuestra paternidad nuestro Patriarca; porque, después de creer en Dios, el que no es más que otro no vale nada. Y no vaya vuestra paternidad a Santo Domingo, porque tenemos por cierto que le han de desposeer del trono en que está, y para esto, cesa un hil. La respuesta suplico a vuestra paternidad me escriba, y tratémonos bien, y ande la guerra: porque a los traidores Dios les dará pena, y a los leales el Rey los resucitará, aunque hasta agora no vemos que el Rey ha resucitado alguno, ni da vidas ni sana heridas. Nuestro Señor la muy magnífica y muy reverenda persona de vuestra paternidad guarde, y en gran dignidad acresciente. Desta nuestra fortaleza de la Margarita. -Besa las manos a vuestra paternidad, su servidor, Lope de Aguirre." A esta carta respondió el Provincial, y no he podido tener su traslado, mas de que en suma le decía que Monguía y Arteaga estaban buenos, y eran muy servidores del Rey; que ellos y todos se habían pasado a su servicio y como sus leales vasallos; y que le rogaba por Dios que dejase ya el hacer más daños en la isla; y principalmente le encargaba la honra de los templos y mujeres. Venida la tarde, el dicho Provincial se tornó a Maracapana, y sin haber hecho más de mostrar en la mar su venida, hizo más daño que provecho porque se dijo que, si no viniera, nunca el tirano matara a Don Juan el gobernador, ni a los demás que mató. Ya que había venido, si saltara en tierra aunque fuera lejos del pueblo, y se juntara con los vecinos de la isla, que muchos andaban al monte, pudiera ser que muchos soldados del tirano, viendo que tenían quien los favoreciese y recogiese con la voz del Rey en la isla, se le huyeran muchos que estaban contra su voluntad y no se osaban huir, porque no sabían la tierra, ni dónde guarescerse del tirano; y de otra manera no lo osaban hacer porque habían visto que los vecinos y gente de la isla los buscaron y trujeron al tirano algunos de los que se habían huido; y desta manera, por ventura, el tirano perverso se desbaratara o saliera de la isla más presto y con menos poder; pero en esto se ha de tomar el santo celo del Provincial, que su intención fue buena, y de aprovechar a todos, y lo demás atribuirlo a Dios que hace lo que él es servido. Este día que estuvo surto el navío del Provincial, fueron hallados escondidos entre unos cardones en la playa de la mar dos soldados del tirano, que dijeron algunos que se quisieron pasar al navío del fraile, y el tirano los mató luego sin confesión; el uno, llamado Juan de Sant Juan, y el otro Paredes. Partido desta isla, el Provincial fue luego con toda brevedad a dar aviso a Santo Domingo de la venida deste tirano, y de camino avisó la Burburata y toda aquella costa de tierra firme. Y como el cruel tirano había quemado y echado a fondo los bergantines en que vino a la isla, teniendo por cierto que tomara el capitán Monguía el navío del Provincial y se lo trajera; y como su pensamiento le salió contrario, y viendo que en tres barcos que había tomado allí no podía ir toda la gente, porque eran pequeños, determinó de acabar un navío que tenía armado D. Juan, el gobernador de la isla, y enviando a buscar ciertos carpinteros que andaban huidos por la isla, los mismos vecinos se los trujeron, y los hizo trabajar en él fiestas y domingos hasta que se acabó, que tardaron más de veinte y cinco días; y en este tiempo quemó y derribó muchas casas y estancias de vecinos de la isla que se habían ido al monte, y los robaron mucha ropa y haciendas, y les mataron sus ganados. Mató en este tiempo el tirano a un Martín Díaz de Almendáriz, primo hermano del gobernador Pedro de Orsúa, al cual el dicho tirano, desde que mataron al dicho Gobernador, su primo lo había traído a manera de preso y desarmado; y habiéndole dado licencia para que se quedase en la isla, y el Martín Díaz se había ido del pueblo a una estancia, envió el tirano a ciertos soldados que le matasen, y ellos le dieron garrote y lo mataron; y dijo el tirano a sus soldados que había muerto a Martín Díaz porque tenía propuesto de no dejar enemigo por detrás, y que todo su contento era matar enemigos y poner la vida por sus amigos; y él no dejaba a unos ni a otros. En este tiempo, que fue día de Nuestra Señora de la Asunción, que llaman de Agosto, fue el dicho tirano con todos sus soldados en ordenanza a la iglesia mayor del pueblo a bendecir ciertas banderas de sus capitanes, y él iba delante de la ordenanza, como Capitán general; y acaso vido en el suelo un rey de naipes, al cual pateó y hizo pedazos, diciendo muchas blasfemias y palabras injuriosas en desacato del rey D. Felipe, nuestro señor, como otras veces lo solía hacer; y no solamente hacía esto, pero blasfemaba y renegaba de Dios, sumo Rey y Señor de todos; y ansimismo hacían otros muchos soldados amigos que, por le imitar y hacer placer, blasfemaban y renegaban continuamente de Dios y del Rey. Y acabadas de bendecir las banderas, las entregó a sus Capitanes y Alférez, y les dijo que aquellas banderas que les daba las pueden defender de todo el mundo, y que no les encargaba ni mandaba más de que mirasen por la honra de los templos y de las mujeres, y que, en lo demás, viviesen como les pareciese y en la ley que quisiesen, que a nadie le iría a la mano. Y aun estas dos cosas que les encargó de los templos, se creyó que las dijo más por no parescer del todo hereje, mal cristiano, como lo era, y para acreditarse en algo con los que estaban presentes, que no porque se entendiese dél que castigaría a ninguno que hiciese lo contrario, según su condición. Dijo aquí a sus soldados que él había hecho nuevo Rey, y que había de nacer nueva ley para en que viviesen sus secuaces y amigos, cosa, cierto, de gran espanto para los que eran cristianos y lo habían de ser o morir, porque en este tiempo gran ocasión había a una voz todos hacer pedazos aquel perverso tirano; mas como la fuerza de malvada gente que era de su opinión, era grande, y los bien intencionados pocos y bien desarmados, su malvada gente que tenía resistió por entonces la gente que contra él tenía indignación; y por mayor lástima tengo que agora andemos iguales, y por una medida y rasero llevados los que se mostraron ser servidores de Dios y del Rey, como los que entonces eran sustentadores de este tirano y de sus herejías y crueldades: porque, como testigo de vista, puedo decir que estos tales, según sus grandes maldades, las justicias de Su Majestad no habían de usar con ellos de ninguna clemencia, aunque, según se va entendiendo, hay tan pocos de éstos que hayan parado en bien, que ahogados, o despeñados, o muertos a manos de indios, hay pocos que se hayan escapado; y Dios, que es justo juez, da el castigo a cada uno como lo meresce y es servido; y esto no me quiero detener, que bien había que tratar, aunque no fuera sino decir cómo estuvo en esto remisa la justicia, digo en donde se desbarató el tirano, que fue en la gobernación de Venezuela. Estándose acabando el navío, se dijo que el Alférez general del tirano, llamado Alonso de Villena, lo quería matar al dicho tirano y alzar bandera por el Rey; y dando parte desto a ciertos soldados del dicho tirano para que le ayudasen, ellos se lo dijeron, y, enviando a matar el dicho tirano a su Alférez, él lo sintió y se huyó al monte. Y lo que desto se cree y tuvo por cierto en la isla Margarita, y después de ido el tirano se platicaba, fue que, temiéndose de su muerte el dicho Alonso Villena, y que el dicho tirano lo quería matar, que estaba enojado con el Villena, por el peligro se quisiera apartar de su compañía, y no lo osaba hacer, porque era uno de los trece que fueron en matar al buen gobernador Pedro de Orsúa, y había sido siempre muy de ánimo en toda la tiranía, y por temor que las justicias de Su Majestad después lo matarían; y así, teniendo ya determinada y aún aparejada su ida, por escapar la vida si pudiese, dijo a ciertos soldados que él quería matar al tirano, que le ayudasen; y díjolo tan en público, que por fuerza el tirano lo hobo de saber; y luego se huyó, como lo tenía bien acordado, y esto hizo a fin de que después, cuando por las justicias de Su Majestad fuese hecha información de su vivir, pudiese hacer este cargo de servicio al Rey, para descuento de sus maldades, y no para que hobiese efecto lo que decía, sino aspaviento; porque si él quisiera de veras servir a Vuestra Majestad, no lo dijera tan público ni se huyera luego, ni aguardara al tiempo que el tirano se quería embarcar para salir de la Margarita, que es bien claro que, porque no tuviese tiempo para lo buscar, aguardó entonces. Y así el tirano, airado de la huida deste, tomó sospecha de otros, diciendo que eran con el Villena, y sin tener más claridad sino su dañada sospecha, mató asimismo a un Alférez de su guardia, llamado Domínguez, que era amigo del dicho Villena, y matole a puñaladas un Juan de Aguirre, que era mayordomo del dicho tirano, y lo echaron de la fortaleza abajo; y por lo mismo, a otro soldado, llamado Loaysa, también de sus marañones, ahorcó; y a una mujer de un vecino de la isla, llamada Ana de Rojas, la ahorcó del rollo de la plaza, y le tiraron muchos arcabuzazos, porque dijeron al tirano que el Villena entraba muchas veces en su casa de esta mujer, y que allí se concertaba el motín. Envió asimismo a matar al marido de la dicha Ana de Rojas, que se llamaba Diego Gómez, que era un hombre viejo y enfermo, que estaba curándose en una estancia, una legua del pueblo. Mataron a él y a un fraile dominico que con él estaba, dándoles garrote y robando cuanto estaba en la estancia; y volvieron al pueblo, donde el tirano perverso mandó a estos sus diabólicos ministros que, pues ya habían muerto un fraile, que matasen a otro su compañero, que allí estaba en el pueblo, que era asimismo dominico, con el cual este malvado tirano se había confesado; y luego, a la hora, lo mataron estos perversos sayones, y lo metieron en una casa; y cuando lo querían matar, el fraile les rogó que le dejasen primero encomendarse un poco a Dios, y, tendiéndose en el suelo boca abajo, rezó el salmo de Miserere mei y otras oraciones; aunque los perversos tiranos no le dieron mucho espacio; y, levantándose del suelo, se encomendó a Dios, y les dijo que aquella muerte él la tomaba por Dios, que se la diesen la más cruel que pudiesen; y así le dieron garrote, el cordel por la boca, hasta que se la hicieron pedazos; y como no se ahogaba presto le pasaron el cordel al pescuezo. Créese que el dicho fraile murió mártir, por algunas reprensiones que en la confesión debió de dar al dicho tirano. Pasando aquesto, mandó ahorcar el tirano a un fulano Somorostro, vecino de la isla, que era un hombre viejo, porque cuando llegó el tirano a la isla, se había ofrecido a ir con él, y al tiempo de la partida le pidió licencia para quedarse y él se la dio, pero quedó colgado del rollo. Estando ya casi de camino el tirano, y el navío echado al agua, que se había acabado, mandó ahorcar una mujer de la isla que se decía fulana de Chaves, porque de su casa se le huyó un soldado de los que en esta isla se le allegaron, porque decía que esta mujer lo supo y no le avisó. Muchos de los soldados de la isla, que se habían ofrecido de salir con él, viendo sus crueldades y maldades, se le habían ya huido. Era tan cruel y malo este tirano, que a los que no le habían hecho mal ni daño, los mataba sin causa ninguna; y a otros que él no tenía voluntad ni causa de los matar, porque ninguno se escapase dél sin que tuviese qué contar, los afrentaba. Y mandó que le trajesen un mancebo que estaba en la isla, que no le había venido a ver; y en pena de su descuido, mandó que le rapasen la barba, lavándosela primero con orines hediondos, y le mandó que pagase al barbero, y le hizo traer cuatro gallinas por paga. Y a otro soldado de los suyos, como era un fulano Cayado, que no era hombre de que él hacía cuenta, ni le quería matar, porque se descuidó un día en ir al escuadrón, le mandó asimismo rapar la barba en el rollo de la plaza, y que se la lavasen con el mismo lavatorio que al otro. Estando ya acabado el navío del todo, y el tirano que se quería partir de la isla, vino un Francisco Fajardo, vecino de un pueblo que se dice Caracas, en la gobernación de Valenzuela, con ciertos indios flecheros y enerbolarios, en socorro de los vecinos de la isla, y se puso en un monte, media legua del pueblo, entre las estancias, y dijeron que por esto no las quemó y destruyó el tirano, que lo tenía determinado de lo hacer, y no osó enviar gente a ello, porque no se le huyesen, que algunos lo habían comenzado a hacer, y si entonces le acometiera el Fajardo, se pasara la más gente del tirano, aunque por temor de que se le habían de huir algunos, hizo el tirano meter sus soldados todos en la fortaleza, a fin de que ya que viniesen a dar en él con los indios flecheros, con este alboroto no pudiese ninguno huir; y así hizo un portillo, a las espaldas de la fortaleza hacia la mar, y por allí hacía embarcar toda la gente uno a uno. En ese tiempo, estando el perverso tirano en la playa de la mar, y la gente ya toda embarcada, que sólo él y algunos amigos suyos quedaban en tierra, llegó a él un soldado de sus marañones, y bien su amigo, y de los más prendados, que se llamaba Alonso Rodríguez, almirante, y le dijo al tirano que se desviase un poco más a tierra, que se mojaba con las olas de la mar; y sin más razones y ocasión, echó mano a su espada, y le dio una cuchillada que casi le derribó un brazo en el suelo; y luego mandó que fuesen a curar a dicho soldado, y ya que lo querían hacer, se arrepintió, y tornó a mandar que le diesen garrote, y así lo hicieron, y lo mataron sin confesión; y luego este tirano fue con algunos de sus amigos a casa de un clérigo, llamado Contreras, cura de la isla, y lo trajo a los navíos y lo embarcó y llevó consigo, harto contra la voluntad del dicho clérigo. Salió el tirano de la isla Margarita un domingo, después de medio día, postrero de Agosto, del año de mil y quinientos sesenta y un años; habiendo estado en ella cuarenta días, y dejándola tan perdida y asolada y robada de servicio de ganados y comida y otras cosas, que los que en ella quedaban, no se pueden sustentar sino con mucho trabajo, y habiendo hecho las crueldades y maldades que he dicho, y otras muchas más. Mató el tirano por el río, antes de llegar a esta isla, veinte y cinco hombres, y entre ellos al gobernador Pedro de Orsúa, y a D. Juan de Vargas, su teniente, y a Doña Inés, y a un Alonso de Henao, clérigo, y a un Comendador de Rodas. Todos los demás fueron, su Príncipe, almirantes, capitanes, alféreces y sargentos y otros oficiales que este perverso tirano hizo y deshizo, y en matando uno destos, hacía otro en su lugar, y los bienes, armas y servicio de todos los que mataba iban a los herederos forzosos, que eran los amigos y privados del tirano, a quien los repartía todos, y con esto los tenía propicios y llegaba cada día más. Mató en la isla Margarita otros catorce de sus marañones, y once de los vecinos della, con los dos frailes y dos mujeres, que son por todos cincuenta personas las que mató hasta que salió de la isla, sin otros dos indios ladinos que allí mató, y a todos los más dellos sin confesión. Metió en la isla, cuando entró en ella, doscientos hombres, o muy pocos más, con noventa arcabuces y veinte cotas; quedáronsele en la dicha isla, entre muertos y huidos, y otros dejados por la voluntad del tirano, con los que pasaron al fraile con Monguía, cincuenta y siete hombres. Allegáronse allí once o doce soldados. Halló en la isla cincuenta arcabuces y muchas lanzas y espadas, y seis tiros de artillería, los cinco, falconetes de bronce y uno de hierro. Por esta cuenta, sacó de la isla Margarita hasta ciento sesenta hombres, y algunos de los que se le huyeron, llevaron algunos arcabuces, como hasta diez, y quedarle han hasta ciento treinta arcabuces, y las seis piezas de artillería ya dichas. Llevó desta isla casi cien piezas de indios e indias, de las mejores que pudo haber. Llevó tres caballos y un macho, y todos los aderezos de caballos de silla que pudieron haber; porque como supo que ya en Nombre de Dios y en Panamá estaban avisados, y que él no era parte para ir por allí, como había pensado, determinó de irse a la Burburata, y atravesar toda la gobernación de Venezuela, y al Nuevo reino de Granada, y de allí al Pirú, aunque también le salió esta cuenta mala, como la otra primera, como adelante se dirá. Las sillas que de aquí sacó eran para muchos caballos que pensaba tomar en la gobernación de Venezuela. Salió el tirano, como habemos dicho, de la isla Margarita, un domingo, postrero día de Agosto, con la gente y armas y municiones que habemos contado, y llevaba toda su gente repartida en cuatro navíos, los tres barcos pequeños, y el uno grande, que era el que había acabado de hacer en la Margarita; y en cada uno destos navíos repartió la gente de quien él más se fiaba, a quien encomendó la guardia dellos; y los otros pequeños seguían al en que él iba, que era mayor y más ligero. Antes de llegar a la Burburata, tuvieron muchas calmas y vientos muy contrarios, por manera, que tardó en llegar a la Burburata, desde la dicha isla Margarita, ocho días, que es camino que comúnmente se anda en dos o tres días. En todo el viaje no acaesció caso de muertes, más de que el perverso tirano y sus amigos traidores, como no tenían el tiempo como ellos querían, blasfemaban de Dios y de sus Santos, y de los tiempos y vientos. Decía unas veces el tirano, enojado desto, que no creía en Dios si Dios no era bandolero; que hasta allí había sido de su bando, y que entonces se había pasado a sus contrarios. Amenazaba de muerte a los pilotos y hombres de la mar que llevaba en los navíos: pensaba que le llevaban engañado, que en ellos estaba la falta del tiempo, y enojado con ellos, decía, que si Dios había hecho el cielo para tan ruin y civil gente, que no quería ir allá. Y otras veces, alzando los ojos hacia el cielo, decía: "Dios, si algún bien me has de hacer, agora lo quiero, y la gloria guárdala para tus Santos." Y diciendo estas y otras blasfemias y herejías, llegó a la Burburata, un domingo, a los siete de Septiembre deste año; y en el puerto halló un navío de mercaderías, que sus dueños, viendo venir al tirano, lo echaron a fondo con parte de la carga, que no pudieron sacar, y el tirano le mandó poner fuego y se quemó hasta el agua.
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Carta del tirano En el tiempo que en este pueblo de la Valencia se detuvo, escribió este perverso tirano una carta para Su Majestad del Rey D. Felipe, nuestro señor, tan mala y desvergonzada como él, la cual envió desde la Valencia con el padre Contreras, tomando dél seguridad, con juramento, que enviaría la dicha carta a la Audiencia real de Santo Domingo, para que de allí fuese a Su Majestad, y le dio licencia al padre Contreras para que de allí volviese a la isla Margarita. Él llevó la dicha carta y la envió a Santo Domingo, como había prometido, y la carta dice desta manera: "Rey Felipe, natural español, hijo de Carlos, invencible: Lope de Aguirre, tu mínimo vasallo, cristiano viejo, de medianos padres, hijo-dalgo, natural vascongado, en el reino de España, en la villa de Oñate vecino, en mi mocedad pasé el mar Océano a las partes del Pirú, por valer más con la lanza en la mano, y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien; y así, en veinte y cuatro años, te he hecho muchos servicios en el Pirú, en conquistas de indios, y en poblar pueblos en tu servicio, especialmente en batallas y reencuentros que ha habido en tu nombre, siempre conforme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga, como parescerá por tus reales libros. "Bien creo, excelentísimo Rey y Señor, aunque para mí y mis compañeros no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos servicios como has recibido de nosotros; aunque también bien creo que te deben de engañar los que te escriben desta tierra, como están lejos. Avísote, Rey español, adonde cumple haya toda justicia y rectitud, para tan buenos vasallos como en estas tierras tienes, aunque yo, por no poder sufrir más la crueldades que usan estos tus oidores, Visorey y gobernadores, he salido de hecho con mis compañeros, cuyos nombres después te dire, de tu obediencia, y desnaturándonos de nuestras tierras, que es España, y hacerte en estas partes la más cruda guerra que nuestras fuerzas pudieren sustentar y sufrir; y esto, cree, Rey y Señor, nos ha hecho hacer el no poder sufrir los grandes pechos, premios y castigos injustos que nos dan estos tus ministros que, por remediar a sus hijos y criados, nos han usurpado y robado nuestra fama, vida y honra, que es lástima, ¡oh Rey!, y el mal tratamiento que se nos ha hecho. Y ansí, yo, manco de mi pierna derecha, de dos arcabuzazos que me dieron en el valle de Chuquinga, con el mariscal Alonso de Alvarado, siguiendo tu voz y apellidándola contra Francisco Hernández Girón, rebelde a tu servicio, como yo y mis compañeros al presente somos y seremos hasta la muerte, porque ya de hecho hemos alcanzado en este reino cuán cruel eres, y quebrantador de fe y palabra; y así tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero. Pues tu Virey, marqués de Cañete, malo, lujurioso, ambicioso tirano, ahorcó a Martín de Robles, hombre señalado en tu servicio, y al bravoso Thomás Vázquez, conquistador del Pirú, y al triste Alonso Díaz, que trabajó más en el descubrimiento deste reino que los exploradores de Moysen en el desierto; y a Piedrahita, que rompió muchas batallas en tu servicio, y aún en Lucara, ellos te dieron la victoria, porque si no se pasaran, hoy fuera Francisco Hernández rey del Pirú. Y no tengas en mucho al servicio que tus oidores te escriben haberte hecho, porque es muy gran fábula si llaman servicio haberte gastado ochocientos mil pesos de tu Real caja para sus vicios y maldades. Castígalos como a malos, que de cierto lo son. "Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los reinos de Castilla, sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes. Y mira, Rey y Señor, que no puedes llevar con título de Rey justo ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado sean gratificados. "Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos; que si muchos fuésedes, ninguno podría ir al cielo, porque creo allá seríades peores que Lucifer, según tenéis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni hago caso de vosotros, pues os llamáis siempre menores de edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro gobierno es aire. Y, cierto, a Dios hago solemnemente voto, yo y mis docientos arcabuceros marañones, conquistadores, hijos-dalgo, de no te dejar ministro tuyo a vida, porque yo sé hasta dónde alcanza tu clemencia; y el día de hoy nos hallamos los más bien aventurados de los nascidos, por estar como estamos en estas partes de Indias, teniendo la fe y mandamientos de Dios enteros, y sin corrupción, como cristianos; manteniendo todo lo que manda la Santa Madre Iglesia de Roma; y pretendemos, aunque pecadores en la vida, rescibir martirio por los mandamientos de Dios. "A la salida que hicimos del río de las Amazonas, que se llama el Marañón, vi en una isla poblada de cristianos, que tiene por nombre la Margarita, unas relaciones que venían de España, de la gran cisma de luteranos que hay en ella, que nos pusieron temor y espanto, pues aquí en nuestra compañía, hubo un alemán, por su nombre Monteverde, y lo hice hacer pedazos. Los hados darán la paga a los cuerpos, pero donde nosotros estuviéremos, cree, excelente Príncipe, que cumple que todos vivan muy perfectamente en la fe de Cristo. "Especialmente es tan grande la disolución de los frailes en estas partes, que, cierto, conviene que venga sobre ellos tu ira y castigo, porque ya no hay ninguno que presuma de menos que de Gobernador. Mira, mira, Rey, no les creas lo que te dijeren, pues las lágrimas que allá echan delante tu Real persona, es para venir acá a mandar. Si quieres saber la vida que por acá tienen, es entender en mercaderías, procurar y adquirir bienes temporales, vender los Sacramentos de la Iglesia por prescio; enemigos de pobres, incaritativos, ambiciosos, glotones y soberbios; de manera que, por mínimo que sea un fraile, pretende mandar y gobernar todas estas tierras. Pon remedio, Rey y Señor, porque destas cosas y malos exemplos, no está imprimida ni fijada la fe en los naturales; y, más te digo, que si esta disolución destos frailes no se quita de aquí, no faltarán escándalos. "Aunque yo y mis compañeros, por la gran razón que tenemos, nos hayamos determinado de morir, desto y otras cosas pasadas, singular Rey, tú has sido causa, por no te doler del trabajo destos vasallos, y no mirar lo mucho que les debes; que si tú no miras por ellos, y te descuidas con estos tus oidores, nunca se acertará en el gobierno. Por cierto, no hay para qué presentar testigos, más de avisarte cómo éstos, tus oidores, tienen cada un año cuatro mil pesos de salario y ocho mil de costa, y al cabo de tres años tienen cada uno sesenta mil pesos ahorrados, y heredamientos y posesiones; y con todo esto, si se contentasen con servirlos como a hombres, medio mal y trabajo sería el nuestro; mas, por nuestros pecados, quieren que do quiera que los topemos, nos hinquemos de rodillas y los adoremos como a Nabucodonosor; cosa, cierto, insufrible. Y yo, como hombre que estoy lastimado y manco de mis miembros en tu servicio, y mis compañeros, viejos y cansados en lo mismo, nunca te he de dejar de avisar, que no fíes en estos letrados tu Real conciencia, que no cumple a tu Real servicio descuidarte con éstos, que se les va todo el tiempo en casar hijos e hijas, y no entienden en otra cosa, y su refrán entre ellos, y muy común, es: "A tuerto y a derecho, nuestra casa hasta el techo." "Pues los frailes, a ningún indio pobre quieren absolver ni predicar; y están aposentados en los mejores repartimientos del Pirú, y la vida que tienen es áspera y peligrosa, porque cada uno dellos tiene por penitencia en sus cocinas una docena de mozas, y no muy viejas, y otros tantos muchachos que les vayan a pescar: pues a matar perdices y a traer fruta, todo el repartimiento tiene que hacer con ellos; que, en fe de cristianos, te juro, Rey y Señor, que si no pones remedio en las maldades desta tierra, que te ha de venir azote del cielo; y esto dígolo por avisarte de la verdad, aunque yo y mis compañeros no queremos ni esperamos de ti misericordia. "¡Ay, ay, qué lástima tan grande que, César y Emperador, tu padre conquistase con la fuerza de España la superbia Germania, y gastase tanta moneda, llevada destas Indias, descubiertas por nosotros, que no te duelas de nuestra vejez y cansancio, siquiera para matarnos la hambre un día! Sabes que vemos en estas partes, excelente Rey y Señor, que conquistaste a Alemania con armas, y Alemania ha conquistado a España con vicios, de que, cierto, nos hallamos acá más contentos con maíz y agua, sólo por estar apartados de tan mala ironía, que los que en ella han caído pueden estar con sus regalos. Anden las guerras por donde anduvieron, pues para los hombres se hicieron; mas en ningún tiempo, ni por adversidad que nos venga, no dejaremos de ser sujetos y obedientes a los preceptos de la Santa Madre Iglesia romana. "No podemos creer, excelente Rey y Señor, que tú seas cruel para tan buenos vasallos como en estas partes tienes; sino que estos tus malos oidores y ministros lo deben de hacer sin tu consentimiento. Dígolo, excelente Rey y Señor, porque en la ciudad de los Reyes, dos leguas della junto a la mar, se descubrió una laguna donde se cría algún pescado, que Dios lo permitió que fuese así; y estos tus malos oidores y oficiales de tu Real patrimonio, por aprovecharse del pescado, como lo hacen, para sus regalos y vicios, la arriendan en tu nombre, dándonos a entender, como si fuésemos inhábiles, que es por tu voluntad. Si ello es así, déjanos, Señor, pescar algún pescado siquiera, pues que trabajamos en descubrirlo; porque el Rey de Castilla no tiene necesidad de cuatrocientos pesos, que es la cantidad por que se arrienda. Y pues, esclarecido Rey, no pedimos mercedes en Córdoba, ni en Valladolid, ni en toda España, que es tu patrimonio, duélete, Señor, de alimentar los pobres cansados en los frutos y réditos desta tierra, y mira, Rey y Señor, que hay Dios para todos, igual justicia, premio, paraíso e infierno. "En el año de cincuenta y nueve dio el Marqués de Cañete la jornada del río del Amazonas a Pedro de Orsúa, navarro, y por decir verdad, francés; y tardó en hacer navíos hasta el año sesenta, en la provincia de los Motilones, que es el término del Pirú; y porque los indios andan rapados a navaja, se llaman Motilones: aunque estos navíos, por ser la tierra donde se hicieron lluviosa, al tiempo del echarlos al agua se nos quebraron los más dellos, y hicimos balsas, y dejamos los caballos y haciendas, y nos echamos en el río abajo, con harto riesgo de nuestras personas; y luego topamos los más poderosísimos ríos del Pirú, de manera que nos vimos en Golfo-duce, caminamos de prima faz trecientas leguas, desde el embarcadero donde nos embarcamos la primera vez. "Fue este Gobernador tan perverso, ambicioso y miserable, que no lo pudimos sufrir; y así, por ser imposible relatar sus maldades, y por tenerme por parte en mi caso, como me ternás, excelente Rey y Señor, no diré cosa más de que le matamos; muerte, cierto, bien breve. Y luego a un mancebo, caballero de Sevilla, que se llamaba D. Fernando de Guzmán, lo alzamos por nuestro Rey y lo juramos por tal, como tu Real persona verá por las firmas de todos los que en ello nos hallamos, que quedan en la isla Margarita en estas Indias; y a mí me nombraron por su Maese de campo; y porque no consentí en sus insultos y maldades, me quisieron matar, y yo maté al nuevo Rey y al Capitán de su guardia, y Teniente general, y a cuatro capitanes, y a su mayordomo, y a un su capellán, clérigo de misa, y a una mujer, de la liga contra mí, y un Comendador de Rodas, y a un Almirante y dos alférez, y otros cinco o seis aliados suyos, y con intención de llevar la guerra adelante y morir en ella, por las muchas crueldades que tus ministros usan con nosotros; y nombré de nuevo capitanes y Sargento mayor, y me quisieron matar, y yo los ahorqué a todos. Y caminando nuestra derrota, pasando todas estas muertes y malas venturas en este río Marañón, tardamos hasta la boca dél y hasta la mar, más de diez meses y medio: caminamos cien jornadas justas: anduvimos mil y quinientas leguas. Es río grande y temeroso: tiene de boca ochenta leguas de agua dulce, y no como dicen: por muchos brazos tiene grandes bajos, y ochocientas leguas de desierto, sin género de poblado, como tu Majestad lo verá por una relación que hemos hecho, bien verdadera. En la derrota que corrimos, tiene seis mil islas. ¡Sabe Dios cómo nos escapamos deste lago tan temeroso! Avísote, Rey y Señor, no proveas ni consientas que se haga alguna armada para este río tan mal afortunado, porque en fe de cristiano te juro, Rey y Señor, que si vinieren cien mil hombres, ninguno escape, porque la relación es falsa, y no hay en el río otra cosa, que desesperar, especialmente para los chapetones de España. "Los capitanes y oficiales que al presente llevo, y prometen de morir en esta demanda, como hombres lastimados, son: Juan Gerónimo de Espíndola, ginovés, capitán de infantería, los dos andaluces; capitán de a caballo Diego Tirado, andaluz, que tus oidores, Rey y Señor, le quitaron con grave agravio indios que había ganado con su lanza; capitán de mi guardia Roberto de Coca, y a su alférez Nuflo Hernández, valenciano; Juan López de Ayala, de Cuenca, nuestro pagador; alférez general Blas Gutiérrez, conquistador de veinte y siete años, alférez, natural de Sevilla; Custodio Hernández, alférez, portugués; Diego de Torres, alférez, navarro; sargento Pedro Rodríguez Viso, Diego de Figueroa, Cristóbal de Rivas, conquistador; Pedro de Rojas, andaluz; Juan de Salcedo, alférez de a caballo; Bartolomé Sánchez Paniagua, nuestro barrachel; Diego Sánchez Bilbao, nuestro pagador. "Y otros muchos hijos-dalgo desta liga, ruegan a Dios, Nuestro Señor, te aumente siempre en bien y ensalce en prosperidad contra el turco y franceses, y todos los demás que en estas partes te quisieran hacer guerra; y en estas nos dé Dios gracia que podamos alcanzar con nuestras armas el precio que se nos debe, pues nos han negado lo que de derecho se nos debía. Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada, y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud. Lope de Aguirre, el Peregrino." Hecho esto, el perverso tirano se daba priesa a salir de la Valencia, y cuando quiso salir, una noche antes, mandó que toda la gente fuese a dormir a un cercado de bahareques, de una casa donde él posaba. Aquella mesma noche mandó matar secretamente tres soldados de sus marañones, uno llamado Benito Díaz, porque había dicho que tenía un pariente en el Nuevo reino, y a un Fulano de Lora y a otro Cigarra, porque los tenía por sospechosos, y temió que se le huyesen; y en la mañana, cuando de allí se partió, mandó poner fuego a una casa donde estaban los muertos; y partido de allí para Barchicimeto camino de la sierra, dejando el dicho pueblo de la Valencia todo quemado y destruido, llevando muchas cabalgaduras, y habiendo muerto muchos ganados de vacas, terneras y carneros.
lugar
Una de las más antiguas ciudades de España, Cartagena fue fundada por el cartaginés Asdrúbal hacia el año 227 antes de Cristo, siendo llamada originalmente Qart Hadash. Parece ser que, hacia el siglo VI a.C., existió un asentamiento autóctono denominado Mastia, que aparece citado en la Ora Marítima de Avieno (siglo IV a.C.). No obstante, también se sabe que el área de la actual Cartagena estuvo habitada desde la Prehistoria, y que su puerto era escala obligada para fenicios y griegos. La elección del lugar para la fundación de Carthago Nova debió deberse a sus excelentes facultades como fondeadero de naves, lo que convirtió a la ciudad en una poderosa base para la expansión cartaginesa por la Península Ibérica. Otros factores debieron ser la riqueza minera de la sierra cercana, la existencia de una laguna interior y la proximidad de una serie de colinas, que facilitaban su defensa. El nombre de Cartago Nova -Qart Hadash- le vino dado por tratarse de una nueva capital cartaginesa, por lo que debió de contar con excelentes construcciones y un gran desarrollo urbanístico, semejantes al de la metrópoli. Las cinco colinas que rodeaban la ciudad fueron dedicadas a otras tantas divinidades mediterráneas (montes Arx Asdrúbalis, Cronos, Aletes, Hefestos y Asklepios). La helenización de los vocablos Qart Hadas los convirtió posteriormente en Karchedon o Karchadonion, que acabaron siendo con el tiempo pronunciados como Carthago, forma aceptada desde la dominación romana. Precisamente en el año 209, durante la Segunda Guerra Púnica, Carthago se convierte en ciudad romana, al ser conquistada por Publio Cornelio Escipión. A partir de este momento, Cartago comienza un periodo de gran esplendor, conociendo una expansión demográfica y urbanística, que le dota de excelentes edificios. La capital de la Carthaginenese, conoce con las invasiones bárbaras un periodo de ostracismo y decadencia. Se sabe que en los últimos años del reinado de Sisebuto, hacia los años 621-623, o durante los primeros de Suintila, la ciudad fue destruida por los visigodos, tras una breve etapa de dominio bizantino. Denominada Carthago Spartaria -la fama de sus extensos campos de esparto se extendía por todo el Mediterráneo-, durante esta etapa pasa a un segundo plano, arrasada por las luchas entre visigodos y bizantinos. San Isidoro, en sus Etimologías (XV, I, 7), dice de Carthago Nova o Spartaria que "hoy día, destruida por los godos, apenas quedan ruinas". La decadencia de Carthago se prolonga durante todo el periodo visigodo, comenzando tímidamente a ser repoblada durante la etapa de dominación árabe, especialmente a partir del siglo X. La ciudad atraviesa, pues, un periodo oscuro entre los siglos VIII-X, hasta el punto que la primera noticia sobre ella tendrá que esperar al siglo XII, cuando al-Idrisi nos diga que "es el fondeadero obligado de la ciudad de Murcia. Es una ciudad antigua, que data de tiempos remotos. Su puerto sirve de refugio para navíos grandes y pequeños. Es atractiva y llena de recursos". En 1245 el futuro Alfonso X el Sabio conquista la ciudad para la corona de Castilla. A pesar de recuperar la ciudad su condición de sede episcopal, los siglos tardomedievales suponen una etapa de decadencia para la villa. La reactivación económica y política de Cartagena se produce a partir del siglo XVI, alcanzando un papel preponderante en 1728 al ser elegida capital del Departamento Marítimo del Mediterráneo. En este momento se construye el Arsenal, así como los cuarteles y castillos que llevaba aparejado el plan de fortificación de la villa, realizado por el ingeniero Martín Zermeño a instancias del conde de Aranda. En la primera mitad del siglo XIX Cartagena vuelve a entrar en un periodo de crisis, del que se recuperará a partir de la segunda mita de la centuria gracias al empuje de la minería, estimulando al tiempo la industria, el comercio y la política. No en balde, Cartagena será uno de los principales bastiones de la Revolución Cantonal de 1873. Un nuevo trance vive la ciudad en la década de 1920 debido a la crisis de la minería y en esta grave situación afrontó la Segunda República y la Guerra Civil. Cartagena se convierte en uno de los principales bastiones republicanos. Una nueva crisis económica vivió la ciudad a principios de la década de 1990, superada gracias a la implantación de nuevas industrias -General Electric, Ecocarburantes o AES Corporation- y a las inversiones de grupos industriales como Repsol, Enagás o Iberdrola. En la actualidad, la población de Cartagena casi alcanza los 200.000 habitantes.
obra
Las obras de infraestructura para el funcionamiento de las ciudades dieron lugar a gran cantidad de informes, acompañados muchas veces por dibujos explicativos como éste que vemos. En él se muestra cómo iba a quedar el muelle del puerto de Cartagena de Indias después de la reforma. Como ciudad marítima que era, la plaza se crea al borde del mar. En ella estaba la "Caça de Su Magestad de Contrataçión" y de ella partían las dos calles más importantes, la calle real y la calle de la ciudad.
lugar
Fue la colonia fenicia más famosa y floreciente fundada por Tiro en la costa septentrional de África, cerca de Túnez. El historiador Timeo afirma que su fundación se produjo en el 814 a.C. Según la leyenda, Elisa llegó allí huyendo de Tiro, donde su hermano Pigmalión había dado muerte a su marido, Siqueo. Los indígenas que habitaban en la región le concedieron el espacio que cubriera una piel de buey tirada en el suelo; Elisa cortó en tiras finísimas la piel y cubrió un terreno suficientemente grande para fundar una ciudad, Qart Hadasht (Cartago, en latín), que quiere decir "ciudad nueva". Cartago pronto adquirió un carácter eminentemente mercantil, extendiéndose por Túnez, y fundó colonias desde el golfo de Sidia hasta Tánger, controlando Sicilia, Cerdeña, norte de África y sur de España. Después de hacer tributarios a los pueblos vecinos impuso su hegemonía a las demás colonias fenicias de África, obligándolas a formar una confederación de ciudades bajo su mando. Desde el siglo VI a.C., y por efecto de su gran expansión, estuvo en lucha primero con los griegos y posteriormente con los romanos. A partir del 264 a.C., y durante 120 años, romanos y púnicos se enfrentaron en la mayor guerra de la antigüedad, donde destacaron genios militares como Amílcar Barca (Primera Guerra Púnica) y Aníbal (Segunda Guerra Púnica). Sin embargo, la potencia romana era imparable y los cartagineses fueron progresivamente perdiendo sus dominios coloniales. Finalmente, los romanos la arrasaron en el 146 a.C., terminando así el mayor enfrentamiento de la antigüedad. En el año 44 a.C. César mandó fundar una colonia romana en Cartago y, durante el imperio, se convirtió en la ciudad más rica del Mediterráneo central y occidental y en punto de referencia cultural. En el siglo V d.C. fue conquistada por los vándalos y reconquistada por los bizantinos en el 533. Con la llegada árabe a finales del siglo VII empezó a decaer rápidamente, hasta quedar sus puertos inutilizados. A finales del siglo XIX no quedaba en pie nada de la ciudad levantada por los cartaginenses. La destrucción llevada a cabo por los romanos fue tan meticulosa que, aparentemente, nada de la Cartago púnica quedó sobre la tierra. Pero los esfuerzos de los arqueólogos durante todo el siglo XX han conseguido levantar una pequeña parte de lo que fue la ciudad. La mayoría de los restos son de etapa romana, construida sobre las ruinas de la ciudad fenicia, pero las últimas campañas han desenterrado fascinantes restos de la ciudad. Ésta se asentaba en un itsmo y contaba con una grandiosa muralla triple que la protegía de los ataques terrestres. Sus dos puertos marítimos eran su razón de ser; uno de ellos, descrito por Apiano, era rectangular, de uso civil y el otro era circular y de uso militar. A pesar de la destrucción romana, se ha podido recuperar todo un barrio púnico que data de la última fase urbanística de la ciudad, entre el fin de la II guerra púnica y su destrucción.
estilo
<p><br>El arte y la arquitectura de Cartago se inspiraban en sus raíces fenicias y en las influencias de las diversas culturas con las que mantenían relaciones comerciales. Los artefactos que han perdurado exhiben un extraordinario nivel de destreza en trabajos de metal, cerámica y piedra. Sus ciudades destacaban por sus impresionantes puertos, fortificaciones y edificios públicos. Cartago era especialmente conocida por su sistema defensivo y su estratégico puerto militar.</p>
contexto
Cartago fue una de las numerosas factorías fenicias, surgida en la costa norteafricana (no lejos de la actual Túnez) en los inicios del I milenio a.C. No fue la más antigua ni, durante mucho tiempo, la más importante. Su importancia como potencia no sólo comercial, sino también política, se remonta al siglo VI a.C. A partir de entonces, Cartago se convirtió en un Estado territorial no muy extenso en torno a su ciudad, pero con numerosos enclaves en Ibiza, en la costa suroriental de la Península Ibérica, en las islas en torno a Malta, en Cerdeña y en las costas suroccidentales de Sicilia. Disponían también de vastas extensiones de tierra cultivada por las poblaciones indígenas dependientes. Sus conocimientos de agricultura fueron provechosos incluso para los romanos (así lo demuestra un tratado cartaginés de agricultura, escrito por Magón y que los romanos tradujeron al latín), pero su vocación fue eminentemente marinera y comercial. Mantenían contactos no sólo con comunidades de la cuenca occidental del Mediterráneo, sino también con otras del Atlántico, hasta Madeira y las islas Canarias, la costa occidental de Africa (según relata un cartaginés en un itinerario traducido al griego, llamado el periplo de Hannón). Y navegaban igualmente por el occidente de la Península Ibérica hasta la costa occidental de Bretaña, Inglaterra e Irlanda (viaje que también está atestiguado por la traducción griega del itinerario de Himilcón). No obstante, excepto estas obras, no poseemos ningún otro testimonio de la vida, de la filosofía o de los conocimientos cartagineses escrito por ellos mismos. La ciudad, incluso, tampoco ofrece al estudioso muchas claves que permitan reconstruir no ya su esplendor sino, al menos, sus condiciones de vida. Tan sistemática y concienzudamente fue arrasada por Roma. Lo que de ellos conocemos nos es transmitido por las fuentes griegas y romanas. Pero estos relatos no pueden sino esconder una parcialidad negativa para Cartago ya que, como es sabido, los griegos occidentales fueron rivales y enemigos de los cartagineses ya antes del 540 a.C., cuando tuvo lugar la victoria etrusco-cartaginesa de Alalia frente a los griegos, ya conocida y probada por la lucha a vida o muerte que ambas potencias mantuvieron y que se saldó con la muerte definitiva de Cartago.
contexto
Tras el fracaso de la I Guerra Púnica, el Estado cartaginés se vio inmerso en un segundo conflicto local ante la rebelión de sus tropas de mercenarios que no cobraban lo adeudado por Cartago. Sólo con la ayuda de Roma y la destreza militar de los bárquidas fue posible sofocar la rebelión. Además de la necesidad de pagar la deuda militar a Roma, esta misma rebelión fue otro factor que contribuyó para que triunfara la tesis de los defensores de extender el dominio de Cartago por el sur de la Península Ibérica. El general enviado por Cartago fue Amilcar, un miembro de la familia bárquida. La estancia de Amílcar en el Sur peninsular se fecha entre los años 237-229/228 a. C. Una frase de los autores antiguos (Polibio, 2, 15; Diodoro, 25, 10) en la que dicen que Amílcar reconquistó Iberia ha dado pie a una larga lista de escritos modernos. No compartimos la interpretación de Schulten y de otros que sostuvieron que tales autores aludían realmente a un dominio púnico del Sur peninsular a partir del siglo V, dominio que habrían perdido durante la I Guerra Púnica. Bastaría entender que las colonias púnicas del Sudeste y, tal vez también, la propia Gades encontraron algunas dificultades por la presión de los pueblos iberos a raíz de los acontecimientos vinculados con la I Guerra Púnica. Las noticias fragmentarias sobre la actuación de Amílcar en la Península permiten saber que tuvo que librar muchos encuentros armados con los pueblos del valle del Guadalquivir hasta conseguir su sometimiento, pero que consiguió extender los dominios cartagineses hasta la altura de Alicante. Se le atribuye la fundación de Akro Leuke/Castrum Album identificado con Alicante y de Ilici (¿Elche de Alicante o Elche de la Sierra?). No hay duda sobre una de las finalidades de Amílcar cuando se nos dice que enriqueció al Estado cartaginés con el envío de armas, hombres, caballos y dinero (Cornelio Nepote, Hamilcar, 4; App., Iber., 5). Y queda clara constancia de sus métodos de obtención de riqueza a través de los expolios de los enemigos y con el control de los distritos mineros -al menos, del de Castulo, Linares, situado en el área de los pueblos oretanos, a los que sometió-. El año 231 a.C, recibe Amílcar a una embajada de romanos interesados por el carácter de sus actividades y les responde que hace la guerra en Hispania para poder pagar la deuda que los cartagineses tenían con Roma. Sin duda ni unos ni otros prestaron demasiado interés al tratado del 348 a.C. que fijaba un límite de actuación cartaginesa en Mastia, área de Cartagena. La desaparición de Amílcar luchando contra los iberos fue cubierta por otro miembro de la familia bárquida, por Asdrúbal, quien estuvo al frente de los dominios cartagineses en la Península hasta su muerte en que fue sucedido por Aníbal. Los éxitos militares de Amílcar pueden ayudar a entender la caracterización de la política de Asdrúbal de quien se dijo: "advirtió que la mansedumbre era más práctica que la violencia y prefirió la paz a la guerra", según Diodoro (25, 11); Asdrúbal contrajo matrimonio con la hija de un reyezuelo ibero (Diodoro, 25, 12); "administraba el mando con cordura e inteligencia" según Polibio (2, 13, 1); o bien, en palabras de Livio (21, 2, 3), "usó más su diplomacia que su fuerza y... estableció lazos de hospitalidad con los reyezuelos y con los pueblos así como de amistad". En todo caso, los éxitos militares de Amílcar hacían ahora posible otra forma política que, por lo demás, no había cambiado la línea de explotación de la Península. La fundación de Cartagena por Asdrúbal permite entender que los cartagineses controlaban también las minas de plata de sus cercanías así como el gran campo espartario, cuya producción era imprescindible para la fabricación de cestos, cordajes y otros útiles necesarios para las explotaciones mineras, para el equipamiento de los barcos y para otros múltiples fines. Bajo Asdrúbal, Roma comenzó de nuevo a intuir el peligro potencial de una pronta recuperación de Cartago gracias a los excelentes beneficios que obtenía de la Península Ibérica. Y, para frenar una mayor expansión, Roma y Cartago sellaron el tratado del Ebro en el 226 a. C., en que se fijaba este río como límite de la posible expansión cartaginesa. Roma cumplía además con el compromiso de proteger los intereses de las ciudades griegas aliadas, Marsella y Ampurias. Cuando se firma el tratado del Ebro, Cartago ya estaba libre de la deuda contraída con Roma a raíz de la I Guerra Púnica y la posición económica y militar del Estado cartaginés era de nuevo fuerte. A su vez, Roma no estaba en condiciones de ser más exigente ante la necesidad de atender a dos frentes de guerra muy complejos: el del Ilírico, en el que se resolvía el control del Adriático, la supresión de los piratas del mismo y la penetración inicial en el mundo griego; los conflictos se inician en las costas ilíricas en el 240 a. C. y Roma no logra dominar la situación hasta veinte años más tarde. Por otra parte, el ejército romano tuvo que emplearse a fondo en la Italia del norte desde que, a partir del 236 a. C., penetraron nuevos contingentes de pueblos célticos, ante todo de belgas. Hasta el 223 a. C. no se consigue la neutralidad plena de los boyos y la alianza incondicional con los vénetos y cenomanos y, hasta el 222 a. C, no se produjo la capitulación de los pueblos más belicosos, los insubros. Se entiende así que Roma, en medio de tales tensiones, se viera condicionada para firmar el tratado del Ebro, que no le resultaba nada ventajoso. Unos años más tarde, los saguntinos acuden a Roma en búsqueda de una alianza análoga a la que tenían las colonias griegas: Roma firmó un pacto con Sagunto en torno al 221/220 a. C. sin atender rigurosamente al tratado del Ebro. Cuando los historiadores filorromanos tengan que explicar que las operaciones militares tienen el casus belli en la toma de Sagunto por Aníbal, se encuentran en una situación apurada para justificar la respuesta de Roma. El supuesto error de Polibio que sitúa Sagunto al norte del Ebro o interpretaciones modernas como la de Carcopino proponiendo que con el nombre de río Iberus se quería aludir al Júcar no son más que artificios para justificar la inocencia de Roma. Parece que, al fin, se va imponiendo el razonamiento de Picard y otros en el sentido de entender que tanto el Estado romano como el cartaginés hacían un juego político semejante y que ambos eran conscientes de que no había espacio político y económico para dos grandes potencias en el occidente del Mediterráneo: uno de los dos debía conseguir la posición hegemónica.