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Al-Andalus omeya

Desarrollo


Si la vida intelectual en época del emirato es una prueba de la dependencia casi absoluta de Oriente, con la edificación de la primera fase de la mezquita de Córdoba el primer emir omeya supo dotar a su capital de un monumento relevante, que demuestra la capacidad de adaptación y de innovación del núcleo cultural que estaba naciendo en el extremo occidental de Dar al-Islam. La fecha que se da tradicionalmente para esta construcción es el 169 o 170/785-786. Las dimensiones de esta primera mezquita de planta prácticamente cuadrada de alrededor de 76 metros de lado, con una sala de oración que ocupa la mitad de esta superficie, eran todavía modestas. La inspiración oriental es evidente en varios puntos, como la existencia de contrafuertes o la decoración de las almenas dentadas que rodean el alto de los muros del recinto. El plano de las naves perpendiculares al muro de la qibla encuentran sus antecedentes en la mezquita de al-Aqsa de Jerusalen, edificada en época del califato omeya de Damasco, así como la nave central un poco más ancha que las naves laterales, disposición ésta que da una orientación a la sala de oraciones. Las columnas, en cambio, se tomaban de otros monumentos romanos y visigodos. Pero el elemento más significativo fue la disposición y forma de los arcos. Como en cualquier mezquita de cierta amplitud, convenía levantar todo lo posible el techo de la sala de oraciones, para evitar la impresión de aplastamiento que habría producido un techo demasiado bajo cubriendo una superficie bastante amplia.

Por ello, se solían colocar encima de las columnas altos pilares o impostas de sección rectangular que doblaban prácticamente la altura, elevando las vigas del techo hasta más de 8 metros. En mezquitas como la de Amr en el Cairo y la de Qairawan, el techo se encuentra a una altura similar, conseguida levantando encima de los arcos paneles de muro de mampostería que, mirados por encima del nivel de las columnas, seccionan el espacio interior de la sala de oraciones. La rigidez del conjunto está asegurada también gracias a los nervios de madera que unen las impostas. En Córdoba, se mejoró considerablemente tanto el efecto estético como el arquitectónico al superponer dos niveles de arcos, separados por un espacio vacío entre el trasdós del arco inferior e intradós del arco superior. Estos espacios vacíos que se formaron aligeraban considerablemente el conjunto, creando esta verticalidad impresionante que hace que parezca un bosque de esbeltos fustes, característica más conocida de la mezquita. Horizontalmente, esta esbeltez vertical se divide sin romperse por el doble nivel de arcadas, en las que había dos innovaciones: en la forma, adoptando para el nivel inferior un arco de herradura y en el color, intercalando claves de piedra blanca y de teja roja. Hoy en día el efecto sigue siendo muy sorprendente, a pesar de los cambios interiores que sufrió el edificio -cambios que, ciertamente, no afectaron esta parte primitiva del edificio-.

Uno no puede dejar de preguntarse en qué se inspiraron los arquitectos para realizar este impresionante monumento, tan nuevo en su globalidad que debía dejar una huella definitiva en toda la evolución del arte musulmán occidental. Desafortunadamente, es difícil encontrar una respuesta satisfactoria a esta pregunta. De la misma forma que la nave central en la mezquita de al-Aqsa es más ancha que las laterales, en la mezquita de Damasco ya se había empleado el doble nivel de arcos pero en una disposición bastante diferente a la de Córdoba. Como es lógico pensar -y ciertos textos lo dicen explícitamente- el primer omeya de España se inspiró en aquélla. La decoración de claves alternas rojas y blancas se encontraba también en uno de los mayores monumentos del califato de Damasco, la mezquita de la Roca de Jerusalén. Ciertamente, los arquitectos y los decoradores guardaban en su memoria los modelos orientales y seguramente los omeyas en especial. Detalles precisos, como la forma de las almenas o la moldura de ladrillitos compuesto de dos filetes y una serie de esquinillas en los arcos superiores, no permiten dudar de ello. Pero hay que pensar también en posibles elementos locales. Los acueductos romanos de España, por ejemplo, inspirarían el doble nivel de arcos. Las claves alternas de piedra y de teja podrían tener su antecedente en el uso de estos dos materiales en los edificios del Bajo Imperio. El elemento más nuevo seguramente es el uso sistemático del arco de herradura en el nivel inferior.

Ahí es donde las características locales parecen imponerse más claramente, ya que esta forma de arco existía desde hacía mucho tiempo en la Península en las estelas de época romana, por ejemplo, y se utilizó mucho en la arquitectura visigótica. Sin embargo, la hipótesis occidental y la idea de una continuidad hispánica, que tienen muchos defensores, no son las únicas posibilidades, aunque se puedan esgrimir muchos argumentos a su favor. El arco de herradura también era conocido en Oriente, donde lo habían utilizado en los palacios del desierto omeyas de la primera mitad del siglo VIII y, según parece, en la mezquita de Damasco. El problema es tal vez insoluble si queremos buscar el origen que identifique cada una de las formas o cada uno de los elementos adoptados. Para Henri Terrasse, hay que admitir una especie de fondo común mediterráneo en el que los arquitectos habrían bebido todos libremente. No es erróneo pensar que se inspiran a la vez en formas localmente familiares y en elementos que recuerden la grandeza omeya oriental. Ya no podemos saber en qué medida todo esto fue programado y consciente. Sean cual sean las fuentes que les inspiraron, lo seguro es la originalidad radical del ensamblaje que realizaron al servicio de la nueva religión y de una dinastía oriental instalada en la provincia más occidental de Dar al-Islam. Originalidad tan radical que algunos de los elementos adoptados no se repetirán en otro sitio, como el doble nivel de arcos, que sólo existe -y hay que subrayarlo- en Damasco y en Córdoba. En cambio, el arco de herradura se perpetuará a lo largo de la evolución artística del extremo occidental, en España y en Marruecos. Esta afortunada síntesis de las formas que no son generalmente nuevas, pero que se asocian y recomponen, produciendo efectos absolutamente innovadores, se debe plenamente al genio del arte musulmán, del cual la mezquita de Córdoba es indiscutiblemente una de las más antiguas y las más destacadas manifestaciones. Se trata, como escribe Jerrylin D. Dodd, de "una solución arquitectónica vigorosa y animada que refleja, en muchos aspectos, las tensiones creativas de una cultura nueva".

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