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Berlín

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Tras la capitulación alemana el gobierno de Flensburgo carecía ya de sentido. Quedaba ubicado en un pequeño enclave de tierra en zona de ocupación británica, supeditado para todos los servicios a los permisos de las autoridades aliadas y sin cometido alguno que realizar. Según cuenta Speer en sus memorias, él aconsejó a Dönitz que disolviera el gobierno, pero el director general del ministerio del Interior, Stuckardt, le convenció de que no podía renunciar voluntariamente a su cargo, puesto que, como sucesor de Hitler, era el legítimo jefe de Estado de Alemania, que podría perder reivindicaciones futuras si se rompía la continuidad política. Las memorias de los personajes que participaron en aquel Gobierno de opereta han dejado una lastimosa descripción. Se creó un servicio de información -escribe Speer- que mediante un viejo aparato de radio escuchaba noticias de los boletines de información aliados. Un ayudante de Dönitz decía: "La tragedia se está convirtiendo en tragicomedia". Van desapareciendo de Flensburgo los uniformes militares, sobre todo los de las SS. Ministros del Gobierno Dönitz se evaporan sin dejar rastro y los rumores aseguran que han sido secuestrados por los agentes de Eisenhower para encargarles de la futura organización de Alemania. Keitel, ministro de Defensa, fue hecho prisionero... Pese a todo, cada mañana había reunión de consejo de ministros.

En unas se discutía hasta el borde de la crisis por el nombramiento de un ministro de Asuntos Eclesiásticos y en las siguientes, a invitación de Abastecimientos, los ministros se cogían una media borrachera matinal con aguardiente de trigo... También podía ocurrir que a media sesión llegara un sargento norteamericano o británico y entrara en la sala de reuniones, disculpándose con un "ustedes perdonen" por su intromisión... La tragicomedia terminó el 23 de mayo. Temprano, llegaron mensajes a Dönitz invitándole a presentarse en el Patria, donde habían instalado sus oficinas los representantes aliados frente al Gobierno de Flensburgo. Simultáneamente un fuerte grupo armado británico se presentó en la residencia de Speer, en Glücksburg, a 40 kilómetros de distancia, ordenándole que se vistiera inmediatamente y tomara las pertenencias que deseara. Lo mismo ocurrió con Jodl, sucesor de Keitel en el ministerio de Defensa. Aquella mañana, hacia las 9,30, dejó de existir oficialmente el III Reich. La ceremonia tuvo lugar en el bar del Patria. El jefe de la comisión de Control norteamericana, general Roocks, dijo con voz solemne: "Caballeros, he recibido instrucciones de que el Gobierno del Reich en funciones y el Alto Mando de la Wehrmacht deben considerarse prisioneros. Es disuelto el Gobierno del Reich en funciones. Esta medida va a llevarse a la práctica sin pérdida de tiempo.

Cada uno de ustedes debe considerarse desde este momento prisionero de guerra. Cuando abandonen esta sala les acompañará un oficial aliado hasta sus alojamientos, donde harán las maletas, comerán y liquidarán sus asuntos personales... ¿Tienen ustedes algo que alegar? -Sería inútil"- respondió Dönitz. Lo mismo dijo Jodl, muy agitado. El único que permanecía impasible era el almirante von Friedesburg, que asistía a su cuarta capitulación. Minutos después, en su habitación, optó por suicidarse. En la pequeña ciudad, que se había acostumbrado a 15 días de parsimoniosa presencia aliada, se desató aquella mañana una alerta máxima, sorprendente e inusitada. Soldados con la bayoneta calada, carros de combate con sus armas prestas, unidades con uniforme de camuflaje recorrían las calles, registraban casas o tomaban posiciones en los cruces de carreteras. Los ministros que no estaban en el Patria celebraban bajo la presidencia de von Krosigk una reunión de gobierno, tan tragicómica como las demás. De pronto, un tropel de soldados con las armas prestas irrumpió en la sala. -"Manos arriba", -gritó el oficial-. Aquellos hombres comenzaron a despertar violentamente del sueño que vivían desde hacia 3 semanas. Pero tuvieron poco tiempo para reflexionar, pues llegaba ya la segunda orden: -"Pantalones abajo". Los ingleses tenían sus razones: se les había suicidado Himmler y -aunque no lo sabían aún- estaba haciendo lo propio von Friedesburg.

Registraron a todos concienzudamente, lo mismo que sus mesas de trabajo y demás pertenencias; luego, en pijama o calzoncillos, apuntados por docenas de armas, les obligaron a salir a la calle. Era el final del III Reich. Speer lo escribe así en sus memorias: "Nos sentamos en unos bancos colocados a lo largo de las paredes, rodeados de las maletas que contenían nuestros efectos personales. Debíamos parecer emigrantes esperando el barco. El ambiente era bastante tétrico. Uno a uno íbamos pasando a una habitación contigua, donde se efectuaba el registro. Los prisioneros volvían a salir, según fuera su carácter, malhumorados, deprimidos u ofendidos. Cuando me llegó el turno, también en mí se alzó la repugnancia de aquel examen tan desagradable al que fui sometido..." Un documento gráfico de aquel ramplón final para el III Reich dio la vuelta al mundo. Bajo la amenaza de varias armas, tres hombres cabizbajos esperan su trágico destino. Son Dönitz, Speer y Jodl.

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