Fragonard y las últimas consecuencias del gusto rococó

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Francia

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A partir de mediados del siglo los enemigos del género menor, de la pintura galante, del estilo amable y brillante puesto de moda por Boucher, afilan sus armas e incluso consiguen colarse de rondón en el círculo del nuevo director de los Edificios del Rey, el marqués de Marigny. No es necesario resaltar la importancia del hecho pues basta pensar que desde ese puesto se distribuían los encargos y recompensas reales, fijando la política cultural del reino. Se pretende una renovación de la pintura de historia, los grandes temas y los grandes formatos y una nueva concepción de la virtud de la que en parte es responsable Diderot. Algunos como Gabriel François Doyen (1726-1806) vuelven la mirada a la tradición barroca italiana y a Rubens, otros, como Joseph-Marie Vien (1716-1809) que se esfuerza por introducir en la pintura francesa modelos antiguos, prefiguran el neoclasicismo con una paleta más agria, rigidez de formas y una nueva decencia en el tratamiento de los desnudos.Pero para la verdadera revolución neoclásica habrá que esperar al segundo viaje de David a Roma en 1784 y a la exposición en París de su Juramento de los Horacios. A pesar de los esfuerzos oficiales París rebosa de maestros menores, pintores, grabadores, dibujantes que explotan la fórmula creada por Boucher. Muchos no pasaron de la mediocridad repitiendo técnicas y temas del maestro, otros en cambio, sin alcanzar su genio, consiguieron obras encantadoras.

Pierre-Antonie Baudoin (1723-1769), yerno de Boucher, va a dedicarse, aunque no de manera exclusiva, a la aguada y sus temas, o mejor sería decir, su tema, la relación amorosa de la pareja en la alcoba o un pajar. No se contenta con presentar la escena sino que la teatraliza, como puede verse en los títulos de algunos de sus cuadros, La madre que sorprende a su hija sobre un pajar o Camina sin meter ruido, habla bajo que susurra la joven, con un dedo en los labios, a su enamorado. En otros casos como en Le matin refleja el momento en que el amante se despide mientras ella se despereza en el lecho tras una noche de amor. Es lógico que la gazmoñería del siglo XIX se encarnizara contra las osadías de Baudoin, lo que causó desgraciadamente la destrucción de buena parte de su producción.Entre los dibujantes sobresalen los hermanos Gabriel y Augustin de Saint-Aubin, hijos de un bordador del rey. El primero trabajador infatigable, extravagante, recorre las calles de París buscando lo bello en lo cotidiano. En uno de sus dibujos se puede leer Hecho andando, a las siete de la tarde, el 10 de septiembre de 1764. Sin embargo, no renuncia al tema galante o a la alegoría. En su pequeño óleo sobre papel Le rêve, también llamado Voltaire componiendo La Pucelle, sorprende por su libertad de movimientos y por su fantasía, sin preocuparse por el detalle.Su hermano Augustin se encuentra a gusto en el escenario de ninfas y cupidos y ama sobre todo el cuerpo femenino, pero como tantos otros artistas a caballo de los siglos XVIII y XIX, tras la Revolución no tendrá otro remedio que pintar vidas de Julio César y Alejandro Magno.

En este panorama de la pintura francesa durante la segunda mitad de siglo y entre la multitud de seguidores de Boucher, que en ocasiones desvirtúan su pintura, nace Jean-Honoré Fragonard (1732-1806), genial maestro del arte dieciochesco. Nace en Grasse, un pueblo de la meridional Provenza, hijo de un humilde aprendiz de guantero. Trasladada la familia a París es empleado por un abogado que al ver su disposición para el dibujo sugiere a sus padres que se lo presenten a Boucher. El gran maestro en la plenitud de su fama -nos encontramos en 1747- considera todavía al joven muy inmaduro y le recomienda, como más adecuado, el taller de Chardin, en donde aprenderá dibujo y la técnica de los colores. No ha pasado casi un año cuando Boucher consiente en aceptarlo como discípulo en su taller que no se caracterizaba precisamente por la disciplina -el mismo artista recomendaba que no se hiciese mucho caso de los maestros consagrados-, pero en donde se trabajaba febrilmente y en donde a pesar de todo se estudiaban las obras de los grandes maestros a través de los grabados. Su formación se completa con las visitas a la colección del financiero Crozat, el protector de Watteau, y otras colecciones parisinas.Sin romper la tradición inicia su carrera profesional con la presentación del lienzo Jéroboam sacrifiant aux ldoles al concurso de la Academia de 1752 y con veinte años recién cumplidos recibe el Primer premio, que le suponía entrar en la Escuela real de alumnos protegidos y, tras su perfeccionamiento, ir como pensionado a la Academia de Francia en Roma.

El aprendizaje que había comenzado con Chardin y Boucher se completa con los consejos de Carle van Loo, el director de la Escuela, con quien Fragonard parece encontrarse a gusto pues firma una solicitud para que se posponga su viaje.Al fin, en 1756, emprende la marcha a Roma y entra en la Academia de Francia cuyo director era Natoire. A los pensionados se les exigía, por un lado, la copia de los grandes maestros y nuestro pintor emprende la tarea desesperándose ante Miguel Angel o Rafael que considera inalcanzables y con mucho más deleite ante las obras de Pietro da Cortona, Barocci, Solimena y Tiépolo. El resto del tiempo lo dedica a reproducir del natural la campiña romana, complacencia por el paisaje que comparte con su compañero Hubert Robert. Es precisamente éste quien le presenta en 1759 al abate Claude Richard de Saint-Non, aficionado al arte, anticuario, grabador y protector desde entonces de Fragonard, a cuyas expensas viajará a Venecia y a Nápoles.Frente a la mayoría de los pensionados que nada más regresar a Francia intentaban su ingreso en la Academia real de pintura y escultura, curiosamente Fragonard no tiene excesiva prisa. A su vuelta a París publica los primeros grabados sacados de sus dibujos romanos y empieza a formarse una clientela atraída por sus paisajes a la sanguina. Prepara lentamente el cuadro que pretende presentar a la Academia, obra de grandes dimensiones que le exige la elaboración de varios bocetos, una de cuyas primeras ideas se conserva en la Academia de San Fernando de Madrid.

Esta obra, Corésus se sacrifiant pour sauver Callirhoé (Museo de Bellas Artes de Angers), junto con otras suyas, es presentada en 1765 y al día siguiente le acepta la Academia por unanimidad.El lienzo, una escena mitológica al uso, en la que todavía no se vislumbran las cualidades del pintor si no es por su ansia de claridad, se expone en el Salón del mismo año con enorme éxito, hasta el punto de que el crítico Diderot habla de su magia. En 1767 se presenta por segunda y última vez en el Salón, en este caso con un cuadro oval con un grupo de niños. El comentario de Diderot es muy otro, tilda la obra de "tortilla muy hermosa, blanda, muy amarilla, bien dorada". Algo ha ocurrido en la carrera de Fragonard, renuncia al éxito oficial, suspende los envíos al Salón y deja de realizar los encargos que le han hecho desde la dirección de los Edificios del Rey. A partir de entonces prefiere pintar para una clientela refinada más acorde con sus gustos, cuyas puertas le ha abierto su protector el abate de Saint-Non.Es entonces cuando dedica su atención a los temas galantes, olvidándose de la pintura de historia, y adquiere fama de especialista en pintura libertina. A modo de sintomático punto de partida, bien puede servir de ejemplo el conocidísimo Hasards heureux de l'Escarpolette (Colección Wallace, Londres). Encargado en un principio a Doyen, lo rechazó por considerar su tema indigno de un académico, en cambio cuando en 1767 se le propuso a Fragonard por el Señor de Saint-Julien, recaudador del clero, aceptó de mil amores.

La escena le venía como anillo al dedo: "Desearía que pintase a la Señora -es decir, la amante de Saint-Julien- en un columpio empujado por un obispo. A mí me situará de forma que pueda ver las piernas de esta hermosa niña o algo más si quiere alegrar su cuadro". Aunque su pincelada no tenga todavía la soltura de su posterior producción, tal vez demasiado minuciosa, ahora sí que puede hablarse ya de un estilo plenamente formado.Unos años después la misma Madame du Barry, la nueva amante del rey, le encomienda la ejecución de cuatro grandes paneles para decorar su residencia de Louveciennes, la relación de cuyos títulos ahorra cualquier explicación: La escalada, La persecución, La declaración de amor y Enamorado coronado de flores. Escenas de amor, pero como ocurre en el anterior cuadro del columpio, todo se desarrolla sin caer en la vulgaridad, impera la insinuación dentro de los límites de una refinada elegancia. Sin embargo, la favorita del rey rechaza las obras que pasaron a decorar el salón de la casa de Fragonard en su pueblo natal y hoy enriquecen la Colección Frick de Nueva York. Las razones más probables de este rechazo habrá que buscarlas en el cambio de gusto que se estaba produciendo en la última etapa del reinado de Luis XV y que mal encajaba con su factura libre y exuberante: el mismo edificio al que se destinaban era obra del arquitecto Ledoux, en franca apertura al neoclasicismo, y el autor de las piezas que sustituyeron a las de Fragonard no era otro que el clasicista Vien.

En 1773, gracias a los buenos oficios del abate de Saint-Non, consigue que el financiero Bergeret de Grandcourt, aficionado al arte y coleccionista, le lleve a él y a su mujer a un viaje que le haría olvidar la humillación de la Du Barry, por Italia, e incluyendo también Viena y Dresde. En el camino el pintor no para de hacer dibujos que a la vuelta darán origen a un juicio, pues el financiero pretendía quedarse con ellos.Si hacemos un alto en el camino y volvemos la vista atrás, nos encontramos que junto a los atractivos paisajes romanos, superados, sin embargo, por los de su amigo Hubert Robert, el leit motiv de la obra de Fragonard se centra en las escenas galantes y amorosas, tan admirablemente adaptadas para decorar las folies de los alrededores de París. Pero sus fiestas galantes se alejan del teatro y del carácter misterioso de Watteau y se convierten en escenas campestres, idílicas, en las que se respira una poesía por otro lado bien ajena a la de Boucher. Como es habitual en este arte del siglo XVIII vuelve a ser la mujer la protagonista que, al decir de los Goncourt, ofrece "un recuerdo de Rubens a través del brillo de Boucher", apariencias voluptuosas, a la vez confusas y radiantes, "no parecen vivir más que de un soplo de deseo".Un género que parecía agotado después de infinitas repeticiones a lo Boucher renace con mayor vitalidad si cabe, acompañado de un sugestivo juego de empastes y un ritmo endiablado de su pincelada, a base de rápidos brochazos, anuncio de la técnica empleada por algunos pintores románticos.

Su colorido es claro, luminoso. Los tonos dorados -se ha hablado del pintor de los amarillos- los rosas, se despliegan en sus composiciones con más alegría y calor que los de Boucher.También son dignos de mención sus retratos, en los que abundan los niños sanos y rubicundos, y especialmente la serie llamada de fantasía o de trajes de fantasía, cuyo destino se desconoce. Pintada hacia 1769-70 representa a los personajes en postura de tres cuartos, girando la cabeza y vestidos elegantemente. Algunos piensan que fue ejecutada para el financiero Bergeret como retratos de su familia como poeta, artista, hombre de armas; otros se inclinan, añadiendo más a la serie, como un conjunto destinado a sobrepuertas simbolizando la poesía, el canto, la comedia, la música. Sea cual sea su interpretación, impresionan por su brillantísima técnica, evocadora en ocasiones de Frans Hals y su colorido en donde las tintas rojas contrastan con los azules, amarillos y blancos extendidos a grandes golpes de brocha. Aunque no se incluye en la serie, pertenece a la misma época y mantiene la misma calidad el retrato de su protector el abate de Saint-Non, vestido a la española, que no es otra cosa como decir, vestido con traje pintoresco. Se conserva en el Museo de Arte de Cataluña de Barcelona, procedente de la Colección Cambó.A finales de la década de los setenta, tal vez empujado por el gusto que se va extendiendo por la sociedad parisina, hace su obra más reflexiva, perdiendo en ocasiones algo de su espontaneidad.

Baste comparar el boceto y el cuadro definitivo titulado Le voeu á l'Amour (Museo del Louvre) para comprobar su evolución a un estilo más lineal. Las mismas escenas domésticas y familiares descubren cada vez más una melancolía que casi presagia el gusto romántico, pero de manera bien diferente a como las trata Greuze. Mientras los lacrimosos argumentos de éste se basan en las obras sentimentales burguesas de un Diderot, Fragonard se apoya en novelas más refinadas inspiradas en las ideas de Rousseau. En el año 1774 se inicia la publicación de una colección de setenta tomos de "El amigo de los pobres" de Berquin, relatos morales de carácter rousseauniano, inspirada en la vida de los niños de carácter afable, aunque un tanto insípida, que precisamente ha dado al francés el término berquinade. Por estos años pinta Fragonard Niña estudiando el alfabeto, Mujer enseñando a un niño a decir "por favor", La maestra de escuela y otras del mismo tenor.En sus últimos veinte años, a pesar de sus intentos de cambiar de estilo, se resiente su fama. Con la Revolución los fieles clientes y los amigos se dispersan y tiene que actuar con prudencia, por eso aconseja a su mujer y a su joven cuñada Marguerite Gerard, también pintora y de quien se había perdidamente enamorado, para que aporten sus joyas a la Asamblea Nacional en compañía de otras mujeres de artistas en septiembre de 1789. Su tabla de salvación será el pintor David, en la cumbre de su gloria, a quien había ayudado en su juventud.

Le nombra presidente del Conservatorio del Museo Nacional de las Artes, antepasado del actual Louvre, puesto que, sin embargo, perderá al poco tiempo.No quiero terminar este breve repaso por la vida y la obra de Fragonard sin hacer mención, aunque sea de pasada, a sus dibujos, considerados por los Goncourt como su pluma de escritor. Se dedicó a este género desde sus primeras correrías por Italia, reflejando, como comenté, su campiña, y continuó durante toda su vida. Es importante la serie realizada para ilustrar los "Cuentos" de La Fontaine. Hacia 1780 preparó una de "Don Quijote" y otra de "Orlando Furioso" de Ariosto pero no se llegaron a pasar al grabado tal vez más que por razón de un problema editorial, por su endiablada complicación para grabarlos.De los 74 años que vivió Fragonard, apenas unos veinte años, de 1764 a 1785 tuvo éxito, pero igual que hemos visto en Watteau, su obra plantea numerosos problemas pues raramente las firma, pocas están fechadas y documentadas y la gran aceptación que tuvieron sus temas produjo una enorme cantidad de copias e imitaciones. El mismo repitió sus composiciones e incluso encargó a su mujer y a su cuñada, ambas también pintoras, que realizaran algunas copias. El renacimiento de su fama en nuestro siglo aumentó los obstáculos ya que se hicieron nuevas falsificaciones, y hubo un momento en que bastaba con que un boceto estuviera rápidamente ejecutado o que representara un tema un poco licencioso para que se le atribuyera automáticamente.

El pintor Hubert Robert (1733-1808), amigo y compañero de Fragonard en Italia, merece un puesto destacado entre los paisajistas franceses del siglo XVIII. Siguiendo el ejemplo de Pannini y Piranesi introduce en Francia la pintura de ruinas. Asocia, sin embargo, la moda a la antigua con el gusto por lo pintoresco, y crea composiciones muy dentro de la sensibilidad de su tiempo, ya que su acercamiento a la ruina es más el de un artista que el de un arqueólogo. Afrancesa el tema veneciano del Capriccio, uniendo arquitecturas de distintos lugares con una cierta nostalgia prerromántica, juego entre verdad e ilusión, pero sin que por ello pierda el paisaje valor por sí mismo. Puso de moda también los monumentos antiguos franceses (Maison Carrée de Nimes, Pont du Gard) e incluso pasó a lienzo algunos de sus apuntes tomados en directo en sus recorridos por las calles parisinas, como el de la demolición de las tiendas del Pont Neuf o el incendio de la Opera. A veces se trata de vistas simplemente poéticas, como los varios cuadros dedicados a la reproducción, un tanto inventada, de la Galería del Louvre.

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