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Francia

Desarrollo


Durante la Regencia, el solemne arte oficial, los grandes temas mitológicos que decoraban amplios salones de los palacios de Luis XIV, da sus últimos coletazos. François Lemoyne (1688-1737) termina, dos años antes de suicidarse, la apoteosis de Hércules en el salón a él dedicado en Versalles. Aunque el tema y su composición en conjunto debían todavía mucho al siglo XVII, la tendencia a la gama clara, las carnes nacaradas de las figuras femeninas, anuncia la pintura de su discípulo Boucher. En otros temas no tan comprometidos descubre aún más Lemoyne esta nueva afición por la luz.También Jean-François de Troy (1679-1752) ofrece esta doble actitud. Cuando realiza los cartones para tapices aparece como gran decorador alabado por los miembros más tradicionales de la Academia, en cambio, en aquellas obras que representan la realidad cotidiana todo se hace íntimo, amable. Uno de los mejores ejemplos es La lectura de Moliére, retrato inmejorable de un salón de algún financiero enriquecido con el Sistema Law, amueblado a la última moda y con un biombo con arabescos copiados de una serie de grabados de Watteau que se publicaron en 1728. Los protagonistas se sientan a gusto sin el envaramiento de los personajes de Luis XIV.Pero es con François Boucher (1703-1770) cuando la Francia fastuosa se transforma en la Francia galante. Su pintura expresa el gusto de una época y él encarna no solamente "el pintor, sino el testigo, el representante, el modelo", como sostenían los hermanos Goncourt en su campaña de rehabilitación del siglo XVIII.

Nace en París en 1703 hijo de una humilde maitre-peintre. Su primera formación la recibe de François Lemoyne, el mejor decorador del momento, quien influye en sus primeras composiciones bíblicas y mitológicas. Hacia 1720 entra al servicio de un grabador y aprende con tal rapidez que dos años después Jean de Jullienne, coleccionista y amigo de Watteau que acababa de morir, le encarga grabar sus obras. En 1723 se presenta al concurso de la Academia y obtiene el primer premio de pintura que le daba derecho a perfeccionar sus estudios en Roma, pero el duque D'Antin, entonces director de los Edificios del Rey, amplió la estancia de un recomendado lo que le impidió hacer el viaje por el momento. Al fin, en 1728 y por sus propios medios, marcha a Roma, en donde de todas formas es acogido en la Academia de Francia por su director Nicolás Vleughels, amigo precisamente de Watteau con quien convivió una temporada.No sabemos mucho de estos primeros años de su carrera en que titubea acerca del camino a seguir, se apropia de muchos estilos, vacila entre los diferentes géneros, pero aprovecha de manera óptima su aprendizaje. Recibe el sentido decorativo de Lemoyne, los temas y la ligereza de Watteau, pero también, de Italia, la pintura de Albani y de los grandes decoradores Pietro da Cartona y Lucas Jordán, así como de los venecianos, especialmente el Veronés, y su contemporáneo Sebastiano Ricci.A su vuelta de Italia en 1731 comienza su carrera oficial que estará plagada de honores.

Es nominado académico y tres años después tiene lugar su recepción con la entrega del cuadro Reinaldo y Armida (Museo del Louvre). En 1735 es nombrado adjunto al profesor en la Academia y en 1737 ya profesor. Año este importante para los artistas franceses pues tras un largo período se abre nuevamente el Salón que adquirirá a partir de entonces un carácter regular. Desde este momento será Boucher el pintor preferido de la aristocracia y de los grandes financieros, incluso envía obras suyas a Suecia. Los hôtels parisinos se llenan de sus obras, por ejemplo, el famoso hôtel de Soubise, y llueven también los encargos de la Corte, como la nueva decoración de los Apartamentos del Delfín de Versalles en 1746. Realiza cartones para tapices y en 1742 es designado decorador en jefe de la Opera, como sucesor de Servandoni, en fin, hace de todo y para todos con un gran éxito.Una de sus más incondicionales clientes y a la vez protectora e inspiradora de su arte es Madame de Pompadour que le toma en 1751 como profesor de dibujo y de grabado. En 1752 a la muerte de Charles-Antoine Coypel, primer pintor del Rey, se le ofrece su taller en el Louvre, en 1755 es inspector de la manufactura de tapices de Gobelinos, en 1761 rector de la Academia, e incluso, en 1765, al año siguiente de morir la favorita, su hermano el marqués de Marigny mantiene su protección y le nombra primer pintor del Rey. Pero aunque no muere hasta 1770, se acercaba el ocaso, los gustos no eran los mismos y las opiniones de Diderot con sus duras críticas lo demuestran.

De la variedad de géneros que Boucher va a tratar en su larga carrera no hay duda que es la pintura de historia, es decir, los cuadros mitológicos y alegóricos, la que le va a proporcionar más éxitos y a la que mayor número de obras dedica. Es precisamente este tipo de pintura el que será posteriormente más criticado. Salvo algunas composiciones de gran tamaño, porque eran cartones para tapices, la mayoría son de modestas dimensiones, destinadas generalmente a los hôtels parisinos o a los pequeños apartamentos reales en donde estaba ya fijado su destino. Por tanto, Boucher al ejecutarlos tenía muy en cuenta su altura. No es lo mismo pintar en una sobrepuerta que en los laterales de una ventana, los diferentes puntos de luz, el destino del aposento, las boiseries y demás elementos decorativos, así como los colores que iban a dominar en la habitación. Quien no cuente con esta premisa no podrá entender la pintura de Boucher.Su fantástica imaginación, su composición de virtuoso se entrega a unos temas mitológicos dedicados fundamentalmente a los amores de los dioses y en especial a Venus a la que consagra no menos de cincuenta cuadros. Ello le permite, como antes había hecho Rubens, llenar sus cuadros de ninfas, sátiros y amorcillos y pintar una serie de cuerpos femeninos, desnudos, de colores nacarados, que es en realidad lo que a él le gusta. Los Goncourt apuntan que más que tratarse de mujeres desnudas son mujeres desnudadas. La luz y los colores claros y tiernos se ponen al servicio de la exuberancia decorativa a la moda.

Hay dos modelos que suelen repetirse en su pintura, uno estilizado, fino, elegante y otro más grueso y más vulgar, pero siempre dentro de lo que los Goncourt llamaban vulgaridad elegante. Parece ser que esta segunda mujer era la famosa Luise O'Murphy, incluida en las "Memorias" de Casanova.Cuando su amigo Oudry es nombrado director de la Manufactura de Beauvais en 1734 le encarga sus primeras composiciones para tapices que forman la serie de Fétes italiennes (tejidos de 1736 a 1762). El espíritu bucólico que en ellas se respira produce un género que se convertirá en su especialidad: la pastoral. Es una especie de desarrollo de la fiesta galante en que también mezcla sabiamente la observación directa y la visión ideal. Lejos quedan, sin embargo, las pequeñas figurillas enigmáticas de Watteau, sustituidas por musculosos mozos y rollizas jóvenes; los paisajes del primero que se difuminan vaporosos a lo lejos en profundas perspectivas, se transforman en algo cercano con frondosos árboles y con los pájaros volando por el cielo, franca vitalidad que no impide un cierto aire de convención teatral.Como era de esperar, también la moda china encuentra en Boucher un ferviente seguidor. No hay que olvidar que al grabar en su juventud la obra de Watteau se había familiarizado con las chinoiseries del château de la Muette y él mismo coleccionaba objetos chinos. El conjunto más importante lo forman los pequeños bocetos de 1742 preparatorios para la serie de tapices de Beauvais que se conservan en el Museo de BesançonTambién para la manufactura de Beauvais hizo otras grandes series como la de los Amours des Dieux que tuvo tal éxito que se reprodujo en diecisiete ejemplares o la de la Nobile Pastorale.

Aunque trabajó menos para la de Gobelinos, son obras maestras los grandes lienzos de Le lever y Le Coucher du Soleil de la colección Wallace de Londres.Pero no se contentaba Boucher con destacar en estos temas decorativos, le atraía también la realidad cotidiana de su ciudad, que queda plasmada en unos deliciosos cuadros de género menos conocidos de lo que se merecen, que revelan el gusto por los holandeses del siglo XVII y por la pintura de Benedetto Castiglione. Le Déjeuner (1739) del Louvre, La Toilette (1742) de la Colección Thyssen, o La Marchande de Mode (1746) del Museo de Estocolmo son escenas de interiores muy diferentes en su concepción y resultados a los que luego veremos de Chardin, pero no por ello menos reales.Como diseñador para la Opera ejecutó varias decoraciones de las que desgraciadamente no quedan testimonios. Igualmente llegó su influjo a las artes decorativas; así muchas de las pequeñas esculturas que salieron de la fábrica de Sèvres nacen de los dibujos por él presentados.El mismo reconoce haber hecho 10.000 dibujos en los que se recogen todos los géneros y en los que se utilizan con igual maestría todas las técnicas. Muchos de ellos se convirtieron en piezas de coleccionista, muy buscados incluso en vida del artista. Como grabador ya hemos visto su habilidad desde su juventud. Dibuja temas ornamentales grabados y publicados por Huquier en 1740-1745 e ilustra libros, como la edición de las obras de Molière (1734-35) o al final de su vida colaborando en una edición de las "Metamorfosis" de Ovidio.

Tal exceso de vitalidad, tanta cantidad de obra, hubiera cansado antes a cualquiera. Boucher en cambio aguantó hasta el final, si bien es cierto que sus últimas obras adolecen de una cierta monotonía y algunos temas suenan a algo repetido. Además, desde mediados de siglo los gustos habían empezado a cambiar, los enemigos se habían metido incluso en el grupo de sus más cercanos como el marqués de Marigny, hermano de la Pompadour. El mismo año en que es nombrado rector de la Academia en 1761 se atreve a escribir Diderot: "Los artistas que ven hasta qué punto este hombre ha superado las dificultades de la pintura..., se arrodillan ante él: es un dios. Las gentes de gusto, de un gusto severo y antiguo no le hacen ningún caso".Al comienzo de este capítulo se habla de la crisis que durante la primera mitad del siglo padece la pintura oficial. El público prefería el género menor y ese gusto se extendió también a la Corte. El único reducto que mantenía, al menos teóricamente, la primacía de la pintura de historia era la Academia, pero la ejecución de estos grandes temas era muy costosa y además faltaba clientela. La ayuda sólo llegará a partir de mediados de siglo procedente de la dirección de los Bâtiments du Roi, pero mientras ésta llegaba algunos de los pintores intentaron adaptarse a los nuevos gustos. Un buen número trata de imitar a Boucher, al pintor de moda, interpretan con la misma facilidad los grandes temas como las escenas de la vida cotidiana, pero les falta su energía, su brillantez y su oficio.Abunda la pintura insulsa, mediocre, lo que no quiere decir que no fueran considerados por sus contemporáneos. En 1757 Grimm nos cuenta que Federico II de Prusia había encargado tres cuadros a los tres más grandes maestros de la escuela francesa. Estos maestros eran Carle van Loo, Pierre y Jean Restout. Este último aparte de trabajar para Versalles y para los Gobelinos, sucedió a su tío Jouvenet como pintor de las órdenes religiosas cuyos temas intentó transformar al gusto actual con superficies brillantes y colores claros. Otro decorador que podríamos incluir en este grupo sería Natoire.

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