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Si en lo político, los cambios a partir del siglo XIII son acusados, en el ámbito religioso también lo son. El siglo XII coincide con la eclosión de la reforma cisterciense conducida por san Bernardo de Claraval. El éxito fue extraordinario y lo avala el ingente número de Casas fundadas en un periodo relativo de años. Su prestigio como orden reformada colaboró al favor de los fieles, y su particular ideario, junto a su experiencia en la roturación y puesta en cultivo de nuevas tierras, fue decisivo en la abundancia de asentamientos en zonas de nueva colonización. Con el siglo XIII sin embargo, hace su aparición un nuevo género de órdenes religiosas, y parte de la ascendencia que los cistercienses han tenido sobre la sociedad se desvía hacia éstas.Los franciscanos, cuya orden es aprobada en 1209, y los dominicos, que ven aceptada la suya en 1216, van a convertirse en los artífices de una nueva oferta religiosa. Se instalan en las ciudades, los primeros para poder llevar la prédica a un mayor número de almas, especialmente en aquellas zonas contaminadas por la herejía; los segundos para que su práctica de las virtudes evangélicas (la pobreza y la penitencia) sirva de modelo. El ideario rigorista propugnado por el fundador de esta última (san Francisco de Asís) será, no obstante, rápidamente abandonado, no sin controversias dentro de la orden y, de la mano de los conventuales, se va a evolucionar hacia postulados mucho menos combativos.

Es significativa, en este sentido, la erección de la iglesia de la Santa Croce en Florencia según unas pautas monumentales que no hubieran convencido en absoluto a Francisco.El periodo del gótico inicial coincide con la gran época de los contactos Oriente-Occidente. La primera Cruzada data de 1095 y es la única de todas a la que se reconoce como auténtica movilización de la Cristiandad, y exenta de los intereses bastardos que caracterizan las siguientes. Tras ella se suceden otras siete (1146, 1187, 1201, 1217, 1229, 1248, 1270). Todas ellas favorecieron no sólo el conocimiento de Oriente por parte de los occidentales, sino la llegada de objetos preciosos como botín de guerra, que fueron embajadores de un refinamiento de costumbres desconocido. También el comercio contribuyó a estos contactos, y cabe añadir que especialmente en la Baja Edad Media, porque es el momento en que se registra un número mayor de asentamientos coloniales en el Norte de Africa, Bizancio, etc.Esta actividad comercial, al igual que los oficios mecánicos, estrechamente ligada al mundo urbano, ha recibido un nuevo impulso a partir de finales del siglo XII tras su legitimación definitiva en base al concepto aristotélico del "bien común", con lo cual la práctica totalidad de los oficios urbanos adquiere una sanción moral de la que carecían. Las ciudades se convierten en centros económicos (en Italia también en centros políticos) y en importantes focos culturales de la mano de las Escuelas catedralicias primero, de las Universidades después.

No puede olvidarse entre las primeras a Chartres, ni entre las segundas a Bolonia, centrada en el campo jurídico, ni las de Montpellier o Salerno, éstas reputadas en el ámbito de la medicina, al igual que lo son las de París y Toulouse en el de la Teología.La aparición de una cultura laica es en parte consecuencia de esta secularización del saber, pero también resultado del gusto que desarrolla por entonces un público heterogéneo. Es incontestable el éxito de los trovadores y de la literatura cortés en el ambiente todavía feudal de finales del siglo XII pero a partir de este fenómeno quedarán sentadas las bases del gusto literario entre los distintos estamentos sociales del siglo siguiente. El libro como objeto suntuario y de uso personal surge en el paso del siglo XII al XIII. Entonces todavía prevalece el de carácter devocional ("Salterios", sobre todo), pero más adelante, junto a otras modalidades dentro de este mismo género (el "Libro de Horas", por ejemplo), se empiezan a producir y a ilustrar abundantemente novelas, recopilaciones poéticas, "materia de Bretaña", etc. Los inventarios de ciertas bibliotecas privadas, sean reales, nobiliarias, eclesiásticas o jurídicas revelan esta nueva realidad. Junto a ellos ocupa un lugar especial el libro jurídico que en ciertos centros como el boloñés es abordado también como objeto de lujo.

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