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"Es una bulliciosa ciudad; a ella vienen con mercaderías desde todos los países marítimos y continentales. No hay como ella en ningún país (..). Allí está la iglesia de Santa Sofía así como el Papa de los griegos, ya que éstos no profesan la religión del Papa de Roma. Hay allí tantas iglesias como número de días tiene el año y una incalculable cantidad de dinero que anualmente traen, como impuesto, de las dos islas, de las fortalezas y de las grandes capitales que hay allí. Riqueza tal que no se encuentra en ninguna iglesia del mundo...". Así describe el judío Benjamín de Tudela la ciudad de Constantinopla unos treinta años antes de su conquista por parte de los cruzados (1204). Fue precisamente la riqueza de la urbe, subrayada por el viajero, lo que desencadenó su saqueo y destrucción, y, con ello, el declive definitivo del Imperio Romano de Oriente.Cuando esto sucede, en el tablero de la Europa occidental se están moviendo una serie de piezas. El Papa Inocencio III (1160-1216) ha conseguido imponer la doctrina teocrática que defiende la supremacía del poder espiritual sobre el temporal. Recordemos que la pugna por el "imperium mundi" arranca de las tesis que defiende el Papado desde mediados del siglo XI y que el enfrentamiento ha llegado a su punto álgido durante el gobierno del emperador Federico I Barbarroja (de la familia de los Hohenstaufen), al chocar las facciones que apoyan a uno y otro respectivamente (los güelfos y los gibelinos).

A principios del siglo XIII la balanza parece estar decantada claramente a favor del Papado, no sólo porque éste cuenta con una personalidad de la categoría de Inocencio III, sino porque el ejército imperial es derrotado en Bouvines el año 1214. Sin embargo, a mediados del siglo XIII la situación ha variado sensiblemente. Federico II ha fracasado en su intento de reinstaurar el Imperio, pues el fortalecimiento progresivo de las monarquías nacionales (sobre todo Francia e Inglaterra) y el régimen municipal de las grandes ciudades, resultan incompatibles con el ideario universalista del emperador, pero a la par Inocencio IV, a pesar de sus intentos por mantener la política de su antecesor, pierde ascendencia en el ámbito terrenal.La gran novedad en el panorama político europeo de mediados del siglo XIII radica en la afirmación del poder real que va a tener gran trascendencia en el desarrollo inmediato de determinados países. Tras imponerse a otros señores feudales, Luis IX de Francia, por ejemplo, consigue organizar sus instituciones y el gobierno central. París, designada capital del reino, se convierte en centro político, administrativo y económico; también, como consecuencia, en un foco artístico importante. Evidentemente, el caso francés es el más paradigmático de esta nueva situación, pero en Inglaterra se dan unos planteamientos similares y lo propio sucede en Nápoles, Castilla, Aragón...Frente a estas tendencias centralizadoras, en Italia y Alemania la situación es completamente distinta. En la Península italiana, las ciudades-república rivalizan económica y políticamente entre sí. Por otro lado, el papel cohesionador que el Papa podía haber ejercido desde Roma capital, además, indiscutible, desaparece, al trasladarse éste con su Curia a Aviñón en 1309. En Alemania, que carece también de capital, el feudalismo va a fortalecerse cuando decae en otras zonas. En los Países Bajos, codiciados tanto por Francia como Inglaterra, que a partir de 1337 van a enfrentarse en la Guerra de los Cien Años, se desarrolla una dinámica cultura urbana apoyada en el comercio.

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