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El resultado de la elección de 1974 en Gran Bretaña fue consecuencia, más que de una victoria de la oposición, de una derrota del Gobierno. Tan bruscos cambios en su pronunciamiento indicaban que el electorado quería decir algo pero los partidos no sabían bien qué. Wilson, que por vez primera nombró a dos ministras, dio la sensación, durante la campaña, de poder llegar a un acuerdo con los sindicatos prometiendo suscribir con ellos una especie de "contrato social". Esto, su habilidad y la división de los conservadores acerca de temas como el de Escocia le dieron fuerza para intentar ampliar su mayoría. El Parlamento apenas duró 184 días y por segunda vez en un siglo dos elecciones generales se produjeron en un mismo año. En la elección de octubre de 1974, los laboristas ampliaron su ventaja: con un millón de votos más que los conservadores, los superaban en cuarenta y tres escaños; sobre ellos y los liberales sumados obtuvieron una ventaja de treinta. Los nacionalistas escoceses obtuvieron 13 escaños y los galeses quedaron con tres, mientras que los liberales parecían haber llegado ya a su máximo. El programa del Gobierno propuso crear parlamentos en País de Gales y en Escocia. Healey, el nuevo responsable de política económica, se enfrentó con el consabido y grave problema de la crisis de confianza en la libra. Pero hubo también otras cuestiones muy debatidas. Wilson había prometido una nueva elección o un referéndum sobre la cuestion del Mercado Común una vez renegociado el acuerdo con él.

En su propio Gobierno la división entre los ministros enfrentó a dieciséis con siete, siendo estos últimos principalmente izquierdistas. Pero tan sólo un ministro dimitió de modo que bien puede decirse que Wilson había demostrado de nuevo una habilidad superior. El voto afirmativo en la consulta popular duplicó al negativo y la victoria tuvo lugar en todas las regiones de Gran Bretaña. Había sido una victoria del europeísmo, pero también de la habilidad de Wilson. Mientras tanto, Heath, tras su segunda derrota, fue sustituido por Thatcher, quien desplazó a moderados como Howe y Whitelaw. Los conservadores eran ya la alternativa segura al laborismo, puesto que el liderazgo de Thorpe en el Partido Liberal había concluido con escándalos económicos y sexuales y el laborismo seguía siendo incapaz de enfrentarse a los problemas económicos británicos. Healey, uno de sus dirigentes moderados, ponen, en sus memorias, como ejemplo de disfunción megalomaníaca el proyecto del Concorde, destinado a dar servicio a los muy ricos con los impuestos de los más pobres. Lo más paradójico es que fue patrocinado por Benn, el líder de la izquierda laborista. Como ya había anunciado a sus íntimos, Wilson renunció en marzo de 1976. Con el tiempo había visto cómo se deterioraba su imagen política, que ahora parecía demasiado débil y tortuosa. Su carrera concluyó enviando una lista de nombramientos nobiliarios a los Lores basada en puros criterios de amistad y favoritismo.

En la política británica había dejado como herencia el estilo presidencialista que ya fue irreversible. En la primera vuelta de la elección de sucesor, el izquierdista Foot estuvo por delante; sólo la acumulación en Callaghan de los votos de otros moderados, como Healey y Jenkins, hizo posible su victoria. Callaghan tenía un curriculum muy inferior al de su predecesor. Tan sólo había recibido educación secundaria: era un funcionario fiscal vinculado con la gestión sindical. Muy pronto, su Gobierno fue impopular y, a base de perder elecciones parciales, redujo tanto su distancia con respecto a sus adversarios que tuvo que requerir el apoyo de los liberales, que lograron una especie de derecho de veto sobre la legislación presentada al Parlamento. Como contrapartida, a partir de 1977 aparecieron signos de recuperación económica. El problema más complicado con el que debió enfrentarse Callaghan fue el de la "devolución", es decir, la recuperación de poderes en los Parlamentos escocés y galés. Mientras los conservadores se quejaban de lo caros que podían resultar los contrarios a la fórmula, lograron que se exigiera el voto del 40% de los ciudadanos para que pudieran ser viables. Cuando en 1979 se planteó el problema en Escocia el electorado demostró no estar lo bastante interesado en la autonomía. Al final, los liberales retiraron el apoyo a Callaghan quien trató de apoyarse en los escoceses e incluso en los galeses pero, como en tantos otros casos de oportunismo en su Gobierno, también acabó fracasando.

Se había demostrado incapaz de controlar la inflación y los sindicatos, de resolver los problemas del Ulster y de Rhodesia o de dar salida a la "devolución" y a las huelgas de empleados públicos. Al final del mandato laborista había una conciencia de decadencia en Gran Bretaña. Se llegó a escribir que la distancia entre Gran Bretaña y Alemania era mayor que con África y que la primera podía hacer el inédito viaje desde ser un país desarrollado al subdesarrollo. En realidad, había un consenso sobre la necesidad de un cambio. Benn y Thatcher no estaban de acuerdo en él pero no en la receta. La línea clásica socialdemócrata, en cambio, prometía, como dijo Dahrendorf, "un mejor ayer", es decir, repetir lo hasta entonces habitual. Como Benn, el principal dirigente del laborismo de izquierdas, también Margaret Thatcher se decía un político de convicciones. No era un conservador clásico sino que parecía más bien "un liberal del siglo XIX". "Nací en un hogar de espíritu práctico, serio y profundamente religioso", asegura al principio de sus memorias. Su visión del mundo, en la antítesis de la de 1968, tuvo mucho que ver con la de la clase media provinciana británica y la de un metodismo religioso que creía en la mejora a través del esfuerzo individual. El thatcherismo no fue propiamente una ideología, ya que le faltaba la primacía concedida a la abstracción. En realidad, hasta el momento de su elección, incluso siendo ministra, Thatcher no se había identificado con una posición muy clara en el partido; lo hizo en la oposición al lado de uno de los ideólogos conservadores, Keith Joseph.

En ese momento, se identificó con el monetarismo en política y con valores como el individuo -la "sociedad" era, para ella, una abstracción-, la familia y la patria; en cambio, el Estado y el Gobierno eran, para ella, los enemigos. Pero lo más característico de ella fue su estilo: se basaba en un modo de expresión taxativo, con pretensiones de infalibilidad y con una indudable agresividad. Para ella, Heath se había equivocado "continuamente" por ceder en los principios. "The lady is not for turning", dijo en un congreso conservador. Ella, por tanto, no cambiaría. A su servicio tenía un populismo nacido de recetas dictadas por una experiencia prosaica pero auténtica (la de haber ejercido como ama de casa). Era éste el que le dio capacidad para atraerse a la mayoría del partido, a pesar de que no coincidía con sus principios. Pero hasta 1981, momento en que reorganizó su Gabinete, no lo dirigió por completo y sólo asentó definitivamente su poder a partir de la Guerra de las Malvinas. Su primer Gobierno, del que aquí se trata, sólo muy parcialmente supuso el logro de sus objetivos. A menudo, sus colaboradores -sólo dos de ellos la votaron para la dirección del partido- la boicotearon mediante filtraciones de sus propósitos. Cuando llegó al poder, Thatcher situó a los más derechistas de sus colaboradores en responsabilidades económicas. Así pudo llevarse a cabo una disminución de los impuestos, los controles de rentas fueron abolidos y se permitió la adquisición de las casas de protección oficial a quienes las disfrutaban, lo que fue un importante arma electoral para los conservadores.

Thatcher siempre pensó que la principal dificultad para llevar a cabo su programa consistía en la oposición de los sindicatos pero acabó por convencerse de que era mejor combatirlos paso por paso y no mediante confrontación directa. Con respecto al Estado de bienestar, no se puede decir tampoco que lanzara un ataque directo contra él, a pesar de que le valió las mayores protestas de sus adversarios. En realidad, el gasto sanitario creció a un ritmo de un 3% anual. En educación se había pretendido una disminución de casi el 7% del gasto, pero ascendió un 1.2%. La congelación de sueldos llevó al desánimo de gran parte del profesorado universitario. Los mayores cortes en gasto público se llevaron a cabo en construcción de viviendas, que se redujeron a la mitad, pero el número de propietarios privados se incrementó. Otro aspecto de la gestión de Thatcher se refiere al orden público. El incremento en gastos de las fuerzas de orden público llegó al 25% y, muy de acuerdo con su estilo, nunca aceptó la consideración de que el delito hubiera podido ser causado por el paro. Su dureza frente al IRA le hizo permitir que diez personas murieran en huelga de hambre. No tomó tampoco ninguna medida en relación con la discriminación racial. No hubo ningún indicio, en un principio, de que Thatcher pudiera tener un verdadero interés en las cuestiones de política exterior. Carrington fue más que ella el responsable del acuerdo al que se llegó en la cuestión de Rhodesia.

En política exterior, precipitó una crisis de la CEE, pidiendo que "se devolviera el dinero de Gran Bretaña"; siempre fue opositora de una unificación política. En política de defensa, incrementó los sueldos de los miembros de las Fuerzas Armadas, como había hecho con la policía. El gasto real en defensa subió en un 16.7%. Toda esta política no le hubiera permitido ser reelegida de no ser por un incidente totalmente inesperado de la política británica. La toma de las Malvinas por los argentinos produjo un milagro de improvisación militar que hizo que la opinión sobre la primer ministro cambiara bruscamente pues en un principio estaba totalmente en contra de ella también en esta cuestión. Los argentinos cometieron el error de no aceptar la propuesta de Haig que suponía doble nacionalidad y administración tripartita del archipiélago. Thatcher hubiera podido evitar la guerra con un poco más de prudencia, valentía y competencia pero acabó concluyendo que la guerra había sido positiva porque le había dado a Gran Bretaña confianza en sí misma. Los gastos de la campaña costaron lo que la permanencia en el Mercado Común pero la guerra hizo que los conservadores que estaban tan sólo en el tercer puesto en las encuestas acabaran teniendo una ventaja considerable. Otra parte del éxito electoral de Thatcher se explica por el estado de la oposición. En la laborista Foot había sido un decidido izquierdista, biógrafo de Bevan, cuyo distrito electoral heredó.

Pero, al convertirse el líder del partido, había provocado una escisión. El SDP -Partido Socialdemócrata- fue lanzado en 1981 y llegó a tener 29 diputados; su colaboración con los liberales pareció poder romper el bipartidismo británico. Los laboristas hicieron público un programa proponiendo nuevas nacionalizaciones y el abandono del Mercado Común, del que se pudo decir que era "la amenaza de suicidio más larga de la Historia". En las elecciones de 1983, en realidad el voto de los conservadores disminuyó. Los laboristas consiguieron el 27.6% y la Alianza entre socialdemócratas y liberales el 25.4%. Fue la votación más baja del Partido Laborista en su historia reciente. Pero Thatcher no había ganado sino que el laborismo de izquierdas había sido derrotado. En realidad, aupada por la oleada de patriotismo bélico, todavía tenía por delante retar al orden de consenso nacido del "butskellismo".

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