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El año 1964 supuso un corte en la Historia británica con la desaparición del largo Gobierno de los conservadores, que parecía anclar a los británicos en un mundo pasado: bastaba comparar a Macmillan con Kennedy para tener esa impresión. Harold Wilson, antiguo seguidor de Bevan, procedía de un medio popular provinciano y había emergido como figura de la izquierda del laborismo, capaz por su brillante pasado universitario de ofrecer una imagen de energía y eficiencia. De suprema habilidad política, consiguió gobernar ocho años manteniendo unido a su partido e incluso dando la sensación de que podía convertirlo en el grupo político "natural" de Gobierno en Gran Bretaña. Con el paso del tiempo, sin embargo, dio la sensación de ser demasiado oportunista y calculador, entrometido en la labor del Gobierno y receloso respecto a sus colaboradores. Capaz de darse cuenta de que la nueva sociedad exigía de él atraerse al mundo del espectáculo, se revistió de un aire paternal con su pipa y ofrecía un programa que, siendo nuevo, tampoco lo era demasiado. Su Gabinete estuvo caracterizado por el contrapeso entre las diferentes tendencias del laborismo y por algunas novedades como un ministro de Tecnología que parecía embarcar al laborismo por el camino de la innovación. La voluntad de planificación económica se presentó como una alternativa a la contradictoria política conservadora. Lo fundamental de este período fue enfrentarse con los problemas económicos británicos.

A pesar de partir de una balanza de pagos negativa de más de 800 millones de libras, el Gobierno se negó a devaluar y dio preferencia por medidas sociales como el incremento de las pensiones, legislación contra el racismo en las relaciones laborales y la desaparición de las cargas en las recetas farmacéuticas introduciendo grandes cortes en los presupuestos de defensa. Hubo también un intento fallido de volver a nacionalizar la industria siderúrgica. Con este bagaje los laboristas, que habían acudido a las elecciones de 1966 con el slogan de que el electorado "sabía que el laborismo funciona", lograron una ventaja de noventa escaños con un millón y medio de votos de diferencia sobre los conservadores. La nueva etapa gubernamental parecía prometedora pero pronto se encontró con dificultades. En política exterior, la izquierda del laborismo -al menos unos cincuenta diputados- se opuso a la Guerra de Vietnam y causó grandes problemas en las relaciones entre Gran Bretaña y los Estados Unidos. La concesión de la independencia a algunos Estados de pequeña entidad como Gambia necesitó de un apoyo económico de la antigua metrópolis. Pero el problema más grave fue el de Rodesia en que la minoría blanca monopolizaba el poder. Wilson pensó que gracias al bloqueo económico en pocas semanas habría resuelto el asunto, pero no fue en absoluto así. Otro problema esencial seguía siendo el exceso de compromisos británicos.

A pesar de que en 1957-67 el Ejército había pasado de 700 a 400.000 soldados, Gran Bretaña gastaba casi el 6% del PIB en defensa cuando Japón con un PIB un 50% superior empleaba sólo el 1%. Los grandes problemas vinieron, no obstante, de la evolución económica. La gestión de Callaghan, principal responsable gubernamental, fue mala. El deterioro de la situación le obligó a Wilson a encargarse de la responsabilidad en estas materias. Finalmente, en 1967 tuvo que recurrir a una devaluación de más del 14% que llegó demasiado tarde y por ello tuvo un efecto menos positivo del que podía haberse pensado en un principio. Wilson había afirmado que la devaluación no era una solución para los problemas de la Gran Bretaña, con lo que en la práctica se contradijo por completo. Incluso tuvo que aceptar las cargas sobre las recetas farmacéuticas cuando él mismo se había opuesto a ellas llegando a la dimisión durante el Gobierno de Attlee. Las dificultades de los laboristas se multiplicaron gracias a los conflictos con los sindicatos. Desde 1948 hasta 1964 la tasa de sindicalización había incrementado en un 33% y en 1971 llegaba al 58% de la fuerza del trabajo. Al mismo tiempo, la conflictividad laboral en Gran Bretaña sólo era superada en Europa por la italiana: en la primera mitad de 1970 las huelgas hicieron perder seis millones de jornadas, el doble que en todo el año anterior. El intento de controlar los precios a través de la congelación salarial fracasó por completo y los sindicatos hicieron imposible la política de rentas del Gobierno votando contra ella de forma muy mayoritaria.

Tanto Wilson como Castle, la responsable de empleo, eran partidarios de un cambio legal respecto al papel de los sindicatos en las relaciones laborales pero el propio Partido Laborista no quería saber nada de referendums en las empresas ni de períodos de enfriamiento en caso de conflicto. En junio de 1969 se llegó a una fórmula de acuerdo que resultó ficticia porque presuponía una posible intervención de la dirección de los sindicatos contra las huelgas no oficiales que no podía menos de resultar platónica. En otros aspectos, la gestión de Wilson fue más positiva. Fomentó la intervención estatal en determinados sectores económicos clave como el de la máquina-herramienta pero eso no supuso una planificación como la que había prometido. Desde el punto de vista político creó el Ombudsman mientras que la reforma de los lores fue detenida por la acción coincidente de la derecha y la izquierda. Pero quizá la mayor innovación fue la producida en el campo cultural y moral. El cambio en el servicio militar, la mayoría de edad a los dieciocho años, la nueva legislación sobre aborto, divorcio y homosexualidad o la abolición de la pena de muerte parecen demostrar que lo más importante de este período fue la auténtica revolución en estas materias más que en lo social o económico. También el Gobierno tuvo un interés preferente por la educación: Wilson siempre dijo que su mayor orgullo fue la creación de la Open University. En otros campos fue simplemente realista.

Aunque el laborismo nunca había tenido un particular interés en Europa, Wilson se fue dando cuenta de que no había otra solución. En principio pensó en una mera asociación pero luego se decantó por la pertenencia completa a la CEE. En mayo de 1967 se tomó la decisión, aunque siete ministros, un tercio del total, estuvieron en contra. La insatisfacción del electorado con el Gobierno fue pronto muy grande. En las elecciones parciales los laboristas perdieron más escaños que en toda la Historia del partido desde 1900 a 1964. El Partido Laborista había visto disminuir su afiliación de 830. 000 a sólo 680.000 afiliados. Pero los cambios políticos más espectaculares acontecieron no como consecuencia de la crecida de los conservadores sino por la aparición de los nacionalistas. En 1966 los nacionalistas galeses obtuvieron por vez primera un escaño; también lo consiguieron los nacionalistas escoceses que se atribuían 125.000 afiliados. El partido liberal, cuya juventud había adquirido una significación radical, canalizó hacia sí los votos del descontento. Éste, como advirtió Roy Jenkins, que había desempeñado las responsabilidades económicas del Gobierno después de Callaghan, nacía de que se pedía más de lo que efectivamente se podía alcanzar. Era una desilusión en la abundancia. Lo prueba el hecho de que Gran Bretaña tuvo, como todos los países del mundo occidental, una civilización del consumo y en muchos sentidos sentó las pautas de la misma.

Si los salarios reales habían crecido un 34% en 1955-1960, lo hicieron un 130% en 1960-1969. Desde 1956 a 1971 el porcentaje de los hogares con nevera pasó del 8 al 69%; en esta última fecha el 91% disponía de televisión y el 64% de lavadora. A comienzos de los setenta diez millones de británicos veraneaban en el extranjero. La británica, sin embargo, era una sociedad estancada en términos relativos cuyo falso optimismo nacía de olvidar a sus competidores, cuyos resultados eran mucho mejores. Lejos de enfrentarse con los problemas reales, Wilson se limitaba a culpar a "los financieros del Continente" de la caída de la libra. No obstante, la situación económica mejoró a partir de 1969 gracias a la gestión de Jenkins: la balanza de pagos había pasado a ser positiva en 600 millones de libras. La buena imagen de Wilson le hizo llevar la campaña de 1970 en un estilo muy presidencial, pero eso quizá le proporcionó un exceso de confianza frente a los conservadores. La sustitución de Home por Heath supuso un cambio importante en la dirección conservadora. Era una persona con fama de eficaz y con planes alternativos que consiguió que figuras respetadas del partido, como Powell y Macleod, se reincorporaran a su dirección. Su programa se centró en las relaciones industriales, la disminución de los impuestos y el europeísmo. Los conservadores vencieron a Wilson por casi un millón de votos con cuarenta y tres escaños de ventaja. Fueron unas elecciones que más que ganarse por el más votado se perdieron por quien logró menos escaños, algo que volvería a suceder en 1974.

Cuando llegó al poder Heath había disipado las dudas existentes acerca de su persona y dominaba a su partido como antes lo había hecho Wilson. Hijo de un carpintero, suponía un giro cardinal en la procedencia social del liderazgo conservador: de sus cuatro antecesores, dos estaban emparentados con duques, un tercero con un baronet y el cuarto era un conde. Fue, pues, un conservador populista y tuvo, además, una preparación consistente y profunda: director de orquesta y navegante a vela, parecía un hombre del Renacimiento y había conseguido un considerable prestigio en el europeísmo, pero en el poder pronto resultó muy insatisfactorio. Los conservadores, que por vez primera crearon un ministerio de Medio Ambiente, habían prometido principalmente el desmantelamiento de la política de intervencionismo para controlar los precios pero acabaron por mantenerla por más que la hubieran criticado de forma vehemente en la oposición. Algo parecido les sucedió en lo que respecta a la política respecto a la empresa: como habían hecho sus antecesores en el momento en que la Rolls Royce entró en crisis, no tuvieron empacho en nacionalizarla (1971). El aspecto decisivo de la gestión de los conservadores se refiere a su política de confrontación con los sindicatos. La legislación que quisieron introducir presuponía que hacer huelga en contra de las medidas de control de los salarios podía llegar a ser un delito. La confrontación supuso que en el primer cuarto de 1971 el número de conflictos se multiplicó por cuatro.

También introdujeron una legislación más dura en materia de inmigración ilegal. Con esos antecedentes no puede extrañar que, al estallar la crisis, el choque resultara dramático. En política exterior la principal cuestión fue la relativa al Mercado Común, pendiente aún de ser solventada de forma decisiva en el Parlamento. La oposición había crecido en el Partido Laborista pero, a pesar de que la ventaja de los partidarios de la entrada con un tratado negociado previamente con la CEE se redujo a ocho votos, finalmente se logró la aprobación. En otras materias las diferencias fueron menores con respecto a los laboristas a pesar de que los conservadores siempre fueron más complacientes con regímenes como los de Portugal y Sudáfrica. Todas estas cuestiones no fueron tan decisivas pero, en cambio, el problema del Ulster adquirió la suficiente gravedad como para dominar la política británica a partir de estos años. En el Norte de Irlanda, el Stormont o Parlamento disponía de una considerable autonomía con excepción de materias fiscales, de política exterior y defensa. La existencia de una policía protestante ("Royal Ulster Constabulary") provocó incidentes y en agosto de 1969 fue necesario desplazar unidades militares de interposición entre protestantes y católicos (un tercio de la población). En 1971 fue asesinado el primer soldado británico y ese año hubo 175 muertos; en 1972 fueron 146 policías y 321 civiles.

Para combatir el terrorismo los británicos llegaron a introducir la fórmula del internamiento sin juicio y pronto hubo pruebas de utilización de procedimientos inaceptables para conseguir declaraciones. Un referéndum en marzo de 1972 dio la ventaja del 57% a los partidarios del mantenimiento de la unión con Gran Bretaña. Con los acuerdos de Sunningdale se aceptó por la República de Irlanda que sólo reclamaría la incorporación del Ulster cuando tal decisión contara con la voluntad de sus habitantes. Pero todos estos avances no llevaron a una definitiva solución del contencioso. Al final de 1973 el Gobierno conservador se confrontó duramente con los sindicatos en el contexto de la grave crisis económica provocada porque la factura del petróleo se había cuadruplicado. En el caso de Gran Bretaña la cuestión se trasladó a la minería en la que no había habido una huelga general desde 1926. Pero ahora la situación la hizo posible: como antecedente había habido, aparte de la conflictividad ya narrada, una dura protesta de los mineros contra el cierre de los pozos. Hubo una reducción del aprovisionamiento de electricidad a las empresas pero, pese a la gravedad de la situación, el 80% de los mineros votaron la huelga. La cuestión que estuvo sobre el tapete en la elección de febrero de 1974 era quién gobernaba Gran Bretaña. Los conservadores defendieron la firmeza: en adelante los contribuyentes no tendrían que subsidiar a las familias de los huelguistas sin que, al mismo tiempo, se tocaran los fondos sindicales como sucedía hasta el momento.

Les perjudicó, sin embargo, la propia dureza de la confrontación mientras que los laboristas daban la sensación de poder entenderse con los sindicatos. La derrota conservadora fue muy grave: los conservadores perdieron por cuatro escaños y 200.000 votos pero les votaron un millón menos de ciudadanos. Los nacionalistas escoceses tuvieron siete escaños, los galeses dos y catorce los liberales. A éstos se dirigieron los conservadores para tratar una coalición pero fracasaron y Wilson volvió al poder. Las intenciones de Heath habían sido novedosas y no le faltaba parte de la razón en sus medidas; con su preparación quizá hubiera sido un gran primer ministro diez años antes o diez años después. Pero sus contradicciones en la imposible busca de consenso le hicieron dar la sensación de inconsistencia mientras que el fondo de su programa y el modo de llevarlo a la práctica dio la impresión de convertirle en un extremista.

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