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Como es natural, la grave crisis existente en el terreno económico complicóla construcción de una Europa cuyo contenido esencial seguía siendo precisamente éste. En 1983 en el conjunto de Europa había más de 12 millones de parados, cifra que superaba el 10% del total, un volumen que resultaba inimaginable en las tres décadas anteriores. Al mismo tiempo, una de las derivaciones de la Revolución de 1968 fue el terrorismo, que jugó un papel político de primera importancia en Alemania e Italia, aunque de forma más o menos directa estuvo presente en todo el mundo. Contra él apenas hubo una acción coordinada a pesar de que hay pocas dudas de que fue gestado con parcial colaboración de países del Este. La Europa de los Nueve había tenido su origen a comienzos de 1973 pocos meses antes de que estallara la crisis económica. Era, con 252 millones de habitantes, la segunda potencia económica del mundo tras los Estados Unidos; además, tenía previsto concluir su unión aduanera cinco años después y llegar en un plazo cercano a la unión económica y monetaria. Pero ante la crisis, los países comunitarios reaccionaron de una forma dispersa tanto en lo que hacía referencia a la política monetaria como en lo relativo al ahorro de energía. La actitud de determinados Estados fue particularmente poco solidaria. Italia y Dinamarca pusieron en marcha medidas proteccionistas que rompían con el espíritu unitario de la CEE, mientras que Gran Bretaña, en donde los laboristas llegaron al poder en 1974, intentó renegociar su tratado de adhesión en lo que hacía referencia a su contribución financiera y a la política agrícola.

En esta situación de crisis se produjo una detención temporal en el proceso de unión económica y monetaria intentando que, por el contrario, avanzara la unión aduanera. El mismo mantenimiento de una política agraria común se convirtió en materia de disputa obligando a la limitación de la producción o de las contribuciones financieras de los miembros de la Comunidad. Por otro lado, aunque había quedado prevista la creación de una "serpiente monetaria europea" en 1972 para limitar las variaciones entre las divisas europeas a una banda de fluctuación, en repetidas ocasiones se planteó el problema de revaluar el marco con respecto al resto de las monedas. Sólo en marzo de 1979 entró en funcionamiento un "sistema monetario europeo" propiamente dicho (SME) gracias a la creación de una moneda de referencia el ECU ("European Currency Unit") destinado a permitir la estabilización de los intercambios. El ECU venía a ser una especie de "cesta de monedas" cuya composición reflejaría el papel de cada una de ellas en el conjunto de la economía de la Comunidad. Pero en muchos otros aspectos, económicos o no, Europa permaneció estancada o en crisis durante estos años. Como ya se ha dicho, no hubo una política económica común ante la crisis o ante el ahorro de la energía. Por si fuera poco, una grave crisis interna estalló en 1984 con relación a la contribución financiera de Gran Bretaña a la Comunidad. Algunos políticos de la época, en especial Margaret Thatcher, que insistió especialmente en esta cuestión, no ocultaron, además, su profunda desconfianza respecto a una Comunidad que avanzara hacia la unidad en el terreno político.

A pesar de ello, algunos avances importantes se produjeron en este campo. Entre los dirigentes europeos se había hablado de la posibilidad de que en torno a 1980 pudiera existir una Europa capaz de tener una política exterior común. A partir de diciembre de 1974 los jefes de Estado con poderes decisorios y los jefes de Gobierno europeos decidieron institucionalizar las reuniones periódicas creando un organismo nuevo, el Consejo Europeo, que tendría ya la obligación de reunirse tres veces por año. Fue el Consejo Europeo quien encargó al primer ministro belga, Tindemans, un informe sobre la Unión europea y quien, en julio de 1976, tomó la decisión de elegir un Parlamento europeo por sufragio universal. De momento, esta institución se haría mediante procedimientos electorales distintos según los países de acuerdo con su propia legislación. En junio de 1979 se celebró la primera elección europea. Aunque el Parlamento no tuvo por el momento un papel decisorio su mera existencia favoreció que se produjera una creciente voluntad de control de las instancias ejecutivas de la Comunidad, al mismo tiempo que se ocupaba de ampliar sus competencias. En el mismo momento que la Comunidad, pese a todas las dificultades, caminaba por la senda de la unificación política, se ocupaba también de ampliar sus fronteras. Los problemas que planteaba extenderla a la totalidad del Mediterráneo europeo nacían a la vez de la existencia de dictaduras y de una diferencia sustancial en el grado de evolución económica.

Solventado el primer problema, en 1981 ingresó Grecia y en 1985 lo hicieron España y Portugal. En este último caso hubo serias dificultades derivadas de la oposición de los agricultores franceses que temían la concurrencia de los dos países citados. De esta manera, la Comunidad llegó a superar los 300 millones de habitantes. En diciembre de 1985 los diez miembros de Comunidad llegaron a un acuerdo para revisar el Tratado de Roma y establecer en 1992 un espacio económico sin fronteras eliminando todas las barreras que pudieran existir en materias como la circulación de personas, mercancías, servicios y capitales. Parte de los problemas europeos nacieron en este momento de la relación conflictiva que la Comunidad tuvo con el resto de las potencias democráticas industrializadas. Si los países europeos no coincidieron entre sí a la hora de establecer una misma política anticíclica, tampoco coincidieron en este aspecto con Japón y Estados Unidos. El primero consiguió cuadruplicar sus exportaciones durante este período, lo que provocó las previsibles tensiones con los países competidores. Estados Unidos y la Comunidad se reprocharon llevar a cabo políticas desleales y proteccionistas en determinadas industrias claves. La protesta norteamericana se centró a menudo en los contratos suscritos entre firmas europeas y la URSS sobre la construcción de un gasoducto desde Siberia que permitiría el acceso de los europeos a esta fuente energética a cambio de transferencias tecnológicas que se consideraban peligrosas.

Otra queja norteamericana se refirió a las subvenciones agrícolas de la Comunidad. Por su parte, los países europeos se quejaron de que la política norteamericana era, muy a menudo, proteccionista y desestabilizaba el comercio internacional gracias a las continuas fluctuaciones del dólar. El deterioro de las relaciones entre los Estados Unidos y la Comunidad se refirió también durante estos años a las cuestiones de defensa. La OTAN se basó, desde sus inicios, en predominio efectivo de los norteamericanos en las tareas de mando, que se veía compensado por el papel que asumían en la financiación del gasto militar. Sin embargo, la crisis padecida como consecuencia de la Guerra de Vietnam hizo que los norteamericanos tomaran medidas unilaterales como la de Nixon en relación con el dólar en 1971, mientras que solicitaban un mayor grado de apoyo financiero por parte de una Europa ya muy distinta de la que vivió la Posguerra Mundial. Hubo incluso una creciente actitud aislacionista en parte del legislativo norteamericano. Para combatir estas tendencias Kissinger propuso en 1973 la idea de celebrar un "año de Europa" que hiciera revivir los principios y el espíritu que había llevado a la creación de la OTAN. En junio de 1974 se llegó a una declaración en este sentido, suscrita en Ottawa. Pero ni esto ni tampoco la sucesión de cumbres de los países más industrializados permitieron que se mantuviera una identidad absoluta entre los aliados de las dos orillas del Atlántico.

Todos los países europeos, con la excepción de Gran Bretaña, fueron mucho más partidarios que los Estados Unidos de mantener una relación estrecha con la Unión Soviética, a pesar de la quiebra de la distensión, en parte porque tenían que atender a una opinión pública influida por el pacifismo. Los norteamericanos, por su parte, acostumbraron a ver en el aliado del otro lado del Atlántico una proclividad hacia el neutralismo en gran parte injustificada. Las memorias de los principales personajes de la política exterior norteamericana como, por ejemplo, Kissinger abundan en quejas en contra de Schmidt, calificado de taciturno y voluble. Pero si este último ya se había llevado mal con Kissinger, todavía se llevó peor con Carter a veces por problemas puramente personales. Siempre estuvo implícita entre los norteamericanos y la izquierda europea la queja de los primeros de que la "Ostpolitik" les fue comunicada y no consultada y la de los segundos sobre el escaso interés en los procesos democratizadores. La misma IDS creó una profunda desconfianza en los países democráticos europeos por la posibilidad de un desentendimiento norteamericano de su defensa del Viejo Continente que no pudo superar el ofrecimiento de que participaran en la previa labor de investigación que era necesaria. Europa tuvo su propio proyecto tecnológico sobre materias semejantes ("Eureka"). En muchas otras cuestiones la política norteamericana y la comunitaria se mostraron distintas e incluso conflictivas. En el conflicto árabe-israelí, al menos dos potencias europeas (Francia e Italia) mantuvieron una política más favorable a la causa palestina que la que defendieron los norteamericanos. También la política seguida por norteamericanos y europeos fue distinta cuando el cambio de régimen en Portugal pareció poner en peligro la estabilidad de la democracia recién conseguida. La política norteamericana fue más dura y mucho más matizada, por ejemplo, la alemana. La cuestión de Chipre había dividido -y así siguió sucediendo durante mucho tiempo- a dos países que formaban parte de la OTAN y cuyos intereses eran contrapuestos, Grecia y Turquía.

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