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Desarrollo


El crecimiento económico ha sido, a la vez, una realidad y todo un mito de la segunda mitad del siglo XX. Para medir su magnitud hay que partir, en primer lugar, de la impresión sentida por los seres humanos que lo vivieron. La crisis de los años treinta dio la sensación de poder provocar un fuerte estancamiento, condenado a ser poco menos que irreversible; además, la crisis de los productos energéticos a partir de 1973 interrumpió un proceso que, en algún momento, pareció imposible de detener. Del paréntesis entre 1945 y 1973 un especialista francés, Jean Fourastié, pudo asegurar que aquéllos habían sido "los treinta años gloriosos" del desarrollo económico. Los datos objetivos permiten estar de acuerdo con esta afirmación, por exagerado que pueda resultar el calificativo a primera vista. El producto material se multiplicó por dos veces y media entre 1950 y 1968; la producción industrial triplicó y la agrícola, a pesar de su falta de elasticidad, se incrementó en un 50%. Por habitante se habría incrementado en un 70% en menos de dos décadas. En definitiva, el período posterior a 1945 ha visto crecer el PIB y el PIB por habitante más que en ninguna otra etapa de la Historia humana, a mucha distancia de las épocas más prósperas. Esta afirmación vale para el conjunto del mundo pero de forma especial para las economías occidentales. Hay que tener en cuenta, en efecto, que el crecimiento económico había sido hasta entonces del orden de tan sólo el 1,5-2% anual.

En Europa occidental, una de las regiones más desarrolladas del mundo, por ejemplo, fue en el pasado del 1.4% como media y pasó, en los años citados, a 4.6% per cápita. La producción industrial per cápita creció más, el 7.1% anual, frente a una tasa mundial del 5.9%. En comparación con Estados Unidos, lo sucedido con Europa resulta espectacular porque este último país no pasó de un crecimiento per cápita del 2.2%. En cambio, durante el período 1950-73 en PIB por habitante, por ejemplo, Alemania creció el 5%, Japón el 8.4%, Francia el 4.1 e Italia el 4.8%. Verdad es que los Estados Unidos partían de una absoluta hegemonía en términos cuantitativos y relativos en 1945, al no haber sufrido las consecuencias materiales de la guerra sufridas en Europa. De cualquier modo, lo que antecede explica que el peso de Europa en la producción industrial mundial ascendió desde el 39 al 48%. Además, el crecimiento económico dio la sensación de haber superado claramente baches súbitos como los producidos en 1929 y en otras crisis económicas mundiales anteriores. A pesar de la existencia de crisis periódicas, no se puede decir que ninguna de las padecidas por el mundo capitalista fueran siquiera remotamente parecidas a la de 1929; incluso de la que tuvo lugar en 1973 se puede hacer esta afirmación por más que tras ella el crecimiento fuera inferior (en Europa, por ejemplo, fue de tan sólo el 2%).

Por lo tanto, bien puede decirse que los accidentes cíclicos por lo menos se atenuaron durante este período. Cuando tuvo lugar una crisis el crecimiento en Estados Unidos, por ejemplo, se redujo al 1-1.5% (así sucedió en 1954 ó 1958). En otros países, que experimentaron auténticos "milagros", como Italia, el crecimiento durante los períodos críticos se mantenía en el 2-3% anual. Las tasas de paro, principal consecuencia de la crisis, no llegaron nunca durante el período reseñado al 10% en las economías occidentales cuando en los años treinta, con menor protección social, se había triplicado o cuadruplicado esa cifra. En Europa el paro durante los años cincuenta no llegó al 3% e incluso bajó por debajo del 1.5% en la década siguiente, con algunas excepciones como la de Italia. También la inflación alcanzó un nivel que fue socialmente aceptable: creció, frente a lo habitual en el período de entreguerras, pero siempre sin dar la sensación de poder hacer quebrar el progreso generalizado. En Europa lo hizo entre un 3-4% anual pero con diferencias considerables entre Alemania, donde su ascenso fue más modesto, y Francia, donde resultó mucho más alto. El crecimiento generalizado, capaz de superar cualquier coyuntura desfavorable, no excluye, como es lógico, que en términos relativos hubiera países que perdieran su puesto relativo inicial. Éste fue el caso de Gran Bretaña que durante el período pasó del puesto segundo al séptimo en el ranking mundial de las naciones industrializadas.

Para explicar el volumen del crecimiento económico y su carácter constante resulta necesario remitirse a varios antecedentes. En primer lugar, las consecuencias de la Guerra Mundial fueron superadas a un ritmo muy diferente pero que de cualquier manera se puede considerar como rápido. Austria y Alemania lo habían logrado en 1951, pero Francia lo logró en 1949 y Holanda en 1947. La reconstrucción de Europa fue una consecuencia de la ayuda exterior pero también, desde luego, de la propia voluntad demostrada por los europeos en lo que, además, fue una decisión básicamente política. Lo fundamental fue descubrir un modelo de interdependencia económica que sirvió a cada uno de los países y contribuyó al establecimiento de una paz duradera y una estabilidad económica colectiva. Como en el terreno político, también en el económico hubo una voluntad muy clara de romper con el pasado. El Plan Marshall fue, además de mucho más voluminoso en recursos, también mucho mejor utilizado que la ayuda concedida para la reconstrucción después de la Primera Guerra Mundial. Pero la tarea de volver a poner en marcha el aparato productivo se había iniciado ya antes de que llegara el plan; lo que éste hizo fue asegurar que la recuperación fuera sostenida y no se detuviera por falta de fondos. Otro factor decisivo en el crecimiento económico fue el establecimiento de un nuevo orden económico mundial eficaz, no sólo en Europa. La recuperación económica, una vez empleados los recursos derivados del Plan Marshall, fue muy rápida y más aun comparada con la recuperación que se produjo después de la Primera Guerra Mundial.

Los partidarios más entusiastas del programa del Plan en los Estados Unidos habían previsto que elevaría la renta en aproximadamente cinco veces la cuantía de la ayuda, eliminaría cuellos de botella graves, facilitaría dólares para evitar el hundimiento del comercio internacional y contribuiría a que los países beneficiados por la ayuda acabaran por emprender políticas económicas responsables. En mayor o menor medida, todo ello se logró. Los Gobiernos europeos empezaron a liberalizar su comercio en 1949 y en 1950 aceptaron un código de comportamiento cuyo objetivo era hacer desaparecer las restricciones cuantitativas impuestas, primero en un 75% y luego en un 90%. El Banco Mundial había hecho en 1952 68 préstamos que equivalían a 1. 400 millones de dólares. El Fondo Monetario Internacional, por su parte, declaró ilegales las monedas no convertibles, los tipos de cambio múltiples y los tipos de cambio flotantes. El GATT condenó los aranceles discriminatorios y las restricciones cuantitativas al comercio. Finalmente el sistema monetario internacional se configuró como una derivación del "Gold Exchange Standard", tal como había sido practicado por Londres desde el siglo XIX. No reposaba únicamente sobre el oro sino también sobre las divisas de un valor reconocido. En este caso, esa divisa era el dólar, convertible en oro, que resultó hasta comienzos de los años setenta una divisa fuerte y estable. El Plan Marshall había contribuido de forma poderosa a convertirlo en un instrumento esencial del comercio internacional.

Sólo en la época de la Guerra de Vietnam entró en crisis la divisa norteamericana. Sentados estos antecedentes hay que decir que el motor del crecimiento fue probablemente, durante todos estos años, Estados Unidos pero también de las crisis. La Guerra de Corea, por ejemplo, sirvió de manera muy importante para estimular la inversión. El crecimiento fue, sobre todo, industrial pero los Estados Unidos, por ejemplo, a pesar de partir de una agricultura especialmente eficaz, consiguieron multiplicar la producción de una forma muy significativa. En 1950 una persona activa en la agricultura alimentaba a 15 habitantes pero en 1964 lo hacía con 33. En Europa el empleo en agricultura disminuyó a una tasa aproximada del 3.5% al año. En cuanto a los factores que explican el prodigioso crecimiento económico son varios, dando por consolidado un orden internacional que funcionaba sobre la base de comportamientos estables y previsibles. Un primer factor estuvo constituido por las políticas económicas puestas en marcha. Éstas se consagraron siempre, al menos en las economías occidentales, a favorecer un alto nivel de demanda y de empleo con una obvia voluntad política de incrementar las tasas de inversión, las transferencias tecnológicas, el volumen de los intercambios..., etc. A diferencia de las economías anteriores, las que funcionaron en la posguerra se caracterizaron siempre por un peso grande del Estado. La política económica keynesiana aportó una justificación teórica para la política monetaria y fiscal expansionista que facilitó un crecimiento controlado y libre de crisis.

Incluso más importante que eso fue la realidad de que el desarrollo tuvo, en efecto, como una causa fundamental generadora de todo tipo de estímulos el progreso en el comercio mundial. El volumen del mismo se había estancado entre 1913 y 1938 y en su mejor momento, en 1929, no había superado en un cuarto más el punto de partida inicial en ese período cronológico. Pues bien, entre 1943 y 1958 el volumen del comercio internacional dobló y volvió a hacerlo en el período entre 1958 y 1967. El mayor porcentaje en este incremento lo tuvieron los países desarrollados de economía de mercado que pasaron de tener el 60 al 71% del total mundial. Europa occidental después de su constitución como unidad económica incrementó sus intercambios a mayor velocidad que los propios Estados Unidos. El incremento en el tráfico comercial, especialmente de ciertas materias imprescindibles, debió recurrir a procedimientos novedosos como, por ejemplo, los grandes petroleros; así sucedió incluso en el caso antes de la crisis del precio de los productos energéticos. En 1964 había tan sólo cuatro petroleros de más de 100. 000 toneladas pero en 1969 había más de un centenar en construcción de más de 200. 000. La apertura del comercio mundial no se detuvo en un determinado momento sino que prosiguió ampliando sus horizontes. Un factor decisivo fue la liberalización de los intercambios, logrado a través de acuerdos globales. Casi todas las reducciones tarifarias importantes tuvieron lugar entre 1959 y 1971 merced a ese tipo de acuerdos.

Los países industrializados que participaron en la ronda Kennedy hicieron reducciones en sus tarifas en el 70% de sus importaciones y dos tercios de estas reducciones eran del 50% o más. Otra causa importante del crecimiento económico, como no podía menos de suceder, fue el desarrollo de la ciencia. La paradoja de la contribución de la ciencia a la prosperidad económica consistió en que se produjo en un momento en que desaparecieron las certidumbres teóricas de otro tiempo pero en que las aplicaciones técnicas lograron, al mismo tiempo, una espectacular difusión. Los Estados Unidos, primera potencia económica mundial, obtenían más del 65% de los pagos por patentes en el interior de la OCDE al comienzo del período; además, entre 1956 y 1965 recibieron a 35.000 investigadores y científicos de los cuales 15.000 vinieron de Europa. De cien innovaciones tecnológicas importantes entre 1945 y finales de la década de los sesenta, aproximadamente el 60% procedieron de empresas estadounidenses mientras que el 14% habían nacido en empresas británicas y el 11% en alemanas. Sin embargo, en relación con el PIB los porcentajes dedicados a la investigación en los sectores ajenos a la defensa de Alemania, Japón y Holanda excedían ya en 1975 a los Estados Unidos y la Gran Bretaña. Como quiera que sea, el 60% de la investigación y el desarrollo en industrias de la OCDE se realizó en la industria privada. A su vez, tres cuartas partes de la financiación de la investigación llevada a cabo por ella se centraron en campos como el sector eléctrico y electrónico, la química, la maquinaria y los medios de transporte.

El cambio tecnológico se produjo en todos los terrenos y adquiriendo siempre un carácter determinante sobre el proceso productivo. A partir de 1960, por ejemplo, la producción textil de la OCDE pasó de ser una industria de uso intensivo de trabajo a una industria de uso intensivo de capital. El perfeccionamiento de los procesos productivos a través de la automatización, que tuvo lugar en la totalidad de las industrias, permitió que el número de horas empleadas para producir el equivalente de 1.000 marcos en Alemania fuera, en el conjunto de la industria, 203 en 1950 y tan sólo 85 en 1964. Quienes estuvieron por delante en este proceso de transformación de los procedimientos técnicos fueron los fabricantes de automóviles y los de productos sintéticos. Lo más espectacular de toda la transformación industrial, en especial de cara al futuro, fue la revolución microelectrónica que se inició a partir de la segunda mitad de la década de los setenta pero que había tenido ya una larga prehistoria durante los años precedentes. El primer ordenador, Mark I, había realizado los cálculos necesarios para la construcción de la bomba atómica. Una computadora denominada ENIC, que fue construida en la década de los cuarenta con un coste de varios millones de dólares, pudo ser reemplazada en 1978 por una microcomputadora que valía menos de 100 dólares, calculaba veinte veces más deprisa, era 10.000 veces más segura, consumía 56.000 veces menos energía y ocupaba 300.

000 veces menos espacio. En muchos otros terrenos los avances fueron espectaculares. En torno a 1964-1966 se consiguió que el precio de la electricidad de origen nuclear fuera semejante al de la energía hidroeléctrica. En 1944 se definió por vez primera el papel desempeñado por el ADN en los cromosomas, lo que habría de dar lugar, pasado el tiempo, a la biotecnología. En todos los países de economía de mercado existieron otros factores confluyentes que también contribuyeron poderosamente al crecimiento. Un ejemplo fue el hecho de que al malthusianismo de los años treinta e inicios de los cuarenta le sucediera un decidido incremento demográfico hasta mediados de los años sesenta. De esta manera, se pudo hacer frente a las necesidades de empleo existentes que experimentaron un alza significativa en toda Europa y el mundo occidental excepto en el terreno agrícola. A partir de los sesenta, las necesidades de mano de obra encontraron respuesta en el Viejo Continente gracias a la movilidad del factor trabajo. Italia, primero, Grecia, España y Portugal, en segundo lugar, y luego Turquía y Yugoslavia se convirtieron, sucesivamente, en reserva de mano de obra de las naciones más desarrolladas de Europa cuando no hacía tanto tiempo esa emigración hubiera ido a parar a otros continentes, más allá del Océano. Finalmente, un factor siempre importante en el desarrollo económico fue la inversión que superó habitualmente al 20% en el caso de Alemania y Japón.

El flujo mundial de inversiones se había triplicado en 1970 desde finales de los años cincuenta. Sólo con el paso del tiempo se fue desacelerando la productividad de las economías desarrolladas y también fue desempeñando un papel decreciente la economía norteamericana respecto a ellas. Los problemas derivados del crecimiento fueron, sin embargo, varios: el desempleo especialmente al comienzo de los cincuenta, la inflación que produjo "recalentamientos", los desequilibrios de la balanza de pagos y los desequilibrios presupuestarios. Pero, como ya se ha dicho, ninguna de estas realidades puso en peligro el crecimiento. El desarrollo económico trajo como consecuencia la transformación del capitalismo. Éste cambió, en primer lugar, como consecuencia del creciente intervencionismo del Estado, considerado como un imprescindible corrector de la economía de mercado. El Estado intervino en contra de la coyuntura y por vez primera adquirió como objetivo, por ejemplo, el logro del pleno empleo a quien por primera vez de forma precisa y concreta le dedicó una ley el Gobierno norteamericano en 1946. Ahora bien, el papel del Estado resultó muy variado en cada uno de los diferentes Estados de economía de mercado, incluso con independencia de la opción política gobernante. Mientras que en Francia en los años cincuenta era responsable de dos tercios de las inversiones, en Gran Bretaña lo era del 50% pero en los Estados Unidos resultaba de tan sólo el 20% de aquéllas.

Otro cambio importante en el capitalismo fue la transformación de las empresas en un sentido de creciente concentración, diversificación de la producción e internacionalización. Un buen ejemplo podría ser el de la empresa norteamericana General Motors, nacida en 1908 de la fusión de varios constructores de automóviles. En 1969 producía 5.300.000 vehículos de los que 800.000 se producían en Alemania, 500.000 en Canadá, 280.000 en Gran Bretaña y 210.000 en el resto del mundo. Su cifra de negocios era de 24.000 millones de dólares y, aparte de automóviles, producía también productos electrodomésticos, locomotoras, motores de barco y grupos electrógenos. Los "años gloriosos" de las economías de mercado no lo fueron tan sólo en lo que respecta al crecimiento sino también en lo relativo a la transformación social. En todo el mundo se modificaron los porcentajes de la población dedicados a cada sector productivo. El sector industrial suponía, por ejemplo, el 42% de la ocupación en Europa occidental en los años centrales de los cincuenta pero en los sesenta los servicios llegaban al 44% y a mediados de los ochenta alcanzaban el 60% del total. Con ello, como es natural, lo que en terminología de la sociología anglosajona eran denominados como "blue collar" o clase obrera tradicional fueron sustituidos por los "white collar", oficinistas que formaban parte de unas emergentes nuevas clases medias. Otro ejemplo de transformación social fue la difusión del accionariado que fue en gran medida protagonizada por ella.

La Bolsa norteamericana calculó que el número de accionistas pasó en 1952-1959 de 6.5 millones a 12.5; ya en los sesenta una décima parte de los norteamericanos poseía acciones. Un último aspecto de la transformación social experimentada en estos años se refiere de nuevo al papel del Estado en la vida económica. Frente a la existencia de políticas parciales y limitadas de protección social durante los períodos precedentes ahora surgió el llamado "Welfare State" que fue un sistema generalizado, unificado y simple de protección con una sola cotización, uniforme y que exigía la creación de un servicio público único. Como es natural, la creación de esta nueva realidad se concretó en los diversos países de una forma peculiar y característica sin sujetarse a un único patrón pero el fenómeno fue general, perceptible en todas partes e irreversible. Originado en un momento, como fueron los años iniciales de la posguerra, en que se buscaba dotar al sistema democrático de unos nuevos contenidos, el "Welfare State" se consolidó de forma definitiva en las décadas sucesivas. Finalmente, el crecimiento económico y la mejora de las condiciones de vida tuvieron como consecuencia la difusión de una civilización del consumo que, nacida en Estados Unidos, se convirtió en una realidad a partir de la segunda mitad de la década de los sesenta en todo el mundo occidental de economía de mercado. La expresión "sociedad opulenta" había tenido su origen allí a fines de los años cincuenta pero resulta válida para el período indicado.

Lo característico de esta época fue que no sólo se difundieron y fueron aceptados como básicos bienes y servicios de consumo, en el pasado inexistentes o privilegio de una minoría,sino que las comodidades del entorno urbano llegaron al entorno rural y a las más remotas áreas. Hemos visto que así aconteció en los diversos países europeos. Baste con recordar, a título de ejemplo, una estadística relativa a Francia. El crecimiento de los bienes de consumo fue -para el índice 100 = 1949- el equivalente a 1974 = 504 cuando en 1959 la cifra era tan sólo 166. En el período 1965-1975 las familias que tenían televisiones y refrigeradores en Italia pasaron de la mitad a la práctica totalidad. Todas las encuestas revelaban que los ciudadanos tenían mejores expectativas de todo tipo respecto al futuro y que, además, disponían de más tiempo y mayores recursos para dedicarse al ocio. La civilización del consumo fue, por tanto, también la del ocio. En Francia en 1967-73 se incrementó en 14 puntos porcentuales el número de las personas que veían la televisión cada día y más que duplicó el de aquellas que salían cada día. En 1958 tres pequeños pueblecitos de los Alpes franceses en el municipio de Vars, que apenas tenían 250 habitantes, empezaron a convertirse en una gran estación de esquí con miles de visitantes y que crecía del orden del 10-20% cada año. Claro está que esta civilización del consumo y del ocio constituía una realidad para sólo una parcela de la Humanidad.

Los países del Tercer Mundo o en desarrollo estaban muy lejanos a ella. En 1987 la separación entre la renta por habitante de los países de la OCDE y los países de Asia era por término medio de 8 a 1, con los países de Iberoamérica era de 4 a 1 y la distancia entre el país más desarrollado y el que lo estaba menos era de 1 a 36. En parte, todo ello era debido a la relación comercial entre ambos mundos. Los términos de intercambio de los productos primarios y manufacturas descendieron suavemente desde 1958 hasta finales de la década de los sesenta pero los precios de las materias primas en términos monetarios habían subido. A finales de 1971 eran entre tres y cuatro veces mayores que en 1939. Pero quizá el mayor inconveniente de la situación del Tercer Mundo derivó de que la modernidad empezó en ellos con la mejora de la sanidad y ésta supuso hacer posible la explosión demográfica. De un índice de crecimiento demográfico anual del 1. 5% en el segundo cuarto de siglo, el conjunto de los países del Tercer Mundo pasó a un incremento del 2.4 en el período 1950-74. De esta manera, el desmesurado incremento de la población contribuía a impedir una acumulación de capital que hiciera posible el despegue de la transformación económica. Frente a esta realidad era poco lo que podía conseguir la ayuda externa, fuera ésta de carácter público o privado. En 1968 la ayuda pública de los países desarrollados a los que no lo estaban era en el caso de los Estados Unidos de 3.314 millones de dólares y la privada de 2.204. Seguía Francia con 855 y 628 respectivamente, pero ha de indicarse que en tales cantidades se incluyen el mantenimiento de las instituciones que este antiguo país colonizador tenía en el Tercer Mundo.

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