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La Europa central y del Este fue para Stalin una preocupación esencial a lo largo de toda de la guerra. Desde 1941, había insistido cerca de sus aliados en la necesidad de definir los objetivos bélicos y, a partir de 1943, la URSS abandonó su apariencia hasta entonces de ciudadela asediada para pretender convertirse en una especie de madre de las revoluciones. Lo hizo por un procedimiento que estaba en directa relación con el modo de acceso de los bolcheviques al poder y tenía poco que ver con Marx y mucho con las circunstancias bélicas vividas por Rusia en 1917; también en Mongolia había sido, en 1920, el Ejército soviético quien impuso la revolución. De modo parecido, lo que se produjo en Europa del Este, más que una exportación de la revolución, fue una extensión geográfica de la misma por procedimientos militares, llevándola a cabo desde arriba y por presión exterior. De esta manera se constituyó, desde el momento de la victoria sobre Alemania hasta comienzos de 1948, un círculo o glacis de protección de la URSS dirigido por políticos de su confianza, estrechamente vinculados a la URSS. Lo estaban incluso desde el punto de vista de su biografía previa, pues quienes ocuparon un papel político dirigente habían pasado una buena parte de su vida en Moscú. La política exterior de estos países siguió los dictados de la soviética, y en la interior se reprodujo la fórmula que había aplicado Stalin desde el poder.

No se debe pensar, sin embargo, que ese glacis hubiera sido concedido en Yalta tal como luego se convirtió en realidad o que Stalin tuviera una precisa idea de lo que quería conseguir en esta parte del mundo. Por más que las conversaciones entre Churchill y Stalin sobre el reparto de sus respectivos porcentajes de influencia parezcan cínicas, lo cierto es que podían determinarlo pero no se referían al modo de hacerlo. Nunca se refirieron, por ejemplo, al carácter dictatorial de los regímenes. Además, el dirigente conservador británico, al citar porcentajes, lo que quería era hallar un procedimiento para recortar la influencia soviética. Por su parte, es muy posible que Stalin quisiera un sistema de la relaciones estable con sus aliados de otro tiempo e influencia en la retaguardia a través de los partidos comunistas. Pero, para él, el glacis protector era decisivo y el ansia de seguridad absoluta que tenía le llevó a revestirlo de las características que, en efecto, tuvo. La dominación por los comunistas del Este de Europa no se llevó a cabo de una manera súbita. Hubo tres fases sucesivas, que podrían ser descritas en los términos siguientes: una primera coalición amplia de izquierdas, una coalición de idéntica significación, en la que los comunistas tenían el claro predominio y, por último, la toma del poder absoluto por ellos. Los historiadores dudarán durante mucho tiempo acerca de si se produjo la guerra fría por la toma del poder por los comunistas en esta región del mundo o si, por el contrario, hubo toma del poder porque había guerra fría; de lo que no cabe la menor duda es de que las dos realidades estuvieron estrechamente relacionadas.

En lo que, en cambio, existe una coincidencia completa es en considerar que en la clara mayoría de estos países nunca se hubiera llegado de forma espontánea a una revolución. En ningún momento los comunistas alcanzaron victorias electorales que les permitieran ejercer el poder de forma abrumadora, de modo que fueron los procedimientos que emplearon los que les permitieron llegar a conseguirlo. Principalmente utilizaron la táctica del caballo de Troya -introducción de infiltrados en los partidos socialistas- y la "del salami", es decir, ir fraccionando al adversario de forma sucesiva hasta reducirlo a la impotencia. Pero todavía más importante fue el puro y simple uso de la fuerza, a partir del control de las fuerzas de seguridad y del Ejército. Sin duda, la prioridad fundamental de Stalin fue establecer un Gobierno adicto en Polonia, el país más reacio al comunismo, pero no está claro si verdaderamente trató desde un principio de hacerlo en todo el conjunto del Este de Europa. Es posible que en el resto de la zona sólo pretendiera sacar una neta ventaja del resultado de la guerra. En este sentido, quizá pueda decirse que "la estalinización fue un proceso más que un plan". Siempre, sin embargo, el predominio de los intereses soviéticos derivó en gran medida de la presencia del Ejército Rojo. Sólo así puede explicarse que los minúsculos partidos comunistas de Rumania y Hungría consiguieran llegar al poder, mientras que eso no fue posible en el caso de Francia e Italia, que poseían grandes partidos comunistas.

En cambio, el Ejército soviético no desempeñó papel alguno en el caso de la toma del poder en Bulgaria, Checoslovaquia, Albania y Yugoslavia. Por su parte, Austria fue ocupada parcialmente por los soviéticos durante algún tiempo, pero eso no determinó su futuro. Resulta preciso, por tanto, aludir a otras causas complementarias. Un factor muy importante fue que en este momento parecía esencial proceder a la reconstrucción de los países organizada por los Estados y los poderes públicos. El comunismo, además, daba la sensación de ser "el futuro": se había olvidado el mundo de las purgas y de la colectivización forzosa e incluso se había perdido de vista la Komintern. Los comunistas eran en 1945 la fuerza política mejor organizada de esta zona y la vida social estaba por completo desorganizada, con las viejas clases dominantes destruidas o incapaces de reacción, mientras que apenas existían otras que pudieran convertirse en una alternativa. Los campesinos habían sobrevivido como clase, pero los comunistas trataron de no enfrentarse con ellos proponiendo la reforma agraria. Los intelectuales se dejaron llevar por el "espíritu del tiempo". Los sindicatos apoyaron también a los comunistas quienes los habían gestado. Las Iglesias, en cambio, presentaron resistencia, en especial la católica, y fueron inmediatamente perseguidas. La toma del poder tuvo lugar primero en los países menos desarrollados, en los que los soviéticos tenían un interés fundamental o que realizaron una revolución propia; solamente después, se llevó a cabo en aquellos que se asemejaban más a los occidentales.

La narración de la conquista del poder por los comunistas debe, pues, iniciarse por aquellos países que la realizaron por sí mismos, como consecuencia de un proceso revolucionario endógeno. En Albania, la toma del poder por los comunistas se inició en el otoño de 1944, sin encontrar verdadera resistencia, excepto en el Norte del territorio, de mayoría católica. Los aliados en ningún momento habían reconocido a un Gobierno albanés en el exilio ni habían tenido intervención alguna en el pequeño país. Por su parte, Yugoslavia, al ser considerada como uno de los vencedores en la guerra, no conoció la presencia de una fuerza de ocupación o de una comisión aliada de control. En realidad, fue uno de los escasos países de Europa en que los partisanos jugaron un papel decisivo en las operaciones militares contra los alemanes, llevadas a cabo en general con una espectacular brutalidad. Murió en la guerra uno de cada dieciséis yugoslavos, con la particularidad de que se produjo al mismo tiempo una confrontación entre las diferencias etnias, que habría de tener consecuencias muy duraderas con el paso del tiempo. A la altura de 1945, de los 12.000 miembros que tenía el Partido Comunista, unos 9.000 habían muerto. En el inmediato momento posterior a la victoria tomaron venganza: algo más de veinte mil refugiados yugoslavos refugiados en Austria y entregados por los occidentales fueron ejecutados sumariamente por las nuevas autoridades comunistas. El caso de Yugoslavia testimonia que los comunistas, sin necesidad de seguir precisas instrucciones de Moscú, tendieron a ocupar el poder en régimen de monopolio y que una dirección autónoma podía no impedir sino confirmar la voluntad de imitación del modelo estalinista.

Josip Brosz, Tito, nacido en Croacia de madre eslovena en 1892, fue un obrero metalúrgico que llevó una vida errante por el antiguo Imperio austrohúngaro hasta que, prisionero de los rusos durante la Primera Guerra Mundial, se convirtió a la fe comunista durante su estancia en prisión. Jefe del partido en 1937, configuró a su alrededor un equipo dirigente plurinacional -Djilas, Kardelj...- que, en lo esencial, ejerció el poder en Yugoslavia hasta su muerte. Desde el final de la guerra, los dirigentes comunistas yugoslavos demostraron una actitud de independencia respecto a Moscú quejándose, por ejemplo, de las violaciones de mujeres cometidas por los militares soviéticos. Stalin no quería que los comunistas yugoslavos se le desmandaran ni tampoco que rompieran con los monárquicos, aunque más adelante estuvieran dispuestos a traicionarlos; tampoco estuvo de acuerdo en que Tito derribara aviones norteamericanos que sobrevolaron territorio yugoslavo. Subasic, el dirigente monárquico, regresó al país en noviembre de 1944 y a continuación lo hizo el propio rey. Alejandro Sin embargo, desde el primer momento, los comunistas yugoslavos demostraron que estaban dispuestos a entrar en el Gobierno, pero de ninguna manera a compartir el poder efectivo. En noviembre de 1945, se celebraron elecciones con lista única y el Frente Popular, dominado por los comunistas, obtuvo más del 90% de los votos.

Los ministros monárquicos ya habían abandonado con anterioridad el Gobierno y no hubo posibilidades de publicar prensa libre alguna; además, su intento de boicotear las elecciones fracasó, debido a las presiones de los partisanos, que se beneficiaban de la indudable popularidad de Tito. En enero de 1946, fue establecida la República Federal de Yugoslavia, con una inmediata y radical socialización de la economía. Tomado el poder, los comunistas continuaron persiguiendo a sus adversarios: Mihailovic, el obispo Stepinac o Jovanovic, líder de los agrarios, fueron condenados en juicios públicos y carentes de garantías. En los primeros meses de la posguerra, Tito llevó a cabo una vigorosa política exterior: se negó hasta el último momento a devolver Trieste, ayudó a los guerrilleros comunistas en Grecia y trató de sumar Bulgaria a una especie de federación balcánica. De Polonia, llegó a decir Stalin que convertirla en comunista era más difícil que ensillar a una vaca. Era, en efecto, así, y en cierto modo, el estalinismo se debió adaptar a las circunstancias peculiares del país: Milosz afirmaría, tiempo después, que Polonia se adaptó al estalinismo practicando el arte de la simulación. De hecho, el principal dirigente comunista, Gomulka, tuvo menos dependencia de Moscú que los restantes dirigentes del Este de Europa. En el verano de 1944, los comunistas habían reconstruido un partido considerable en efectivos y a su hegemonía coadyuvó la sublevación de Varsovia, que destruyó la dirección de las otras fuerzas políticas.

La Unión Soviética reconoció entonces a un Gobierno establecido en Lublin, al que controlaba y donde no se admitían disidencias. En marzo de 1945, dieciséis miembros de la resistencia no comunista fueron convocados por los soviéticos, que los detuvieron y juzgaron. En el Gobierno que se formó tras la liberación, solamente ocho de los 22 ministros de que estaba formado no habían integrado el de Lublin y su poder era muy escaso. Las medidas adoptadas a partir de 1946 para controlar la economía incrementaron el poder de los comunistas, pero desde otoño de 1945 estaba entablada una auténtica guerra civil, con 35.000 guerrilleros anticomunistas actuando en las zonas pantanosas del centro del país. Algo que servía para justificar la actuación de fuerzas represivas muy potentes. Mientras tanto, se había iniciado una reforma agraria que, a base del reparto de la tierra incluso en parcelas muy pequeñas, hizo posible una parcial atracción hacia el comunismo por parte del campesinado. Su verdadero líder era, sin embargo, Mikolaiczyk, quien agrupó en su partido agrario a unos 600.000 campesinos. En un referéndum celebrado en 1946 comenzaron las presiones en contra de los agrarios, que vieron detenido a un millar de sus afiliados. En las elecciones generales de enero de 1947, los agrarios sólo obtuvieron el 10% del voto y los independientes otro tanto, pero 142 candidatos habían sido detenidos durante la campaña. A continuación, fue aprobada una Constitución semejante a la soviética, que no quedó perfilada de forma definitiva hasta 1951.

En el otoño de 1947, el líder agrario tuvo que exiliarse y, en marzo de 1948, el Partido Socialista y el Comunista se fusionaron. Polonia fue la máxima prioridad para la dominación soviética, pero ello hizo que la forma de tratarla también fuera, en cierta manera, circunspecta. El catolicismo fue bien tratado, así como también la pequeña propiedad campesina. Gomulka, que representaba un comunismo nacional, derrotó incluso a una facción del partido que pretendía la pura y simple integración de Polonia en la URSS. En Hungría, a fines de 1944 se formó un Gobierno de coalición. Los comunistas obtuvieron una cuarta parte de la Asamblea parlamentaria gracias a las presiones que ejercieron, pero la reforma agraria que propiciaron fue muy popular. Sin embargo, no quisieron tomar el poder hasta que hubiera sido resuelta la cuestión de Polonia. Durante el período intermedio se demostró que por procedimientos democráticos no podían acceder al poder. En noviembre de 1945, se celebraron unas elecciones en las que triunfó el Partido de los Pequeños Propietarios (57% del voto), obteniendo comunistas y socialistas tan sólo el 42% (17%, los primeros). Pero se había pactado el mantenimiento de la coalición de cuatro partidos y en ella el comunista tuvo en sus manos el Ministerio del Interior, que fue desempeñado por Rajk y cuya policía se convirtió en poco menos que en una fuerza privada comunista. Rakosi, el principal dirigente comunista, fue el inventor de la táctica "del salami", que se aplicó especialmente sobre los pequeños propietarios.

En agosto de 1947, unas nuevas elecciones todavía dieron la victoria a los grupos que no estaban dominados por los comunistas, quienes no obtuvieron más del 22% del voto, pero ya en otoño abandonaron cualquier pretensión de gradualismo en el acceso al poder. Desde un principio, se produjo una fuerte ofensiva contra la Iglesia y el cardenal Midszenty fue detenido en las Navidades de 1948. En abril de 1949, se celebraron nuevas elecciones ya sin candidatos de oposición. En Bulgaria, los comunistas habían jugado un papel importante en la política previa a la guerra y los tradicionalmente rusos no suscitaban prevención, a diferencia de lo que sucedía en otros lugares. Desde un principio, el PC actuó con dureza en la purga de la Administración: el país que había tenido el menor número de crímenes de guerra vio sin embargo el mayor número de ejecuciones (50.000) por supuesto o real colaboracionismo. Un juicio, celebrado en 1946 contra la clase dirigente del régimen anterior, concluyó con un centenar de penas capitales. El líder de los agrarios, Dimitrov, fue obligado a exiliarse, pero durante algún tiempo todavía aquéllos y los socialdemócratas fueron capaces de seguir manteniendo la oposición a los comunistas. A fines de 1946, los comunistas ganaron unas elecciones con el 86% del voto; ya en septiembre se había proclamado la República. En los siguientes comicios todavía los agrarios y los opositores obtuvieron un centenar de escaños pero, a continuación, el líder de los primeros, Petkov, fue juzgado y ejecutado.

En toda Europa del Este, los dirigentes agrarios constituyeron la mayor dificultad que los comunistas tuvieron para tomar el poder, pero en Bulgaria la propiedad ya estaba repartida y no se pudo, por consiguiente, emplear la promesa de la reforma agraria para atraer al campesinado. Ya en 1948, la detención del dirigente de los socialdemócratas significó la desaparición de cualquier vestigio de pluralismo democrático. En Rumania, los comunistas tenían apenas un millar de afiliados y, por tanto, sólo les correspondió una cartera ministerial en el primer Gobierno de coalición formado tras el fin de la guerra. Pero inmediatamente los soviéticos intervinieron de una forma brutal y cínica imponiendo cambios políticos partiendo siempre de la acusación de que los colaboracionistas no eran suficientemente perseguidos. En marzo de 1945, ya habían conseguido formar un Gobierno dominado por ellos y presidido por Groza. Mientras tanto, la aplicación del programa de reparaciones exigidas por la URSS y aceptadas por Rumania suponía que la mayor parte de las industrias pasara a manos soviéticas. A cambio, Rumania consiguió incorporar la gran región de Transilvania, de mayoría húngara. En diciembre de 1947, el rey acabó abdicando, cuando no hacía tanto tiempo había sido el único capaz de librarse del dirigente fascista Antonescu. Antes habían sido disueltos los partidos de oposición, mientras que los socialdemócratas eran integrados en el partido comunista a base de presiones.

En la parte oriental de Alemania, los soviéticos controlaban de forma directa el PC y establecieron once departamentos para su administración, de los que cinco estaban dirigidos por comunistas. En un primer momento, el Partido Comunista optó por una política muy moderada: no hacía mención de Marx ni de Lenin, ni tampoco de la dictadura del proletariado. Como en otros lugares, los comunistas consiguieron especial implantación gracias a la reforma agraria y a las presiones ejercidas por la administración. El partido socialdemócrata, SPD, estaba dispuesto a la colaboración con los comunistas e incluso se establecieron comités espontáneos para canalizarla, pero con el paso del tiempo los socialdemócratas de la zona occidental acabaron negándose a ello, mientras que en la oriental su integración en el PC se hizo bajo presión. En las elecciones celebradas todavía con relativa normalidad, en ninguna región de la Alemania oriental ganó este partido unificado; en el mismo Berlín, el SPD pudo competir con los comunistas y obtuvo más del doble de votos que ellos. Pero, ya en 1948, el partido unificado se había declarado marxista-leninista y, en las elecciones de mayo de 1949, se presentó ya una única lista electoral. El caso de Checoslovaquia fue el de una nación de unas características muy especiales. Tenía un pasado más democrático que cualquier otra de la Europa Central y del Este, había presentado una seria resistencia a la invasión alemana, tenía un componente étnico plural, no contaba con tropas soviéticas en su territorio y su principal estadista, Benes, había firmado un tratado de amistad con la URSS, que estaba fundamentado en la indudable rusofilia de una gran parte de la opinión pública.

A diferencia de lo sucedido en otros países, la situación, cuando se inició la senda hacia la dictadura comunista, estaba caracterizada por la estabilidad y la calma y el acuerdo para formar un frente político amplio tenía a su favor sólidos antecedentes. Ya en 1943, Benes, entonces jefe del Gobierno checoslovaco en el exilio y Gottwald, secretario general del Partido Comunista, habían coincidido en las líneas generales de la política a desarrollar cuando llegara el momento de la paz. Los comunistas no formaban parte del Gobierno exiliado, pero sí de un Consejo Nacional paralelo. En abril de 1945, Benes estaba ya de regreso y de nuevo se mostró por completo dispuesto a la colaboración con los comunistas. De acuerdo con el Pacto de Kosice, se formaría un Gobierno de coalición con los cuatro partidos de Bohemia-Moravia (populista, socialista-nacional, socialdemócrata y comunista) y los dos eslovacos (democrático y comunista, formado este último también con los elementos socialistas). El programa del nuevo Gobierno partía de la expulsión de los alemanes de los Sudetes y de una parte de la población húngara de Eslovaquia, la cesión de Rutenia a la URSS y una política de pacto con ella, la reforma agraria, el control de la economía por el Estado y la concesión de la autonomía a Eslovaquia. En el Gobierno que se formó, de sus veintiséis ministros sólo ocho eran comunistas, aunque algunos de los socialistas, como veremos, podían ser homologados a ellos.

En las elecciones celebradas en mayo de 1946, los comunistas lograron el 38% de los votos, aunque debe reconocerse que muchos de ellos procedían inicialmente de supuestos o reales colaboracionistas. Fue el primer partido votado a considerable distancia del siguiente (los otros cuatro partidos consiguieron cada uno de ellos un quince por ciento). En el Parlamento, sin embargo, tenían sólo 114 escaños de un total de 300, por lo que necesitaban 38 de los socialdemócratas para obtener la mayoría. Pero, para completar la descripción del panorama político real, hay que tener en cuenta que los comunistas controlaban los puestos clave de los Ministerios del Interior, Propaganda, Hacienda y Ejército, a través de una persona interpuesta, el general Svoboda y, además, los sindicatos unificados en una sola organización y las grandes organizaciones de la juventud, agrícolas y culturales. Además, el clima reinante en el momento resultaba, de forma espontánea, muy propicio a sus propósitos de monopolio del poder político. Si Gottwald, el dirigente comunista, pedía un régimen democrático "de nuevo tipo" que realizara una "revolución democrática y nacional", el socialdemócrata Fierlinger, un político pragmático, antiguo admirador de Roosevelt pero luego muy decepcionado por la actitud de las potencias democráticas en Munich, hablaba de "una democracia real y no formal". En realidad, actuó como una especie de caballo de Troya de los comunistas.

En suma, se puede decir que la correlación de fuerzas era tal en Checoslovaquia que sólo el mantenimiento del statu quo internacional explica que no se produjera el golpe con anterioridad. Hasta el verano de 1947, la situación era relativamente tranquila. En julio de ese año, la negativa soviética a aceptar la participación en el Plan Marshall cambió las cosas. Los "socialistas nacionales" empezaron a denunciar entonces a los comunistas como un peligro para la democracia, por sus actitudes de presión sobre el resto de los partidos políticos. Por su parte, un sector de la socialdemocracia, dirigido por Fierlinger, estuvo de acuerdo en llegar a un pacto de unidad de acción con los comunistas. Aunque Fierlinger perdió el dominio de su partido, no cabe la menor duda de que éste actuó, como mínimo, con ambigüedad. Por la misma época, en Finlandia una alianza entre agrarios y socialdemócratas cerraba el paso a la toma del poder por los comunistas. A comienzos de 1948, había ya indicios suficientes de que la situación política empezaba a cambiar en Checoslovaquia. Las encuestas otorgaban a los comunistas tan sólo el apoyo del 25% del electorado. Una ley sobre imposición fiscal extraordinaria, propuesta por ellos, fue rechazada en el Parlamento. Quizá este hecho también contribuyó de manera destacada a la evolución de los acontecimientos. La presión de los comunistas comenzó en Eslovaquia: en abril de 1947 había sido ejecutado monseñor Tiso, por su colaboración con los ocupantes alemanes, pero, además, todos los no comunistas fueron acusados de colaboracionistas.

Una presión que se llevó a cabo, como en tantas otras ocasiones, también por medio de manifestaciones de masas. En febrero de 1948, los restantes partidos se movilizaron contra el dominio de la policía por parte de los comunistas, pero también estos lo hicieron temiendo ser expulsados del poder, como ya a esas alturas había sucedido en Francia e Italia. El día 13, con ocasión del nombramiento de ocho comisarios de policía que pertenecían al Partido Comunista, los ministros pertenecientes a los partidos democrático, socialista nacional y populista dimitieron, tratando de atraer a su favor a los socialdemócratas. Sin embargo, la reacción del enfermo presidente Benes, del ministro de Asuntos Exteriores, Masaryk, y de los socialdemócratas resultó muy poco entusiasta. Inmediatamente, los comunistas formaron milicias populares que presionaron en la calle denunciando la supuesta existencia de una conspiración reaccionaria, mientras que afirmaban que la URSS, con la que Checoslovaquia había establecido una relación tan estrecha, tan sólo les apoyaba a ellos. Hubo también llamamientos a crear comités revolucionarios y ocupaciones de periódicos. Benes, presionado por los comunistas, temió una guerra civil y no reaccionó, mientras que el ministro de Defensa, Svoboda, se alineaba con ellos. Los socialdemócratas, tras dudarlo, acabaron por definirse en favor de los comunistas, que mientras tanto habían denunciado a los socialistas nacionales como reaccionarios.

Benes creía en una especie de convergencia entre comunismo y democracia, pero su estado de salud le incapacitaba para enfrentarse a las circunstancias. Ello contribuye a explicar que finalmente, el 25 de febrero, cediera ante los comunistas. En el Gobierno formado al día siguiente, de un total de veinticuatro ministros, la mitad eran ya comunistas, a los que había que sumar tres socialdemócratas que colaboraban con ellos y el resto de disidentes de los partidos menores. Su programa incluía una amplia depuración de todos los partidos políticos y una alianza más estrecha con la URSS. Masaryk se suicidó al poco tiempo y las elecciones celebradas al siguiente mayo, en las que tan sólo era posible votar a la lista del Frente Nacional o hacerlo en blanco, permitieron a los comunistas controlar por completo el poder; con todo, hubo un millón y medio de votos en blanco y abstenciones. Poco después, Benes dimitió y, tres meses más tarde, moría. Como puede deducirse por la narración de lo sucedido, los hechos de Checoslovaquia fueron una extraña mezcla de revolución y golpe de Estado. Ya en octubre de 1947, los comunistas eslovacos habían estado a punto de desplazar a sus adversarios, pero la intervención de Gottwald lo había impedido por el momento. Lo sucedido más adelante en esta parte del país fue un golpe de Estado, como había sucedido en Polonia o Hungría. En Bohemia y Moravia, por su parte, los elementos demócratas erraron por completo en sus planteamientos: salieron del Gobierno pero no organizaron movilizaciones populares que hubieran podido influir sobre Benes; titubearon demasiado y acabaron pidiendo volver al ejecutivo y se equivocaron de medio a medio en lo que respecta a la posición de los socialdemócratas.

En este sentido, puede decirse que el poder no fue conquistado por los comunistas sino que les fue entregado. Pero inmediatamente a continuación, la legalidad democrática fue reducida a la nada. Los diputados que se opusieron al nuevo Gobierno fueron expulsados del Parlamento. Los comunistas de los países occidentales presentaron lo sucedido como una prueba de que en Checoslovaquia, como en la España de 1936, había sido posible resistir a los reaccionarios. Muy pocos partidos socialistas -el italiano, por ejemplo- suscribieron esa opinión. En realidad, lo sucedido demostraba que los partidos comunistas eran incapaces de conquistar el poder por procedimientos democráticos. En Occidente, el decisivo recuerdo de lo acontecido durante la crisis de 1948 en Checoslovaquia iba a jugar a partir de entonces un papel de primera importancia. Lo sucedido en Finlandia resultó el anverso de los sucesos de Checoslovaquia y fue la demostración de que la presión de los soviéticos podía ser resistida. Al final de la guerra, este país no sólo fue obligado a hacer cesiones territoriales a la URSS, sino también al pago de unas indemnizaciones equivalentes al 15% de su presupuesto y a la entrega de bases militares en Porkkala. Además, tuvo que renunciar a los beneficios del Plan Marshall y se vio obligado a aplicar una legislación represora sobre quienes habían estado en el poder en el momento del ataque a la URSS, aunque se aplicaron penas relativamente leves (el presidente Ryti estuvo dos años en la cárcel).

En el verano de 1946, el ministro del Interior era un comunista pero, sometido a un voto de censura por los partidos demócratas, se vio obligado a dimitir y los depósitos de armas incontrolados existentes pasaron a manos de la policía. Cuando, en marzo-abril de 1948, al presidente Paasikivi se le sugirió que volara a Moscú para tratar con los soviéticos, se negó a hacerlo por temor a ser presionado y puso a las Fuerzas Armadas en situación de alerta. Finlandia se comprometió a defenderse en el caso de que se atacara a la URSS a través de su territorio, se convirtió en neutral y nunca contradijo la política exterior soviética. Pero conservó la democracia: tras las elecciones de agosto de 1948, en que los comunistas perdieron una cuarta parte de sus escaños, pudo sobrevivir con un Gobierno socialdemócrata en minoría. El recuerdo de la resistencia a los rusos, la solidaridad de los demás países nórdicos y el hecho de que no se hubiera producido una ocupación soviética la habían salvado. Esta realidad hace pensar que en Checoslovaquia la evolución hubiera podido ser la misma, en el caso de que la actitud de las fuerzas políticas hubiera sido semejante.

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