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Como en el resto de Europa, también en Francia el final de la guerra vino acompañado por una situación catastrófica. Había, por ejemplo, cinco millones de personas desplazadas y 40.000 supervivientes de los campos de concentración alemanes (sólo el 20% de los que fueron enviados a ellos). El peso de las muertes fue, sin embargo, dos veces menor que tras la Primera Guerra Mundial. Francia contaba con 1.450.000 vidas menos, pero debía tenerse en cuenta que un tercio de esta cifra correspondía al déficit de nacimientos. En contrapartida, los desastres materiales eran mucho mayores: era utilizable menos de la mitad de la red ferroviaria y una cuarta parte del capital inmobiliario había desaparecido. Desde 1938, el costo medio de la vida se había triplicado y existía un déficit de, al menos, un tercio en lo referente a los productos de primera necesidad. Aparte de todo ello, existía un problema político de primera importancia que se resume en el término "depuración". Camus, hablando de él, pudo decir que "su terrible nacimiento es el de una revolución" pero, con el paso del tiempo, acabó afirmando también que "el camino de la justicia no es fácil de alcanzar". La depuración comenzó con un elevado número de ejecuciones sumarias en aquellos departamentos en los que la lucha fue más dura. Hubo en ellos 9.000 ó 10.000 muertes por esta razón y a ellas se deben sumar otras 700-800 tras la celebración de juicio. Las ejecuciones sumarias fueron más habituales en el medio rural, en un momento en el que los poderes públicos no podían actuar ya que, cuando pudieron hacerlo, impidieron la multiplicación de las ejecuciones.

En el momento del fin de la guerra, en abril de 1945, había, además, 126.000 prisioneros franceses. En meses sucesivos, fueron instruidas 160.000 causas, de las que los resultados pueden clasificarse de la siguiente forma: 45% de absoluciones; 25% de degradaciones nacionales, una pena tan sólo moral; 16% de penas de prisión; 8% de trabajos forzados y 4% (7.037) de penas de muerte de las que, como se ha apuntado, sólo en una décima parte fueron ejecutadas. La depuración administrativa fue importante en la policía, en especial en la de París, pero casi tan sólo en ella; solamente en regiones germanoparlantes -Alsacia y Lorena- el número de los depurados llegó al 10% en determinadas categorías administrativas. Dos tercios de los franceses consideraron insuficiente la depuración, que en la práctica estaba concluida en 1950. Predominó la necesidad de dar respuesta a las necesidades de reconstrucción del Estado, pero también la de una necesidad de unión nacional que el propio De Gaulle proclamó. Sólo los intelectuales y los artistas sufrieron de forma especial la depuración y aun así se aplicó con la prohibición de escribir o exponer. Francia, en suma, en su tratamiento a los posibles colaboracionistas, fue mucho más clemente que los Países Bajos, Dinamarca o Noruega. A pesar de la influencia del Partido Comunista, en realidad nunca hubo un auténtico peligro revolucionario. Los comisarios de la República nombrados por De Gaulle evitaron que ese peligro existiera.

El Gobierno provisional que el general presidía estaba formado por trece personas de partido y nueve independientes, con la colaboración de los comunistas. Las milicias de partisanos fueron desarmadas con la promesa de llegar a la instauración de "una verdadera democracia económica y social". El diario Combat aludía a esta promesa en términos tan vagos como ansiosos de renovación, como "acabar con la mediocridad y con las potencias del dinero". La existencia de una Asamblea Consultiva Provisional sirvió también para hacer desaparecer el poder que habían adquirido durante la guerra los órganos de la resistencia. La vida política se reestructuró, a menudo con hombres nuevos, pero sin una radical ruptura con el pasado republicano. La mayor novedad fue el auge del comunismo. El PCF disponía en 1946 de 800.000 afiliados y el 25% de las tiradas de la prensa y se presentaba, además, como el "partido de los fusilados", lo que le dotaba de una especie de plus de legitimidad. La derecha, sin embargo, había presenciado también la aparición del MRP -Mouvement Républicain Populaire- como partido de masas vinculado con el mundo católico. Tras la previa celebración de un referéndum sobre una posible Asamblea constituyente y sobre la organización de los poderes políticos con carácter provisional, tuvieron lugar unas elecciones que dieron un 25% al MRP, PCF y la socialista SFIO, con el resto del voto repartido entre moderados y radicales, herederos unos y otros de la política de la Tercera República.

De Gaulle, que mantuvo el Gobierno de coalición, evitó que los comunistas pudieran ocupar carteras decisivas: Asuntos Exteriores, Ejército e Interior. Lo sucedido en algunos países de Europa Central y del Este testimonia que de esta manera, en efecto, el PCF hubiera podido multiplicar su influencia. Muy pronto, sin embargo, se demostró que los proyectos políticos de la Asamblea y de De Gaulle eran incompatibles y, en enero de 1946, el general dimitió y quedó temporalmente marginado de la vida política. Mientras tanto, se habían adoptado ya algunas medidas importantes en el terreno económico, facilitadas por el peculiar clima de transformación social asociado con la victoria. Incluso los comunistas proclamaban que "producir es el más patente deber de clase" y hasta el mismo De Gaulle parecía estar de acuerdo en la idea de que "las grandes fuentes de riqueza" le debían corresponder a la colectividad. Así se explican las dos oleadas de nacionalizaciones efectuadas en el invierno de 1944-5 y en el de 1945-6. En la primera de ellas, se nacionalizaron las fábricas Renault, por el colaboracionismo de su propietario con el enemigo, y se creó un conglomerado unitario con las hulleras, pero también hubo casos de presión nacionalizadora de los obreros como en el caso del transporte público. En un segundo momento, se produjo la nacionalización de la banca de depósitos y de los seguros. En realidad, las nacionalizaciones fueron el fruto coyuntural del viejo dirigismo del Estado empeñado en la batalla por la recuperación económica.

Fueron tecnócratas quienes ocuparon los puestos directivos, en vez de una élite dirigente nueva surgida de los sindicatos. Aun así se crearon los comités de empresa que institucionalizaron el papel de los sindicatos en la empresa. En 1948, el porcentaje de la producción nacionalizada -el 14%- se acercaba a las cifras de Gran Bretaña. Otras medidas complementarias fueron la unificación de todos los seguros sociales en un organismo administrativo único y, en 1947, la generalización de buena parte de ellos. A las reformas sociales les acompañó el comienzo de la planificación. En enero de 1947, se aprobó el primer plan pero un año después todavía el nivel de vida francés estaba un 30% por debajo del de antes de la liberación. En suma, los cambios habían sido importantes: acerca de ellos, diría De Gaulle que el pueblo francés no suele hacer reformas más que en tiempos de revolución. La política exterior francesa tras la liberación resultó reticente y tensa con los anglosajones y más abierta, pero sin acuerdos finales, con relación a la Unión Soviética, que De Gaulle visitó en 1944. Unos y otra acusaron al general francés que si pedía mucho era por su concepción de Francia más que por su megalomanía que, además, era compartida por sus compatriotas. Desde el momento del desembarco en Normandía, los franceses opinaron que su país había vuelto a recuperar el puesto de primera potencia que le correspondía e incluso no escatimaron críticas a los norteamericanos por la insuficiencia de su ayuda.

Pero el papel que podía desempeñar un Ejército de solamente 460.000 hombres -en el que apenas 700 oficiales habían sido depurados- era limitado. Francia obtuvo ciertamente el estatuto de gran potencia, pero se trataba de un traje que le venía demasiado grande. Su propósito esencial, que era mantener una Alemania dividida e impotente, muy pronto fue abandonado, lo que a medio plazo resultó positivo. Con respecto a su Imperio colonial, la política que se siguió fue mucho más liberalizadora que emancipadora. En enero de 1944, tuvo lugar una conferencia en Brazzaville que decidió la departamentalización de algunas colonias, como Martinica, la abolición del trabajo forzado o la existencia de un doble colegio electoral para indígenas y franceses. Francia aparecía retrasada con respecto a otras potencias coloniales, en un momento en que se mostraban los primeros síntomas de descolonización. Los problemas de orden público en la ciudad argelina de Constantina provocaron un centenar de muertos, pero la represión que les siguió causó entre 6.000 a 8.000. Los problemas más graves fueron los que tuvieron lugar en Indochina, donde en septiembre de 1945 fue proclamada la República Democrática de Vietnam. Muy pronto, se llevaron a efecto operaciones militares que acaba rían costando miles de muertos, mientras que Francia ya había decidido no negociar hasta que no se hubiera producido una victoria militar sobre el terreno de combate.

En la metrópoli, mientras tanto, el abandono del poder por De Gaulle tuvo como resultado que se entrase en una nueva etapa de la vida política. En adelante, la escena pública vivió en un matrimonio de conveniencia, decidido entre partícipes que mostraban muy escasa homogeneidad. El MRP admitió la formación de un Gobierno presidido por un socialista, después de que el general Billotte, a cargo de la cartera de Defensa, dejase clara su nula simpatía por los comunistas. El Gobierno estaba compuesto por siete socialistas, seis del MRP y seis del PCF. Con él, se procedió a la elaboración de una Constitución, con la manifiesta pretensión de dar a luz una "democracia avanzada". El MRP defendió la idea de un ejecutivo fuerte, pero la izquierda impuso una asamblea parlamentaria única y un presidente casi sin poderes. El referéndum del mayo de 1946 dio un resultado negativo y, en las elecciones inmediatas, el MRP creció mientras los socialistas bajaban y radicales y moderados progresaban. Ya la izquierda no era mayoritaria en el país. De Gaulle se creyó entonces llamado de nuevo al poder y en un famoso discurso pronunciado en Bayeux propuso una presidencia capaz de hacer posible un auténtico arbitraje nacional. Pero un segundo referéndum constitucional acabó con la victoria del sí. De Gaulle ironizó entonces sobre una Constitución que tenía nueve millones de votos a favor, ocho indiferentes y otros ocho negativos. En realidad, el bicameralismo de la nueva Constitución -la introducción de una segunda Cámara fue la novedad más importante- lo fue tan sólo de fachada y el papel del presidente era muy limitado.

Pero los tres grandes partidos de masas confiaron en el sistema, mientras que en la práctica la instalación del sistema tripartidista coincidió con su crisis. En 1947, se produjo una serie de cambios decisivos. Por una parte, Francia aceptó el Plan Marshall, en un momento en que la ración de pan por habitante era un tercio inferior a la de 1942, mientras Bidault, el inquieto dirigente del MRP, cedió en las peticiones hechas en otro momento por De Gaulle sobre Alemania. Mientras tanto, la evolución del Imperio acentuaba todas las impresiones pesimistas. Hubo casi 90.000 muertos como consecuencia de una sublevación en Madagascar y, en enero de 1948, fue creado en El Cairo un Comité de Liberación de África del Norte con líderes nuevos y antiguos, como Burguiba y Abd-el Krim. Pero el cambio decisivo se produjo cuando, en marzo de 1947, los comunistas no votaron los créditos militares y el Gobierno Ramadier supuso su expulsión del poder. Al mismo tiempo, se evidenciaron dos cambios decisivos que representaban otras tantas amputaciones de una República naciente. Thorez, el líder comunista, incrementó las reivindicaciones sociales y, por otra parte, la victoria del anticomunista Mollet en el partido socialista hizo aparecer algo que era inimaginable hacía poco tiempo, es decir, un Gobierno sin los comunistas. Durante meses hubo una auténtica psicosis de golpe de Estado; De Gaulle, por ejemplo, señaló que el adversario estaba solamente a una distancia de dos etapas de la Vuelta a Francia.

El país aparecía dividido en tercios, y sólo uno de los cuales, el que constituía la Tercera Fuerza -MRP y moderados- podía gobernar. Las fuertes tensiones sociales del momento, incluso con actos de violencia, daban la sensación de inminencia revolucionaria cuando en realidad los comunistas, alentados desde Moscú, buscaban agitación, pero no subversión. Entre 1948 y 1952, Francia recibió el 20% del total de la ayuda norteamericana prestada a Europa. Eran unos dólares que llegan en el momento apropiado, facilitando la planificación, y también la inversión, en una circunstancia económica crítica, pero la opinión pública francesa no tuvo nunca claro si se identificaría con los norteamericanos en el caso de un conflicto mundial. Por otra parte, Francia participó en primera fila en el movimiento europeo y en todas las iniciativas de defensa y de carácter económico que hicieron posible que Europa superara la dramática situación reinante. Fue un francés, Jean Monnet, procedente de la Comisaría del Plan, uno de los autores de la CECA. Éste fue también el caso de la Comunidad Europea de Defensa. En octubre de 1950, la propuesta de crear un ejército europeo con tropas alemanas fue francesa, aunque comunistas y gaullistas no quisieron aceptarla, pero el propio Parlamento francés se encargaría posteriormente de hacerla imposible. Al mismo tiempo, la mayor parte de la clase dirigente francesa demostró una incapacidad absoluta para entender el fenómeno de la descolonización.

La guerra entablada en Indochina se convirtió en una guerra contra los comunistas, en el ambiente de la guerra fría. En 1954, ya el 80% de los gastos de aquel conflicto era costeado por los norteamericanos, de lo que los comunistas dedujeron que la sangre francesa e indígena era intercambiada por dólares. A partir de los últimos años cuarenta, acabó remitiendo la brutalidad de la confrontación social, que en ocasiones causó muertos pero que también tuvo como consecuencia disminuir drásticamente el número de los afiliados a la CGT. El RPF -Rassemblement du Peuple Français- de inspiración gaullista, rompió la línea de separación entre derecha e izquierda actuando de una forma un tanto especial que contribuía a hacer disminuir las posibilidades de estabilidad del sistema político. Estar a la espera se convirtió para los políticos de la IV República en una obligación: según Queuille, uno de ellos, la política no consistía en resolver problemas sino en hacer que se callaran los que los planteaban. Los Gobiernos se componían habitualmente por un tercio de democristianos, otro de socialistas y un tercero de radicales y moderados. Pero ni siquiera esta unión de fuerzas produjo la ansiada estabilidad. Cada problema tenía una mayoría parlamentaria: los democristianos debían, por ejemplo, pactar con la derecha sobre la financiación de la escuela privada. MRP y socialistas perdían masas de votantes mientras que, enfrente, reaparecían hombres de la Tercera República, derechistas y radicales.

Un nuevo procedimiento electoral que introdujo los emparentamientos entre fuerzas afines facilitó la colaboración entre los partidos gobernantes pero, incluso así, no llegaban más que a un 54% del sufragio total. Lo característico de la política francesa a partir del comienzo de la década de los cincuenta fue una mezcla de estancamiento y tímida aparición de posibles soluciones alternativas. "Gobernar sin elegir" parecía la divisa política por excelencia. Las crisis gubernamentales de cuarenta días daban la sensación de que Francia era "el enfermo de Europa". En el Parlamento, existía una mayoría para cada problema pero no, en cambio, una personalidad capaz de llevar a cabo una acción clara y duradera en todos los terrenos. En marzo de 1952, la constitución del Gobierno Pinay, en el que colaboraron algunos votos gaullistas, supuso un cierto cambio en el terreno económico. Pinay representó la política del buen padre de familia y del empresario prudente, que le proporcionó una popularidad que sus sucesores no lograron. De este modo, consiguió detener la inflación, pero los demás grandes problemas permanecieron sin resolver. En junio de 1954, Mendès France personificó un intento de aplicar una política nueva basada en la tecnocracia y en los equipos jóvenes, la voluntad de decisión y la apelación directa al pueblo. Supo, por ejemplo, mostrando una mayor conciencia de lo inevitable de la descolonización, acabar con la Guerra de Indochina y consiguió hacer aprobar una "reformita" por la que en adelante sólo se necesitaría la mayoría simple para formar Gobierno, que, sin embargo, debería ser presentado en conjunto al Parlamento.

Éstos fueron ejercicios de realismo y testimonios de su búsqueda de la estabilidad. Pero Mendès France, identificado con un partido radical que no le apoyaba en su totalidad, acabó limitándose a ser un precursor, una especie de san Juan Bautista que no vería el definitivo triunfo de sus ideas. Por su parte, Pierre Poujade, un dirigente autoritario que gozó de una súbita popularidad luego desaparecida, protagonizó un movimiento de protesta contra los impuestos, que en las elecciones de 1956 le llegó a proporcionar el 11% del voto. Le apoyaron quienes "se debaten con ruido y con los gestos desordenados de gentes que se ahogan" (Siegfried). Su movimiento era, por tanto, un síntoma de la existencia de una crisis política, pero en ningún caso trató de resolverla. En otros campos, la crisis era menos patente. Por lo que respecta a la evolución económica, la creación de un Plan en cuyas comisiones participaron todos aquellos que debían aplicarlo, tuvo la ventaja de conseguir la continuidad en el crecimiento. La dirección del Plan, en efecto, apenas cambió, por más que los ministerios lo hicieran con frecuencia. En 1953, la producción superaba en un 19% la de 1938. La tasa anual de crecimiento no pasaba del 4.5% -el 7% en producción industrial- y se mantenía muy lejos de las de Italia y Alemania, pero era una cifra espectacular en comparación con la de otras épocas de la Historia de Francia. La industria pesada y energética fue el motor fundamental, en especial la electricidad, mientras que la agricultura resultaba preterida.

Tras las iniciales ilusiones colectivistas, pronto la política francesa presenció el retorno al terreno económico de los liberales, como Pinay. Por más que no lo pareciera, dado el espectáculo que ofrecía el panorama político, una Francia en que cada año había 860.000 habitantes más empezaba a responder al reto de la modernización. Pero, aun impotente y llena de problemas, la IV República no fue por completo estéril. Si desde el punto de vista político estuvo dominada por la inestabilidad, al menos trató de crear una democracia nueva. Sus propuestas sociales y también las económicas contribuyen a explicar de forma vigorosa el progreso experimentado por Francia a partir de la posguerra.

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