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Inicios Guerra Fria

Desarrollo


Como ya se ha indicado, la Segunda Guerra Mundial transformó profundamente las relaciones entre las metrópolis y las colonias; de esta situación incluso quiso beneficiarse el Reich alemán, que era el mismo un proyecto de Imperio pero que utilizó para sus fines el anticolonialismo. Lo que habría de tener más trascendencia de cara al futuro es que en el transcurso de los años bélicos quedó sembrada una conciencia de la fragilidad de los Imperios coloniales y un poso de nacionalismo que habrían de tener una profunda repercusión en la futura Historia humana. De no menor importancia fue el hecho de que las dos superpotencias mundiales eran en realidad anticolonialistas. Los Estados Unidos eran, en definitiva, una antigua colonia y el presidente Roosevelt había tenido no pocos problemas con los británicos, por la tendencia de Churchill a querer que el Imperio no cambiara; en 1946 concedieron la independencia a Filipinas. En cuanto a la URSS, desde sus mismos orígenes también se había identificado con la liberación de las colonias; éste fue un eje decisivo de su política exterior a partir de la mitad de los años cincuenta. El gran movimiento que llevó a la independización de los países colonizados se desarrolló en dos sucesivos momentos históricos. En el primero, desde 1945 hasta 1955, afectó al Medio Oriente y al Sureste asiático mientras que a partir de esta fecha se centró en África.

Ya en 1955 se celebró la Conferencia de Bandung, que organizó el movimiento de los países descolonizados, de acuerdo con un ideario de política exterior, al mismo tiempo que las superpotencias aceptaban no poner límites a la admisión en la ONU de nuevos países. La actitud de las potencias coloniales en relación con el proceso descolonizador fue muy cambiante, dependiendo de sus respectivas tradiciones históricas pero también de otros factores como, por ejemplo, la población procedente de la metrópolis o el papel que las colonias jugaban en la vida de ésta. Gran Bretaña, dirigida por un Gobierno laborista durante estos años, no tuvo inconveniente en llevar a cabo una descolonización voluntaria que hubiera sido difícil que aceptara un Gabinete conservador. Por otra parte, la existencia de la Commonwealth, nacida en los años veinte, sirvió ahora para mantener una relación estrecha entre la vieja metrópoli y sus antiguas colonias, una vez que sus principios se adaptaron a la nueva situación. Convertida en un conjunto multicultural, sólo mantuvo como vínculo de unión la figura del monarca británico, aunque conferencias periódicas de los Jefes de Estado y un secretariado emplazado en Londres mantuvieran una mínima solidaridad entre los componentes. De cualquier modo, ni siquiera todas las antiguas colonias británicas se incorporaron a la Commonwealth. Por su parte, los Países Bajos tan sólo se limitaron a resignarse a aceptar la descolonización de su posesión de Indonesia.

Italia, un país derrotado, estaba condenada a perder sus colonias. Hubo un acuerdo inicial respecto a ellas con Gran Bretaña pero finalmente fue la Asamblea de las Naciones Unidas quien decidió al respecto, de modo que Libia accedió a la independencia en 1951, mientras que Somalia lo haría diez años después, tras un período de tutela italiana, y, finalmente, Eritrea permaneció federada a Etiopía. El caso de Francia fue por completo diferente. La Conferencia de Brazzaville, convocada por el general De Gaulle, no dio pie más que a un mayor grado de autonomía y liberalización pero no a descolonización, e idéntico propósito se desprendió de la creación de la Unión Francesa prevista en la Constitución de la IV República francesa. Sólo después de muy penosas dificultades y como consecuencia de los previos conflictos violentos que tuvieron lugar en Marruecos y en Argelia, Francia optó por la descolonización de forma definitiva en 1958. Bélgica acabó siguiéndola con respecto al Congo.

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