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triunfo del realismo

Desarrollo


El siglo más brillante de Pérgamo y de Rodas coincide con el broche final de la arquitectura griega. En la costa anatólica y en las islas más cercanas se intentan, por última vez en la arquitectura monumental y sacra, proyectos y fórmulas nuevas que ya no se podrán desarrollar, y que quedarán a merced de la iniciativa romana. Pero quizá es esa misma proyección ajena al mundo griego la que da mayor valor a estos edificios, criterios y planteamientos teóricos. Se trata, en primer lugar, de la introducción del paisaje en la arquitectura o, más exactamente, en la urbanística de los santuarios. Si tradicionalmente los griegos habían sentido la presencia de la divinidad entre rocas abruptas, al pie de gargantas o en el interior de bosques, lo cierto es que, al construir templos y otros edificios en estos ámbitos sagrados, se habían contentado con diseminarlos de forma pintoresca, ateniéndose sólo a ciertos ritos y a una estética de lo esquinado y del desorden. Ahora, en cambio, en los santuarios de Cos y de Lindos, que se estructuran en diversas fases durante los siglos III y II a. C., se organiza, aprovechando la situación en pendiente, lo que ha venido a llamarse santuario de terrazas: sucesivas plataformas, unidas por amplias escaleras y bordeadas de pórticos, permiten al peregrino una ascensión a la vez física y espiritual hacia la morada del dios. Se trata de una idea muy antigua en el Oriente -recuérdese el templo de Hatshepsut en Deir-el-Bahari-, pero en Grecia no se había planteado nunca, y pronto se convertirá en un dogma para los santuarios del Lacio, en torno a Roma.

En el campo más concreto de la construcción de templos, lo más importante que cabe reseñar es la carrera de quien será considerado por Vitruvio el máximo teorizador del orden jónico, superior incluso a su lejano antecesor -y, pese a todo, modelo- Piteo: nos referimos al arquitecto Hermógenes. Será este hombre, ciudadano de Alabanda o de Priene, quien lleve a cabo el templo de Dioniso en Teos y los de Zeus Sosípolis y Artemis en Magnesia, fechables todos entre fines del siglo III y las primeras décadas del II: en ellos conseguirá el último tratamiento del orden helenístico y anatólico por excelencia, y de sus experiencias saldrán los últimos escritos teóricos de la arquitectura griega, cerrando un ciclo que había comenzado en el arcaísmo, y precisamente en Jonia, cuando se construyó el Hereo de Samos. Por ello nos parece que deben recordarse, al menos, las palabras que dedica a Hermógenes su discípulo romano, cuando describe el templo pseudodíptero: "está dispuesto de modo que cuenta con ocho columnas en el frontispicio y en la fachada del postigo posterior; y con quince en los laterales, incluidas las de los ángulos. Además, las paredes de la nave, en la fachada anterior y en la del postigo, tienen enfrente las cuatro columnas del medio, y el espacio en derredor, desde las paredes de la nave a las columnas, será de dos intercolumnios y un imoscapo. No hay ejemplo de este tipo en Roma; pero sí en Magnesia, en el templo de Diana, construido por Hermógenes".

.. (Vitruvio,III, 2; trad. de A. Blánquez). Al lado de Hermógenes, sólo otro arquitecto merecería recordarse en esta época, aunque ya lejos de la costa jonia: se trata, curiosamente, de un romano, Cosucio, pero totalmente helenizado: él fue quien, por encargo de Antíoco IV Epífanes, se puso al frente de las obras del enorme Olimpieo de Atenas. Se trataba de un proyecto comenzado por Pisístrato en el siglo VI, y abandonado después. Tampoco Cosucio llegaría a concluirlo -eso sólo lo logrará Adriano-, pero fue él quien tuvo la idea de planearlo en orden corintio: era la primera vez (hacia 170 a. C.) que se utilizaba en un gran templo este orden para el exterior, y con tal profusión de columnas. Pronto los romanos se dejarán seducir por tamaña riqueza: primero, a fines del siglo II a. C., levantarán su templo redondo a Hércules en el Foro Boario; poco después, incluso se llevarán algunos capiteles del Olimpieo para realzar la fachada del templo a Júpiter Capitolino.

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