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Rango

triunfo del realismo

Desarrollo


Resulta ciertamente triste contemplar cuán escasos son los restos que nos han llegado, aun en copias, de la pintura griega. Pero hay periodos históricos para los que esta nostalgia se agudiza de forma peculiar, y sin duda uno de ellos es la primera mitad del siglo III a. C. Ya sabemos que, en torno al 300 a. C., Antífilo y Teón de Samos se inclinaron por los estudios lumínicos y de expresiones intensas y brutales. Por entonces vivió también un tal Piraico, quien, "aun limitándose a temas humildes, no por ello... dejó de obtener la mayor gloria. Se conservan de él tiendas de barberos y de zapateros, asnos, provisiones de cocina y otras cosas semejantes" (Plinio, NH, XXXV, 112). Por tanto, parecía cobrar importancia la creación realista de escenas de género, de bodegones y de temas animalísticos. Pero lo cierto es que las únicas pinturas que nos han llegado de la época son las que adornan las tumbas aristocráticas de Macedonia, verdadero repertorio de guerreros heroizados y de asuntos míticos, pero totalmente inscritas en las tradiciones de la época de Alejandro. Es como si los restos arqueológicos y la literatura se hubiesen puesto de acuerdo para damos, respectivamente, cada una de las dos caras irreconciliables que presentaba el arte del momento. Y, sin embargo, de lo que no cabe duda es de que esta dicotomía se fue disipando al afianzarse -acaso más deprisa que en el campo de la escultura- el triunfo del realismo pictórico.

Aun sin poder ilustrar esta evolución con cuadros concretos, basta leer a los grandes poetas de la primera mitad del siglo III a. C. para comprobar hasta qué punto estaba desarrollándose por entonces la captación visual de personajes, de ambientes o de objetos. Tomemos, a título de ejemplo, algún texto de Teócrito. ¿Cómo no imaginar lo que debían de ser los progresos de la pintura paisajística o de bodegones cuando leemos el siguiente pasaje de su Idilio VII?: "Allí nos tumbamos gozosos sobre exuberantes lechos de tierno junco y entre pámpanos recién cortados. Muchos álamos y olmos agitaban sus frondas por encima de nuestras cabezas; y el vecino manantial... bajaba murmurando... Todo olía a ubérrimo verano, olía a tiempo de frutos. Las peras a nuestros pies, y a ambos lados las manzanas, se ofrecían a nosotros en continuo rodar. Y los ramos cubiertos de ciruelas se vencían hacia tierra" (Trad. de A. González Laso).

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