La Inglaterra eduardiana

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Desarrollo económico e imperial, incluso hegemonía mundial, habían tenido en Gran Bretaña consecuencias políticas radicalmente diferentes. Coincidieron, al menos, con la transformación del liberalismo en algo mucho más profundo que un sistema político: liberalismo y Parlamento -encarnado en su nuevo y solemne edificio neogótico, construido entre 1840 y 1852- vinieron a ser al cabo del siglo XIX, merced a aquella "evolución ordenada" que Gran Bretaña había experimentado a lo largo de la era victoriana (1837-1901), el fundamento de la cultura política moderna del pueblo inglés (si es que no lo eran ya de antes, tal como sostenía la interpretación whig, esto es, liberal de la historia británica). Fueron precisamente la solidez y prestigio de las instituciones y en primer lugar de la Monarquía y del Parlamento, y esa impregnación liberal de la conciencia colectiva, los factores que hicieron que la política británica se adaptara sin violencia, casi naturalmente, a la irrupción de las masas en la vida pública, y que la transición hacia la democracia moderna fuera allí tan ordenada como había sido la evolución liberal a lo largo del siglo XIX, y resistiera, sin que se alterase la estabilidad última del sistema, las primeras crisis del Imperio, la guerra mundial y la independencia de Irlanda (ya en 1921). En efecto, las leyes de Prácticas Ilegales y Corruptas (agosto de 1883), de Representación del Pueblo (noviembre de 1884) y de Redistribución de Escaños (marzo de 1885) -aprobadas por iniciativa del gobierno Gladstone, en lo que fue la última y decisiva contribución del líder histórico del partido liberal a la política británica- elevaron el electorado hasta el 30 por 100 de la población adulta masculina y reordenaron los distritos de manera que el voto urbano recibía la representación adecuada al peso que las grandes ciudades tenían ya en la vida nacional (Londres, por ejemplo, pasó de 22 a 62 escaños).

Paradójicamente, el cambio fue capitalizado políticamente por los conservadores que gobernaron, con el apoyo de los liberal-unionistas de Chamberlain, de forma prácticamente ininterrumpida entre 1886 y 1906. Ello se debió, en primer lugar, al impacto que el problema irlandés tuvo sobre la política británica; pues se recordará que la ampliación del electorado hizo del nacionalismo irlandés el árbitro de la misma (las elecciones de noviembre de 1885, por ejemplo, dieron a los liberales 335 escaños, 249 a los conservadores y 86 a los irlandeses), y que ello provocó la "conversión" de Gladstone a la idea de autonomía para Irlanda y que esto, a su vez, rompió el partido liberal tras la escisión liberal-unionista acaudillada por Joseph Chamberlain en marzo de 1886. Pero la hegemonía conservadora-unionista se debió también al apoyo popular que las tesis del partido conservador (unión con Irlanda, prosperidad, estabilidad, reformas sociales moderadas, prestigio internacional, Imperio, anglicanismo) tenían: el entusiasmo que suscitaron el "jubileo" de la reina Victoria (junio de 1887) y sus "Bodas de diamante" (1897) mostraron que la opinión inglesa se reconocía plenamente en sus instituciones y en sus tradiciones, y que identificaba Monarquía y unidad imperial con la riqueza y prosperidad, verdaderamente formidables, alcanzadas a lo largo de la etapa victoriana. Tras su éxito en las elecciones de junio de 1886, Salisbury (1830-1903), líder del partido conservador desde 1881, gobernó primero hasta agosto de 1892 y luego, desde junio de 1895 a julio de 1902, en que cedió la jefatura del gobierno y del partido a su sobrino Arthur J.

Balfour
(1848-1939), que siguió al frente del gobierno hasta diciembre de 1905. El gobierno de 1886-92 extendió las reformas democráticas al ámbito municipal, hizo gratuita la educación elemental (leyes de 1890 y 1891) y aprobó, en 1890, una nueva legislación para estimular la construcción de viviendas obreras (luego que el gobierno se hubiese visto sorprendido por la gran huelga del puerto de Londres de agosto de 1889). Respecto a Irlanda, el ministro para la región, Balfour, inició una amplia reforma agraria (leyes de 1888 y 1891), completada en 1903 por la ley Wyndham, que realmente permitió en pocos años el acceso a la propiedad a numerosos campesinos irlandeses y puso fin a la gran propiedad latifundista de la aristocracia inglesa en la isla (aunque ello, como quedó dicho, no terminó, contra lo que había esperado el gobierno, con el problema irlandés: ya quedó dicho también que Gladstone llevó al Parlamento un nuevo proyecto de ley de autonomía para Irlanda cuando volvió al gobierno en 1892 y que el proyecto fue rechazado por los Lores). El gobierno Salisbury de 1895-1902, formado tras la victoria conservadora en las elecciones de 1895 (conservadores, 340 escaños; liberales, 177; nacionalistas irlandeses, 82; unionistas de Chamberlain, 71), ratificada en nuevas elecciones en 1900, aprobó una ley de accidentes de trabajo (agosto de 1897) y la importantísima ley de Educación de 1902, debida igualmente a Balfour, ahora también encargado de ese ministerio, que reordenó y democratizó la enseñanza secundaria, sin unificarla ni estatalizarla.

Pero el gobierno, en el que Chamberlain, el líder unionista, ocupaba el Ministerio para las Colonias, se vio absorbido sobre todo por la política exterior y por los problemas del Imperio. Éste ya había provocado sobresaltos en fechas recientes, como la insurrección nacionalista en Egipto (1882) y la sublevación de El Mahdi en Sudán (octubre de 1883), con la ocupación de Jartúm y muerte del general Gordon (enero de 1885), hecho que conmocionó a la opinión pública británica. Pero los tiempos violentos -como los llamó Churchill en su historia de la I Guerra Mundial- comenzaron realmente con la fallida incursión de Jameson contra el Transvaal en diciembre de 1895, preludio de la guerra de los Boers que estalló en octubre de 1899. En efecto, en unos pocos años, Gran Bretaña se vio envuelta en un amplio número de conflictos: guerra por la reconquista de Sudán desde marzo de 1896; tensiones con Rusia (marzo de 1898) por la concesión de ferrocarriles y bases en China; confrontación con Francia en Fashoda, Alto Nilo, de septiembre a noviembre de 1898; guerra de los boers, en Sudáfrica, desde octubre de 1899; intervención en China, de junio a agosto de 1900, junto con otros países, para poner fin al levantamiento de los boxers; disputas fronterizas con Venezuela en torno a la Guayana británica (1895-97). De ellos, los dos más graves fueron la crisis de Fashoda y la guerra de los boers.

La crisis de Fashoda -incidentes entre tropas francesas e inglesas en esa remota localidad del Sudán, región de dominio británico- era en sí misma insignificante. Pero derivó de inmediato en una prueba de fuerza entre Gran Bretaña y Francia sobre sus respectivas políticas coloniales, por incompatibilidad entre la aspiración británica a crear una "África inglesa" desde El Cairo hasta El Cabo -por Egipto, Sudán, Kenia, Uganda y Rhodesia-, y el proyecto francés de abrir un cinturón desde Dakar a Adén (que requería, según Francia, un derecho de presencia en el Alto Nilo). Francia tuvo que ceder y no logró su objetivo. Gran Bretaña pareció afirmar sus posiciones y a principios de 1899 creó el Sudán anglo-egipcio, un condominio gobernado por el general Kitchener, el hombre que había reconquistado el territorio y "vengado" a Gordon. Pero el incidente había puesto de relieve la fragilidad de sus posiciones militares en África, algo que ya había anticipado la muerte de Gordon, y pronto, como enseguida se verá, Inglaterra habría de actuar en consecuencia. Más aún, tras lo sucedido en la guerra de los boers, la guerra que los granjeros de origen holandés de la República del Transvaal desencadenaron en octubre de 1899, tras la negativa británica a acceder a un ultimátum del Presidente de aquélla, Kruger, exigiendo la dispersión de las unidades militares inglesas establecidas en Sudáfrica. Fue una guerra preventiva por ambas partes. Los boers, los futuros afrikaners, temían la anexión de su territorio -muy revalorizado tras el descubrimiento de importantes yacimientos de oro cerca de Johanesburgo en 1886- por Gran Bretaña y con razón; Gran Bretaña ya había intentado anexionarse el Transvaal en 1877, aunque entonces tuvo que ceder y reconocer su independencia tras el primer levantamiento de los boers en 1880-81.

Los ingleses veían en la República del Transvaal y en el Estado Libre de Orange -el otro gran enclave boer- una amenaza a sus posiciones en África del Sur (Colonia de El Cabo, Rhodesia, Natal, Swazilandia, Bechuanalandia). La guerra fue muy dura. Los boers, que disponían de unos 40.000 hombres dirigidos por los generales Smuts, Botha y Herzog, lograron inicialmente grandes éxitos: invadieron El Cabo y Natal y derrotaron a los ingleses (unos 13.000 soldados) en Magersfontein, Stormberg y Colenso. La contraofensiva británica, iniciada en febrero de 1900 bajo el mando de los generales Roberts y Kitchener, logró tras la liberación de las guarniciones de Mafeking, Ladysmith y Kimberley -sitiadas desde el comienzo de la guerra- contener y rechazar a los boers, entrar en el Transvaal y tomar su capital Pretoria el 5 de junio de 1900. Los boers recurrieron a partir de entonces a la guerra de guerrillas y prolongaron, así, la contienda otros dieciocho meses. La guerra reforzó en los responsables de la política exterior inglesa aquella conciencia de vulnerabilidad militar del Imperio nacida a raíz de Fashoda. Era lógico vistos los reveses británicos en los primeros meses de la guerra y los graves defectos que exhibieron sus fuerzas armadas: para someter a unos simples "granjeros", Gran Bretaña había tenido que concentrar en África del Sur un ejército de 250.000 hombres y había sufrido cuantiosas bajas (5.774 muertos, 22.829 heridos, por 4.000 muertos de sus enemigos).

La guerra boer probó, además, que Gran Bretaña estaba internacionalmente aislada. Rusia llegó a proponer el envío de una fuerza internacional de pacificación a Sudáfrica. Cuando Kitchener combatió a la guerrilla boer recurriendo al internamiento de civiles en campos de concentración, al incendio sistemático de granjas y campos, y al emplazamiento masivo por todo el territorio de alambradas y fortificaciones de sacos terreros -las "blockhouses", que en España se llamarían blocaos-, la indignación antibritánica fue general en toda Europa. Gran Bretaña terminó imponiéndose. Los boers firmaron la paz de Vereeniging (31 de marzo de 1902) renunciando a su independencia. Pero la guerra obligó a Gran Bretaña a repensar su política exterior e imperial. En 1902, estableció una alianza defensiva con Japón, orientada a defender sus intereses en Asia; en 1904, fracasados, como vimos, los intentos por lograr el entendimiento con Alemania que favorecía Chamberlain, Gran Bretaña suscribió la Entente Cordiale con Francia; en 1901, llegó a un compromiso con Estados Unidos sobre Panamá, que suponía, de hecho, la renuncia británica a una política americana y el comienzo de su "especial relación" con Estados Unidos (anticipada por la mediación norteamericana, en 1897, en el conflicto venezolano-británico sobre la Guayana, y por la neutralidad pro-norteamericana observada por Gran Bretaña durante la guerra de 1898 entre Estados Unidos y España).

En cualquier caso, Gran Bretaña abandonaba su política de "espléndido aislamiento" -frase acuñada con intención irónica por un periodista canadiense durante la crisis del telegrama Kruger- y recurría a una estrategia de alianzas de cara a garantizar la seguridad de su Imperio y la defensa de sus múltiples intereses. Y es que, de hecho, Gran Bretaña carecía de una verdadera política imperial, de un proyecto claro y bien definido que diera vertebración y consistencia al Imperio (a pesar de que, desde 1887, se celebraron regularmente Conferencias coloniales o imperiales). La condición de Dominio -que implicaba la concesión de autogobierno a través de un sistema parlamentario- comenzó a aplicarse en 1867, tras la constitución del Dominio de Canadá, como una federación autónoma de cuatro provincias. Luego, se extendió a otras colonias de población blanca: en 1901, a Australia; en 1907, a Nueva Zelanda; en 1910, a la Unión Sudafricana, creada por integración de los territorios boer y británicos de la región. La India, en cambio, fue organizada como Virreinato desde 1876, el Raj británico -que alcanzó su apogeo bajo el virreinato de lord Curzon, de 1899 a 1905-, que comprendía, sin embargo, trece provincias (60 por 100 del territorio) pero que excluía a unos 700 principados (40 por 100 de la India), regidos por sus mandatarios tradicionales vinculados por algún tipo de pacto al Virrey y a la Corona británica. Otras posesiones fueron anexionadas como "colonias de la Corona" bajo el mando de un comisionado británico -casos de Bermudas, Bahamas, Jamaica, Trinidad, Guayana, Sierra Leona, Costa de Oro, Rhodesia-; y otros, finalmente, como protectorados, esto es, como territorios formalmente no anexionados y gobernados por jefes locales sobre los que Gran Bretaña tenía jurisdicción pero no soberanía, como el caso de Egipto -aunque la autoridad del cónsul general británico era allí inmensa-, de Basuto, Bechuana, Nigeria, Somalia, Borneo, Matabele, Nyasa, Uganda, Sudán, parte de Malaya y otros.

Por eso que Chamberlain como Ministro de las Colonias (1895-1903) plantease la doble necesidad de poner fin a aquella indefinición y de lograr una colaboración permanente entre todos los territorios del Imperio, mediante la creación de una "federación imperial", tal como expuso en las Conferencias coloniales de 1897 y 1902 (aunque sea revelador que sólo Chamberlain tuviera un plan global para el Imperio; los demás políticos británicos se conformaban sencillamente con la administración eficaz y benevolente de colonias y protectorados). Chamberlain unió la idea de federación imperial a otro gran proyecto: la creación de un mercado imperial autosuficiente a través de una "reforma arancelaria" fuertemente proteccionista para todo el Imperio británico. Ésta fue la segunda gran conmoción provocada por Chamberlain en la política británica (la primera fue, como se recordará, la escisión del partido liberal en 1886 por la cuestión irlandesa). Apartado del gobierno en septiembre de 1903, promovió a partir de ese momento una de las más intensas campañas de agitación y propaganda (en defensa de sus proyectos) que el país había conocido. El resultado fue totalmente contraproducente para sus aspiraciones: no convenció a la opinión, dividió al partido conservador dirigido ahora por Balfour -el joven Churchill, por ejemplo, se pasó al partido liberal- y propició el triunfo del partido liberal en las elecciones de 1906, triunfo abrumador pues obtuvo 400 escaños (de 670) y el 49 por 100 de los votos emitidos, por 133 escaños de los conservadores, que perdieron 245, 24 de los unionistas de Chamberlain, 83 nacionalistas irlandeses y 30 laboristas.

Más aún, el retorno del partido liberal al poder (gobiernos Campbell-Bannerman, 1906-08, y Asquith, 1908-16) produjo cambios esenciales. No en política exterior, pues el nuevo ministro, Edward Grey, que permaneció en el cargo hasta mayo de 1916, aún hombre que literalmente odiaba la guerra -como dijo en varias ocasiones- y que creía en el arbitraje internacional, continuó la política de entente con Francia y la extendió a Rusia en 1907. Y si bien no renunció a la posibilidad de un acercamiento a Alemania -que funcionó en las guerras balcánicas- advirtió, al tenerse conocimiento del plan Schlieffen, que su país no toleraría la violación de la neutralidad belga y apoyó las conversaciones militares con Francia y Bélgica sobre planes de acción conjunta para el caso de una guerra en Europa. Fue la legislación social, asociada a David Lloyd George (1863-1945), ministro de Comercio con Campbell-Bannerman y de Hacienda con Asquith, lo que hizo de la nueva etapa liberal una de las más profundamente reformistas en la historia de Gran Bretaña. El hecho no fue casual. Desde principios de siglo, intelectuales y políticos liberales (L. T. Hobhouse, J. A. Hobson, el propio Asquith, Herbert Samuel, Lloyd George, Churchill cuando se unió al partido) venían hablando de "nuevo liberalismo", identificando política liberal con intervención del Estado, lucha contra la pobreza, igualdad de oportunidades, democracia social y reformas sociales de tipo asistencial.

Ya desde su puesto en Comercio, Lloyd George, un abogado galés de origen modesto, carismático y dinámico, dotado de un enorme instinto político y que ganó gran notoriedad por su oposición a la guerra de los boers, había mediado con éxito en huelgas importantes y había conseguido que se aprobase una Ley de Marina Mercante que mejoró sensiblemente las condiciones de trabajo (salarios, alimentación) de los marineros y la seguridad en los barcos, y creado la junta del Puerto de Londres, para regir y regular la muy complicada actividad mercantil y laboral del mismo. Como ministro de Hacienda, Lloyd George, apoyado en todo momento por el primer ministro Asquith y por su compañero de gabinete Churchill -sucesivamente ministro de Comercio (1908-10), Interior (1910-11) y Marina (1911-15)- preparó dos proyectos decisivos: la Ley de Pensiones para la Vejez, aprobada por el Parlamento en julio de 1908 que estableció una pensión de 5 chelines por semana para todos los mayores de 70 años cuyos ingresos no llegaran a las 32 libras semanales; y el llamado Presupuesto del Pueblo, que presentó en abril de 1909, y que preveía elevaciones de los impuestos sobre la renta y la herencia, un impuesto especial sobre las grandes fortunas y nuevos impuestos sobre los grandes latifundios para financiar la seguridad social de los mineros y la construcción de nuevas carreteras, y para promover políticas de reforestación, de ayudas a las piscifactorías y de acceso a la propiedad de la tierra.

No sólo eso. "El presupuesto del pueblo", que provocó intensos debates parlamentarios -aunque Lloyd George llegó a pensar en una coalición con los conservadores para consensuar la reforma social del país, idea que, aunque no prosperó, no desagradó al líder conservador, Balfour-, llevó a un problema aún mayor. Vetado por la Cámara de los Lores (noviembre de 1909), lo que obligó a Asquith a convocar elecciones (enero de 1910), que el gobierno ganó muy apretadamente -275 diputados por 241 de los conservadores y 32 de los unionistas-, los liberales vincularon la aprobación del Presupuesto (que lograron en abril de 1910) a la reforma de los Lores, es decir, a la derogación del derecho de veto que tenía la Cámara Alta, cámara hereditaria y dominada por la gran aristocracia inglesa. Y en efecto, los liberales convocaron nuevas elecciones - diciembre de 1910- y, aunque volvieron a ganar por escasísimo margen, en agosto de 1911 lograron que se aprobara la Ley del Parlamento que vaciaba de todo poder a la Cámara de los Lores. Más aún, Lloyd George introdujo en mayo de 1911 otra pieza legislativa memorable, la Ley de Seguros Nacionales, que estableció un sistema de seguros de enfermedad y desempleo -éste, único en Europa-, financiado por el Estado, empresarios y trabajadores, que cubría a los trabajadores de 16 a 70 años de edad. Gran Bretaña, por tanto, el país más industrializado y urbanizado de Europa, pero el país todavía regido por la aristocracia más exclusivista del Continente -por lo menos la mitad de los miembros de los gabinetes de Campbell-Bannerman y Asquith pertenecían a la alta aristocracia terrateniente- evolucionaba democráticamente hacia lo que luego se definiría como un Estado del bienestar moderno.

Ello no significó el fin de los conflictos. Al contrario, el gobierno Asquith tuvo que afrontar una situación plagada de problemas y dificultades. Pese a las reformas de Lloyd George, "la conflictividad laboral" fue más enconada que nunca, como pusieron de relieve las grandes huelgas de mineros de Gales en 1910 (duró diez meses), de estibadores, marineros y ferroviarios en agosto de 1911, de mineros de todo el país entre febrero y abril de 1912 (por el salario mínimo), y del puerto de Londres en mayo de ese mismo año. "El problema irlandés" rebrotó con especial virulencia. Asquith, dependiente desde las elecciones de enero de 1910 del apoyo parlamentario de los nacionalistas irlandeses, volvió a llevar al Parlamento una Ley de Autonomía para Irlanda (abril de 1912) con el resultado que vimos en el capítulo anterior: división irreversible en la propia Irlanda, aparición de grupos paramilitares protestantes en el Ulster y católicos en el Sur, radicalización del independentismo irlandés -que culminó en el levantamiento de Pascua de 1916-, estado de virtual guerra civil en la isla. Finalmente, "el movimiento sufragista", que demandaba el voto para las mujeres, se radicalizó a partir de 1906: medio millón de mujeres asistieron al mitin que en junio de 1908 organizó en Londres la Unión Política y Social de Mujeres, la organización creada en 1903 por Emmeline y Christabel Pankhurst. Luego, las sufragistas endurecieron la lucha. En 1910, organizaron manifestaciones violentas y recurrieron a actos de sabotaje (incendios provocados, atentados contra obras de arte, etcétera); las encarceladas por esos actos, entre ellas, las Pankhursts, recurrieron a la huelga de hambre como forma dramática de confrontación con las autoridades; en 1913, Emily Davidson resultó muerta al arrojarse al paso del caballo del Rey en la carrera del Derby de Epsom.

Además, los liberales no capitalizarían las grandes reformas que introdujeron entre 1906 y 1914. Si Lloyd George fue primer ministro desde diciembre de 1916 a octubre de 1922, lo fue con "gobiernos de coalición", formados por la especial situación creada por la guerra mundial. Tras ésta, los liberales fueron desbancados por los laboristas como segundo partido del país y, desde 1922, no volvió a haber en todo el siglo XX gobiernos liberales. Por eso se habló, ya en los años treinta, de la muerte de la Inglaterra liberal. Pero no hubo tal. Lo que hubo fue lo que ya ha quedado dicho: que el liberalismo, convertido en una suerte de principio básico de la cultura política inglesa, impregnó a todos los partidos del país. La naturaleza del laborismo -partido moderado, parlamentario, reformista, pragmático- vendría a ser, precisamente, la mejor evidencia de ello.

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