Compartir


Datos principales


Desarrollo


Las últimas décadas del siglo XIX fueron las más pacíficas del siglo en Europa. Después de 1871, sólo las diversas guerras de carácter limitado y periférico que se desarrollaron en las fronteras occidentales del Imperio turco, ensangrentaron su suelo. El ambiente internacional durante este período, no fue, sin embargo, de distensión. Las relaciones entre las potencias europeas fueron extraordinariamente complejas y, a veces, se desarrollaron en un ambiente de temores y amenazas. En ello pesaron tanto factores del pasado como otros nuevos. Entre los condicionantes heredados estaban los problemas nacionalistas en los Imperios austro-húngaro y turco, y la rivalidad entre Inglaterra y Rusia en el Mediterráneo oriental. Factores nuevos fueron la crisis económica y la reacción proteccionista que provocó en todos los países, excepto el Reino Unido; la orientación de Austria-Hungría hacia los Balcanes, después de haber sido desalojada de Alemania y de Italia, lo que suponía un enfrentamiento con las tradicionales aspiraciones de Rusia; la misma existencia de una Alemania unificada, que era tanto un factor de estabilidad como de desconfianza hacia su poder; el sentimiento de revancha existente en Francia, tras la derrota de 1870-71; y, de forma creciente, el choque de intereses entre los países lanzados a la expansión colonial en el mundo.

Fueron años de "Realpolitik", de política realista, en la que los intereses nacionales, y no los criterios ideológicos, fueron los principios básicos de la acción diplomática, de acuerdo con lo establecido desde la guerra de Crimea. La apelación al sentido moral, por parte de Gladstone, fue una excepción que no tuvo respuesta. Los cambios en las estructuras y en la naturaleza de la vida política, allí donde se produjeron, influyeron relativamente poco en el tipo de las relaciones internacionales durante este período. Como ha escrito Th. Hamerow, "Richelieu (..) podría, haberse horrorizado al ver en qué se había convertido la sociedad europea en vísperas de la primera guerra mundial, pero se habría sentido como en casa en los ministerios donde se decidían las cuestiones diplomáticas cruciales". En Rusia, la política exterior siguió siendo patrimonio exclusivo del zar. Alejandro III, por ejemplo, aprovechándose de que no existía nada parecido a la responsabilidad ministerial, no queriendo, o no sabiendo qué dirección tomar, optó por seguir, simultáneamente, políticas exteriores contradictorias, a través de diferentes órganos de gobierno: la orientación progermana del ministro de Asuntos Exteriores, Giers, y la paneslava a través del ejército, la policía, la prensa y parte del cuerpo diplomático. Lo imperfecto del sistema parlamentario alemán queda muy claro en este terreno. La política exterior estuvo completamente fuera del control del "Reichstag".

Bismarck la dirigió de una forma personal, habitualmente de acuerdo con la opinión de Guillermo I, pero en contra de la misma cuando el canciller quiso, y al margen también de las iniciativas de la "Wilhelmstrasse", donde tenía su sede el ministerio alemán de Asuntos Exteriores. El protagonismo de Bismarck fue sustituido por el de Guillermo II, a partir de 1890. En Gran Bretaña, en Francia y en los demás Estados occidentales donde el proceso democrático estaba más avanzado, las cosas sólo fueron relativamente diferentes. En estos países la opinión pública estaba mejor informada y jugó un papel más importante en la política exterior. La opinión británica, por ejemplo, fue extraordinariamente sensible a las brutales represiones llevadas a cabo por los turcos contra búlgaros y armenios -en pocos días se vendieron, en 1877, más de 40.000 ejemplares de un folleto de Gladstone en el que denunciaba las primeras-. La opinión francesa también fue importante en la orientación colonial o en la política respecto a Alemania. Pero también en estos países, las cuestiones internacionales eran decididas por un número muy reducido de personas, que sortearon el control parlamentario mediante el carácter secreto de las alianzas que contraían. En Francia, la política exterior era competencia del presidente de la República, y a Sadi Carnot se atribuyó gran parte del mérito del tratado franco-ruso de 1894.

También el rey Eduardo VII habría de tener un gran protagonismo en la política exterior británica, donde el "Foreign Office" gozaba dé una gran autonomía. Todavía en 1901, Salisbury recordaba que la diplomacia era competencia tradicional de la Corona, es decir, del ejecutivo, y no del Parlamento, aunque afirmaba que ningún gobierno llevaría a cabo alianzas contrarias a la opinión pública. Hasta 1890, la escena europea aparece dominada por el canciller Bismarck y los distintos sistemas de alianzas internacionales que construyó, de acuerdo con un procedimiento que tiene un gran parecido con el juego de ajedrez: avances y cesiones controladas, con objetivos perfectamente definidos. Cuando Bismarck fue desalojado de la cancillería, el equilibrio que había creado -un equilibrio nada desinteresado, por otra parte- se rompió. Al mismo tiempo, los problemas mundiales sustituyeron a los continentales como objeto de atención preferente y como principales factores de riesgo.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados