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Desarrollo


El debilitamiento y la posterior quiebra del viejo orden colonial era algo indiscutido y había llegado el momento de replantear las futuras relaciones entre la metrópoli y sus colonias y el papel que en ellas jugarían unos y otros (las aristocracias locales y los burócratas peninsulares). En muchos lugares la emancipación comenzó cuando algunos criollos quisieron reemplazar a los antiguos burócratas, desprovistos del respaldo que tenían en el momento de su nombramiento. La cohesión de las oligarquías locales se convirtió en uno de los problemas determinantes, que pasaba a un plano secundario ante el peligro de una sublevación indígena o de esclavos negros. Por eso, cuando en las primeras protestas mexicanas se vio la magnitud de la rebelión indígena, los sectores dominantes, criollos y peninsulares, cerraron filas y acallaron toda intentona popular. En el Perú, la experiencia cercana de Tupac Amaru también tuvo consecuencias semejantes. En el Caribe, especialmente en Cuba, el referente haitiano era lo suficientemente poderoso como para evitar cualquier movimiento que permitiera repetir la trágica experiencia. Sin embargo, en Venezuela concurrieron otras circunstancias que posibilitaron el estallido emancipador. En 1810 el avance francés en la Península parecía imparable y sólo Cádiz permanecía bajo control español. La junta de Sevilla se disolvió y el autonominado Consejo de Regencia, establecido en Cádiz desde febrero, gozaba de escasa representatividad y legitimidad.

Este hecho dejaba a las colonias americanas en una situación insólita, sumamente propicia para redefinir su vinculación colonial. En los últimos dos años, con un trono vacante, las autoridades coloniales, designadas desde la Península o autoimpuestas, habían gobernado en nombre de Fernando VII, pero contando con una gran autonomía. Pese a los esfuerzos de los gobernantes, especialmente los partidarios de mantener los vínculos coloniales, la caída de Sevilla abrió las puertas de la independencia. En todas partes los independentistas se erigieron en fervientes defensores de la legalidad vigente y en los continuadores del viejo orden colonial, aunque estaban sentando las bases de un sistema totalmente nuevo. Las elites eran partidarias de introducir las menores modificaciones posibles, dando escasas oportunidades a los grupos sociales inferiores. Sin embargo, una vez abierto el proceso revolucionario algunos cambios fueron inevitables, muchos de ellos consecuencia de los enfrentamientos bélicos y de los esfuerzos de las nuevas autoridades por mantenerse en el poder. La radicalización del proceso emancipador fue un producto del propio proceso, que en muchos casos se decantó en una verdadera y abierta guerra civil. La legitimidad de los sublevados residía en los cabildos, que si bien eran escasamente representativos del conjunto de la población urbana (sus puestos se renovaban por cooptación, por compra o por herencia), al menos no recibían su poder de una autoridad central inexistente o carente de legitimidad.

En muchos casos, se convocó al cabildo abierto para tomar las decisiones más trascendentes, al tratarse de una asamblea más amplia, integrada por los notables de la ciudad. Esto otorgaba una ventaja manifiesta a las oligarquías locales frente a las burocracias administrativas. Fueron los cabildos abiertos los que en casi todas partes establecieron juntas de gobierno en reemplazo de los antiguos gobernantes. En menos de seis meses se nombraron juntas en Caracas (19 de abril), Buenos Aires (25 de mayo), Bogotá (20 de julio) y Santiago de Chile (18 de septiembre). En algunos casos la antigua autoridad aprobó, de mayor o menor grado, lo actuado por el cabildo abierto (Caracas, Buenos Aires), en otros fueron las antiguas autoridades las que se pusieron al frente de las juntas (el virrey en Bogotá, el gobernador interino en Santiago). Esta situación de conflictividad se vio agravada por el Grito de Dolores, de Miguel Hidalgo, en México, el 16 de septiembre.Las dificultades políticas, militares y especialmente económicas de España, envuelta en su propia guerra de independencia, dificultaron el envío de tropas para reconquistar las colonias. Pese a los esfuerzos realizados, hasta 1814 no se pudieron enviar contingentes militares, que sólo tuvieron algún éxito en Venezuela y Nueva Granada. La vuelta de Fernando VII al trono de España inauguró una nueva etapa en la lucha contrarrevolucionaria. Fernando VII no se resignó nunca a la independencia de las colonias y puso todos sus esfuerzos en la reconquista de las mismas.

Su principal problema era que los recursos disponibles para financiar las expediciones militares eran escasos. Se creó una comisión especial (la Comisión de Reemplazos) para recaudar fondos y centralizar todo lo referente al envío de tropas. Se esperaba, una vez más, que la mayor parte del dinero con el que se debía financiar la empresa proviniera de América o del comercio colonial. A través del Consulado de Cádiz, la Comisión de Reemplazos solicitó ayuda a los consulados americanos de las regiones adonde se habían enviado tropas. Sólo aportaron dinero el de Lima (2 millones de reales) y el de La Habana (4 millones). Por el contrario, los de México, Guadalajara y Veracruz, argumentando otras urgencias que atender, no realizaron ningún aporte. El fin del experimento liberal y la presencia de Fernando VII iban a marcar un punto de difícil retorno en los procesos emancipadores y a eliminar la más mínima posibilidad de negociación que pudiera existir. En 1815 era muy poco lo que quedaba del inicial estallido revolucionario en América del Sur y sólo Buenos Aires seguía resistiendo. Pese a los deseos de Fernando VII, se envió un reducido contingente militar, que salvo en Venezuela y Nueva Granada no supusieron una amenaza para la independencia americana. Pero la restauración tuvo su innegable influencia entre los rebeldes, que veían cómo el avance del absolutismo podía poner en peligro sus intenciones. En el Río de la Plata comenzaron a aflorar proyectos monárquicos, con una cierta dosis de oportunismo.

La restauración no sólo supuso nuevos peligros para la causa antimonárquica, sino que también originó nuevas posibilidades de éxito debido a los cambios producidos en las relaciones internacionales, aunque no fueran determinantes para la emancipación. El alzamiento de Rafael de Riego no sólo permitió el retorno de la Constitución liberal a España, sino también impidió que la mayor expedición jamás preparada para invadir América pudiera llegar a destino (probablemente Venezuela o el Río de la Plata). El Trienio Constitucional traería nuevas incertidumbres para las oligarquías americanas que permanecían fieles a la Corona y tuvo como efecto no deseado la aceleración de los procesos emancipadores en México y Perú. Al mismo tiempo, si bien los liberales españoles eran más dialogantes que los absolutistas, a una buena parte de ellos no les hacía ninguna gracia perder el imperio colonial. La restauración de 1823, que podía haber tranquilizado a las elites conservadoras de México y Perú, las colonias que durante la década anterior se habían mantenido más unidas a España, llegó tarde, cuando los procesos emancipadores que ya habían comenzado eran irreversibles. Los cambios producidos en el escenario internacional fueron importantes. Francia y las potencias continentales propiciaron la restauración borbónica, pero los británicos no se dejaron desplazar de su posición mundial.

El retorno de Fernando VII al trono en 1814 permitió que Gran Bretaña dejara de lado su ambigüedad, con la que pretendían no perjudicar a su aliada España, y adoptara una postura neutral nada opuesta a que se armara a los independentistas o que súbditos británicos, voluntarios o mercenarios, se enrolaran en los ejércitos americanos. Finalizado el Trienio Constitucional, la neutralidad inicial se decantó cada vez más hacia el reconocimiento de las nuevas repúblicas, lo que ayudaría a la aceleración del final de la contienda. Los Estados Unidos habían firmado en 1814 la Paz de Gante, que acabó con todos los problemas pendientes de su independencia, y a partir de ese momento su neutralidad fue cada vez más proclive a los americanos. En 1822 habían comprado la Florida española, lo que ponía bajo mínimos su necesidad de compromisos con España. Al año siguiente, la proclamación de la doctrina Monroe ("América para los americanos") iba a ser un freno para la reconquista de la América española por las fuerzas del absolutismo europeo. En Perú y México las cosas habían seguido derroteros diferentes que en el resto de las colonias. En Perú, la habilidad del virrey Abascal y la postura de las oligarquías regionales permitió mantener el status quo y convertir al virreinato en un bastión de la contrarrevolución. En México, la virulencia de los levantamientos iniciales, encabezados por Miguel Hidalgo y José María Morelos, persuadiría a las elites a adoptar una actitud semejante. Comenzamos a ver dos modelos distintos de transitar hacia la emancipación, dentro de los cuales las diferencias regionales también son bastante apreciables.

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