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Una vez que Buenos Aires dio su primer paso para separarse de España, el 25 de mayo de 1810, los próximos movimientos consistieron en consolidar su posición en todo el Virreinato del Río de la Plata. Sus intentos de exportar la revolución a todo el virreinato tuvieron resultados contradictorios. Por un lado, Montevideo permaneció bajo el control de la marina española y Paraguay se separó muy pronto de Buenos Aires tras el fracaso de la misión encomendada a Manuel Belgrano para recabar apoyos para la causa emancipadora. Por el otro, la vital misión enviada al Norte impuso el orden porteño en Córdoba y Tucumán y luego ocupó casi sin resistencia el Alto Perú, garantizando a Buenos Aires el control de la producción de la plata potosina. Muy pronto comenzaron las divisiones en el seno del equipo gobernante. La junta se escindió en dos tendencias: una moderada encabezada por su presidente, el jefe de milicias Cornelio Saavedra, y la otra más radical o jacobina, liderada por el secretario de la junta, el abogado Mariano Moreno. Los radicales impulsaron una política de duro enfrentamiento con los pro-españoles, que supuso la expulsión del virrey y de los oidores de la Audiencia y el fusilamiento en Córdoba de los jefes del partido realista, entre ellos el ex virrey Liniers. De acuerdo con los mecanismos utilizados para su conformación, la junta respondía únicamente a la autoridad y soberanía del cabildo de Buenos Aires.

Si se buscaba ampliar la legitimidad del nuevo gobierno y extender su dominio al conjunto del virreinato, era necesario incorporar a sus filas a un cierto número de representantes del interior, lo que se produjo a fines de 1810. La ampliación de la junta permitió la incorporación de destacados políticos de las provincias y también colocó al partido jacobino en minoría. Ante esta nueva circunstancia, Moreno renunció a su cargo y aceptó una misión diplomática en Londres, pero murió durante el viaje. Ante la falta del líder, sus partidarios fueron perseguidos mediante juicios, destierros y proscripciones. Los enviados porteños al Alto Perú intentaron ganar a los indios para la causa revolucionaria y para ello eliminaron el tributo indígena. Si bien la movilización de los indios era escasa, las elites altoperuanas no se sintieron nada atraídas por el exceso de populismo demostrado por los políticos porteños y se decantaron por mantener los vínculos con España. En julio de 1811 un ejército peruano, al mando de Goyeneche, derrotó a las tropas revolucionarias en Huaqui y privó para siempre a Buenos Aires del control de la plata potosina y del dominio del Alto Perú, que retornó a la dependencia de Lima. La frontera que separaba las jurisdicciones de las Audiencias de Buenos Aires y Charcas se convirtió en la línea divisoria entre los partidarios de la revolución y los defensores del mantenimiento del vínculo colonial. Allí fue donde Martín de Güemes, con el apoyo de los campesinos, defendió a Buenos Aires del avance peruano.

Si los porteños permitían que se ampliara la base social de la revolución (con los indios en el Alto Perú o con los campesinos en Salta) era por la enorme distancia que separaba a esas regiones de Buenos Aires. Las cosas no eran iguales en las cercanías de la capital, como se observa en la política seguida en la Banda Oriental (hoy Uruguay). Montevideo, gracias a la presión de los mandos navales, se convirtió en un permanente polo de oposición a Buenos Aires. Las acciones militares emprendidas desde Buenos Aires se suspendieron en 1811 ante la presencia de fuerzas portuguesas. Estas, inicialmente convocadas por Montevideo, se convirtieron, junto con Gran Bretaña, en los garantes de un armisticio que convenía a los portugueses. De forma simultánea, la campaña de la Banda Oriental se alzó bajo el liderazgo de José Artigas, que primero sería apoyado y luego combatido por Buenos Aires. La revolución artiguista contenía una serie de reivindicaciones populares que conmocionaron a Buenos Aires. La respuesta de Artigas a la ocupación de la Banda Oriental por los portugueses fue el éxodo del pueblo uruguayo a la vecina provincia de Entre Ríos, bajo control porteño. Cuando Buenos Aires reinició las hostilidades contra Montevideo, estableció con Artigas una nueva e inestable alianza que se rompería en 1813. En 1814, mientras el ejército porteño al mando del general Carlos María de Alvear conquistaba Montevideo, Artigas controlaba las provincias de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe (anteriormente pertenecientes a la intendencia de Buenos Aires) y era declarado protector "de los pueblos libres".

Pero su control era sólo político, ya que las oligarquías provinciales se negaban a incorporar las reivindicaciones artiguistas sobre el acceso a la tierra. Su influencia se extendería a Córdoba al año siguiente, cuando el enfrentamiento con Buenos Aires era total. Artigas representaba para los dirigentes porteños no sólo un peligro para el futuro de su revolución, sino también el símbolo de un movimiento de protesta social que debía ser duramente reprimido, para evitar de ese modo que se siguiera extendiendo. La ampliación de la base social de la revolución se produjo únicamente en la Banda Oriental y no en el resto de los territorios artiguistas, que seguían siendo férreamente dirigidos por sus propias oligarquías en contra de Buenos Aires. La junta ampliada, o junta Grande, se convirtió en un ineficaz instrumento de gobierno en manos de los moderados. Ello llevó a la formación de un triunvirato, también caracterizado por su dureza represiva contra aquellos que se negaban a someterse a su autoridad. Un golpe militar, en octubre de 1812, alejó a los saavedristas del poder y puso fin al predominio político de las milicias, vigente desde 1807. Los oficiales del ejército regular, consolidado después de la independencia, se convirtieron en los árbitros de la situación política. Su principal instrumento fue la Logia Lautaro, que hasta 1819 tuvo una gran influencia sobre la política porteña. Dos de sus miembros eran oficiales retornados de España en 1812, que habían participado en la guerra de independencia contra los franceses: Alvear y San Martín.

Este último se dedicó a crear un cuerpo de caballería bien preparado y disciplinado, los Granaderos a Caballo, que contrastaba con la gran improvisación de los cuerpos armados de uno y otro bando. En 1813 su triunfo en la batalla de San Lorenzo, a orillas del río Paraná, consolidó su posición. Tras serle encomendado el mando del derrotado Ejército del Norte, que ejerció brevemente, fue destinado como intendente en Cuyo. En Mendoza, donde se había refugiado la oposición chilena, fue donde armó un cuerpo expedicionario destinado a expulsar a los españoles del Perú. Para ello, en vez de atacar par el Alto Perú, lo que había fracasado en dos oportunidades, invadiría Chile y desde allí pasaría a Lima por mar. En 1813 se reunió en Buenos Aires una Asamblea legislativa, soberana y con plenos poderes, que pese a no declarar la independencia de España tomó decisiones trascendentales, que incluyeron la supresión del mayorazgo, de los títulos nobiliarios y de la Inquisición y la libertad para los hijos de las esclavas. También oficializó la bandera, el escudo y el himno de una nación que todavía no se atrevía a proclamar su independencia de forma definitiva. La restauración de Fernando VII en 1814, supuso un momento difícil para el proceso de emancipación, agravado por las dificultades políticas que llevaron a concentrar el poder todavía más y en lugar del Triunvirato surgió la figura del Director Supremo, el primer gobierno unipersonal de Buenos Aires.

Con grandes esfuerzos la revolución sobrevivió en Buenos Aires, si bien es cierto que España nunca lanzó una ofensiva directa contra el Río de la Plata. En 1816 se reunió en Tucumán un congreso que declaró la independencia de España bajo la presión del Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón, hombre de la Logia Lautaro. El punto más débil del gobierno de Pueyrredón era su relación con la zona artiguista. Para debilitar a Artigas favoreció la invasión portuguesa a la Banda Oriental, pero sus principales seguidores siguieron resistiendo contra Buenos Aires. En 1819 se sancionó una constitución centralista, que pese a mantener la ficción republicana tenía un importante contenido monárquico. El rechazo de las provincias del interior y la oposición del artiguismo acabaron con el gobierno de Pueyrredón, políticamente agotado y económicamente arruinado por los colosales sacrificios realizados para financiar al ejército de San Martín. A partir de entonces poco tiempo le quedaba al Estado centralizado que Buenos Aires había intentado construir. Los caudillos de Santa Fe y Entre Ríos, cada vez menos dependientes de Artigas, serían los encargados de clavarle la puntilla. En Chile, las tensiones entre los principales líderes de la emancipación (el más radical José Miguel Carrera y sus hermanos, el moderado Bernardo O'Higgins) habían impedido consolidar el movimiento fundacional de la Patria Vieja.

La junta establecida en septiembre de 1810 convocó a un congreso nacional, cuyos representantes estaban divididos en reformistas y revolucionarios. Los primeros querían terminar con la opresión colonial mediante un sistema autonómico en el marco de la nación española y para ello querían una constitución. Los revolucionarios planteaban que la lealtad a Fernando VII era sólo una máscara y que la cuestión de fondo era la independencia. Pero los revolucionarios estaban en clara minoría. El gobierno del congreso fue derrocado por el general Carrera, al frente de una coalición que comprendía a un segmento de la elite de Santiago y a la de Concepción. La Constitución aprobada en 1812 había puesto el poder ejecutivo en sus manos. En su ausencia el país sería gobernado por una junta de tres miembros y también habría un senado con siete legisladores. La designación de unos y otros fue responsabilidad de Carrera. Su incapacidad para imponerse militarmente provocó su relevo por O'Higgins. Para colmo, en 1813 desembarcó un cuerpo expedicionario peruano pro monárquico en el sur de Chile, que rápidamente conquistó la mayor parte del país. Después de la derrota de O'Higgins en Rancagua, en octubre de 1814, el general Osorio entró en Santiago. Los líderes independentistas se refugiaron en Mendoza, al otro lado de los Andes, donde continuaron con sus enfrentamientos.San Martín, una vez en Mendoza, se dispuso a afrontar la invasión de Chile.

A la hora de elegir a sus aliados se inclinó por el centrismo de O'Higgins en detrimento del mayor populismo de los Carrera. A comienzos de 1817, al mando de un ejército de 3.000 hombres, San Martín inició el cruce de los Andes. El 12 de febrero obtuvo en Chacabuco una importante victoria, que le abrió las puertas de Santiago y O'Higgins fue designado Director Supremo de la República de Chile. La derrota de Cancha Rayada en marzo estuvo a punto de terminar con el experimento libertador, pero la victoria de Maipú, en abril, permitió mantener su gobierno. Sin embargo, no se pudo acabar con la resistencia española, que consolidada en el sur del país, resistiría durante largos años. En la nueva república iba a persistir durante algún tiempo el clima de enfrentamiento entre los líderes revolucionarios. Para sostenerse en el poder, O'Higgins debió eliminar al jefe guerrillero Manuel Rodríguez, uno de los héroes de la independencia, que mantenía un firme apoyo a los Carrera. Por eso es que contra los disidentes, pero más firmemente contra los partidarios de la Corona, se iba a aplicar una política duramente represiva.

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