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A mediados de 1849 la oleada revolucionaria parecía haber pasado y el restablecimiento de la autoridad en el Imperio Habsburgo sólo dejó pendiente la sublevación húngara. Las acciones bélicas se prolongaron durante casi un año y, desde la primavera de 1849, los austriacos contaron con el apoyo de tropas rusas enviadas por Nicolás I. Finalmente, a mediados de agosto, los húngaros capitulaban en Vilagos y Kossuth se veía obligado a huir.También en Italia la aventura de los nacionalistas radicales tocaba a su fin. El temor al incremento de la hegemonía austriaca en la península llevó a que Luis Napoleón enviase una fuerza expedicionaria, bajo el mando del general Oudinot, que trató de mediar entre el Papa y los revolucionarios. Los republicanos romanos trataron de resistir, pero las tropas francesas entraron en Roma el 30 de junio y la autoridad de Pío IX fue restablecida a finales de julio, aunque el Papa tardaría aún en volver a su sede. La resistencia de Manin en Venecia acabaría también en la segunda quincena de agosto.Los republicanos de Francia habían visto con disgusto que las tropas de su país lucharan en Italia contra otras fuerzas republicanas. Pero el hecho resultaba muy ilustrativo del cariz conservador adoptado por la Segunda República francesa, bajo la presidencia de Luis Napoleón. La represión desencadenada para reprimir estas protestas se completó con medidas de cierre de los clubs políticos y reglamentación de la venta ambulante de prensa.

El presidente se desprendió del Partido del Orden, en octubre de 1849, y nombró un Gobierno de fieles con los que acometió una política de revisión de la obra revolucionaria.La primera medida, en ese sentido fue la ley Falloux (por el ministro del Gobierno anterior que la había preparado), de 15 de marzo de 1850, sobre la enseñanza. En ella se daba una completa autonomía a la Iglesia, para la dirección de la enseñanza secundaria, y se la concedía asimismo poder de inspección sobre la enseñanza universitaria. La discusión parlamentaria sobre esta iniciativa sirvió para revelar a Victor Hugo como una figura destacada de la montaña republicana.La segunda gran medida de carácter restrictivo fue la Ley Electoral de 31 de mayo, por la que se establecían limitaciones económicas y de residencia al ejercicio del sufragio universal. La vil multitud, como había dicho Thiers, quedaría excluida del derecho a voto, lo que equivalía a una disminución de 2.800.000 electores. Finalmente, la Ley de Prensa, de 16 de julio, establecía la fianza y aumentaba el derecho de timbre para dificultar la edición de nuevos periódicos. La lucha contra demócratas y socialistas estaba a la orden del día y, para asegurarla, Luis Napoleón preparó un golpe de Estado que le asegurase la permanencia en el poder, amenazada por el plazo de cuatro años para el que había sido elegido.El fracaso de la revolución de 1848 ha sido achacado muchas veces al carácter esencialmente urbano del mismo y a la falta de apoyo que encontró en el mundo rural.

Desde luego, pese a algunos signos de movilización política que se registraron en Francia, y a los desórdenes rurales que fueron comunes en el mundo alemán e italiano, no se puede negar que el mundo agrario permaneció relativamente indiferente a los avances democráticos y nacionalistas. Por otra parte, se ha subrayado que la inicial unanimidad de los elementos revolucionarios, que les sirvió para obtener las concesiones del mes de marzo, se diluiría en los meses siguientes, conforme se extendía la preocupación por el mantenimiento de la ley y el orden. En esas circunstancias, la actuación de los Ejércitos profesionales resultó decisiva para el restablecimiento de las antiguas autoridades.De todas maneras, no todo fue fracaso. El sufragio universal quedó establecido en Francia, mientras que en buena parte de Europa se debilitaban aún más los restos del Antiguo Régimen y se fortalecía la tendencia al establecimiento de sistemas parlamentarios y democráticos. La primavera de los pueblos, por otra parte, había sido efímera, pero las exigencias nacionalistas no iban ya a dejar de estar presentes en la vida política europea. Los inmediatos acontecimientos de Italia y Alemania servirían para comprobarlo.

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