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Desarrollo


En 1587 los turcos habían dividido el Maghreb en tres provincias, Trípoli, Túnez y Argel, que no eran sino regencias gobernadas por pachás. En el siglo XVIII los representantes del sultán de Turquía en estos territorios tendrán muchos problemas para imponer o hacer respetar su autoridad. El jefe electo de los jenízaros, el dey de Argel, el bey de Túnez y de Trípoli llegarían a prohibir la entrada de todo enviado por la Sublime Puerta a ejercer las funciones de pachá. Los gobernadores y más tarde los soberanos independientes de las provincias norteafricanas, renunciaron a la conquista de los territorios limítrofes y se limitaron a mantener la dominación de su clase social, la aristocracia jenízara. La Regencia de Argel presentaba el más acentuado peso rural y el carácter ciudadano más débil. En la cúspide social, la casta militar turca constituida, sobre todo, por mercenarios orientales, pero también por renegados, defendía celosamente sus privilegios mediante una política exclusivista. Este cuerpo cerrado mantenía en su seno una disciplina estricta y hacía reinar en él una cierta igualdad: en las asambleas todos tenían derecho a hacer uso de la palabra y cualquier jenízaro podía acceder al cargo supremo de dey. La política de esta casta era, evidentemente, guerrera. En el interior, expediciones regulares recorrían el país para recaudar los impuestos y mantener el orden turco. Pero las poblaciones montañesas, kabilas, y las tribus del Sur se encontraban en perpetua revuelta contra éste.

Así, una preocupación constante del régimen era contener a los insumisos o neutralizarlos mediante el recurso a estrategias variadas. Frente al exterior la guerra era igualmente frecuente. En el mar el corso hacía estragos, pero estaba en neto retroceso a finales del siglo XVII y principios del XVIII. Contra los vecinos del Oeste y del Este se dirigían expediciones para obtener botín y reducir la influencia de soberanos considerados como árabes. El régimen argelino no dejó de evolucionar en la primera mitad del siglo XVIII. Con respecto a Estambul, en cuyo nombre gobernaba y guerreaba la milicia militar, se aflojaron los lazos, reduciéndose a una soberanía totalmente teórica. El poder evolucionaba en torno a una monocracia y hacia la estabilización. Poco a poco, los intereses mercantiles fueron imponiéndose a los dirigentes argelinos; a menudo en contra de la opinión de los jenízaros y de las poblaciones rurales. Pero los ingresos proporcionados por el comercio permitieron a los dirigentes liberarse de la tutela de la milicia y practicar una política menos estrechamente dominada por los intereses y los puntos de vista militares. Esta evolución se consolidaría aún más en la segunda mitad del siglo XVIII. Estas dos tendencias que hemos encontrado en la Regencia de Argel se presentan con mayor claridad aún en la de Túnez. El país era diferente: relieve mediano y fáciles comunicaciones, viejas tradiciones ciudadanas y sedentarias, relativa apertura al comercio mediterráneo.

Todos estos elementos contribuían a reforzar la posición de los cuadros de las ciudades y a que la disidencia beduina y bereber fuese más fácil de absorber. En el siglo XVII, los dirigentes turcos, utilizando a los notables locales, pudieron domeñar a las tribus del interior, pero al mismo tiempo sufrían la influencia de estos notables. Los kulughli fueron los intermediarios natos entre turcos y autóctonos. Precisamente, uno de estos kulughli, Hussein ben´ Ali, tomó el poder en Túnez en 1705 y fundó una dinastía seminacional perdurable. El nuevo bey Hussein (1705-1740) restauró el orden fuertemente perturbado desde 1675. Relegando a los turcos a tareas puramente militares y a sus representantes, pachá o dey, a un simple papel honorífico, se apoyó en los kulughli, los notables locales, letrados, negociantes, morabitos o jefes de tribu y logró así una centralización relativamente avanzada. Hacia 1725 emprendió una vasta operación de censo de personas -más exactamente de los jefes de familia- y de los bienes imponibles en los campos tunecinos. Intervenía con éxito en la vida local de las mayoría de las comunidades rurales y el sistema tributario funcionaba a pleno rendimiento. Pero estas intrusiones no dejaron de ocasionar descontentos. Los apoyos naturales del régimen, los jenízaros turcos, estaban resentidos contra el bey por haberlos apartado de las decisiones importantes, y los notables locales, privados de una parte de los beneficios de la explotación del país, se apartaban del soberano.

La coyuntura económica también tuvo su papel en el estallido de la revuelta dirigida por el propio sobrino del bey Alí Pachá, en 1728, aunque hasta 1740 no pudo acabar con su tío Hussein, apoyado por las ciudades del Sahel y numerosas tribus. Habiendo, por fin, conquistado el reino por la fuerza de las armas, Alí Pachá (1735-1756) prosiguió la política de su tío con una intransigencia aún mayor. Con el fin de controlar más eficazmente el comercio de grano, se apoderó de la factoría genovesa de Tabarca y de la francesa de cabo Negro en 1741. En el campo e incluso en las ciudades ejerció monopolios comerciales con el mayor rigor. La acumulación de errores, la usura del régimen y una mala coyuntura del precio del trigo, dieron al traste con el régimen. Los hijos de Hussein ben' Alí se apoderaron de la capital y recuperaron, a cambio de un tributo a Argel, el trono de su padre. La Regencia de Trípoli, la provincia turca más desheredada, experimentó, paradójicamente, la evolución hacia un régimen estable. Centrada en la provincia de Tripolitania, la regencia estaba compuesta por ciudades costeras, ciudades caravaneras y poderosas tribus, a las que el poder no podía ni ignorar, como en Marruecos o Argel, ni dominar, como en Túnez. Las tribus jugaron un papel activo en la vida tripolitana. Otra originalidad de esta regencia era la vitalidad del comercio transahariano que, a cambio de la pacotilla europea, llevaba a Trípoli polvo de oro y entre 2.

500 y 3.000 esclavos al año. Este comercio alimentaba los intercambios con Oriente y con ciertos puertos italianos como Livorno o Venecia. En 1711 el poder turco fue abatido con más claridad que en Túnez. El representante de Estambul, Jalil Pachá, fue muerto y los oficiales de la milicia turca asesinados. Un kulughli totalmente arabizado, Ahmad Qaramânli, apoyado por notables indígenas de Trípoli y por ciertas tribus, se instaló sólidamente en el poder, sin llegar, sin embargo, a rechazar la adhesión otomana. Gracias a sus apoyos indígenas, y a los ingresos procedentes del comercio a larga distancia, el régimen se estabilizó rápidamente. El primer Qaramânli reinó hasta 1745 y después legó el poder a su hijo, Mohammed, sin dificultades. A la muerte de éste, en 1754, su hijo primogénito Alí le sucedió pacíficamente, abriendo un reinado de unos cuarenta años.

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