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Desarrollo


El país goza de una posición geográfica y climática privilegiada, pues el océano Atlántico y la disposición de su orografía permiten la penetración al interior de las lluvias y posibilitan su acumulación. Por otra parte, es el país de África mejor situado para las relaciones con el África tropical, a través del Sáhara, y con la Europa mediterránea, dada su proximidad con el Viejo Continente. Dividido el país en dos zonas claramente diferenciadas, su configuración geográfica ha condicionado claramente su devenir histórico. En la región montañosa, formada por la cordillera del Atlas y el Riff, viven gentes seminómadas que nunca mostraron una cohesión política, pero, apegados profundamente a la tradición, son verdaderos defensores del suelo en el que viven ante cualquier ataque del exterior. En cambio, las tierras bajas atlánticas, fértiles y ricas, de fácil tránsito y comunicación, nunca fueron obstáculo para ningún invasor; están habitadas, en consecuencia, por un conglomerado de conquistadores y emigrantes, proclive a la influencia del exterior, que contrasta, pues, con el estatismo montañés. El reino de Marruecos escapa en el siglo XVI a la influencia turca, pero se encuentra debilitado por la autarquía interior. La conquista de Sudán por Al-Mansur le valió a Marruecos la reputación de país fabulosamente rico y confirió a su soberano un gran prestigio. Dividido en dos reinos, Fez y Marrakech, de 1549 a 1654, destaca el advenimiento y posterior decadencia de la dinastía saadita que seria sustituida por la dinastía alauita cuyo primer sultán, Muley Al Rasid, decidió no apoyarse en sus labores de gobierno en el principal grupo étnico del país, los árabes, decisión respetada por sus continuadores en el trono.

En efecto, los sucesores del fundador de la dinastía contaron con el apoyo de ciertas tribus árabes sólo por la razón de formar un cuerpo de ejército asalariado, sin participación en los negocios públicos, en la administración o en la política. De 1672 a 1727 gobernó en Marruecos el sultán alauita Mulay Ismail I, contemporáneo de Luis XIV, que pasó a representar un papel importante en el devenir de los acontecimientos históricos en el Mediterráneo. La división étnica y política constituyeron dos graves problemas internos a los que tuvo que hacer frente durante su mandato. En efecto, a la división tribal se unía el problema político que suponían los beréberes de Dilá, cuyas ansias de dominio del país había abortado Muley Al Rasid, pero que ahora, habiendo movilizado a las masas del Atlas medio, iniciaban un descenso lento pero ininterrumpido hacia la capital provocando al mismo tiempo una extraordinaria desarticulación social. Actuando como príncipe absoluto, Ismail I organizó un ejército, compuesto por soldados negros del Sudán, o abids, que pacificó el reino y, iras desistir de la dirección efectiva del país por la insuficiencia de sus efectivos, constituyó la guardia personal del sultán. La fortificación del territorio con una red de qasbas, castillos diseminados por todo el territorio, completó la obra pacificadora y preparó el territorio para futuras empresas defensivas al tiempo que mantenía bajo vigilancia las zonas de disidencia política contra su gobierno.

Con el ejército y con una crueldad desmedida, Muley Ismail consiguió un prolongado período de paz interior que no supo utilizar, no obstante, para la instauración de una paz social entre los distintos grupos étnicos del país, por lo que, a su muerte, Marruecos atravesará de nuevo por un período de treinta años de anarquía estremecedora. En efecto, los beréberes Sinhayies, neutralizados en vida de Ismail por la red de castillos defensivos, sólo pensaron en armarse y, unidos el grupo de los Ayt Idrasen, por el Norte, con los Ayt U-Mali, del Oeste, lucharán contra los sucesores de Muley Ismail. Se denomina a esta época bajo el nombre de Al-Fitra, el interregno; época de revueltas sangrientas que será dirimida por los Abid, quienes van tomando la posición de amos, al nombrar a Muley Ahmed Eddehbeid, como sucesor de su padre, Muley Ismail, y tras deponerlo, a su hermano Abd El-Malik a quien también depondrán por su alianza con los árabes y beréberes del Atlas medio, hasta que después de varios intentos frustrados, Sidi Mohamed-Ben-Abd Allah logra hacerse con el gobierno en 1757, restablece el orden interior e intensifica el comercio con el exterior para cuyo incentivo ordena construir el puerto de Mogador, puerto principal del Marruecos meridional, en el que se embarcaban las mercancías procedentes del Sudán. Reorganiza asimismo el ejército y concede privilegios comerciales a los países europeos y a los Estados Unidos. A su muerte, ocurrida en 1790, le sucede Muley Sulaimán, quien, con el fin de reducir los riesgos del tráfico marítimo, prohibió, en 1817, la piratería.

El fracaso de Marruecos para solucionar la anarquía de su interior quizá sea debido a la religión islámica, pues el Islam no aportó de manera definitiva fuerzas y modelos de organización al país para vencer el tradicional poder autárquico. No aportó la unidad moral y religiosa necesaria para que se diera, con posterioridad, la unidad política. Es más, el Islam en Marruecos reafirmó aún más los rasgos diferenciadores de las tribus beréberes, activando su profunda religiosidad que se encauzó con preferencia hacia los cultos locales y la xenofobia. El Islam en Marruecos se transformó, pues, en el Islam marroquí, antropomórfico, separatista y fragmentario. El Islam auténtico perdió ante los beréberes su efectividad no sólo en el plano religioso sino también en el político. El misticismo musulmán o sufismo, basado en la observación estricta de las prescripciones musulmanas, da origen en Marruecos al morabitismo, que evolucionará al margen del Islam ortodoxo de las escuelas coránicas. Carente el Islam de un clero constituido, los morabitas articularon una verdadera aristocracia religiosa de gran influencia en el tejido social y se convirtieron en el modelo de la vida religiosa de las tribus beréberes. Bajo el ropaje de la ortodoxia islámica, esta modalidad de Islam marroquí se hizo consustancial al país sin que el Islam oficial del gobierno central pudiera hacer nada por contrarrestar. Bajo la dinastía alauita, el poder del morabitismo recibió un duro golpe, pues los monarcas alauitas se empeñaron en afianzar el Islam ortodoxo, creando una versión oficial, gubernamental; pero no pudieron desenraizar el morabitismo de la vida del pueblo aunque lucharon activamente en su represión. Amalgama de tribus carentes de cohesión, Marruecos caerá con el discurrir del tiempo en un estéril anacronismo.

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